Autor

Autor: Maestro Andreas

martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo XXXIX


Doña María recibió a sus invitados vestida con un atuendo de terciopelo granate bordado en plata, sobre el que destacaba una ristra de perlas que colgaban de su cuello hasta más abajo de la cintura.
La dama no sólo estaba elegante sino hermosa y sus modales tan refinados y comedidos resaltaban en medio de aquellos jóvenes guerreros acostumbrados a acariciarse entre ellos y agarrar con firmeza la empuñadura de sus armas y sus vergas.


Nuño acudió a la cena con sus guapos esclavos donceles, todos vestidos de media gala para no quedar mal ante el rey ni desmerecer ante su dama o menospreciarla por no tratarse de la reina sino de la amante. y no era apropiado, sin embargo, pasarse del buen tono engalanándose en exceso y llamar la atención de las gentes de Toledo a su paso por las calles hasta llegar al palacio de Galiana, pudiendo con ello mover a habladurías no deseadas por ninguno de los dos grandes señores.

Delante de la puerta de la mezquita de Tornerías, uno de los templos musulmanes de la ciudad erigido en el siglo XI, según les dijo un anciano que estaba sentado allí en cuclillas leyendo un corán con tapas de cordobán muy repujado, un hombre mal vestido, sin llegar a ir harapiento, que se aproximaba con andar ligero al grupo del conde, como por casualidad, tropezó con él y le dijo en voz muy baja que se cuidase del alcaide de San Servando ni hiciese migas con el limosnero mayor de la catedral.


Y con la misma se apartó de Nuño y los chicos como alma que lleva el diablo y en cuanto dobló la primera esquina ya no vieron para donde corriera ese jodido andrajoso.
De todos modos el conde no le dio gran importancia a la advertencia y prosiguió la marcha como si nada hubiese pasado ni se produjese tal incidente.
Pero Guzmán receló de tal coincidencia y pegándose al amo le preguntó si sabía de algún enemigo que pretendiese causarle algún daño y debieran tomar precauciones al respecto en esa ciudad.
Nuño tranquilizó al esclavo y le dijo que no recordaba que tuviese enemigos peligrosos en Toledo, ni personales ni de su casa; así que podría ser solamente la advertencia de un loco al que le gusta meter miedo a la gente.
Pero el mancebo objetó incrédulo de lo que el amo decía y le dijo “Y por qué ese supuesto loco menciona a alguien tan concreto como el alcaide del castillo donde nos alojamos? Y, por si fuera poco, también cita al limosnero mayor de la catedral y con ese tendrás trato muy pronto. Dudo que sólo se trate de un demente sin otra razón que asustar a los transeúntes. Tiene que haber algo más en ese aviso, mi amo”.
“Esta bien, Guzmán. Pero no empieces a elucubrar conspiraciones sin suficiente fundamento. Ahora vamos a cenar con el rey y Doña María, así que alegra la cara y deja las preocupaciones para luego, que ya te las aliviaré como tú sabes”, le dijo el conde a su esclavo.

Pero esa forma de alivio, si bien era apetecida por el esclavo, no le evitaba ese tipo de inquietudes, pues si la seguridad del amo estaba en duda o en flagrante peligro, no era posible el sosiego para la mente de Guzmán.
Qué podrían significar las advertencias de aquel hombre y a cuantos riesgos imprevisibles estaban expuestos en este viaje emprendido por orden del rey.
Al mancebo le quedaba la posibilidad de comentárselo a su tío, pero sin permiso de su amo supondría una paliza considerable de esas que le dejaban el culo molido y marcado para una semana.
A Nuño no le gustaba nada que otros resolviesen sus problemas y menos que alguien tan ocupado como su soberano tuviese que intervenir para sacarle a él las castañas del fuego.
Y si aparentaba no temer nada ni mostraba intranquilidad por alguna causa como esta, era más un disimulo para no alarmar a sus muchachos que por inconsciencia o temeridad irresponsable.
Al conde, más que su vida le importaba la de sus chicos; y sobre todo la del mancebo, por el que daría la suya mil veces antes que le arrancasen un solo cabello al chaval.
Y así se lo prometió a Don Alfonso al despedirse de él en la sinagoga.
El rey le hizo jurar por su vida que protegería siempre al muchacho, o de lo contrario pagaría con ella por lo que le sucediera a su sobrino.
No era necesario el juramento y el monarca lo sabía, pero quería expresar de alguna manera que aún viviendo una vida en el más absoluto incógnito, Guzmán era un infante de su casa y familia; y, por tanto, su vida era sagrada y aunque pasase por ser un simple paje, no perdía la dignidad de ser en realidad un vástago de sangre real.
Y el conde no debía olvidar ese detalle, aunque ante los otros chavales lo tratase como su más insignificante esclavo para dejar claro su posesión y dominio sobre el mancebo.
Y, luego, estando solos los dos, la relación y el trato fuese el del amante respecto de su amado, cargado de amor y atracción erótica.

El rey distribuyó personalmente a los comensales en torno a su mesa y mandó que Nuño se sentara al lado de la dama, flanqueada también por Iñigo al otro costado, y a su derecha le ofreció asiento a Guzmán, invitando a ocupar la izquierda al joven Ramiro, para que Sergo, el atractivo vikingo según palabras del monarca, remachadas también por Doña María, se sentase al lado del mancebo como si fuera un adalid que no se separa del tesoro que ha de guardar a costa de su propia sangre.
Y a mitad de la opípara cena, así lo dejó claro el rey al decirle al rubicundo rapaz, tras anunciarle que lo armaría caballero el mismo y luciría en sus armas un tritón de los mares del norte y un hacha como homenaje a su sangre nórdica, que era su voluntad que acompañase y protegiese en todo momento a su sobrino y lo nombraba su campeón para que sus fuertes brazos, hábiles en el manejo de la afilada macheta, cuidasen de él.


Los celos afloraron a los ojos negros de Ramiro, pero el mancebo se permitió la libertad de intervenir en favor de ese rapaz de hechuras voluptuosas y sangre ardiente como las ascuas de un brasero, insinuándole al rey y a su amo que seria mejor encargar a dos de sus compañeros una colaboración más directa en los cometidos que se le asignasen y tuviese que realizarlos sin contar con la presencia del conde.
Y teniendo en cuenta que la función de Iñigo era ser el primer doncel de su señor, podría cumplir esa otra labor el joven noble que aspiraba a ser un caballero ejemplar, al igual que el generoso señor con el que se estaba adiestrando desde que su abuelo así se lo encomendara y le rogara al conde que lo adiestrase en el manejo de la armas y otras disciplinas propias de un guerrero.

Era otra forma sutil de abrir una vía directa para que Nuño pidiese al rey y consiguiese la custodia de ese muchacho y no dejarlo en manos del alcaide del castillo de San Servando como quería el abuelo del chico.
Si el rey accedía a lo sugerido por Guzmán, a Nuño le abría la puerta para quedarse con Ramiro y hacerlo su esclavo definitivamente como en realidad deseaba desde el primer momento en que vio a ese chico.
Su cuerpo y su aire viril, que no ocultaba un carácter voluntarioso y algo prepotente en el chaval, unido a una disposición innata a ser el cabecilla del grupo, le atraían a Nuño de una forma brutal para someterlo a su dominio; y más si se tiene en cuenta, al mismo tiempo, la posición abiertamente entregada del rapaz para obedecer y acatar la voluntad del conde, al que ya aceptaba como su único amo y señor.

Y Nuño se dijo para si mismo una vez más: "Cómo las sabe liar este cabrón de mi puto Guzmán para conseguir lo que se propone!. Aunque reconozco que esto lo está haciendo pensando en mí y no en su seguridad, como quiere hacerle creer al rey. Sería un excelente gobernante este jodido mancebo! Pero tan sólo es una prolongación de mi ser y por tanto su misión y fin es solamente servirme como un fiel perro, que eso es lo que es para mí esta puta tan lista como una zorra. Pero esta noche antes de dormir le voy a despellejar el culo a cintarazos para que no se le suba el pavo al muy mamón. Y en verdad que es el mejor de todos mamándomela. Pero hoy le zurro a conciencia delante de estos otros dos cabritos que lo adoran; y ellos también van a llevar su parte de azotes simplemente porque me da la gana y me gusta verles las cachas coloradas como fresones. Y follarlos después me pondrá tan caliente como la carne azotada de sus nalgas doloridas. Además ahora que Ramiro ya es casi mío, tengo que aplicarle mayor disciplina y doblegarlo más hasta que del machito que me entregaron sólo quede un cordero castrón que se baje las calzas y ponga el culo tan sólo con una simple mirada de su amo”.


Porque el rey accedió y dijo que él se encargaría de comunicárselo al abuelo del rapaz, lo cual era un broche perfecto para apoderarse el conde de este mozo que tan sólo con oler de cerca su entrepierna se la ponía dura como un leño de roble.

1 comentario:

  1. ¡¡Cada vez mejor,Maestro,una verdadera ambrosía de historia!!
    Aplaudo al escritor!!,y saludos y besos para Stephan,!

    ResponderEliminar