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Autor: Maestro Andreas

miércoles, 27 de febrero de 2013

Capítulo XLI


Y de vuelta al castillo de San Servando el conde se enteró de la aventura que habían corrido sus chicos en compañía del rey.
De entrada no pronunció palabra, pero de inmediato abofeteó al mancebo, que fue quien se lo contó, y lo hizo, más que por castigo al no decírselo de inmediato, por un sentimiento de frustración, mezclado con rabia y una insoportable sensación de impotencia al no estar presente y defender el mismo la vida de su amado.
Pero acto seguido lo abrazó como si una luz le iluminase el cerebro repentinamente y entendiese quien era el objeto del inesperado ataque a pleno día aún y en un cruce de callejas del centro de la ciudad.
Y fue tal el apretón que Nuño le dio a Guzmán entre sus brazos, que el chico casi queda sin aire en los pulmones y los nervios le traicionaron y rompió a llorar como si estuviese perdido en medio de la nada.

El rapaz también suponía que vida buscaban aquellos hombres, que después de muertos no despejaron la incógnita del frustrado atentado, ni tampoco el rey reconoció en sus caras por orden de quien actuaban esos miserables.


Y Nuño vio claro el motivo por el que el monarca recompensaba a Sergo y Ramiro al hacerlos caballeros y comprendía el alcance de las palabras de Don Alfonso al encomendarles la custodia de su sobrino.
Su amado estaba en grave peligro y no sabían de donde provenía la amenaza ni de quién era la mano que ordenaba su muerte.
Sin duda de un corazón bastardo y ambicioso, pero las meras sospechas no bastaban para detenerlo y urgía poner remedio a tal situación de peligro.

Y la mente de Nuño empezó a cavilar y quería ir atando cabos para llegar a una conclusión aceptable, pero podían ser varios los responsables y el tiempo apremiaba y corría en su contra para descubrir algo que les diese una pista para saber hacia quienes tendría que descargar su ira y su venganza.
Porque si un día hizo pasar por muerto al mancebo para no perderlo, ahora mataría por mantenerlo vivo a su lado.
Y esta vez contaba con el apoyo del rey y su beneplácito para asestar el golpe mortal a quien fuese culpable de tal hecho.
 
Los otros esclavos no se atrevían a respirar demasiado fuerte por si les caían otras hostias como las recibidas por Guzmán en plena cara.
Pero estaban preocupados y comenzaban a entender también cual era la gravedad de la situación y el riesgo en que se encontraba la vida de su compañero.
Y eso a Sergo le descomponía el alma y Ramiro no encontraba como mostrarle al conde y a Guzmán su devoción y entrega para salvarlos de todo mal, aún a costa de su propia vida aún por gozar y colmar de dicha y ambiciones de felicidad y placeres.

Y esta vez fue Iñigo el que cortó el aire denso de la estancia mencionando tímidamente la posibilidad de que el responsable del asalto fuese el alcaide de la fortaleza en donde se encontraban.
Como apuntó el chico, ese hombre, además de ser el primero en enterarse de que ya estaban en Toledo y pudo alertar a sus secuaces, sólo él había visto a los chicos y estaba en situación de asociar la imagen de uno de ellos con las descripción que le pudieran haber hecho respecto al mancebo.

También era cierto que a pesar de no haber hablado el conde con el infante Don Sancho, ni con cualquier otro responsable de la catedral toledana, el infante ya estaría al corriente de su llegada a Toledo por cualquier conducto de lo habituales, como el chismorreo de los criados del castillo o las habladurías de las gentes que los vieran pasar por las calles.
O simplemente por sus informadores y espías, que sería lo más probable. y por ello también pudiera ser el culpable de la agresión.
Pero, como insistió Iñigo, sólo Don Senén sabía como eran los jóvenes que acompañaban al conde y si uno de ellos podía ser el sobrino del rey.


El alcaide seguramente sabía de antemano que habría de ser un joven muy hermoso, de pelo brillante y oscuro y ojos negros con reflejos de plata.
Y su piel, tamizada por briznas de fino vello, tiraría a un ligero tono del color de la canela y ser tan suave como el terciopelo de seda.

Pero esa imagen no pudo ser apreciada por los atacantes, ya que todos los chicos iban tapados con mantos largos y amplios y sus cabellos se ocultaban bajo sendas capuchas que les cubrían hasta los ojos.
Sólo apreciaron unos cuerpos mozos y ágiles, pero cualquiera de ellos pudiera haber sido el que buscaban para darle muerte si la suerte les hubiese favorecido a ellos en lugar de ser generosa con el rey y los muchachos.

Nuño recuperó la calma y se dijo a si mismo que no debía alarmar en exceso a sus muchachos y que lo mejor, para que cogiesen el sueño y durmiesen tranquilos esa noche, era agotarlos follando y dejarlos totalmente relajados y con los cojones vacíos.
Y de paso evacuar y aligerar los suyos también, pues ya le estaban doliendo demasiado al cargársele excesivamente viendo lo guapos que estaban sus chicos en la cena y lo bien que se les marcaba el culo con esas calzas ajustados y de colores brillantes.
Esos jamoncitos querían ser catados y comidos por un experto y ese no era otro que el conde feroz, su amo y señor.

Y vaya si se los comió a todos!
E incluso repitió y los saboreó despacio con dientes, manos y polla.
Y les dio por el culo a los cuatro por igual tiempo y de la misma manera.
Pero hubo alguna novedad en la rutina acostumbrada desde que llegaran a Toledo.

El conde permitió que tanto Sergo y Ramiro se la metiesen a Iñigo al mismo tiempo y, después de ser follados por el amo, así como también Guzmán y el propio Iñigo, les mando a los dos machos más jóvenes que le follasen por turno la boca y el culo al mozo que tanto querían y cuya vida debían de guardar y proteger con la suya si ello fuese necesario.


Y los dos se beneficiaron al mancebo de una forma brutal, como queriendo darle con su semen la misma vida que estaban dispuestos a sacrificar por él.

Y otro cambio consistió en ordenar que a todas horas y sin excepción alguna dos imesebelen al menos custodiasen al mancebo y lo escoltasen a todas partes.
Y que sería así y su orden no se quebrantaría por nada ni nadie, ni aunque se le pusiese al rey en la punta de la polla ir por ahí sin ser protegidos por esos imponentes guerreros negros por no llamar la atención y que alguien supusiese que uno del grupo era el rey de León y Castilla en persona.
Porque esa fuera la excusa que dio Don Alfonso para que solamente los acompañasen Sergo y Ramiro esa tarde.
Y ya y sin dilación alguna, dos africanos pasarían toda la noche a la puerta del aposento, sentados en el suelo y vigilantes como lechuzas, para impedir sorpresas desagradables por parte del alcaide o de la madre que hubiese parido a cualquier otro agresor que pretendiese volver a atentar contra el mancebo.

Esa noche y las sucesivas, dos recios soldados negros no follarían ni se la cascarían para cumplir con la sagrada misión de velar por la seguridad y la vida de su príncipe.
Porque Guzmán, más nombrado y conocido por ellos como Yusuf, era su señor natural y el legítimo heredero de la dinastía de los califas almohades de Al-Andalus.
Y esas eran palabras mayores para tales guerreros, que durante generaciones enteras formaron la guardia personal de esos soberanos señores.
Una escolta cruel y sanguinaria, sin más sentimiento que obedecer al califa y cuyo único lema era morir matando por su amo y para salvar su vida.
Y dos de ellos ya se habían sacrificado en el asalto a un castillo en Nápoles, pues de los ocho que le fueron regalados en Sevilla al mancebo sólo quedaban seis.

Seis toros o mejor búfalos salvajes y poderosamente mortales en la lucha empuñando con garra sus cimitarras, cuyo corte podía seccionar el torso de un hombre en dos partes.
Eran los mismos hombres que en el amor se volvían tiernos y amables con sus amados y con sus enormes vergas los saciaban de placer y leche hasta no querer dormir ni una sola noche sin haber probado la fuerza sexual de tales sementales.
Y que nada más despertar de nuevo volvían a llenarles las tripas o la boca de un semen tan grueso y abundante como la leche de una vaca.





Nuño estaba preparado para conjurar a la muerte ganándole una vez más la partida, si sabía mover las fichas con suficiente habilidad y pasearlas con astucia por el tablero del ajedrez para que no le diesen jaque mate a su amado mancebo, que en el fondo era su verdadero rey en la dura partida de la vida.

viernes, 22 de febrero de 2013

Capítulo XL


Don Alfonso irradiaba felicidad esa noche lejos de los asuntos del estado y al lado de aquellos seres tan queridos y estimados para él.
Su amante, la bella dama anfitriona de la velada, también se la veía complacida y muy a gusto y en tan buena compañía rodeada de jóvenes hermosos, además de su amante, y Nuño continuaba con su soliloquio personal: “Cómo me gustan todos ellos! Se imaginará el rey que hago exactamente con estos chicos? Seguro que sabe que me los follo, al menos a alguno de ellos; a parte de a su sobrino que de sobra conoce nuestra relación como amantes. Pero no creo que sospeche que todos son unos putos esclavos para mi placer sexual y como tal los trato y uso. Pues de saberlo me extraña que sin mayores méritos que ser mis pajes, dijese tan ufano y convencido que antes de abandonar Toledo él mismo armará caballero a Sergo; y después también añadió a Ramiro dada la insinuación del mancebo. Así todos mis jóvenes esclavos serán caballeros, pues los otros dos ya lo son. Bueno, el mancebo lo era antes de estar oficialmente muerto y sigue siéndolo realmente aunque no use su propio escudo de armas. Pero por si se le sube a la cabeza esa circunstancia no seré yo quien se lo recuerde y le daré doble ración de azotes para celebrar el ascenso de sus enamorados compañeros”.


Cuando Doña María, satisfecha de como transcurría la velada, ordenó servir los postres, Don Alfonso sacó a relucir lo provechosa que había resultado la tarde trabajando arduamente con el erudito rabino Isaac ben Sid y el sabio Yehuda ben Moshe ha-Kohen en la traducción del documento del gran califa de Córdoba, contando, por supuesto, con la colaboración inestimable del mancebo, que dejó gratamente impresionados con sus conocimientos tanto al rey como a los dos expertos traductores.

Habían avanzado mucho en este trabajo y Don Alfonso no sólo estaba satisfecho de los resultados, sino que su rostro denotaba el orgullo de ser el tío del joven Guzmán y el afortunado soberano que podía contar entre sus amigos con hombres tan ilustres como los dos judíos.

Y sentados en un rincón de la sala de trabajo, en silencio pero sin perder detalle de todo lo que sucedía y escuchaban, y también embobados por la sapiencia de aquellos hombres y de su querido Guzmán, estaban Sergo y Ramiro, como si presintiesen ya y asumiesen por mismos muy en serio el todavía ignorado papel de paladines del sobrino del rey y de la egregia persona del soberano, pues acudiera allí sin más compañía ni escolta que la de esos valerosos muchachos.

Y el hecho de ver al mancebo con tal desparpajo en el hablar y moviéndose con una seguridad que no acostumbraba a mostrar ante el conde, excitó a los otros dos mozos, que difícilmente ocultaban el bulto que le formaba la polla bajo el peto que solamente les cubría hasta la mitad del muslo.
Y se iba desvelando poco a poco lo que escribiera el admirado Abderramán III y entre los dos doctos hebreos y el mancebo interpretaban sus frases y el sentido de las palabras que el califa quiso decir para dejar constancia de sus ideas y su saber sobre el buen gobierno de sus estados y respecto a la conducta que ha de observar el príncipe que gobierne un poderoso reino para procurar ser justo con sus súbditos y engrandecer a su pueblo más que a sí mismo.

El gran estadista cordobés recomendaba ante todo administrar sabiamente los recursos y ser justo con todos sin escatimar a nadie la debida satisfacción a sus pretensiones contra otros hombres o el propio príncipe, siempre que fuesen acordes con la ley, la equidad y se aplicasen con sentido común y sin regatear la generosidad cuando fuese necesaria, ni el castigo proporcionado a la gravedad de las faltas si era preciso.

Y el poderoso monarca daba una gran relevancia a la clemencia con los enemigos, pero no con los traidores, y al entendimiento entre los diferentes pueblos, razas y credos.
Más si habían de convivir juntos y en un mismo espacio de tiempo y lugar, como era el caso de sus dominios y también el de los reinos de Don Alfonso. Estaban ante un tratado amplio y minucioso del buen gobierno y eso al rey de León y Castilla le merecía no sólo un gran respeto por ser quien era su autor, sino también por la sensatez vertida en el texto.
Y los buenos príncipes suelen reconocerse unos en otros y siempre procuran imitar al antecesor más sabio y admirado por su pueblo y aquellos otros contemporáneos que vieron su grandeza.

El rey disfrutaba esa noche con sus invitados y su amante, a la que más tarde la haría gozar de forma más intensa y directa, y el conde también se sentía bien en esa compañía y su mente lo llevaba ya a sus habitaciones del castillo donde volvería a retozar con sus esclavos con mucha más intensidad que el rey y Doña María.


Esa noche pensaba sentarse a horcajadas sobre el lomo de Ramiro, clavándole la polla en el ano como si fuese la espuela de caballero que calzaría dentro de poco al ser armado por el rey, y azotar al mismo tiempo al mancebo mientras follaba al primero y les preparaba y calentaba también el culo a Iñigo y a Sergo.

Luego les llegaría su turno a ellos y con los acostumbrados juegos sexuales y corridas entre los chicos, el conde remataría la fiesta en la cama con su amado para follárselo durante la noche cuantas veces le apeteciese hacerlo.

Pero lo que todavía no sabía el conde era el verdadero motivo por el que el rey decidiera armar caballero a Sergo y además a Ramiro en atención a la intervención de su sobrino en favor de dicho mozo.

Al abandonar la Escuela de Traductores, tuvieron un incidente en el camino que recorrían para regresar con el rey al palacio de Galiana.
En la intersección de dos calles más estrechas de lo habitual en esa ciudad, les cerraron el paso tres enmascarados, empuñando espadas.
Y Don Alfonso desenvainó la suya y gritó a los chicos para que se pusiesen detrás de él con el fin de protegerlos.
Guzmán echó mano a su puñal, pues no llevaba el arco con las flechas, pero Sergo con un ágil brinco se adelantó a todos y con idéntica destreza saltó sobre el primero de los conjurados y moviendo hábilmente los brazos le partió el cuello.
Y así como se desplomaba aquel individuo, Sergo agarró la espada que le había caído de la mano al perder la vida y embistió con fiereza a los otros dos asestando mandobles como si en lugar de espada tuviese en sus manos un hacha de leñador.
Y a uno de estos que ya atacaban le seccionó un brazo a la altura del hombro, mientras Ramiro, más diestro con la espada, luchaba con el otro para evitar que el rey pusiese en riesgo la vida.


Guzmán retuvo a Don Alfonso sujetándolo por un brazo y le rogó que no se expusiese innecesariamente, pues sus dos compañeros se bastaban para acabar con los agresores.
El monarca atendió la lógica súplica de su sobrino y no intentó cruzar su arma con ninguno de los follones que los asaltaban.
Pero lo curioso es que tampoco estaba claro a por quien iban esos hombres. Ninguno hizo intención de luchar con el rey, que al ir encapuchado podría ser que no lo reconociesen, pero de ir a por él y por mucho manto que lo tapase y ocultase el rostro, su aspecto no era el de un jovenzuelo como los otros, que también iban cubiertos por amplias capas con capucha; y eso era suficiente para sospechar cual de ellos era el de mayor edad y por tanto el soberano de León y Castilla, si su objetivo era segar la vida del rey.

Por el contrario parecían afanados en dar muerte a cualquiera de los tres con pinta de ser más mozo.
Y eso si era para sospechar que no buscaban al rey sino a uno de los jóvenes en concreto.
Y presumiblemente tendría que ser al mancebo.
Alguien sabía también que Guzmán estaba vivo y en Toledo y esa era la causa del ataque.
No había que pensar mucho para llegar a la conclusión de que la existencia de otro infante molestaba y se oponía a intereses y ambiciones bastardas.
Y quién a parte del alcaide del castillo de San Servando habría tenido oportunidad de deducir que uno de los donceles del conde no era otro que el difunto infante Don Guzmán, el amado sobrino del rey Don Alfonso X.

Ahora empezaba a tener sentido la advertencia del pordiosero delante de las puertas de la mezquita de Tornerías.
Y lo que tampoco sabía el conde ni Guzmán, era que el tal Don Senén fuera nombrado alcaide de ese castillo por mediación del infante Don Fadrique, hermano del rey y tío del mancebo.
Y ese príncipe era uno de los que Don Alfonso no se fiaba un pelo.
Como tampoco las tenía todas consigo respecto a su otro hermano el infante Don Sancho, que era el administrador de la archidiócesis en espera de convertirse en el arzobispo tras la muerte del titular, que todavía ocupaba el solio de Toledo.

De ahí que también el menesteroso le hubiese dicho al conde que no se fiase del limosnero de la sede episcopal, pues era el primer zascandil del susodicho infante metido a clérigo.

Las piezas iban cuadrando, pero no era tan sencillo llegar al fondo de la trama y desenredar el ovillo para tirar del hilo que los llevase hasta los cabecillas de la conjura.

martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo XXXIX


Doña María recibió a sus invitados vestida con un atuendo de terciopelo granate bordado en plata, sobre el que destacaba una ristra de perlas que colgaban de su cuello hasta más abajo de la cintura.
La dama no sólo estaba elegante sino hermosa y sus modales tan refinados y comedidos resaltaban en medio de aquellos jóvenes guerreros acostumbrados a acariciarse entre ellos y agarrar con firmeza la empuñadura de sus armas y sus vergas.


Nuño acudió a la cena con sus guapos esclavos donceles, todos vestidos de media gala para no quedar mal ante el rey ni desmerecer ante su dama o menospreciarla por no tratarse de la reina sino de la amante. y no era apropiado, sin embargo, pasarse del buen tono engalanándose en exceso y llamar la atención de las gentes de Toledo a su paso por las calles hasta llegar al palacio de Galiana, pudiendo con ello mover a habladurías no deseadas por ninguno de los dos grandes señores.

Delante de la puerta de la mezquita de Tornerías, uno de los templos musulmanes de la ciudad erigido en el siglo XI, según les dijo un anciano que estaba sentado allí en cuclillas leyendo un corán con tapas de cordobán muy repujado, un hombre mal vestido, sin llegar a ir harapiento, que se aproximaba con andar ligero al grupo del conde, como por casualidad, tropezó con él y le dijo en voz muy baja que se cuidase del alcaide de San Servando ni hiciese migas con el limosnero mayor de la catedral.


Y con la misma se apartó de Nuño y los chicos como alma que lleva el diablo y en cuanto dobló la primera esquina ya no vieron para donde corriera ese jodido andrajoso.
De todos modos el conde no le dio gran importancia a la advertencia y prosiguió la marcha como si nada hubiese pasado ni se produjese tal incidente.
Pero Guzmán receló de tal coincidencia y pegándose al amo le preguntó si sabía de algún enemigo que pretendiese causarle algún daño y debieran tomar precauciones al respecto en esa ciudad.
Nuño tranquilizó al esclavo y le dijo que no recordaba que tuviese enemigos peligrosos en Toledo, ni personales ni de su casa; así que podría ser solamente la advertencia de un loco al que le gusta meter miedo a la gente.
Pero el mancebo objetó incrédulo de lo que el amo decía y le dijo “Y por qué ese supuesto loco menciona a alguien tan concreto como el alcaide del castillo donde nos alojamos? Y, por si fuera poco, también cita al limosnero mayor de la catedral y con ese tendrás trato muy pronto. Dudo que sólo se trate de un demente sin otra razón que asustar a los transeúntes. Tiene que haber algo más en ese aviso, mi amo”.
“Esta bien, Guzmán. Pero no empieces a elucubrar conspiraciones sin suficiente fundamento. Ahora vamos a cenar con el rey y Doña María, así que alegra la cara y deja las preocupaciones para luego, que ya te las aliviaré como tú sabes”, le dijo el conde a su esclavo.

Pero esa forma de alivio, si bien era apetecida por el esclavo, no le evitaba ese tipo de inquietudes, pues si la seguridad del amo estaba en duda o en flagrante peligro, no era posible el sosiego para la mente de Guzmán.
Qué podrían significar las advertencias de aquel hombre y a cuantos riesgos imprevisibles estaban expuestos en este viaje emprendido por orden del rey.
Al mancebo le quedaba la posibilidad de comentárselo a su tío, pero sin permiso de su amo supondría una paliza considerable de esas que le dejaban el culo molido y marcado para una semana.
A Nuño no le gustaba nada que otros resolviesen sus problemas y menos que alguien tan ocupado como su soberano tuviese que intervenir para sacarle a él las castañas del fuego.
Y si aparentaba no temer nada ni mostraba intranquilidad por alguna causa como esta, era más un disimulo para no alarmar a sus muchachos que por inconsciencia o temeridad irresponsable.
Al conde, más que su vida le importaba la de sus chicos; y sobre todo la del mancebo, por el que daría la suya mil veces antes que le arrancasen un solo cabello al chaval.
Y así se lo prometió a Don Alfonso al despedirse de él en la sinagoga.
El rey le hizo jurar por su vida que protegería siempre al muchacho, o de lo contrario pagaría con ella por lo que le sucediera a su sobrino.
No era necesario el juramento y el monarca lo sabía, pero quería expresar de alguna manera que aún viviendo una vida en el más absoluto incógnito, Guzmán era un infante de su casa y familia; y, por tanto, su vida era sagrada y aunque pasase por ser un simple paje, no perdía la dignidad de ser en realidad un vástago de sangre real.
Y el conde no debía olvidar ese detalle, aunque ante los otros chavales lo tratase como su más insignificante esclavo para dejar claro su posesión y dominio sobre el mancebo.
Y, luego, estando solos los dos, la relación y el trato fuese el del amante respecto de su amado, cargado de amor y atracción erótica.

El rey distribuyó personalmente a los comensales en torno a su mesa y mandó que Nuño se sentara al lado de la dama, flanqueada también por Iñigo al otro costado, y a su derecha le ofreció asiento a Guzmán, invitando a ocupar la izquierda al joven Ramiro, para que Sergo, el atractivo vikingo según palabras del monarca, remachadas también por Doña María, se sentase al lado del mancebo como si fuera un adalid que no se separa del tesoro que ha de guardar a costa de su propia sangre.
Y a mitad de la opípara cena, así lo dejó claro el rey al decirle al rubicundo rapaz, tras anunciarle que lo armaría caballero el mismo y luciría en sus armas un tritón de los mares del norte y un hacha como homenaje a su sangre nórdica, que era su voluntad que acompañase y protegiese en todo momento a su sobrino y lo nombraba su campeón para que sus fuertes brazos, hábiles en el manejo de la afilada macheta, cuidasen de él.


Los celos afloraron a los ojos negros de Ramiro, pero el mancebo se permitió la libertad de intervenir en favor de ese rapaz de hechuras voluptuosas y sangre ardiente como las ascuas de un brasero, insinuándole al rey y a su amo que seria mejor encargar a dos de sus compañeros una colaboración más directa en los cometidos que se le asignasen y tuviese que realizarlos sin contar con la presencia del conde.
Y teniendo en cuenta que la función de Iñigo era ser el primer doncel de su señor, podría cumplir esa otra labor el joven noble que aspiraba a ser un caballero ejemplar, al igual que el generoso señor con el que se estaba adiestrando desde que su abuelo así se lo encomendara y le rogara al conde que lo adiestrase en el manejo de la armas y otras disciplinas propias de un guerrero.

Era otra forma sutil de abrir una vía directa para que Nuño pidiese al rey y consiguiese la custodia de ese muchacho y no dejarlo en manos del alcaide del castillo de San Servando como quería el abuelo del chico.
Si el rey accedía a lo sugerido por Guzmán, a Nuño le abría la puerta para quedarse con Ramiro y hacerlo su esclavo definitivamente como en realidad deseaba desde el primer momento en que vio a ese chico.
Su cuerpo y su aire viril, que no ocultaba un carácter voluntarioso y algo prepotente en el chaval, unido a una disposición innata a ser el cabecilla del grupo, le atraían a Nuño de una forma brutal para someterlo a su dominio; y más si se tiene en cuenta, al mismo tiempo, la posición abiertamente entregada del rapaz para obedecer y acatar la voluntad del conde, al que ya aceptaba como su único amo y señor.

Y Nuño se dijo para si mismo una vez más: "Cómo las sabe liar este cabrón de mi puto Guzmán para conseguir lo que se propone!. Aunque reconozco que esto lo está haciendo pensando en mí y no en su seguridad, como quiere hacerle creer al rey. Sería un excelente gobernante este jodido mancebo! Pero tan sólo es una prolongación de mi ser y por tanto su misión y fin es solamente servirme como un fiel perro, que eso es lo que es para mí esta puta tan lista como una zorra. Pero esta noche antes de dormir le voy a despellejar el culo a cintarazos para que no se le suba el pavo al muy mamón. Y en verdad que es el mejor de todos mamándomela. Pero hoy le zurro a conciencia delante de estos otros dos cabritos que lo adoran; y ellos también van a llevar su parte de azotes simplemente porque me da la gana y me gusta verles las cachas coloradas como fresones. Y follarlos después me pondrá tan caliente como la carne azotada de sus nalgas doloridas. Además ahora que Ramiro ya es casi mío, tengo que aplicarle mayor disciplina y doblegarlo más hasta que del machito que me entregaron sólo quede un cordero castrón que se baje las calzas y ponga el culo tan sólo con una simple mirada de su amo”.


Porque el rey accedió y dijo que él se encargaría de comunicárselo al abuelo del rapaz, lo cual era un broche perfecto para apoderarse el conde de este mozo que tan sólo con oler de cerca su entrepierna se la ponía dura como un leño de roble.

viernes, 15 de febrero de 2013

Capítulo XXXVIII


El conde y sus hombres, al girarse en dirección a la voz, vieron la figura de otro hombre envuelto en un manto pardo que lo cubría hasta los pies y ocultaba su rostro en una amplia capucha que ensombrecía sus facciones.

Y, sin embargo, el porte del personaje era inconfundible para Nuño, que no necesitaba ver esa cara para saber ante quien estaba su destino y el de su amado.

Ni el amo ni los esclavos dieron un paso para acercarse al encapuchado y fue éste quien caminó hasta ellos y tendió la diestra con el dorso hacia arriba mostrando al conde el sello real anillando su dedo anular, al tiempo que su mano izquierda retiraba hacia atrás la capucha descubriendo la cara del rey.


Don Alfonso en persona, sin escolta, ni gentiles hombres de cámara, ni lacayos, ni pendones ni heraldos, ni Monteros de Espinosa dispuestos a dar la vida por él.
Sólo un hombre frente a otro hombre rodeado de sus jóvenes esclavos, aparentemente los dos dispuestos a disputarse el dominio sobre un muchacho, al que ambos amaban con diferente clase de afecto, pero que lo querían para si y por distintos intereses.

Un joven moreno y muy bello al lado del conde y entre su amo y el señor de los dos.
Ambos machos, enfrentados por ser el dominante en esta lid, eran nobles y caballeros; el rey tan maestro en la lucha y la guerra como en las artes de las letras y la música y las ciencias del saber; y el conde el mejor y más valiente luchador del reino y el más fiel de los vasallos del soberano de León y Castilla.

Y, por su parte, Guzmán no pestañeaba y no retiraba su osada mirada de los ojos de su tío.
Y Don Alfonso, sin odio y mucho menos ánimo de venganza, no apartaba los suyos del chico que en esos momentos lo devolvía años atrás y le parecía estar junto a su querido y difunto hermano el infante Don Fernando, padre de ese gentil rapaz.

Nuño hincó su rodilla derecha a los pies del rey y alargando la mano diestra sujetó la del soberano para darle el beso que procedía en señal de vasallaje.
Al ver el gesto del conde los otros muchachos, menos el mancebo, lo imitaron postrándose también ante el monarca y Don Alfonso, suavizando ostensiblemente el tono de voz, le dijo a Guzmán: "Quizás una de las ventajas de estar muerto es no postrarse ante ningún mortal por muy poderoso que sea, ni siendo tan siquiera tu rey y señor. Sobrino, ya que te irrogas ese privilegio no seré yo quien te prive de el, pero al menos dígnate abrazar a tu tío y deja que te bese como al hijo que vi en ti al conocerte”.

Guzmán se abalanzó hacia los brazos del rey y éste lo estrechó con tanta fuerza que hizo gemir al muchacho.
Y el mancebo le dijo a su tío: “Señor lo más doloroso en todo este tiempo fue saber el sufrimiento que os causé con esta farsa. Pero debéis entender que yo no nací ni me crié como un príncipe y esa vida de corte se me hizo irrespirable. Y tampoco estaba hecho para un matrimonio con la hija de otro monarca. Yo sólo deseo estar con el conde, mi señor; y os pido que no me apartéis de él, porque hasta la muerte la deseo a su lado”.

Don Alfonso besó una y otra vez la frente de su sobrino y añadió: “Querido muchacho, verte de nuevo compensa todo el dolor que me causó tu fingida muerte. Toda la corte sintió tu pérdida; bueno, todos no. Más de uno de mis hermanos te la hubiese dado por su propia mano de saber que no habías muerto. Resulta curioso, pero en realidad salvaste el pellejo al fingir estar en el otro mundo. Y no sólo te libraste de un fin prematuro, sino que me ahorraste a mí muchos quebraderos de cabeza con tus otros tíos... Sí, Nuño. He de reconocer que con vuestro engaño me hicisteis un gran favor y por eso no puedo tomar represalias contra vosotros. Y te diré que desde hace tiempo estoy al corriente de tal mentira, al igual que de vuestras hazañas y correrías por Italia. Y no preguntes por que, querido Nuño, pues es innecesario. O es que acaso olvidas que entonces, cuando ibas camino de esa tierra, lo supo mi egregio suegro el rey Don Jaime? No es que me lo dijera con segunda intención o por motivos que le interesasen a él, como sería de esperar viniendo la noticia del padre de mi esposa; simplemente me lo contó para consolar mi tristeza y hacerme entender que era mejor tener a Guzmán oficialmente muerto y así se libraría de la permanente amenaza que supone la ambición de poder de algunos de mis hermanos”.

“Pero señor, los infantes no pueden desear mal alguno a vuestra legítima descendencia”, apuntó el conde.
Y el rey meneando la cabeza contestó: “Nuño, me fío poco de los infantes y otro más con posibilidades al trono es desequilibrar la balanza de poder entre ellos. No olvides la corta edad de mis hijos, de los cuales sólo el del medio es varón y todavía es muy pequeño para augurar que llegue a ser mi heredero y sucesor. El príncipe Fernando tiene dos años de edad, aún escasos, y su futuro es incierto y puede estar jalonado de peligros por mucho que queramos protegerlo tanto su madre la reina como yo mismo. Y respecto a vuestro periplo italiano me informó el noble Froilán, tras una ligera presión para soltarle la lengua. Se resistió a hablar, pero una vez que supo que el rey de Aragón ya me contara todo lo referente a la falsa muerte de Guzmán, sólo hizo falta amenazarle con empalarlo; y no como acostumbra él a hacerlo con esos preciosos donceles que lo acompañan a todas partes, sino clavándolo en una estanca que le entrase por el culo y le saliese por la boca. Eso bastó para que su boca cantase y loase vuestras hazañas como un cumplido trovador".

A Nuño casi le da la risa al oír esas palabras del rey referentes a Froilán, pero aunque lo intentó en su mente, no supo como excusarse por lo hecho ante su rey y sólo pudo pronunciar un balbuceo que quiso ser una justificación de todo ello para no separarse del mancebo.

Y Don Alfonso le interrumpió diciendo: “Vamos. Nuño, todos sabemos que cuando ciertas cosas son hechas por jóvenes enardecidos no tienen más justificación que el amor mismo que exista entre ellos. Y deben ser perdonadas porque la razón que las motivó es causa justa suficiente para hacerlo. Ver a mi sobrino sano y salvo y tan feliz a tu lado, es el mejor regalo que puedes hacerme, querido conde... Pero el príncipe Guzmán no resucitará por su propia seguridad y porque me puede ser mucho más útil si continua muerto. Tengo en mente algunas embajadas cuyo resultado puede ser más provechoso para mi corona si las efectúa este espabilado zagal con tu ayuda y sin ir embutido en un corsé de dignidad real que sólo estorba en lugar de facilitar las cosas. Y por supuesto que no pretendo alejarte de él, ya que no pretendo separar ese dúo estupendo que formáis los dos. E imagino que estos otros mozos que ahora os acompañan también serán magníficos colaboradores para realizar con éxito cualquier empresa que acometáis. Son unos donceles hermosos además de fuertes y valientes por lo que se deduce de su expresión y aptitud para la defensa de su señor... Sin embargo, conde, ahora quiero disfrutar un poco de mi sobrino, aunque solamente sea un par de días y que oficialmente nadie sepa que está conmigo, pues tampoco yo estoy oficialmente en Toledo hasta dentro de tres días, en que haré mi entrada en esta ciudad con todos los honores propios de mi dignidad y condición real. Hasta entonces voy a acaparar al muchacho y comenzar con él el trabajo de traducción que me interesa tanto. Además cenaremos todos mañana en compañía de Doña María, que se quedó prendada de estos rapaces tan guapos; y por eso, al decir todos, me refiero a ellos también. Chicos, no pongáis esa cara porque vuestro rey desea tener tanta juventud sentada a su mesa y reír con vosotros hasta bien entrada la media noche”.


Ramiro abría los ojazos negros de par en par no dando crédito a los que sus oídos escuchaban por boca del rey. Jamás había visto a su soberano, ni soñado siquiera tenerlo a un palmo de su mano, y ahora estaba allí junto a él y por si eso fuera poco resultaba que el esclavo más amado del conde y por el que eran rivales Sergo y él, no era un ser miserable ni un patán, pues era el sobrino del monarca y por ende un infante del reino.
Es decir, un príncipe real y por tanto su señor también.
El chico quedó anonadado y notó como si se empequeñeciese por momentos a los ojos de todos los presentes.

Sergo, sin embargo, estaba atento a lo que acontecía y su cara se iluminaba cual si el mancebo irradiase sobre él una luz especial que naciese de su repentina grandeza de príncipe. y discretamente agarró por un brazo a su compañero, más sorprendido que él, y le dijo por lo bajo: “Ramiro yo ya sabía algo de esto, pero nunca creí que fuese cierto el parentesco de Guzmán con el rey. Y ahora se revela ante nosotros con el esplendor de un verdadero príncipe, al que los dos amamos y deseamos poseerlo y gozar con él los placeres del sexo. Sin saberlo tuve en mis brazos la sangre de los reyes y en mi culo, mi boca y mis manos su leche también. De ser hembra ya estaría preñada por el sobrino del rey, o él por mí, y daríamos a luz a otro vástago del tronco real. Tú aún no tuviste ese honor, así que yo te gano en eso”.

El rabino fue testigo mudo y feliz del encuentro del rey con el conde y el mancebo; y sería uno de los pocos sabedores de la identidad de Yusuf.
Que a partir de entonces no le daría tratamiento de príncipe, pero sabría que estaba tratando con el sobrino de su rey y el nieto del último gran califa de Al-Andalus.

Mas para Nuño sólo sería siempre su más humilde esclavo; y para dejar constancia clara de ello volvieron a toda prisa al castillo y fue derecho a sus aposentos para desnudar con sus propias manos al mancebo y tomarlo a la brava contra una mesa, penetrándolo por el culo a su anchas.

Era la reafirmación de su posesión sobre el chico y la forma más ostensible de soltar la adrenalina acumulada durante la entrevista con el rey.
Los mismos nervios que lo mantuvieron en pie sin desmoronarse ante el monarca, le servían ahora de empuje y energía para follarse a su esclavo como si aquel fuese el último polvo de sus vidas.

Y una vez que se vació dentro de las entrañas del chico, sin dejar que se levantase de la mesa y continuando en posición de ofrecer el culo a otros, el amo le ordenó a Sergo que lo preñase también y en cuanto éste acabó dentro del vientre del mancebo, se produjo el milagro que Ramiro esperaba con ansiedad.

El conde le dijo: “Ramiro, sé lo estupefacto que has quedado al saber que este puto cabrón, que pone el culo como una zorra para que lo follen, no es lo que creías, sino que por sus venas corre sangre de reyes. Y yo te digo que sólo es lo que ahora ves. Una puta que desea ser follada y preñada por machos que sepan y puedan llenarle la barriga de leche. Móntalo y dale por culo por si acaso ha olvidado cual es su papel en la casa de su amo.

 
Bésale el agujero y lámeselo para limpiarle el semen de Sergo y el mío que aún le escurren y luego clávasela sin miramientos. Y no pienses que por hacerlo podrá llegar a ser tuyo, pues ese esclavo me pertenece por entero y sólo será mío para el resto de sus días. Entra en él y dime que siente tu mente al hacerlo y como se pone de dura y cachonda tu verga al estar abrigada en ese cuerpo que deseas ciegamente”.

Ramiro comenzó a sudar por todos sus poros y su piel relucía como si la hubiesen cubierto de un metal bruñido.
Se le destacaba más la fuerte musculatura de sus brazos y piernas y el vello, mojado y pegados los pelos unos a otros, era más oscuro y se rizaba en caracoles brillantes.

El conde no tuvo ojos más que para ver como el potente culo del mozo apretaba las nalgas formando hoyos en los laterales para empujar más y con más fuerza y hacer que la polla entrase hasta el fondo del recto de Guzmán.

Y dijo el chico al ir metiendo el cipote en el cuerpo del mancebo: “Mi señor, siento como si mi rabo se deshiciese y el fuego de sus entrañas me consumiese entero. Noto su carne ardiendo y como late y aprieta mi polla como ordeñándola para sacarme toda la leche que llevo en mis cojones. Y por lo que me duelen en este momento debe ser mucha la que espera salir y llenar este vientre plano que sujeto y palpo con mis manos y que me excita tocarlo y me sube la sangre al cerebro. Señor quisiera estar días enteros sin sacarla de este agujero, pero me estoy corriendo de gusto sin parar desde el mismo momento en que mi glande rozó la suavidad de su interior. Sé que es vuestro esclavo como también los soy yo, pero dejadme, mi amo, que diga que lo amo y que lo deseo con toda mi alma y mi corazón. Es el muchacho más bello que pisa la tierra y poseerlo es el mayor placer que me ha sido otorgado en este mundo, mi señor”.


Ramiro ya jadeaba con sus últimas palabras y el conde vio en sus ojos y su respiración el inminente orgasmo.
Y aprovechando que su polla ya estaba recuperada de la primera eyaculación, se dio prisa en empalar a Ramiro por el culo y joderlo mientras el chaval preñaba al mancebo con una larga y abundante corrida.

Guzmán, que ya se había vertido dos veces, lo hizo por tercer vez consecutiva al sentir el flujo de semen caliente que ascendía por sus tripas y lo saciaba plenamente tanto por la fuerza de la eclosión como por la textura y densidad del esperma que le inoculó Ramiro en su culo.

domingo, 10 de febrero de 2013

Capítulo XXXVII


Franquearon la entrada de la sinagoga y no ocultaron todos ellos la sorpresa que les causó la estética armonía de aquel templo judío.
Estaba vacía de fieles, pero no de espiritualidad ni tampoco de un aire de paz y sosiego que curaba cualquier desazón que albergasen los corazones de aquellos jóvenes guerreros.
El conde se adelantó al resto y mirando al techo, para bajar la vista por los frisos y capiteles que sustentaban los arcos de herradura de marcado estilo musulmán, pensó en la suerte inmediata que les esperaba a él y a Guzmán y quiso salir corriendo de allí y cabalgar sin descanso hasta ponerse a salvo lejos de la poderosa mano del rey.

Pero también consideró que posiblemente ya era tarde para eso y tampoco podía dejar tirados a los otros chavales cuando ya estaba hecho a ellos y sus cuerpos le provocaban mil y un placeres impensables por cualquier otro hombre que no conociese el gusto de montar a otro macho.
Descendieron sus ojos verdes por los pilares de aristas con forma octogonal, hasta terminar en el suelo que invitaba a mantener una aptitud devota y respetuosa como si fuese la casa de un gran señor más poderoso que cualquier otro rey o soberano.

Y vio de nuevo a sus chicos, que no se separaban unos de otros a excepción de Guzmán que seguía al rabino como un discípulo al maestro que le trasmite la sabiduría que encierra la vida misma además de la que se contiene en los códices.
Y el paciente judío, como maestro que era también, hablaba con el muchacho y le explicaba cuanto su vista veía pero su intelecto o llegaba a entender del todo.

Mas Nuño se fijó en todos sus muchachos y mentalmente les dio la vuelta y como si tuviese ante sí sus posaderas, sabrosas al paladar como melones maduros en una tarde tórrida de verano, se empalmó como un puto morlaco y hasta notó como le goteaba la verga pringándole de babas el vello del pubis.

Que polvazo les metería aquí mismo a eso jodidos cabrones que están para comérselos crudos, se dijo por lo bajo el conde.
Y se los imaginó atados a unas picotas a la puerta de ese templo, desnudos y ofreciéndole la espalda y el culo para ser azotados por nada en concreto y por todo lo que a él, su dueño, le diese la gana hacer con ellos.


Quizás el temor de saber que su vida corría el riesgo de acabar, así como también la de Guzmán, le provocaba un morbo agudo que le inspiraba y le lanzaba a desear gozar de sus esclavos hasta perder la noción del tiempo y la tremenda realidad en que se encontraba.

Y llegado un momento el rabino se sentó y Guzmán, a su lado, ajeno a las preocupaciones de Nuño e incansable y siempre insaciable de conocimientos, mantenía la atención en las palabras del hombre sin pestañear ni respirar muy fuerte por no distraer ni a las moscas si se atrevían a volar en una atmósfera reverencial como la que flotaba en la sinagoga.

Y el rabino le dijo: “Pero como ves el actual estado de este templo conocido como la sinagoga de los pobres, no tanto por la sencillez y austeridad de su exterior, ya que el templo es muy hermoso sin dejar por ello de ser moderado en su riqueza ornamental, sino por estar en este barrio donde habitan gentes sencillas y humildes, en contraposición al otro en el que se fueron aposentando los judíos más pudientes y adinerados.

Allí levantaron un oratorio en principio y se fue convirtiendo en la sinagoga del Tránsito, cuyo riqueza ornamental es digna de encomio por su belleza y la delicadeza del trabajo de los artesanos y canteros que supieron elevar a maravilla el estilo mudéjar; y por eso dicen de ella que es la de los ricos.

Esta otra, para mí más acogedora y solemne al mismo tiempo, como ves precisa una restauración y volver a enlucir sus paredes blancas. Aunque solamente el rey puede autorizar su restauración”.

Guzmán no entendió ese punto referente a que para arreglar un templo judío tuviese que permitirlo el rey, pero no quiso ahondar en más detalles al respecto y sólo apuntó casi con timidez que si el dinero necesario para ello no salía de las arcas reales, el monarca no tendría por que oponerse al arreglo de la sinagoga, ya que a él no le costaría nada y serían los hebreos quien sufragasen los gastos.
El rabino soltó una risita y le respondió que si bien eso era verdad, su pueblo estaba en cierto modo bajo la tutela del rey en muchos aspectos y cuestiones incluso cotidianas; sin olvidar que la corona contaba con el oro y la plata de esta comunidad sefardí para aumentar el tesoro del reino. “De todos modos me ocuparé de este asunto cuando otras ocupaciones que ahora me urge atender me permitan dedicarle un tiempo suficiente para tratar el tema con quien corresponde”, añadió el rabino.
Y el mancebo preguntó: “Se refiere al rey?”
Y el cachazudo personaje le contestó: “Eso no sólo depende de nuestro señor el rey, sino también de los notables de la comunidad judía de esta ciudad, que han de aflojar la bolsa. Y ellos suelen orar en la del Tránsito y no en esta otra. Y no dejes de visitar también esa sinagoga porque te gustará y merece la pena verla. Siendo distintas, las dos son igual de hermosas y se respira piedad en ellas”.

“Espero que las cosas no se tuerzan demasiado y pueda ir a verla con mi señor”, dijo el mancebo.
El conde, aproximándose a ellos, se presentó al rabino diciéndole quien era y el rengo que adornaba su persona como uno de los nobles más destacados del reino; y el judío, inclinando la cabeza ante el señor, respondió: “Al ver vuestras armas ya deduje que erais el noble y poderoso conde de Alguízar, mi señor. No nos conocíamos todavía, pero creo que a partir de ahora tendremos una relación más fluida y permanente, al menos mientras estéis en Toledo, señor conde. Soy Isaac ben Sid, humilde servidor del rey y vuestro, mi noble conde”.

El conde se quedó atónito y le costó salir del pasmo.
Parecía que los hados se ponían en su contra y un cúmulo de circunstancias lo empujaban a su ruina.
Y le dijo más que preguntar al rabino: “Sois el llamado por el rey nuestro erudito Rabbi Çag. Conozco vuestra fama y el mucho aprecio que os profesa mi señor Don Alfonso, con independencia que seáis también uno de los pocos prestamistas de la corona, además de distinguido traductor, astrólogo, inventor, científico y un potentado financiero, por supuesto. Y, por si todo esto fuesen pocos méritos, sois rabino y amigo personal del rey”.

El conde tragó saliva y dirigiéndose al mancebo dijo: “Yusuf, este es uno de los hombres sabios de los que has de aprender y con los que tienes que colaborar en esta ciudad para realizar el encargo del rey. Este erudito tomó parte en la compilación de las Tablas astronómicas y de su puño y letra hizo observaciones de tres eclipses lunares. Es un genio y uno de los mejores exponentes del saber de nuestro tiempo. Aprende de él cuanto puedas ir asimilando con sus charlas y estoy seguro que quizás sus enseñanzas nos serán muy útiles si la suerte quiere favorecernos y el cielo no se nubla sobre nuestras cabezas”.

El rabino miró a Guzmán como si de repente apareciese ante sus ojos otro joven distinto del que hasta ahora había visto y hablado con él y dijo con cierta solemnidad: “Esos ojos me dicen que sois el deseado príncipe de los almohades cuya supuesta muerte lloró tanto el rey y vuestro buen tío, mi señor Don Alfonso. Estoy seguro que se alegrará de veros de nuevo entre los vivos y se regocijará su corazón de padre. Porque para él vos, mi príncipe, erais como un verdadero hijo, tanto en el afecto como en la consideración que deseaba que os tuviesen en la corte”.


El conde casi pierde el sentido al oír al rabino, pues ya estaba claro que sus días estaban contados y que el rey tomaría cumplida venganza del engaño.
Pero Guzmán reaccionó como si todo fuese parte de un destino ya marcado e inevitable y serenamente le rogó al rabino que no le llamase príncipe, pues sólo era un esclavo de su amo el conde, Y si lo confundía con ese otro noble señor, sobrino del rey, no trasmitiese esa creencia al soberano, puesto que tal cosa podría ser causa de su muerte y la de su amo.

El judío esbozó una sonrisa y sólo añadió: “No sufráis ni os preocupéis por ello, pero de todos modos os aseguro que de mis labios no volverá a salir nada referente a vuestra condición si ese es el deseo de vuestra alteza... Si así queréis seréis solamente un joven listo y con ganas de saber más sobre casi todo y yo tendré el inmenso honor de verter en esos oídos atentos aquellos conocimientos que os puedan servir en el futuro. Y sólo os llamaré Yusuf”.

“Pero tratarme como a un esclavo o a un pobre sin recursos y no os molestéis en darme ese trato propio de un noble”, pidió el mancebo.
“Está bien. Será como dices y te trataré como deseas, estimado joven. Pero es conveniente que os marchéis de aquí cuanto antes. Y mañana quizás sea otro día menos intranquilo para todos”, concluyó el rabino.

El conde urgió al esclavo que era menester irse de la sinagoga y les ordenó a los otros muchachos que saliesen del templo.
Se despidió del rabino y le dijo a Guzmán que así lo hiciese también, añadiendo, que si la suerte les era benigna, al día siguiente se verían en la Real Escuela de Traductores para comenzar la labor encomendada por el monarca.
Y así como iban saliendo del templo, Nuño le iba diciendo al mancebo que el trabajo de estos hombres en beneficio de las ciencias le interesaba especialmente al rey Don Alfonso, al igual que los proyectos que tenía, conjuntamente con el sabio Yehuda ben Moshe ha-Kohen, del que ya le había hablado, respecto a la traducción al castellano de tratados acerca de la medición del tiempo o relojes.

Guzmán puso especial atención en esto último y el conde añadió que en tales tratados se describe algunos cronómetros sorprendentes, como el Libro del reloj del palacio de las horas, en el que imaginan un palacio maravilloso cuyas ventanas dejan pasar la luz a un patio central en donde se marcan las horas. Además de otras obras cronométricas, escritas por estos eruditos hebreos, como el Libro del reloj de la piedra de la sombra, el Libro del reloj de agua y el Libro del reloj del argent vivo.


Y hablando de relojes, de pronto una voz paró el tiempo y detuvo el caminar del conde y sus esclavos.
Sonó potente, pero no imperiosa.
Y aquel tono y ese timbre de voz le resultaron muy familiares al conde feroz, pero no quiso adelantar acontecimientos ni hacerse a la idea de lo que seguramente le caerla encima.

Y la voz dijo sosegadamente: “No os vayáis conde. Dejar que os vea de cerca y quizá pueda daros esa paz de la que al parecer vuestra alma anda necesitada. Volveos y venid conmigo al templo de nuevo. Debemos charlar al abrigo del mundo y en un entorno apacible y que invita a la reflexión y hasta diría que a la concordia y el entendimiento entre los hombres de bien”.

Nuño no era de los que echan a correr ante la adversidad, pues ante todo era un caballero que no conocía la cobardía, y se giró hacia el lugar de donde provenía una voz que no necesitaba más presentaciones para saber de que boca salían esas palabras.

Y el mancebo cerró por instinto los ojos y no quiso ver como su amo se acercaba a un irremisible destino incierto y sus pies se movieron inconscientes para ir detrás de su amante.

jueves, 7 de febrero de 2013

Capítulo XXXVI



Alejados ya del palacio de Galiana, el conde se detuvo en una plazuela formada por le cruce de tres calles estrechas, de las que sólo una era casi llana y las otras dos se iban separando de la otra ascendiendo una hacia la parte más alta de la ciudad y la otra formaba pendiente para ir hacia abajo y enlazar con otras vías que llevaban a las puertas de las murallas.
Nuño se sentó en un poyete adosado al muro de una humilde casa y sus esclavos lo rodearon sin decir palabra, pero atentos a la expresión del rostro de su señor.

El conde todavía estaba asimilando el que suponía fatídico encuentro con Doña María y el mancebo no acertaba en dar con una solución que evitase la tragedia inminente y con ella su separación del amo en esta vida.
Y el que acertó a pasar por allí fue un judío, que por su aspecto y vestimenta tenía que ser un rabino, y el chico no dudó en preguntarle por donde se iba a la sinagoga mayor.


El hombre, con un gesto y un tono de voz muy apacibles, y reparando en que ninguno de ellos vestía a la usanza hebrea, quiso saber que interés les movía a ir a ese templo.
El mancebo, comprendiendo la intención de las preguntas del rabino, le respondió que le habían hablado de esa construcción en Sevilla y le contaran las excelencias arquitectónicas y singular belleza de esa sinagoga; y por eso le gustaría verla y poder admirarla detenidamente.

El rabino sonrió y sin dejar de fijarse en los emblemas heráldicos que lucía el conde y sus hombres en el pecho, le dijo al mancebo: “Es un templo mudéjar algo particular, pues fue creado por canteros moros.
Lo forman cinco naves y las paredes son blancas y lisas, levantadas en ladrillo. Tiene treinta y dos pilares octogonales rematados en arcos de herradura, por lo que recuerda a una mezquita.
Pero los capiteles que coronan las columnas, adornados de piñas y volutas, denotan influencia del arte románico de las iglesias cristianas.
Es como si en ese templo quisiesen reunir los tres credos y que pudiese servir para adorar al mismo Dios.
Luego, por encima de los arcos, destacan los frisos horizontales, decorados con entrelazados geométricos de origen almohade.
Existe contraste entre el exterior muy sobrio y el interior elaborado con esmero, pero, conforme a la tradición oriental, se puede decir que el mismo vive hacia el interior”.

Guzmán escuchaba al buen hombre con una atención religiosa y parecía que en sus ojos oscuros se reflejaba el templo y se asombraban ya por la maestría y pericia de sus constructores.
Y el rabino continuó diciendo: "Ya desde sus inicios, ese templo formaba parte de las diez sinagogas toledanas, que Yehuda ben Shlomo al-Jarizi, en sus escritos, ya hace un siglo, consideraba de la siguiente manera: "Vine a la extensa ciudad de Toledo, capital del reino, que está revestida del encanto de la dominación y ornada con las ciencias, mostrando a los pueblos y príncipes su belleza" Y seguía diciendo ese sabio: "Cuántas sinagogas hay en ella de belleza incomparable! Allí toda el alma alaba al Señor”.

Guzmán no se atrevía a interrumpir al hombre que le parecía tan ilustrado y de carácter reposado, pero, en un inciso que hizo el rabino, seguramente para tomar más aire o tragar saliva, el chico le preguntó: “Señor, os dirigís allí?”
Y el rabino le contestó que iba a encontrarse con un buen amigo suyo, que aún no siendo judío ni profesar su credo, también estaba muy interesado en todas esas cosas relativas al pensamiento y la creación literaria y artística de los hombres, fuese cual fuera su forma de expresión y el cauce por el que trasmitían su saber y su arte.

Y el conde, que aún preocupado con sus temores no dejaba de poner atención a la charla del esclavo y el rabino, se levantó con energía y dijo a sus chicos que se pusiesen en marcha para acompañar al hebreo hasta la sinagoga; y que éste, con amplia sonrisa, mostró amablemente su agrado por la compañía del señor y sus hombres para terminar de recorrer el camino hasta dicho templo.

Ramiro se acercó al mancebo y en voz baja le preguntó si la situación era tan preocupante como parecía a tenor de la expresión grave del amo, y Guzmán le respondió que podía ser tanto como fuese la ira del rey al conocer la falsedad de una noticia que desde hacía tiempo creía cierta e irreparable.
Pero también le dijo que no se preocupase por su seguridad, pues a él ni a los otros muchachos les alcanzaría la cólera real.

Ramiro sujetó al mancebo por un brazo y lo detuvo.
Y mirándolo con fuego en los ojos le juró que no permitiría que le tocasen ni un sólo pelo de la cabeza mientras a él le quedase una gota de sangre en sus venas.
Y que estaba seguro que tanto Sergo como Iñigo responderían de igual forma llegado el momento para salvarlo a él y al amo.

Guzmán le dio un beso en la mejilla, pero el otro chico se cobró de motu propio otro en la boca, y el mancebo, alargando ese beso repentino de Ramiro, le dijo: “No es necesario ningún sacrificio por mi causa ni por la del amo, si hemos de soportar el castigo del rey. Ni siquiera permitiré que mis fieles imesebelen hagan nada ni levanten sus armas en contra de la mano justiciera de nuestro soberano. Sólo lamentaré dejaros a todos, porque os amo y deseo estar con vosotros más tiempo. Pero mi recompensa es grande al final de una vida plena al lado de mi señor, pues me iré con él y nuestro amor será eterno”.


El chico, cargado de hormonas revolucionadas por el perfume de las feromonas del mancebo, no entendía aún esa referencia de Guzmán a sus imesebelen, puesto que para él esos negros bestiales eran esclavos del conde, ya que ignoraba la identidad secreta de ese esclavo y mucho más el rango de príncipe real que le daba la sangre que corría por sus venas.
Cómo podía imaginar el joven que ese aroma que le ponía la polla dura como un leño salía del cuerpo de un sobrino carnal del propio rey de León y Castilla, que además era nieto de un califa.
Y a Ramiro nada de eso le importaba ya, pues estaba encelado con Guzmán y aceptaba rebajarse a la condición de esclavo sólo por merecer rozarlo con sus dedos y besarlo como acaba de hacer.
En eso no sería menos que Sergo y lucharía en buena lid por lograr la estima del mancebo y el premio de entrar en ese cuerpo que adoraba cada día con más fuerza.
Y para eso se doblegaría ante el conde y sería su más obediente puta y siervo aunque le destrozase el culo a pollazos. que por otra parte ya le iba gustando cada vez más eso de notar la verga entrando por su recto hasta trabarse en su ano con los cojones.
Sobre todo cuando era el conde quien le daba por culo a pesar del grosor de su instrumento y la fuerza conque le atizaba y apretaba los muslos contra sus carnosas nalgas, que se las mazaba a palmadas mientras lo follaba.
Aún le escocía el ultimo polvo que le había echado el amo y que casi le deja la carne morada y contusionada de tanto azote y golpes para entrarle más a dentro y preñarlo sin remedio.

Sergo también se la endiñaba con ganas, pero, sin embargo, llegado un punto en la follada, era como si se dulcificase sobre su lomo y le hiciese cariñosamente el amor.
Lo mismo que le estaba pasando a él las dos ultimas veces en que había montado a Sergo.
Se lo hizo como si estuviese penetrando al mancebo y le entraron unas ganas irresistibles de besarle la espalda y el cuello y hasta de decirle que lo amaba si no fuera porque le daba reparo hablar en esos términos delante del amo y que aquel otro joven tan bueno de hechuras no era Guzmán.

Y, de repente, el conde se fijó en Ramiro y Guzmán; y al verlos juntos se dijo para sus adentros: “Qué guapos son esos dos jodidos y qué culos tienen los muy cabrones! Si me dejase llevar por mis instintos les daría por culo aquí mismo a los dos y delante de este santo varón. Y luego le daría a Ramiro el gustazo de cabalgar sobre esa puta preciosa que es mi amado mancebo. Verlo meterla por ese culo jugoso y contemplar el suyo apretándose contra el del otro, tiene que ser un espectáculo digno de dioses. Qué cachas velludas pero sabrosas tiene el puto Ramiro! Joder!


Y pensar que puedo perder estas delicias si al rey le da por cortarme la cabeza! O la polla, que para el caso es lo mismo o peor. Esperemos que no le den esa idea y me cape por mentirle”.

Y oyeron la voz del rabino anunciándoles que ya estaban a las puertas de la sinagoga mayor de Toledo.

lunes, 4 de febrero de 2013

Capítulo XXXV


"Y antes de que Nuño reaccionara o ahuyentara de sí la sombra que de pronto se cernió sobre su mente, el criado volvió a la sala con otros siervos que portaban el encargo de la señora y se dirigió a ella diciéndole respetuosamente: “Señora, mi señor desea que vayáis a su aposento”.
“Gracias, Rogelio. Conde Nuño he de ausentarme unos minutos, pues me requiere mi señor. Rogelio atiende a mis invitados con la consideración debida a su alcurnia”, dijo la dama.


Y al excusarse con el conde salió haciendo un gentil gesto con su mano derecha.
Rogelio se quedó con los visitantes y Nuño, temiendo algo imperceptible todavía, pero que ya lo notaba flotar en el aire, aprovechó la circunstancia para interrogarle sobre esa señora.
El fiel criado le dijo que solamente se hospedaba en el palacio por unos días y acompañaba a su señor, que tampoco era el dueño de ese palacio, pero que se alojaba allí por su expreso deseo y el del amo de la casa, que no estaba en Toledo esos días.

El conde fue asimilando las palabras del criado y su rostro perdió el color quedando su cara pálida y sin rubor como si le estuviese sobreviniendo la muerte.
Guzmán notó el quebranto de Nuño y acercándosele preguntó: “Qué pasa, amo?”
El conde titubeó por unos instantes y tragando saliva respondió: “Aún no lo sé exactamente, pero temo por nuestras cabezas. Algo me dice que esta mujer nos traerá la desgracia a los dos”.

Guzmán adoptó una seriedad trascendental y le dijo a su amante: “Amo, mi daga está lista para salir de su vaina y segar la vida de quien ose amenazar la tuya... Si crees que corres algún peligro ponte a salvo y yo cubriré tus espaldas”.

Y señalando a los otros chavales añadió: “Ellos me ayudarán y entre todos haremos pagar cara nuestra sangre. Sal de este palacio, mi señor y deja que dé mi vida a cambio de la tuya... Piensa en Sol y tus hijos y no arriesgues su seguridad ni su futuro”.
Nuño miró de frente al esclavo y le contestó: “La seguridad de los míos pasa por la tuya. Y antes de que derrames una sola gota de sangre por mí, yo habré dado toda la de mis venas por salvarte. Guzmán tu suerte y la mía corren parejas y ya no pueden separarse nuestros destinos, porque desde hace tiempo es el mismo. No temas y confía en mí. Pero si ocurre lo que me estoy temiendo, prométeme que irás a Granada y te pondrás bajo la protección del príncipe Omar. El y Asir te acogerán en su palacio y sabrán defenderte de cualquier peligro que aceche tu vida”.


El mancebo quiso protestar, pero el amo calló su boca con sus dedos y añadió: “Prométemelo y no digas nada más. Tu obediencia será la mayor muestra de amor que puedes darme... Te quiero y mi vida sólo desea agotarse por tu amor”.

Los otros chavales asistían a la escena sin entender casi nada, pero en las caras del amo y el mancebo leían la preocupación de ambos y se temían que algo malo podría pasarles a todos en breves instantes.
Y como un mecanismo de defensa automático, echaron mano a los pomos de sus puñales con ademán de sacarlos y cortar el aire con la rapidez propia de quien va a matar para salvar lo que más aprecia, además de su propia vida.

Nuño aún no conocía el nombre de esa dama y se lo preguntó directamente al criado: “A quién tengo el honor de deber tan generosa hospitalidad y trato?"
 Y Rogelio no tuvo reparo en pronunciar el nombre de la señora con la solemnidad que merecía su dignidad: “Esta gran señora es Doña María Alfonso de León”.
Y a Nuño se le nubló la vista al oír ese nombre y el mancebo, no pudiendo aguantar más la desazón de aquellos instantes tan tensos, le preguntó al amo: “Qué significa el nombre de esa señora?”

Nuño recobró algo la color, pero no el sosiego, y le respondió al esclavo: “Estamos perdidos... Me temo que el rey puede estar aquí”.
“Cómo dices?, exclamó Guzmán.

Y el conde se lo aclaró: “Es la amante del rey con la que tuvo una hija natural antes de su matrimonio con la reina y que lleva el nombre de Berenguela, posiblemente en honor de tu bisabuela y esposa de su propio padre, también bisabuelo tuyo. Esta noble mujer es hija ilegítima del rey Alfonso IX de León y de Doña Teresa Gil de Soberosa, o sea, pariente tuya, y viuda de Alvaro Fernández de Lara, señor de Lara, y tía del propio rey, su amante... La hemos cagado si Don Alfonso está con ella en Toledo. Y aunque no esté, ella sospecha algo respecto a ti y creo que le has recordado a tu difunto padre o a cualquiera de vuestros parientes comunes, que son muchos. Y eso significará que en cuanto vea a tu tío el rey se lo suelta; y él, que no es tonto y me da que ya anda algo mosqueado con tu falsa muerte, y no me preguntes por qué, ate cabos y le falte tiempo para ordenar que nos busquen y arresten por alta traición y subamos juntos al patíbulo para sellar definitivamente nuestra unión vertiendo la sangre y perdiendo la cabeza. Eso es lo que creo que está pasando o no tardará en suceder, amor mío”.

El mancebo casi cae al suelo de la flojera que le entró por las piernas desde los pies.
Pero reaccionó como si un relámpago descargase su fuerza y energía en él y le dijo al conde: “Nuño deja que yo de la cara ante mi tío llegado el momento. No creo que se atreva a ejecutar a un miembro de su familia, por muy disgustado que esté conmigo. Y tú ponte a salvo hasta que se calme y se avenga a razones, porque tampoco caerán sus represalias sobre la condesa y tus hijos. No hay que ser muy espabilado para darse cuenta que no se atreverá con la pupila de la reina, ni le interesa indisponerse con el resto de la nobleza leonesa. Son demasiado poderosos esos señores para agraviarlos y tenerlos como enemigos. Eso no puede permitírselo un gran rey como Don Alfonso”.

Nuño miró fijamente los ojos de Guzmán y con una admiración cargada de ternura por ese chaval le dijo: “Alguna vez te he dicho que podrías ser un estupendo hombre de estado o embajador del rey?  Empiezo a arrepentirme de sacarte del mundo de los vivos y birlarle tan gran estadista y diplomático a estos reinos. Todo eso que dices puede ser factible; sobre todo lo referente a no ofender a la nobleza por mi causa, que es la tuya, no lo olvidemos. Pero creo que el rey sufrió mucho con tu muerte y no le será fácil perdonar el engaño y menos olvidarlo. Si a mí me hubiesen dicho que estabas muerto y no fuese cierto, mataría sin contemplaciones al que urdiese esa horrenda mentira. Y no tendría piedad ni admitiría excusa alguna que justificase tal cosa”.

“Tú no eres el rey, sino mi amante; y eso cambia las cosas totalmente, ya que lo ves desde un punto de vista diferente. Yo te pertenezco y soy propiedad tuya y no del rey, aunque sea tío mío”, puntualizó el mancebo.

Y a su espalda escucharon de nuevo la melodiosa voz de Doña María que regresaba junto a ellos.
Y la dama dijo: “Mi señor está cansado del largo viaje, que además fue muy rápido, y no desea veros ahora. Pero me ha dicho que os recibirá gustoso en esta casa en cualquier otro momento. Si vais a estar unos días en Toledo, espero que aceptéis que os invite a cenar mañana sin más dilaciones ni protocolos. Mi señor no es dado a excesivas ceremonias con quienes aprecia y desea departir una animada charla y pasar un rato agradable con unos invitados tan distinguidos como vos y vuestros donceles. Porque todos ellos son donceles vuestros. O me equivoco, mi señor conde?”
 “No mi señora. Todos ellos son donceles y de los mejores, como podéis comprobar”, respondió el conde con una inclinación de cabeza, acatando ya el trato de privilegio que correspondía a tan distinguida e influyente señora, pues no en vano era la amante del rey con quien estaba tratando el noble conde.
Y añadió: “Y a acaso vuestro señor ya me conoce en persona?”
Pero la dama no le dio respuesta a esa pregunta y se limitó a despedirlo y desearle un buen día a él y a sus hermosos donceles, como les dijo la dama al hacerlo y besarles en la frente a cada uno de ellos.

El conde abandonó el palacio sin tenerlas todas consigo y Guzmán ya no se despegó de su lado hasta pasado un buen rato y recorrido otro largo trecho por las calles y plazuelas de la ciudad.

Nuño sólo tenía ganas de volver al castillo y meterle un buen polvo al mancebo y al resto de los chavales para aflojar sus nervios y relajarse viéndolos desnudos descargando el vicio entre ellos.


Pero Guzmán le rogó que lo dejase ir hasta la sinagoga denominada la mayor, de la que tan bien le hablaran en Sevilla.
Y el conde accedió a ello y allí les esperaban más sorpresas en ese día aparentemente infausto para ellos.