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Autor: Maestro Andreas

domingo, 25 de noviembre de 2012

Capítulo XVI


Ramiro se había empecinado en mantener una animada conversación, caballo con caballo, con el mancebo, sin importar demasiado el tema del que tratase la charla, puesto que su interés estaba en el chico en sí mismo y no en las opiniones que éste pudiese tener sobra nada en concreto.
Pero la actitud reticente de Sergo a dejarle el campo libre, así como el acoso de Rui hacia el mozo que lo cubriera tan generosamente durante la noche, hacían difícil una comunicación fluida entre Guzmán y Ramiro, sin que cada dos por tres los interrumpiesen con alguna nimiedad los otros dos chavales.
Cada cual protegía y cuidaba lo que le interesaba más y, a parte del mancebo, ninguno de los otros tres iba a abandonar el campo sin arrimar a su ascua la sardina que constituía el objeto de su preferencia.
Y hasta Iñigo empezó a darse cuenta de lo que pasaba en la comitiva, menos el conde, que al ir en cabeza, dándole vueltas a los asuntos que le confiara su rey, no se enteraba de lo que estaba ocurriendo a su espalda.
Pero en la primera parada para hacer aguas y otras urgencias, Hassan se las ingenió para apartar a Ramiro del resto y aleccionó al chico sobre ciertos detalles y cuestiones que le interesaba conocer antes de meter la pata o pegarse un resbalón que podría costarle la rotura del cuello.
El eunuco le habló sin tapujos al muchacho y lo puso en antecedentes de cuanto se cocía en ese grupo de hermosos jóvenes que acompañaban al conde y le advirtió que se cuidase de propasarse con cualquiera y sobre todo con uno de ellos.
Y ese era precisamente el muchacho de ojos oscuros y largas pestañas que parecía haberlo encandilado nada más verlo.
El castrado le dijo que ese hermoso y joven esclavo era el mismo corazón del conde y por él el amo daría la vida o se la quitaría a quien pretendiese apartarlo de su lado, o simplemente rozarle un pelo sin su autorización.
Ramiro no podía entender que tal criatura fuese un pobre esclavo solamente y por tanto un ser indigno de tratar de igual a igual con un noble como él.
Pero, aún así, la atracción que el mancebo ejercía sobre él cegaba todo razonamiento que fuese contrario a relacionarse y pretender acariciar y desear follar con aquel muchacho.
Tampoco comprendía que si sólo era un siervo montase y vistiese como un caballero de la alta nobleza.
Pero a eso Hassan le respondió que su posición y estatus en la casa del conde eran tan altos como el del propio señor, puesto que tanto era amo como amante de su esclavo.
Y Guzmán, además de amado era un príncipe para el conde.
De ahí que llevase joyas y armas más valiosas que las de un rey y montase un corcel que hubiese envidiado un califa si lo viese.
Y el eunuco, muy serio y con voz solemne, todavía le dijo algo mucho más trascendente: “Y si queréis llegar vivo a Toledo no os la juguéis de ese modo con el conde... Tenéis a Rui para darle gusto a vuestra polla. Pues gozadlo cuanto os de la gana y no queráis perder esa verga prodigiosa que os dieron al nacer, porque si insistís en coger lo que no es vuestro, el conde se dará cuenta y os terminará capando de un solo tajo de su espada. Y una vez que seáis un castrado como yo, también os usará como hembra para joderos el culo”.

Y esas razones del eunuco parece que hicieron mella en el ánimo de Ramiro y volvió a reunirse con el grupo de chicos meditando muy serio cuanto acababa de escuchar.
El mozo, menos hablador que antes de la parada, no se separó del mancebo y cabalgaba medio cuerpo más a tras con los ojos fijos en el rítmico movimiento que hacía el culo de Guzmán al subir y bajar sobre la silla.
Y Sergo tampoco quiso apartarse de su amado compañero y no dejó que ni por un instante su caballo se retrase más de una cabeza de Siroco.
Al igual que Rui no se despistaba ni un palmo de las ancas del caballo que montaba Ramiro.
Iban como encadenados por el afán de no pederse de vista ni un minuto, por si en un recodo del camino o al entrar en un arboleda pudiese despistarse el primero y seguirlo quien no debía.
Los cascos de los nobles brutos levantaban polvo y tierra al golpearla y rascarla con las herraduras, pero a ninguno de los tres perseguidores del mancebo parecía importarle que le entrase en los ojos o en la boca al ir tan pegados a la cola de su corcel.
Y en esta etapa recorrieron un buen trecho sin parar para nada y las posaderas de todos se resentían con el golpeteo de tanto trotar, hasta que el conde se desvió de la ruta marcada para acercarse hasta unas pozas de agua limpia en las que podrían lavarse el cuerpo y sestear a la sombra de unos álamos.


Los chicos agradecieron aquello y se aprestaron a soltar a los caballos para que paciesen tranquilos mientras que ellos se liberaban de sus ropas y arreos guerreros para zambullirse en pelotas en unas aguas transparentes que les invitaban a refrescar y enjugar sus cuerpos pegajosos de sudor y polvo.
Y otra clase de polvo esperaban algunos después del baño y pegarse otro tipo de cabalgada antes de volver a montar los caballos.
Y en esas charcas el conde y sus hombres vieron por primera vez el cuerpo desnudo de Ramiro, ya que hasta ese momento sólo Rui sabía exactamente que tesoros ocultaban los ropajes del mozo.
Y también veían a Rui totalmente en cueros, dado que únicamente les enseñara el culo y los muslos, incluido el pito y los huevos.
Y si las nalgas de éste eran preciosas, las del Ramiro le ponían tiesa la polla a un muerto.

Menudo par de jamones que tenía el puto cabrón de ese mozo y que bien parido lo echara al mundo su madre!
Tenía abundante vello oscuro en el pecho y las extremidades, pero apenas se notaba en sus glúteos ni en la espalda.
Y para ver hasta donde seguía el reguero de pelos que partía por debajo de los cojones hasta el ano, sería preciso separarle bien sus apretadas nalgas y entonces comprobarían como jugaban al rededor del orificio intentando protegerlo de extraños e intrusos.
Pero lo que más sensación y pasmo causó fue la verga, maciza hasta en estado flácido, que duró poco así pues se empalmó nada más ver la hermosa desnudez de los otros chavales.
Y sobre todo la del mancebo, que lo dejó maravillado tanto por su perfección como por el tono de la piel de todo aquello que normalmente tapaba la vestimenta.

Nuño miró atentamente toda la espléndida anatomía de Ramiro y tuvo que concluir, sin decir ni un apalabra de encomio, que el mozo estaba tan bueno como una hogaza de pan caliente bien untada en mantequilla fresca de vaca y endulzada con miel de romero recién escurrida de un panal.
Y cualquier oso querría comérselo a pesar del vello que cubría en parte su cuerpo.
No dejó de reparar tampoco en el atractivo de Rui desnudo y moviéndose ágil para competir con los otros chavales dentro y fuera del agua.
Mas el nieto de Don Genaro resultó ser todo un hallazgo como ejemplar de joven macho ibérico.
Y por supuesto no sólo se lo pareció a él, sino también al resto de los muchachos.
E incluso Guzmán mostró una excitación en el pene algo más fuerte que de costumbre cuando veía en pelotas al resto de sus compañeros.
Un empalme así solamente lo conseguía el efecto morboso que le provocaba su amo y también, en cierta medida, el rubicundo Sergo, por cuanto le atraía su culo para darle verga y caña.
Pero tal rigidez y engorde de polla en el mancebo tenía que significar por fuerza que el macho que lo incitaba de ese modo estaba muy bueno y su virilidad lo dejaba casi indefenso ante sus músculos, su potente aspecto y su verga.
Menos mal que Guzmán era un tío con un carácter fuerte y que, en condiciones normales e incluso extremas, sabía y podía controlar tanto sus instintos como sus emociones.
Lo que le daba una gran seguridad a su amante respecto a la fidelidad del chaval en todos los aspectos.

Jugaron bastante y nadaron de un lado a otro de las pozas y procuraron limpiarse bien por todos los recovecos y rincones de sus cuerpos.
Y al final del ejercicio y el aseo, el conde ordenó que todos durmiesen algo antes de volver a partir, pero él, en lugar de conciliar unas cabezadas, se folló al mancebo delante de todos los demás, como queriendo dejar claro, por si aún había dudas en alguno, que ese joven esclavo era suyo y él disponía de su cuerpo y de su alma.


A Sergo se le caían los ojos viendo como el conde montaba brutalmente a Guzmán y tanto a Iñigo como a los demás les pingaba la pija muy erguida y rebosante de ganas por eyacular.
Y los dos nuevos, Rui y Ramiro, sentados con las piernas cruzadas, casi se mordían el glande de tanto que les creció el cipote y les engordó el capullo a los dos.
Pero hasta que el conde no terminó de darle por culo a su esclavo, vaciándose los dos al mismo tiempo, no permitió que los demás se apareasen también y dejasen los huevos libres de la tremenda presión que los atormentaba.

 Sergo, tumbado junto a Iñigo, se la clavó en el ano con tantas ganas como mala leche por no ser el culo del mancebo.
Y Rui recibió un terrible pollazo en el culo suministrado por Ramiro.
Los imesebelen cumplieron como de costumbre con los otros chicos y les dejaron el ano medio roto para que al volver a cabalgar recordasen mejor el polvo que les habían metido poco antes. Y todos quedaron tranquilos, aunque no contentos del todo, al menos un par de ellos.

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