"Y antes de que Nuño reaccionara o ahuyentara de sí la sombra que de pronto se cernió sobre su mente, el criado volvió a la sala con otros siervos que portaban el encargo de la señora y se dirigió a ella diciéndole respetuosamente: “Señora, mi señor desea que vayáis a su aposento”.
“Gracias, Rogelio. Conde Nuño he de ausentarme unos minutos, pues me requiere mi señor. Rogelio atiende a mis invitados con la consideración debida a su alcurnia”, dijo la dama.
Y al excusarse con el conde salió haciendo un gentil gesto con su mano derecha.
Rogelio se quedó con los visitantes y Nuño, temiendo algo imperceptible todavía, pero que ya lo notaba flotar en el aire, aprovechó la circunstancia para interrogarle sobre esa señora.
El fiel criado le dijo que solamente se hospedaba en el palacio por unos días y acompañaba a su señor, que tampoco era el dueño de ese palacio, pero que se alojaba allí por su expreso deseo y el del amo de la casa, que no estaba en Toledo esos días.
El conde fue asimilando las palabras del criado y su rostro perdió el color quedando su cara pálida y sin rubor como si le estuviese sobreviniendo la muerte.
Guzmán notó el quebranto de Nuño y acercándosele preguntó: “Qué pasa, amo?”
El conde titubeó por unos instantes y tragando saliva respondió: “Aún no lo sé exactamente, pero temo por nuestras cabezas. Algo me dice que esta mujer nos traerá la desgracia a los dos”.
Guzmán adoptó una seriedad trascendental y le dijo a su amante: “Amo, mi daga está lista para salir de su vaina y segar la vida de quien ose amenazar la tuya... Si crees que corres algún peligro ponte a salvo y yo cubriré tus espaldas”.
Y señalando a los otros chavales añadió: “Ellos me ayudarán y entre todos haremos pagar cara nuestra sangre. Sal de este palacio, mi señor y deja que dé mi vida a cambio de la tuya... Piensa en Sol y tus hijos y no arriesgues su seguridad ni su futuro”.
Nuño miró de frente al esclavo y le contestó: “La seguridad de los míos pasa por la tuya. Y antes de que derrames una sola gota de sangre por mí, yo habré dado toda la de mis venas por salvarte. Guzmán tu suerte y la mía corren parejas y ya no pueden separarse nuestros destinos, porque desde hace tiempo es el mismo. No temas y confía en mí. Pero si ocurre lo que me estoy temiendo, prométeme que irás a Granada y te pondrás bajo la protección del príncipe Omar. El y Asir te acogerán en su palacio y sabrán defenderte de cualquier peligro que aceche tu vida”.
El mancebo quiso protestar, pero el amo calló su boca con sus dedos y añadió: “Prométemelo y no digas nada más. Tu obediencia será la mayor muestra de amor que puedes darme... Te quiero y mi vida sólo desea agotarse por tu amor”.
Los otros chavales asistían a la escena sin entender casi nada, pero en las caras del amo y el mancebo leían la preocupación de ambos y se temían que algo malo podría pasarles a todos en breves instantes.
Y como un mecanismo de defensa automático, echaron mano a los pomos de sus puñales con ademán de sacarlos y cortar el aire con la rapidez propia de quien va a matar para salvar lo que más aprecia, además de su propia vida.
Nuño aún no conocía el nombre de esa dama y se lo preguntó directamente al criado: “A quién tengo el honor de deber tan generosa hospitalidad y trato?"
Y Rogelio no tuvo reparo en pronunciar el nombre de la señora con la solemnidad que merecía su dignidad: “Esta gran señora es Doña María Alfonso de León”.
Y a Nuño se le nubló la vista al oír ese nombre y el mancebo, no pudiendo aguantar más la desazón de aquellos instantes tan tensos, le preguntó al amo: “Qué significa el nombre de esa señora?”
“Cómo dices?, exclamó Guzmán.
El mancebo casi cae al suelo de la flojera que le entró por las piernas desde los pies.
Pero reaccionó como si un relámpago descargase su fuerza y energía en él y le dijo al conde: “Nuño deja que yo de la cara ante mi tío llegado el momento. No creo que se atreva a ejecutar a un miembro de su familia, por muy disgustado que esté conmigo. Y tú ponte a salvo hasta que se calme y se avenga a razones, porque tampoco caerán sus represalias sobre la condesa y tus hijos. No hay que ser muy espabilado para darse cuenta que no se atreverá con la pupila de la reina, ni le interesa indisponerse con el resto de la nobleza leonesa. Son demasiado poderosos esos señores para agraviarlos y tenerlos como enemigos. Eso no puede permitírselo un gran rey como Don Alfonso”.
Nuño miró fijamente los ojos de Guzmán y con una admiración cargada de ternura por ese chaval le dijo: “Alguna vez te he dicho que podrías ser un estupendo hombre de estado o embajador del rey? Empiezo a arrepentirme de sacarte del mundo de los vivos y birlarle tan gran estadista y diplomático a estos reinos. Todo eso que dices puede ser factible; sobre todo lo referente a no ofender a la nobleza por mi causa, que es la tuya, no lo olvidemos. Pero creo que el rey sufrió mucho con tu muerte y no le será fácil perdonar el engaño y menos olvidarlo. Si a mí me hubiesen dicho que estabas muerto y no fuese cierto, mataría sin contemplaciones al que urdiese esa horrenda mentira. Y no tendría piedad ni admitiría excusa alguna que justificase tal cosa”.
“Tú no eres el rey, sino mi amante; y eso cambia las cosas totalmente, ya que lo ves desde un punto de vista diferente. Yo te pertenezco y soy propiedad tuya y no del rey, aunque sea tío mío”, puntualizó el mancebo.
Y a su espalda escucharon de nuevo la melodiosa voz de Doña María que regresaba junto a ellos.
Y la dama dijo: “Mi señor está cansado del largo viaje, que además fue muy rápido, y no desea veros ahora. Pero me ha dicho que os recibirá gustoso en esta casa en cualquier otro momento. Si vais a estar unos días en Toledo, espero que aceptéis que os invite a cenar mañana sin más dilaciones ni protocolos. Mi señor no es dado a excesivas ceremonias con quienes aprecia y desea departir una animada charla y pasar un rato agradable con unos invitados tan distinguidos como vos y vuestros donceles. Porque todos ellos son donceles vuestros. O me equivoco, mi señor conde?”
“No mi señora. Todos ellos son donceles y de los mejores, como podéis comprobar”, respondió el conde con una inclinación de cabeza, acatando ya el trato de privilegio que correspondía a tan distinguida e influyente señora, pues no en vano era la amante del rey con quien estaba tratando el noble conde.
Y añadió: “Y a acaso vuestro señor ya me conoce en persona?”
Pero la dama no le dio respuesta a esa pregunta y se limitó a despedirlo y desearle un buen día a él y a sus hermosos donceles, como les dijo la dama al hacerlo y besarles en la frente a cada uno de ellos.
El conde abandonó el palacio sin tenerlas todas consigo y Guzmán ya no se despegó de su lado hasta pasado un buen rato y recorrido otro largo trecho por las calles y plazuelas de la ciudad.
Nuño sólo tenía ganas de volver al castillo y meterle un buen polvo al mancebo y al resto de los chavales para aflojar sus nervios y relajarse viéndolos desnudos descargando el vicio entre ellos.
Pero Guzmán le rogó que lo dejase ir hasta la sinagoga denominada la mayor, de la que tan bien le hablaran en Sevilla.
Y el conde accedió a ello y allí les esperaban más sorpresas en ese día aparentemente infausto para ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario