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Autor: Maestro Andreas

jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo XXXIV


Don Senén dispuso un ala del castillo para albergar al conde y todos sus hombres, permaneciendo con ellos Ramiro por expresa e imperiosa voluntad y decisión del conde, a quien el alcaide no osó discutir ni oponerse no sólo por el respeto que le infundía, sino también por algo de miedo a su airada reacción.


Nuño tenía entre los nobles del reino tanta fama de hombre valiente y de honor como de colérico si alguien intentaba pisar su mejor derecho sobre algo o alguien.
Y a esa aureola de caballero valiente sumaba la de uno de los mejores en el manejo de las armas de todo tipo.
No se conocía nadie que le igualase en el combate cuerpo a cuerpo ni tampoco en cruzar y tirar lanzas en torneo.
Así que Don Senén, prudente y sopesando que en realidad donde durmiese Ramiro le importaba tres cojones, se mostró amable y ordenó que nada les faltase a tan ilustres huéspedes ni tampoco a sus acompañantes ni criados.

Cómo iba a suponer Don Senén que sólo se trataba de un señor y el resto no eran más que putos esclavos sin más derecho que otro animal cualquiera al servicio del noble conde, legítimo amo y señor de todos aquellos muchachos.

El comienzo de la noche fue agitado en esa parte del castillo donde estaba el conde y sus chicos.
Hubo una tremenda orgía de sexo entre ellos, sin que se quedasen atrás en eso de la jodienda los imesebelen que se despacharon a sus predilectos putitos uniendo a ellos también al provocativo Rui; que después de probar un rabo de tal envergadura su cuerpo le pedía a gritos más carne de ese tamaño y consistencia.


Los castrados no soltaron a su dos negros y le dedicaron tales atenciones a sus pollas que éstos les dieron caña y leche a placer.
Los otros cuatro africanos se dividieron para gozar de los dos napolitanos y el agregado ahora a ese juego carnal que los dejaba a todos agotados, pero también relajados para dormir como tiernos infantes plenamente satisfechos.

Y si algunos durmieron como lirones tras el esfuerzo, fueron los cuatro esclavos favoritos del conde y el propio señor, porque se la metió por el culo a todos ellos y, además, permitió que se comiesen el culo unos a otros y hasta Ramiro tuvo el gozo de rozar por primera vez su glande contra el ano jugoso del mancebo, mientras éste se la mamaba al amo y se abría de patas para sentir las caricias del rabo del otro joven entre sus nalgas.


A Sergo no le hizo gracia en principio que Ramiro hiciese eso en el culo de Guzmán, pero en cuanto el conde le dio permiso para taladrarle el agujero a ese rapaz de cabello oscuro, mirada todavía inocente y un cuerpo de hombre viril, su resquemor se disipó y gozó como un becerro dándole por el culo a Ramiro.

Luego también se la metió a Iñigo, tras haberse follado el amo a ese bonito rubiales.
Y hasta le gustó que su rival, aunque ya no su enemigo ni oponente en el afecto del mancebo, le diese también a él por detrás, al tiempo que Guzmán lo alimentaba con su leche.
Iñigo terminó con la barriga repleta de semen de al menos tres machos; y el amado del amo sólo recibió en sus tripas la de su señor, pero él dio su leche a los otros dos mozos que se disputaban su favor.
Y estos dos chavales con pinta de machitos folladores, pusieron el culo para ser preñados por el amo y entre ellos mismos se follaron alternativamente cada vez que el conde se lo ordenaba para verlos retozar y montarse como dos enérgicos potros indómitos.
Pero lo que ellos deseaban no lo tuvieron esa noche, pues el amo no les dejó meterla en el culo del mancebo, sino sólo acariciárselo y lamérselo por fuera y mamarle la polla para degustar la sabrosa leche de sus bolas.
Esa noche sólo el conde metió su verga por el ano de Guzmán y su simiente fecundó a ese esclavo con chorros espesos y cargados de lascivia y amor.

Pero ya estallaba alegre la mañana y el sol invitaba a salir a disfrutar el calor de sus rayos y el conde no dudó en decidir que irían a la ciudad para que la conociesen los chicos y recorriesen sus calles y plazas pulsado el ambiente y el trajín de una población laboriosa y entregada al quehacer diario con tesón y empeño de ganarse el sustento de sus familias.

La vida de los plebeyos era dura y eso lo sabían bien algunos de los chavales del conde, aunque para otros, como era el caso de Iñigo y Ramiro, la escasez y el sufrimiento de las pobres gentes del pueblo y los menesterosos no estaban entre las enseñanzas que recibieran desde pequeños.

Ellos eran nobles por nacimiento y de familia rica y hasta poderosa y jamás tuvieron la necesidad de buscarse la vida como furtivos ni de correr riesgos por tal causa.
Y si de entre ellos algunos conocían esa existencia mísera y peligrosa, llena de sobresaltos y miedos a casi todo lo extraño o que viniese de otros hombres, eran precisamente los dos rapaces que mejor conectaban quizás por tal circunstancia.
Sergo y el mancebo sabían bien que era el frío del invierno al raso y sin cobijo alguno y los ruidos de las tripas que les pedían algo de comer para poder dar un paso más y no caer al suelo por la debilidad de sus miembros.
Esos tiempos ya habían pasado para los dos, pero no por eso dejaban de recordarlos, agradeciendo aún más al amo que los hiciese sus esclavos.
Y Guzmán, que llegó a tener todo en sus manos, dado su origen real, prefería volver a la más absoluta pobreza si con ello continuaba al lado del hombre que era su amante.

Nuño era rico y poderoso, pero si no lo fuese o de repente cayese en desgracia ante el rey, el mancebo lo seguiría al fin del mundo y soportaría todas las humillaciones y miserias que cayesen sobre su amo.
Todo sería bien acogido en su ánimo antes de separarse del conde, que era el fin de sus anhelos y el motivo de su misma existencia.

Pasearon por muchos sitios y pasada la media mañana ya todos estaba con los pies recalentados de patear por esas calles de empedrado irregular que les iba cansando poco a poco sin apenas darse cuenta.
Pasaron por delante de iglesias y casonas blasonadas, pero lo que les llamó la atención fue un palacio de factura mudéjar, a medio acabar, que según un paisano que por allí pasaba en ese momento se conocía en Toledo como el palacio de Galiana.


Al conde le interesó verlo, porque le pareció hermoso, y golpeó con la aldaba sobre el bronce del llamador y pronto un criado, ya viejo y muy enjuto, abrió el portalón de la casa y muy respetuoso preguntó quien era el que llamaba a la puerta de su señor.
Nuño se presentó y anunció sin olvidar ninguno de sus títulos y honores y al rato el sirviente volvía con andar cansino precediendo a una mujer que ya dejara atrás su años mozos de lozanía, pero todavía se la veía atractiva y su cuidada piel era fresca y mostraba un buen color en su rostro.

La señora se movía con elegancia y un toque de regia distinción en todos sus ademanes, como dejando claro que su alcurnia y rango eran el de una gran dama, casi de tanta realeza como la misma reina de Castilla.
Ella, con una sonrisa, hizo pasar al conde y sus acompañantes a una sala cercana al zaguán y ordenó que les sirviesen vino, queso de oveja y frutos secos con higos y miel, comenzando la amigable charla con Nuño interesándose por su esposa e hijos, pues la señora ya había oído hablar del famoso conde.

La dama mostraba sentir una especial simpatía por Doña Sol, a la que no conocía en persona, pero sabía bastante sobre ella, por cuanto la condesa era la pupila de la reina Doña Violante.

Nuño quiso salir del atolladero que le suponía tener que hablar de su mujer e hijos con alguien desconocido, tema que consideraba tan íntimo como decir algo sobre sus esclavos, y aprovecho la mención de la soberana para derivar hacia ella la conversación.

Pero en cuanto la señora dijo las primeras frases sobre la mujer del rey, el conde entendió que ese personaje egregio no era santo de devoción de la elegante dama.
Y ella salió de la situación piropeando a los chicos del conde, que más de uno se puso hasta colorado por los elogios que la señora hizo de sus respectivas bellezas.


Y detuvo su atención en uno en concreto, cuya misteriosa expresión y el sugestivo encanto de una mirada profunda e inteligente, que brillaba en un par de ojos negros, cautivó a la dama y parecía recordarle a otra persona que sin duda le era entrañable.

La especial atención de aquella mujer al fijarse en el mancebo, produjo un respingo en la espalda del conde y sin saber aún el motivo notó que la sangre se helaba en sus venas.

domingo, 27 de enero de 2013

Capítulo XXXIII


Tan sólo traspasar la puerta de la ciudad se abría ante ellos una empinada calleja que ascendía hasta el centro de la urbe, que remata en lo alto el viejo alcázar árabe; pero ellos debían ir bordeando por el interior de la murallas hasta alcanzar la puerta sur y atravesar el puente de Alcántara para llegar a la otra ribera del río donde se ubica el castillo de San Servando, al pie del arroyo de la Rosa, que en principio sería su residencia mientras permaneciesen en esa ciudad.

Al doblar algunos recodos y sobresaliendo entre los tejados de las casas, se veía la silueta inacabada de la torre de la catedral de Santa María, que el conde ya le había dicho al mancebo que su fabrica gótica llevaba trazas de ser magnifica.

Mas al esclavo le interesaban sobre manera otros templos de esa ciudad, construidos en otros estilos y consagrados al culto judío, de los que ya le hablaran en Sevilla, como por ejemplo la sinagoga del Tránsito, una verdadera joya del mudéjar, tan característico de estas tierras.

Ramiro e Iñigo tampoco perdían detalle de cuanto iban viendo y hasta Sergo se mostraba más interesado que otras veces en admirar las portadas de los palacios e iglesias, aunque al no ascender por las calles hacia el alcázar, no llegaban a vislumbrar las primorosas arquitecturas y filigranas diversas que pudieran ir encontrando al doblar cualquier esquina en esa antigua ciudad que fuera la capital del reino visigodo; y, en cierto modo, sus habitantes, fuesen del credo o condición que fueran, consideraban a su ciudad la capital del reino por derecho propio, pues lo fuera de la vieja Hispania.

A todos les hubiese gustado detenerse en aquellas calles y plazas que adivinaban hermosas, pero el cansancio del galope extenuante se hacía notar tanto en los nobles brutos como en sus jinetes; y sin excepción estaban deseando llegar cuanto antes al castillo y apearse unos de las monturas y los caballos ir a un estable acogedor y caliente donde les diesen cebada y alfalfa fresca y agua en cantidad.
Y más tarde un cepillado de capa y crines y dormir de pie en espera de otra jornada de agotadora marcha a uña de caballo.

Y ya desde el puente vieron las torres cilíndricas de la fortaleza, en cuyo borde se alzaba amenazadora la masa pétrea de la del homenaje, como gritando al mundo que el pendón que enarbola en su cúspide es el más grande y glorioso de cualquier otro reino que ose discutirle su primacía.

Y antes de que la comitiva llegase a la primera hilera de murallas, les salió al encuentro el alcaide, Don Senén, y un cuerpo de honores con picas luciendo banderolas con las armas de León y Castilla y de la propia ciudad de Toledo.
Los dos caballeros se saludaron afectuosamente y cruzaron sus antebrazos, asidos fuertemente con sus manos, en un gesto de camaradería militar como si los dos hombres hubiesen peleado más de una vez codo a codo por la gloria de su señor y rey.
Sin embargo, no se conocían en persona, pero el alcaide era conocedor de la fama y gestas del conde y eso lo alzaba ante sus ojos en un pedestal de héroe mítico que tan sólo con rozar su manto ya participas de su grandeza.

El alcaide tampoco conocía a Ramiro, aunque tenía buena amistad con el padre del chico, y en un principio creyó que era el otro chaval de los ojos negros, mas el conde enseguida lo sacó de su error diciéndole a Ramiro que se adelantase y saludase al caballero que por voluntad de su abuelo sería a partir de entonces quien continuase con su formación como guerrero y caballero.


Ramiro saludó con seriedad al alcaide del castillo, pero su mirada no podía ocultar le disgusto que las palabras del conde le producían.
Dejar de servir a ese hombre que no sólo le enseñaba artes bélicas de ataque y defensa, sino también de otro tipo, tan esforzadas o más que las anteriores y mucho más placenteras, a estas alturas ya le rompía los esquemas y le suponía un gran disgusto.

Cómo iba a separarse de esos otros muchachos con los que compartiera horas de sexo y, sobre todo, jamás le dejaría de buen grado el campo libre a Sergo para que acaparase a sus anchas al hermoso mancebo que le trastornaba el sentido.
No podía quedarse en Toledo con ese otro guerrero, por muy amigo que fuera de su padre y porque así lo decidiera su abuelo, viendo de brazos cruzados como se alejaba el conde con los otros chicos y entre ellos el más bello zagal que viera en su vida.
Eso estaría bien antes de conocer a esos jóvenes y saber que clase de vida llevaría junto al conde.
Pero ahora que ya catara ese tipo de experiencias y que su culo ya no se asustaba ante un congestionado glande que se dispusiese a perforarlo, la cosa era muy diferente y él deseaba seguir su instrucción al lado del conde y no con ningún otro caballero, fuese quien fuese el que lo hubiera decidido.
A no ser que se lo dijese u ordenase el propio conde, que ya era su amo y señor.

Nuño tampoco estaba por la labor de dejar atrás al muchacho y entregárselo a otro después de haberlo desvirgado.
E, inconscientemente, volvió la cabeza hacia Guzmán y la mirada del mancebo terminó por convencerle de que Ramiro ya era suyo y no se quedaría en Toledo con aquel hombre como deseaba su abuelo.
Sólo él terminaría de educar al chico y haría de él un buen caballero y hombre de armas.
Y Ramiro sería otro de sus esclavos soldados y otra puta más en las noches cálidas de sexo en las que la lujuria imperaba en el ánimo del conde feroz.

Pero con ello se presentaba otro problema y tenía que romperse el coco para encontrar la mejor forma de quedarse con el muchacho sin que fuese por la fuerza de las armas.
Puesto que si esa era la única manera de mantenerlo a su lado, Nuño no dudaría en desenvainar la espada y ordenar a sus hombres que se lanzasen a la lucha por mantener junto a ellos al esclavo en disputa.
Para el conde la propiedad era sagrada y más la de un esclavo tan hermoso y sugestivamente atractivo como Ramiro.


Esa mezcla de macho viril y carne de ramera, que arde como la yesca ante una verga empalmada, le daba al conde un aliciente poderoso para no desprenderse de ese joven tan pronto.
Sin olvidar que los ojos profundos del chico eran el complemento de esos otros acerados de luz plateada que le miraban desde la grupa de Siroco, rogándole que no se lo entregase a nadie porque ya lo quería demasiado para separarse y perderlo.

Pero aún quedaba tiempo de plantar cara al alcaide y por el momento habría que seguirle el juego y no darle pistas de lo que estaba barruntando el conde respecto a dejar en sus manos la formación militar de Ramiro.

Y lo primero era ordenar las ideas y ver la mejor manera de enfocar la cuestión para planteársela al buen marqués de Olmo.
Los caballos iban al paso y así de forma moderada entraron en el castillo pisando fuerte sobre la tierra que se marcaba de herraduras y quedaba herida sin dolor ni sangre.

Varios criados, mozos y palafreneros salieron al encuentro de los visitantes y se apresuraron en sujetar por las riendas a los caballos y prestar ayuda a los jinetes para desmontar.
Cosa que en la mayor parte de los casos no fue necesaria, pues los chicos brincaron a tierra antes de que su corcel se hubiese detenido totalmente.

La agilidad de estos chavales no podía ponerse en entredicho, como tampoco había duda sobre su formación física y fuerza muscular.
Todos ellos exhibían unas auténticas mazas por brazos y sus muslos eran jamones bien curados al aire y de la mejor calidad, sin grasa y recios como el frío de los montes o el pedernal.

Pero aún así necesitaban descanso, un buen baño y ante todo esperaban que el amo les ordenase servirlo en todo lo que pudiera necesitar o desear.

jueves, 24 de enero de 2013

Capítulo XXXII


Sergo fue el primero en ir esa mañana, nada más amanecer, al aposento del amo para darle la nefasta noticia.
Don Alpidio no pudo aguantar la emoción de ver al natural, tal y como vino al mundo, el culo de Rui y la presión arterial acabó con él.
Algo le reventó al canónigo dentro del pecho o la cabeza, pero el caso es que se fue al otro mundo intentando cabalgar sobre el lomo del sensual muchacho.

El chico no se lo tomó por la tremenda y se limitó a ir en busca de los otros chavales para ponerlos al corriente de la situación.
Y mientras Ramiro, dándoselas de hombre que sabe responder ante cualquier imprevisto y este lo era, lo acompañó al cuarto del eclesiástico ya difunto, Sergo tomó la iniciativa de ponerlo en conocimiento del amo y allí fue a decírselo.

A Nuño casi le da la risa al escuchar al esclavo, pero se reprimió y puso cara de circunstancias para no mostrar tan poca consideración con el pobre hombre que tuvo la felicidad de irse del mundo montado a espaldas, mejor nalgas, de un precioso cabrito que sabía encender la pasión de un macho hasta hacerle perder la vida.


Nadie pondría en duda ya las excelencias físicas, ni mucho menos las habilidades eróticas del chaval.
Pero lo cierto era que objetivamente considerado, Rui estaba muy bien por todas partes de su anatomía y más en el tramo que iba del final de la espalda a las rodillas.
Ese par de nalguitas prietas y tan turgentes movían voluntades y dejaban secos a varios pares de cojones en un solo día, si se abría de patas delante de un nutrido grupo de machos.
Tranquilamente serviría para ser la ramera de un batallón de soldados faltos de coños para sus pollas.

Y el mancebo sintió la muerte del canónigo por dos motivos.
El primero por consideración al muerto y el segundo porque se esfumaba la posibilidad de empaquetar al jodido rapaz, que cada día le caía peor, puesto que no paraba de pretender encelar a Sergo al no tener a su disposición la verga de Ramiro.

Mas no disponía el conde de tiempo para dedicarlo a velar el cadáver y ordenó emprender la partida hacia Toledo, en cuanto el dueño de la casa se despertase y se hiciese cargo del pastel que quedaba en sus manos.

Al hombre casi le da un soponcio al enterarse de la noticia, pero lógicamente el conde obvió contarle las circunstancias en que se produjera el deceso.
Simplemente lo atribuyó a un mala digestión y a los excesos del canónigo con la comida durante la cena.
Delicadeza de Nuño innecesaria e inútil, pues Don Alpidio era viejo conocido del hidalgo y éste sabia de sobra por donde le apretaba el zapato a ese gordinflón, puesto que en otras ocasiones en que frecuentara la casa de este noble hombre, lo hizo bien acompañado por algún mozalbete, guapo y de amables maneras, con el que compartió cama sin el menor recato ni cuidarse de hacer ruidos notorios y descriptivos de estar follando con el chaval.
Como dijo el conde a sus esclavos, el hombre se fue con las pupilas dilatadas y las narices llenas del olor acre y dulce del culo de un bello zagal.
Y tan intenso y agradable le fue ese aroma, que su cerebro quiso detenerse para siempre deleitándose en ese gusto y le ordenó al corazón que parase su marcha. Y eternizó el momento feliz de un orgasmo mental que le durará para siempre.

Casi todos en la casa estaban afectados por la muerte de aquel tío gordo y quizás el que menos lo estaba era precisamente Rui, que debería estar nervioso cuando menos.
Pero la verdad es que a ese chaval lo que lo tenía de los nervios era no meter un buen rabo por el culo y sentir la barriga bien encharcada de leche de macho.
Y Guzmán, que si por algo destacaba más sobre el resto de los chicos era por su perspicacia, se lo hizo notar al conde; y éste, que ya le urgía abandonar la villa, lo arregló enseguida ordenándole a uno de los imponentes negros que calmase con su verga el furor del chaval.
Y el imesebelen así lo hizo delante del conde y los otros y le dio de mamar primero y antes de que le sacase la leche lo puso de cara a la pared y le fue clavando el cipote por el culo hasta que no quedó nada fuera.

 Rui pataleaba de gozo, la muy perra, y daba la impresión que se partiría en dos como siguiese apretando más adentro el negro; pero ni se rompió el chico por muy fuerte que el otro le daba, ni dejó de jadear suplicando más y con más fuerza, el puto vicioso.
Los últimos empellones que le daba el africano a Rui sonaban a bombeo dentro de un tubo encharcado, pues la leche empezaba a salirle por el agujero al chaval y todavía los cojones del guerrero no terminaran de vaciarse del todo.


 La visión, el olor a semen y el calor del ambiente creado en rededor de la pareja entregada al coito, contagiaban a los otros muchachos que no habían tenido desahogo carnal esa noche; y sus pollas, enhiestas, se destacaban bajo la ropa de los chicos formando un bulto considerable.
Pero ya no quedaba tiempo de más polvos ni pajas y el conde dio orden de partir en cuanto el imesebelen sacó la verga del culo de Rui.

El chico se cubrió como pudo el trasero, que no paraba de rezumar esperma, y todos picaron espuelas a sus caballos en dirección a Toledo.
No sería larga la jornada hasta dicha ciudad, pero al conde le había entrado una prisa repentina por llegar cuanto antes y empezar a poner en práctica los planes elaborados de ante mano en aras de conseguir llevar a buen término el encargo del rey.

Pero por mucha prisa que se lleve en un viaje, es normal detenerse lo necesario por exigencias orgánicas; y Nuño aprovechó tal coyuntura para dejar que Sergo y Ramiro se ordeñasen mutuamente viendo como el amo se la calzaba a su otro esclavo de cabellos rubios.
Esta vez fue Iñigo el beneficiado por el favor de su señor y se inclinó orgulloso ofreciendo el culo al amo para que los otros se pajeasen mientras él gozaba con la verga del conde en sus entrañas.
Y en esta ocasión, Guzmán sólo miró, pero no se le permitió tocársela ni aligerar peso en sus testículos.
Ahora era él el condenado a una castidad dolorosa, al tiempo que oía los gemidos de los otros esclavos y veía como sus pollas eyaculaban chorros de semen, blanco y espeso como la leche cargada de nata.

Volvieron a montar y las herraduras de los corceles lanzaban chispas al golpear en las piedras del camino, yendo a galope tendido y obligando a los jinetes que iban detrás a esquivar de vez en cuando algún guijarro que saltaba hacia ellos despedido por los cascos traseros de los caballos que les precedían.

Parecían volar en una nube de polvo y entre ruidos de hierros, pues las medias armaduras, los yelmos y las cotas de malla, además de los escudos y armas que portaban pendiendo de sus cinturones o del arzón de la silla de sus monturas, formaban un concierto marcial que marcaba el ritmo de la marcha de esos guerreros.

Y como por encanto, allá a lo lejos, recortada en el horizonte, aparecía a la vista la ciudad amurallada, destacando contra el cielo las torres de sus defensas y de los castillos que se enseñoreaban de ella mostrando al viento las altivas enseñas reales de León y Castilla.


Toledo estaba ya al alcance de la mano y tan sólo un tiro de piedra los separaba de la puerta vieja de Bisagra, que el rey Alfonso VI mandara construir para abrir otro acceso a la ciudad.
Al lado contrario se presentía la presencia del Tajo, con sus aguas pardas que circundan la ciudad por el sur.

domingo, 20 de enero de 2013

Capítulo XXXI


El orondo Don Alpidio no se cansó de hacerle honores al conde, tanto verbales como con gestos y reverencias, ni tampoco perdió ocasión ni tiempo en fijarse en las anatomías de los chavales, que, como pudo comprobares durante la cena, casi le abrían más el apetito que las sabrosas viandas que les sirvieron en la casa del noble hidalgo local que los tenia acogidos.
El canónigo comía como un gorrino y pronto su notoria barriga se cubrió de migas y los lamparones de grasa competían con las joyas que le adornaban el pecho.
A Nuño le estaba dando un poco de asco verlo; y eso que en aquella época ninguno se distinguía precisamente por la compostura en el comer y los buenos modales en la mesa.
La carne se arrancaba directamente con los dientes y bien asida con las manazas la pata de cabrito o cordero, o del animal que fuese, y los morros se limpiaban con la manga de la túnica sin miramientos a la hora de eructar.
Al contrario, cuantos más regüeldos lanzasen al espacio o directamente a la cara del vecino, más satisfecho quedaba el anfitrión por haber complacido de tal expresiva manera a sus invitados.
Esas demostraciones hoy denostadas, eran entonces normas de cortesía heredadas desde el principio de los tiempos y nadie escapaba a aligerar sus gases ni se le ocurría retenerlos por el hecho de no estar solo sino con otras gentes que, por otra parte, no sólo comprendían la necesidad de expulsarlos, sino que lo tomaban como una delicadeza hacia el anfitrión.
Y ni el conde ni los chicos se privaban de hacerlo, por supuesto, lo mismo que Don Alpidio.
La diferencia la marcaba el estruendo de los del último en comparación con los de los jóvenes muchachos, que hasta tenía su gracia oírlos, aunque no tanto olerlos.

El canónigo ya estaba bastante beodo antes de llegar a los postres y fuese por los vapores del vino o los que debían emanar de sus partes pudendas, el caso es que le lanzó un piropo halagador a las nalgas del joven Rui; y éste, lejos de ruborizarse o sentirse incómodo por el atrevimiento del distinguido clérigo, sonrió con descaro y le puso ojitos frunciendo ligeramente los morritos como una meretriz digna de la corte papal, que tenían fama de ser las mejores coimas del occidente.


Al conde tampoco le molestó ni el atrevimiento del gordo Don Alpidio ni la desfachatez del mozo; y teniendo en cuenta que el chico ya estaba acostumbrado a conventos y sacristías, podía ser una buena oportunidad para soltar lastre y dejarlo otra vez en las manos de la iglesia.
Por el momento dejaría que se fuese con ese saco de unto a la cama y al día siguiente ya se vería como les había ido el asunto a la pareja.

Guzmán no pudo ocultar una significativa sonrisa de agrado al ver que Rui pretendía buscarse la vida junto a ese otro señor, que semejaba una bola de grasa, y siguió a su amo a los aposentos que les habían reservado en esa casa; ya que a Nuño no le apetecía estar con nadie más esa noche.
Los otros esclavos dormirían aparte y el conde les había ordenado mantener la castidad y ni siquiera les autorizó a que se cascasen ni una mísera paja.

En esa ocasión solamente su polla eyacularía dentro de un culo y todavía no había decidido si el mancebo también vaciaría sus huevos al sentirse preñado por su señor.
De todos modos, sería difícil que el conde no dejase que los huevos de su esclavo no se vaciasen al mismo tiempo que le colmaba la barriga con el suyo.
En realidad Nuño no sólo deseaba follar con su amado, sino que también quería hablar con él de algunos asuntos relacionados con el viaje y la misión que llevaban a cabo por orden del rey.

Tanto la convivencia como la confianza que el conde tenía en Guzmán, lo convertían en su mejor confidente y hasta consejero en ciertos momentos.
Y tampoco era preciso recordarle al conde que por muy esclavo suyo que fuese el rapaz, no por eso dejaba de ser príncipe y sobrino de su rey y señor; además de un sagaz embajador cuando la vida y los intereses de su amo estaban en juego, como lo había demostrado ya en más de una ocasión.
Y todo ello sin perjuicio de que el conde también reconociese que el mancebo era osado en demasía a veces.
Y en algún ocasión tuvo que despellejarle el culo como ocurriera en la sierra de Granada en la primera misión en que el chico acompañó a su amo.

Nuño tenia claro que las ocurrencias de Guzmán podían ser sonadas; y si hasta la fecha había salido bien parado de tales lances, no por fuerza el destino le habría deparado correr la misma suerte en todos los que acometiese el muy insensato.
O quizás no lo fuese tanto, ya que era rápido de mente e ingenioso como una mujer infiel cavilando historias para no ser cogida en un renuncio por el cornudo de su esposo.
Sin embargo, el conde no soportaba la idea de perderlo y eso le llevaba a extremar las precauciones y atar en corto a su amado esclavo.

El no tenia que temer por la fidelidad del chaval en ningún sentido, pero sí por su temeridad a la hora de exponer su vida si lo consideraba necesario por el bien de su amo.
Y no digamos si la vida del conde estaba en juego.
Y Nuño, después de saciarse comiendo a su esclavo por pequeñas parcelas de su cuerpo y de follarlo dos veces, casi consecutivas, pues esa noche parecía que le habían puesto un potente afrodisiaco en la cena y su verga no se rendía ni a golpes, abrazó estrechamente al chico y muy pegado a su oído le dijo: "Llevo unos documentos importantes para el rey. Están escritos en árabe, pues fueron redactados por el mismísimo Abd ar-Rahman ibn Muhammad, octavo soberano de la dinastía Omeya y el primero que se intituló como califa de Córdoba. Nosotros lo conocemos como Abderramán III, e Ibn Abd al-Rabbihi, cortesano de su época, dijo de este monarca, posiblemente el más importante del siglo diez e incluso de la humanidad hasta nuestros días, que "la unión del Estado rehizo, de él arrancó los velos de tinieblas. El reino que destrozado estaba reparó, firmes y seguras quedaron sus bases. Con su luz amaneció el país. Corrupción y desorden acabaron tras un tiempo en que la hipocresía dominaba, tras imperar rebeldes y contumaces". Bajo su mandato, Córdoba se convirtió en un verdadero faro de la civilización y la cultura, que la abadesa germana Hroswita de Gandersheim llamó "Ornamento del Mundo" y "Perla de Occidente"

"Sí, mi señor. La vida y obras de ese hombre fue un referente para mí cuando leí algunos textos sobre él durante el tiempo que permanecimos en Sevilla. Recuerdo que mi maestro me decía que la historia de la concubina al-Zahra, que, según la creencia popular incitara al califa a fundar la bella ciudad palacio de Madinat al-Zahra, era pura leyenda creada para explicar la etimología de esa ciudad residencial del califa", añadió el mancebo.


Y el conde puntualizó: "Fuera cual fuera la razón por la que construyó ese palacio, yo no dudo que lo hizo por amor. Cuentan que era demasiado hermoso para ser creado solamente como un residencia más por muy grande que fuese ese soberano. Yo por ti movería el mundo”.

 El mancebo se abrazó más al amo y dijo con tono quedo y sensual: “Mi señor... Mi dueño”.
Pero el conde le replicó: “No me llames así esta noche. Pronuncia mi nombre porque quiero estar con mi amado y no sólo con un esclavo”.
“Amo, yo soy y seré tu esclavo sin más adornos ni necesidad de otro trato. Y eso implica, además de respeto, el amor que siento por ti”, afirmó el mancebo.
“Sé todo eso, pero no hagas que recuerde que dentro de ti todavía hay un príncipe al que le debería acatamiento”, respondió Nuño.
Y el chico agregó: “Olvidas acaso que ese príncipe está enterrado?”
“No lo olvido, pero tampoco ignoro que aún está vivo y en mis brazos. Y esa circunstancia feliz para nosotros puede costarnos el cuello si se entera de ello tu regio tío. Vivimos al margen de la legalidad y eso me excita y ya sabes que el riesgo me pone muy cachondo... Date la vuelta y levanta una pata para que te entre mejor mi verga”.
“Nuño... Nuño”, a penas pudo decir el mancebo antes de ser penetrado por el culo.


Y en aquel cuarto donde estaban los dos jóvenes ya sólo se oyeron suspiros y jadeos que aumentaban de tono y producían una atmósfera caliente y densa como el esperma que al rato brotaba de sus capullos.
Y tras un prolongado silencio sólo roto por dos respiraciones que se iban aplacando, el esclavo dijo al amo: “Nuño, bendigo la hora y el día en que me cazaste en tus tierras y me llevaste a esa torre que es la mejor morada con la que un hombre puede soñar... Quisiera estar eternamente en ella sin salir ni ver más que tu cara y sentir el aire que desplazas al moverte a mi alrededor. Me vuelves loco de amor y tu mirada me quema cuando te acercas para cogerme y hacer conmigo lo que te sale de los cojones... Tus palabras se clavan en mí como dagas afiladas que no dan la muerte sino la vida; y por eso y mucho más te quiero y nunca dejaré de amarte”.
Se besaron y casi parecía que volvían a follar cuando el conde cortó las ansias del esclavo diciendo: “Volvamos a retomar lo que te estaba contando sobre esos pergaminos que tanto le importan a tu tío el rey. Los traductores de Toledo no sólo se cuentan entre las mentes más preclaras de nuestro tiempo, sino que se han ganado con su trabajo la plena confianza de Don Alfonso. Sin embargo, nuestro señor quiere que la traducción de tales documentos no sólo se haga escrupulosamente y con la máxima fidelidad a su contenido real y al sentido que quiso dar a su palabras el califa, sino que ha de hacerse con total reserva y guardando la confidencialidad de su contenido... Y ahí entras tú en juego. deberás lograr la confianza y amistad de esos hombres sabios y procurando que otras personas no lleguen a saber lo que en esos escritos se dice, has de averiguar con cierto disimulo lo que vayan traduciendo y cuidar, con delicadeza y sin molestarlos en nada, que no se omita algo ni se le de un sentido equívoco o que modifique el pensamiento verdadero del autor. Conoces esa lengua también y tú solo podrías traducir esos textos; y estoy seguro que si el rey supiese que estás vivo te hubiera hecho a ti ese encargo. Pero como no lo sabe, yo cubro esa ignorancia de nuestro rey y te pongo al lado de lo eruditos que realizaran el trabajo... No me preguntes sobre que versan esos documentos porque no lo sé. Tu tío no me lo dijo. Pero sé que su interés es muy grande”.

Y luego se durmieron pegados uno al otro.

jueves, 17 de enero de 2013

Capítulo XXX


El viaje iba transcurriendo con relativa tranquilidad entre los hombres del conde y hasta Sergo y Ramiro parecía que preferían alternarse para ir al lado del mancebo en lugar de disputarse la plaza y andar a la greña el uno y el otro para obstaculizarse e impedir que uno de ellos estuviese más tiempo que el otro junto a Guzmán.
Cierto que tal aptitud de aparente concierto entre los dos mozos no surgiera de motu propio ni la adoptaron de buenas maneras, sino que les fue impuesta por el amo so pena de cortarles la polla a los dos.

Llegó un momento que el conde estaba hasta los huevos de tanta tontería y celos por parte de los dos jodidos machitos, que en una de las veces que ordenó detenerse para beber o cualquier otra necesidad perentoria, se llevó con él a los dos chavales y al volver estaban suaves como dos malvas.
Ramiro traía la cabeza más baja que Sergo, pero se veía a las claras que a ambos les había leído la cartilla el señor.
Y quien dice leído, dice aplicado un correctivo adecuado a su terca obstinación en asediar al mancebo y pretender ser el único con derecho a cabalgar a su lado y charlar con él.

Sencillamente el conde les bajó los humos a los dos, arreándoles tralla primero y luego humillándolos uno frente al otro para dejarles claro que tan sólo eran viles animales y que aunque pudiesen hablar, no eran más que un buen caballo o un fiel perro.


Y para que les quedase grabado en sus mentes, el conde se lo remarcó con unos fuertes azotes en las nalgas y los remató follándose a Sergo, que a su vez se la metió a Ramiro, lo cual le dejó la autoestima por los suelos al muchacho y al otro también, pues aunque montó a ese rapaz con ganas y apretó todo lo que pudo con los riñones para joderlo más, el conde se encargó de humillarlo tratándolo como a una mísera prostituta a la que se la folla cualquier buhonero en un asqueroso figón.

Al terminar los tres al unísono echando leche en cantidad, lo que menos deseaba Sergo era pavonearse delante de Ramiro por haberle dado por el culo; y menos todavía podía y quería presumir éste, pues si uno hizo de ramera, el otro no desempeñó un papel mejor ni más destacado en el acto sexual a tres bandas dirigidos por el amo.

Y sin más incidentes avistaron Torrijos, que tras la batalla de las Navas y para conmemorar tal victoria fuera regalada por el rey Alfonso VIII al arzobispo de Toledo Jiménez de Rada, siendo, por tanto, una villa propiedad del cabildo de la catedral.
Y a ella llegaban el conde y sus aguerridos muchachos, vestidos con cotas de malla tejidas en hierro y pectorales sobre los que lucían las nobles armas de su señor sobre campo de sangre.
Sus rostros estaban medio ocultos por los yelmos y sobre sus fogosos caballos, ágiles y de pelaje lustroso, semejaban un cortejo más celestial y eterno que terrenal y perecedero.


A la mente de cualquiera que los veía le costaría admitir que el tiempo ajase y marchitase la piel lozana de esos jóvenes, erguidos sobre la silla de sus monturas y desafiantes ante cualquiera que osase ofender el honor y la fama del amo al que servían.
Los chiquillos saltaban jubilosos y correteaban de un lado a otro al paso del cortejo por las callejuelas de la villa; y puede que fantasías eróticas nacían en alguna moza cargada de ilusiones y con los pechos repletos de ansias nocturnas y solitarias caricias en la entrepierna al verse desnuda y tumbada en el áspero y frío lecho donde cada noche aguarda inútilmente un amanecer distinto y pleno de satisfacciones carnales.

Ya en la plaza les esperaba un representante del arzobispo; aunque para ser más fieles a la verdad, debería decirse un emisario del infante Don Sancho, hermano del rey y administrador del arzobispado primado.
El canónigo catedralicio hizo una notoria y protocolaria reverencia ante el conde, sin darle siquiera tiempo a descabalgar; y Nuño, con un gesto de la mano derecha, le indicó que se alzase, quizás diciendo por lo bajo: “Desdóblate, hombre de Dios!. Que a tus años te va a costar trabajo incorporarte de nuevo... Sobre todo con esa escandalosa tripa que tienes asociada al abdomen... Menudo tripón es el tipo este!”

Y Don Alpidio lo era.
Un barrigón casi indecente que hasta le costaba respirar con tanta grasa acumulada sobre su vientre y que le oprimía el pecho, que también lo formaban dos tetas que casi eran ubres de vaca frisona.
Aquel hombre tenía que comer por cuatro; y hasta en las vigilias de cuaresma se pondría las botas engullendo a cuatro carrillos, el muy glotón.
Todos desmontaron y a Don Alpidio se le iban los ojos tras cualquiera de los chicos del conde, pero en especial su mirada se posó en el culo de uno en concreto.

Y no era otro que el trasero de Rui, que , como siempre, le daba un meneo al andar que hasta cantaban las piedras al pisarlas con sus pies.
O el chico sabía donde lanzaba sus dardos, o su natural coquetería lo llevaba a provocar a otros hombres sin pretenderlo a propósito.
Lo cual, viniendo del tal, era bastante dudoso, pues, en opinión del mancebo, esa zorra sabía muy bien lo que quería en todo momento y también como conseguirlo.

El conde justificaba a ese chico y amonestaba a Guzmán por ser tan negativo enjuiciando su conducta, mas sabiendo que desde el principio no le había caído simpático ese chaval.
Nuño lo achacaba a algo de celos porque Rui tardó mucho en desistir y dejar de lanzarle el anzuelo a Sergo por si picaba y se la endiñaba por detrás con las mismas ganas conque se la metía a Guzmán.
Y evidentemente eso era motivo suficiente para que el mancebo lo tuviese enfilado y puesto en cuarentena por puta golfa.
Y a Guzmán se le iluminaron los ojos pensando en que quizás si amo le regalase al canónigo el jodido rapaz criado entre las faldas de unas monjas.

Pero inmediatamente también se dijo para sí: “Joder!. Con un tío tan gordo! No merece tanto castigo esa zorra de Rui... Si se le pone encima lo aplasta... Vamos, que al primer polvo ese perillán queda como una oblea debajo de la panza de ese hombre. Espero que mi amo le encuentre otro más adecuado y si puede ser atractivo también”.



En el fondo, el mancebo tampoco le quería tan mal a ese muchacho como para desearle un amante como Don Alpidio.
Y en la casa de uno de los hidalgos de la villa, encontró el conde alojamiento para sus guerreros y descanso para las bestias.
Habían hecho una larga jornada de camino hasta allí; y todos sin excepción estaban cansados y con ganas de estirar las piernas tumbados sobre cómodos lechos o sobre cualquier suelo que les permitiese tomar la horizontal y bostezar a gusto, antes de pensar en otra cosa que no fuese beber el agua fresca de un pozo bien saneado y llenar el estómago con algo de carne asada y pan recién hecho.
Si además de eso les daban algo más contundente, mejor que mejor.
Pero, seguramente antes de dormir, unos darían y otros tomarían la sabrosa leche que manase de sus cojones.
Y ese siempre sería el postre más apreciado por ellos y lo que les dejaba serenos y relajados para pasar una buena noche sin pesadillas ni sobresaltos.
Y aunque Rui ya no gozaba de la de Ramiro, el chico esperaba que se la diese cualquier otro o quizás uno de los formidables guerreros africanos, cuyas pollas lo tenían sobrecogido y al mismo tiempo con el culo es ascuas por probar uno de aquellos tremendos carajos oscuros y sentirlo entrar por su agujero.

Cada noche se repetía para sus adentros que esa pudiese ser la que tanto esperaba y uno de ellos, con su brillante cuerpazo de ébano, fuese a buscarlo y lo llevase al catre ensartado en su enorme tranca y sin poder tocar el suelo con los pies.

Una ilusión, quizás, pero al lado del conde feroz toda fantasía podía ser posible y realizarse en el momento menos esperado por los muchachos.

domingo, 13 de enero de 2013

Capítulo XXIX


Atrás iban quedando las imponentes murallas de Avila y con ellas quedaba también la virginidad de Ramiro y su anterior vida de hidalgo; y el camino que se abría ante él no sólo le llevaría a Toledo, sino que era la senda que como esclavo comenzaba a recorrer junto al conde y los otros muchachos.

Todavía tenia el culo dolorido, no sólo por los azotes, y le molestaba el continuo golpeteo sobre el arzón de la silla.
Y sin embargo, a Ramiro le invadía una sensación de tranquilidad como nunca la sintiera en toda su vida anterior.
Era como si el conde con su polla le hubiese metido la paz en el cuerpo y ya nada le preocupaba al chaval que no fuese obedecer al señor y permanecer cerca del mancebo, al que deseaba con total ceguera.

Guzmán miró hacia él y retraso el paso de Siroco para que el chico lo alcanzase; y al estar a su altura le miró a los ojos, compitiendo los suyos en brillo y negrura, y después de sonreírle le dijo: "Ahora notarás molestias y hasta te dará la impresión que nunca se te cerrará el culo de nuevo. Pero esa sensación rara que te queda al follarte las primera veces, se va superando a base de polla y antes de lo que imaginas estarás deseando que te la metan a todas horas.


No sé lo que habrás sentido y si te agrado ese sensación de estar lleno y poseído por otro hombre más fuerte que tú, pero por la corrida que soltaste en la cama, se diría que gozaste como un cabrón. Te gustó sentir como entraba su leche y te preñaba?”

 Ramiro, con un gesto propio de un chaval al que todavía le da cierta vergüenza admitir ciertas cosas relativas a sus sensaciones más íntimas, respondió: “Es algo extraño, pero me provocó un orgasmo enorme. Me estaba conteniendo para no correrme, pero al notar como entraba su leche por mi culo no pude aguantar más y la solté de golpe. Y me entraron escalofríos por todo el cuerpo cuando se vaciaban mis cojones sobre la sábana”.

El mancebo no reprimió la risa y añadió: “Para mi es lo mejor y lo más morboso que hay. Si un día me acuesto sin esa sensación me cuesta conciliar el sueño. Ramiro, no sólo eres guapo y fuerte, sino que tienes ese atractivo natural de un joven macho que no le da importancia a sus virtudes masculinas, que son muchas y notables. Me gustas como persona y sobre todo como amigo y espero que al lado del amo seas tan feliz como yo”.
Ramiro dejó traslucir una mirada muy elocuente de lo que pensaba y ansiaba en ese momento y contestó: “Ojalá que algún día deje que nos apareemos. Ya sé que solamente se lo permite a Sergo, pero haré lo que sea por lograr que también me otorgue ese privilegio”.

Guzmán acercó más el caballo al de Ramiro y dijo: “Estoy convencido que el amo te lo concederá a ti también y querrá ver como me montas. Eres un buen macho y ese vello que tapiza tus miembros y te adorna el pecho, provoca una morbosa querencia hacia ti, al igual que ocurre con el amo y con ese joven rubicundo que todavía no te cae muy bien, pero que terminaréis siendo amigos”.

Ramiro quiso explicarse respecto a sus sentimientos hacia Sergo y dijo: “Envidio como le miras y saber que lo prefieres a él. Y no soporto que te monte y te llene con su leche igual que el señor. El conde es el amo y sé que tiene derecho sobre todos nosotros para hacer lo que le plazca. Pero sufro al ver como la polla de Sergo entra en ti y tú disfrutas con ella”.

“También se la mete a Iñigo”, alegó Guzmán.
Pero Ramiro objetó: “Es diferente. Iñigo nació para ser follado por otro macho y no es el favorito del amo, como lo eres tú. Al amo no le importa lo mismo que otro monte a ese chaval. Pero contigo es otra cuestión. Sólo te folla él y Sergo; y no entiendo por qué lo distingue de ese modo”.

“Porque me quiere y le quiero. Y yo también me lo follo a él. Y si me quieres a mí, no sólo has de amar al amo, sino también a Sergo y a Iñigo. Todos somos uno para el amo y tú ya eres parte de su familia. Y puede que también quiera que yo te de por el culo a ti, como le doy a Sergo".

“Para ti siempre estaré abierto de patas si ese es tu deseo”, afirmó Ramiro.
 “Mi deseo no. Será si el amo lo manda y se le antoja ver como te lleno las tripas”, puntualizó Guzmán.

Y en estas conversaciones andaban los dos muchachos cuando oyeron la voz del conde reclamando al mancebo a su lado.
Guzmán espoleó al caballo y en un santiamén alcanzó a su señor, poniendo a Siroco a la par con Brisa. y Nuño le preguntó: “Le duele el culo a ese otro?”
 “Solamente son las típicas molestias de las primeras veces, amo”, aclaró el mancebo.
“Y a ti?”, preguntó el amo.
“A mí no, amo. Yo ya estoy acostumbrado a eso. Y aunque me hayas follado otras dos veces durante la noche, mi culo está echo a tu verga, amo. Pero cuando un ano se estrena con un carajo como el tuyo es lógico que quede hecho trizas y cueste un poco acostumbrarse a un calibre semejante, mi señor”.


“Te dolió mucho la zurra?”, quiso saber Nuño.
“Sí, amo... Me atizaste muy fuerte y a Ramiro también... Con Sergo tuviste más consideración... Cada día te gusta más ese rapaz, verdad, amo?”
"Me gusta, es verdad. Pero el culo de Ramiro me dejó muy buena impresión y voy a catarlo otra vez en cuanto paremos a mear...Durante estos días voy a dedicarle una especial atención a ese chico... Necesita que le rompa el culo un par de veces al día por lo menos. Y dejaré que lo folle Sergo para terminar de humillar lo que pueda quedarle de ese estúpido honor que le han inculcado desde niño por ser noble. Y cuando vea que ya es una puta zorra sin prejuicios de ningún tipo y que el olor de otro macho le haga buscarlo y poner el culo para que lo monte, entonces será el momento de que te folle a ti y te preñe con esa gruesa leche que escupe su polla al correrse. Ese será el momento en que volverá a ser un macho follador y lo tendré en consideración como tal. Y hasta entonces sólo pondrá el culo y a Rui tendrá que follarlo otro. En Toledo me desharé de ese zorra. Ya tengo bastante con vosotros cuatro para dar caña y reventaros el culo. Y estoy seguro que algún fraile o canónigo querrá hacerse cargo de ese chaval. Su culo merece un buen macho, desde luego y nunca falta un buen rabo para una zorra bien dispuesta”.

“Amo, vas a hacer eso porque no me cae bien ese chico?” preguntó Guzmán.
“Lo hago porque me da la gana y me sale de los cojones”, aseveró el conde. Pero, en el fondo, se desprendería de Rui porque no le gustaba a su amado, aunque jamás lo reconociese ante nadie.

Y nada más detenerse la comitiva para reponer fuerzas y dejar salir del cuerpo cuanto les sobrase, el conde le ordenó a Ramiro que lo siguiese y estando solos, se la metió por el culo entre unos árboles.


El chico se abrazó a un tronco y el amo le mandó abrir las piernas y sacar el culo hacia afuera, y allí mismo se la clavó tan sólo con un poco de saliva en el ano.
Ramiro se quejó al metérsela, pero el conde le tapó la boca con una mano y apretó más fuerte hacia dentro hasta encajársela entera dentro del recto.
Y en cuanto empezó a moverla, al chico se le olvidó el dolor inicial y se abrió más de patas para que el amo lo penetrase a tope.
Y se corrió antes que el conde y éste siguió dándole por el culo y azotándoselo por no haber contenido la leche en las bolas hasta que él se corriese también.

De todos modos, a Nuño le encantó notar como el chico apretaba el esfínter mientras eyaculaba y la presión que ejercía en su verga al continuar follándolo después de la corrida.
Al resto de los muchachos le bastó ver la cara de Ramiro para adivinar como llevaba el culo y por qué sus calzas estaban húmedas por detrás.
Y al montar de nuevo a caballo, Sergo se le acercó y le dijo entre dientes: “Antes que toques con tu pija el agujero de Guzmán, yo te daré por el culo a ti y serás mi puta. Y te voy a preñar hasta el corazón. Yo no soy noble, pero sí lo suficientemente macho como para joderte ese culo que tanto le excita al amo. Y nunca te olvides que en el aprecio de Guzmán antes que tú estoy yo. Por él soy esclavo y para tenerlo pongo el culo y me someto para que el señor haga conmigo lo que quiera. Así que nadie me quitará el amor de ese precioso chaval que es mi vida. Y si es necesario que luche contigo, lo haré”.

Ramiro escuchó sin inmutarse las palabras de Sergo y solamente contestó: “No quiero ser tu enemigo ni quitarte nada”.
“Será mejor que ni lo intentes”, le amenazó Sergo.
Y Ramiro, ya molesto por la aptitud del otro chaval, añadió: “Habrá que ver quien le jode el culo a quien. Porque si el amo me ordena que te ponga el culo como una breva y te preñe, lo haré y hasta procuraré darte placer como si fueses una vulgar ramera necesitada de hombre. No cabe duda que también eres fuerte y muy macho; y aunque tienes una verga muy apetecible para sentirla dentro de las entrañas, puede que antes notes la mía soltando leche dentro de tu barriga. Será por ese cipote por lo que el amo te deja que montes a Guzmán. Y lo peor es que él te quiere y le gusta que lo folles; y eso es suficiente para que me irrites. Y a pesar que me ha pedido que te aprecie, me cuesta admitir a un puto gañán entre mis seres queridos. Pero por agradar a Guzmán hasta puedo llegar a considerarte como persona”.

 Sergo estaba feliz porque había logrado sacar de sus casillas a ese intruso, pero disimuló su satisfacción diciéndole cínicamente: “Comprendo tu situación y debe doler y costar mucho convertirte en esclavo de un día a otro y pasar de ser un aristócrata consentido y caprichoso a una vulgar zorra para darle placer a tu amo o a quien él diga. Por eso, sin perjuicio del esfuerzo que deba hacer para darte por culo, será mejor que seamos amigos y no busquemos la ira del amo y que su cólera caiga sobre nosotros y sobre Guzmán también”.

Sergo se fue quedando más atrás, rumiando su triunfo dialéctico sobre Ramiro, y al volver de sus gratos pensamientos, apretó los ijares al caballo con los talones para ponerse a la altura de Guzmán, que ya iba de palique al lado de Ramiro. y se gritó a sí mismo:

“Esta visto que este puto de mierda no aprende. Y vuelta a cortejar a Guzmán! Hostias!. Si no estuviese el amo tan cerca le rompería las muelas a ese petimetre de bucles negros”.

miércoles, 9 de enero de 2013

Capítulo XXVIII


"Basta de comer, glotones!, vociferó el conde apartando a manotazos a los chavales que lamían culos.
"Los vais a desgastar, joder! Putos insaciables! En cuanto os da algo os aprovecháis como perros y tras la mano cogéis el codo y si no pongo coto a vuestro vicio, también queréis el resto... Apartaos, zorras! Que ahora es mi turno y estos dos culos van a saltar de alegría ensartados por mi polla".

Y Nuño, en pie detrás de los dos mozos que a cuatro patas sobre la cama esperaban lo que su antojo quisiese darles, les palpó la carne roja de las nalgas y se deleitó sobándolas y apreciando el fuego que las mantenía sensibles y receptivas al menor tocamiento.



Ramiro se estremecía al notar el más ligero roce en ellas, pero el mancebo, acostumbrado ya a zurras a mano y azotes de fusta o correa, simplemente gemía como queriendo demostrarle a su amo su agradecimiento por molestarse en pegarle la tremenda azotaina para gozarlo mejor al follarlo.
Y eso era en realidad lo que pretendía el conde al azotarlos y no había otro motivo para el castigo, puesto que los rapaces solamente cumplieran en todo momento sus órdenes.
Y no seria cierto decir que al mancebo no le dolían aquellos azotes, o que su fina piel no sufriese las consecuencias de la dureza conque el conde se los aplicó, pero para él cualquier disfrute que pudiera proporcionarle a su amo, fuese físico o espiritual, era la superior recompensa a su devoción por ese hombre que lo rescató un día de una vida sin grandes alicientes para llevarlo a un mundo de pasiones y placeres extraordinarios, nunca antes imaginados por el muchacho.
Para Guzmán un simple soplamocos del amo era una grata muestra de su amor.
Y si en lugar de un acto violento o brusco recibía el apasionado beso del deseo, entonces el cielo también se abría ante él y una música celeste sonaba en sus oídos como si un coro de ángeles quisiesen festejar también su felicidad sobre la tierra.
El mancebo estaba convencido de que pocas criaturas habrían logrado alcanzar la plenitud sentimental y amorosa que el disfrutaba y compartía con Nuño.


Este hombre, tan joven aún y tan viril en todo, era la compensación a todos los padecimientos soportados desde su niñez al quedar huérfano de madre, ya que de padre siempre lo estuvo, puesto que nunca llegó a conocerlo a no ser por lo que otros le contaron muchos años después, al reconocerlo como el único hijo de aquel noble príncipe y miembro por tanto de la familia del rey.
Pero puesto como una perra buscona, al borde de la cama de su señor, abierto de patas y con el coño mojado por la saliva de Sergo, Guzmán rogaba para sus adentros que su amante le diese esa prueba del amor supremo que consistía en taladrarle el culo sin miramientos por el dolor que pudiera causarle la penetración violenta o la fuerza que emplease en joderlo a saco.

Y ya se le hacia larga la espera y su ojete latía desesperado por tener dentro la adorada verga de su amo.
Y Nuño todavía pensaba en joderlo mejor dándole largas y viendo como sufría el muy puto y movía el culo queriendo atraer la atención de su dueño.
El conde reconocía que pocos superaban a su favorito en el arte de la seducción, pero no era fácil que claudicase tan pronto y cambiase de intenciones por mucho que Guzmán se esforzase en menear el trasero, enviándole su mensaje erógeno con ese olor propio del ansia cargada de lujuria como el que suelta cualquier hembra a la que le baja la madre y está madura para ser cubierta por el mejor macho de la manada.

Nuño se mantenía firme en su decisión y antes que al mancebo le partiría el culo a Ramiro.
No obstante, de pronto consideró también que si se la metía a Guzmán y acto seguido se la sacaba para darle por culo al otro, al primero le dejaría la miel en los labios, en este caso en los bordes del ojete, y sufriría todavía más teniendo que esperar la embestida definitiva que le dejase el culo irritado por dentro y a juego con el ardor externo que ya sentía.
Y eso le gustó al conde y sintió un regodeo en lo más hondo de su mente imaginado lo que pasaría por la cabeza de su príncipe esclavo al privarle de golpe de una follada ya comenzada y cuando sus sentidos empezaban a captar el gusto del cipote moviéndose por el recto.
Y quiso hacerle esa cabronada al mancebo y no dudó en clavársela hasta adentro y con cuatro meneos solamente se la sacó y lo dejó con las insoportables ganas de tener más rabo en el culo.

Ramiro miro hacia atrás para observar como el conde le daba su tranca al esclavo y, a parte de excitarse aún más, el chico notó que le escurrían jugos por el agujero y le entraron unas incontroladas ganas de ser poseído por el poderoso macho que ya presentía enfilando su retaguardia.
Y oyó de nuevo la voz del conde ordenándole bajar la cabeza y mirar solamente las sábanas de la cama.
Y Ramiro obedeció con la misma docilidad que los otros esclavos y se percató que unas manos ásperas le separaban las nalgas forzándolas a mostrar a la luz el oficio de entrada y salida de su intestino.
Y Ramiro hizo un esfuerzo infinito para decir: “Señor, no mancilléis mi honor. O al menos tened consideración y no me rajéis el ano”.

Nuño soltó una risotada y atizándole dos brutales palmadas en los glúteos, dejó resonar su vozarrón en toda la sala increpando al mocoso que lo incomodaba con tales lamentos: “Tu honor! qué puta obsesión tiene la nobleza con esa palabra hueca de sentido. Tu único honor está en servirme como el mejor guerrero en la lucha y la más complaciente de las putas en la cama. Ese es el mayor honor al que puedes aspirar, tanto tú como estos otros que ya me sirven. Verás como considero tu tierno coñito y que bien te lo dejo después de darte por culo con la delicadeza que me caracteriza para estos asuntos”.


Y la siguiente sensación que tuvo Ramiro fue un agudo puntazo en el mismo centro de su vientre, acompañado de un dolor intenso, no localizado del todo y pertinaz, que le subió desde el culo a la nuca.
Sintió que su cuerpo se abría y se le rompía el ano, dividiéndole el culo todavía más, y sus ojos se cerraron instintivamente arrasados en lágrimas involuntarias que ocultó enterrando el rostro en el lecho.
Y al instante ya fue consciente que estaba siendo penetrado por algo grueso y muy duro que debía llegar ya al fondo de su alma.
Porque aquello era como si le clavasen un dardo en ella, pero al mismo tiempo le daba un punto de escozor físico que sin ser agradable le subía la sangre al cerebro y le provocaba mayor segregación de suero pegajoso por la punta del capullo.

El conde se lo estaba follando, pero ese mismo cabrón que ya se la había metido entera, le dijo: "Abre bien las patas, zorra!, que sólo te he roto el virgo y ahora es cuando te voy a dar verga y a follare vivo este culo que ya estaba pidiendo a gritos que un macho lo gozase. Así, puta! Respira hondo y entrégate, porque tu carne está hecha para ser usada por quien sepa apreciar el placer de joder y dominar a otro macho fuerte, pero sometido al que es superior a él. Este calor que desprendes por las ancas me anima a calcártela a fondo y sé que los próximos polvos que te meta serán cada vez mejores y más gozosos para mí. Pero no creas que la cabalgada será corta. No. Solamente la voy a dosificar para que cada vez que te clave y te prive de mi carajo, supliques silenciosamente que vuelva a montarte, igual que hace esa puta que espera a tu lado su turno para saciar su furor con mi leche. Y aunque os voy a follar a los dos, alternando entre un culo y otro, no sufras sin necesidad, porque en esta ocasión la leche será para ti por ser el que se estrena como zorra y esclavo".

El conde saltaba de un ano a otro, cargando bien con los riñones contra el culo de los dos mozos, y se la endilgaba de fuera adentro con movimientos enérgicos y rotundos que lograban que el rabo les entrase casi hasta tocar el hígado.
El señor les estaba dando por el culo a los dos muchachos como si montase a pelo un potro salvaje recién lazado y apartado del resto de la manada.
Y el resto de los chavales que presenciaban la sesión de verga dada al mancebo y Ramiro, se les hacia el culo espuma y sus penes estallaban con la presión de la leche que se les agolpaba en la salida del capullo.



Y continuó la función metiendo y sacando la verga del agujero de Guzmán al de Ramiro, hasta que los cojones del conde no soportaron más leche y, viendo el agujero enrojecido y pringoso de jugos de Ramiro, se la encarnó entera en ese orificio escocido y dilatado, soltando su carga a borbotones en las entrañas del chico.

Lo había preñado y fecundado el ser abundantemente, dejando a su amado mancebo sin ese semen codiciado; y eso significaba un acto de iniciación y admisión de Ramiro entre los hombres del conde y también entre las zorras preferidas de su harén.


Pero no podía concluir así la velada y el conde, sin sacar la verga del culo de Ramiro, que quedó agotado aplastando con el vientre su esperma, le dijo al mancebo poniendo los labios en su oído: “Te has portado bien, puta! Primero los encandilas con el olor de ese culo de zorra y luego, babeando como borregos, los pones a mi disposición y de rodillas para que los cate y aprecie si me sirven como esclavos y puedo hacer de ellos otras zorras tan putas y viciosas como tú... Pero no creas que no voy a recompensarte este servicio. No es porque tengas derecho a ello, pero quiero premiarte y, además de que ahora te sacie y te llene la barriga tu querido Sergo, con esa polla tan bonita que se gasta este puto cabrón, más tarde te daré una sesión especial a ti solo y te va a rebosar la leche por los ojos y las orejas... Eres tan guapo y tan apetecible que no puedo culpar a estos rufianes por desearte y pretender gozar contigo. Y a este nuevo admirador que te ha salido, creo que ya le quedó claro de quien eres y que precio ha de pagar por verte desnudo y rozar tu cuerpo... Si se porta como espero, puede que le deje entrar en el paraíso carnal de tu ser... Pero antes ha de abrirse de patas muchas más veces y no te catará hasta que vea como goza y se encela como una gata cuando lo monte”.

Y el amo le ordenó a Sergo que cubriese al príncipe esclavo y eso fue como si a un morlaco lo echasen a una ternera en celo.

A Iñigo le tocó recoger el semen que soltase Guzmán y a Rui el que saliese del culo de Ramiro.
Y así todos tenían su papel en la representación del auto carnal.

domingo, 6 de enero de 2013

Capítulo XXVII


Habían caído ya una buena tanda de azotes sobre el culo de Guzmán, que mostraba un color grana subido de tono, cuando Ramiro no pudo aguantar más aquella dolorosa visión del castigo que el conde aplicaba a su esclavo, sin saber los otros chavales cual era la culpa del mancebo para incurrir en la ira del amo, que lo azotaba de tal modo.

Y se plantó de hinojos a los pies del señor rogando piedad y consideración con el pobre muchacho cuyo sufrimiento le partía el corazón a ese otro mozo.
Suplicó clemencia para Guzmán, ofreciendo su cuerpo para soportar el furor del conde, aliviando así la enrojecida piel de las nalgas del esclavo.
Y Nuño, mirándolo y fingiendo un desprecio que no sentía por ninguno de aquellos preciosos rapaces, hizo tronar su voz más imperiosa diciendo: "Es que acaso hay un corazón de damisela en ese cuerpo de hombre recio? Te ablanda ver como un amo debe poner coto a los desvaríos de uno de sus esclavos? O acaso naciste para ser esclavo también en lugar de un señor dominador de otros hombres, que no son más que putos perros para servir a un ser superior a ellos?
Veo que no eres lo suficientemente macho para ser tratado como mi igual y, por tanto, no voy a acceder a los que me suplicas, pero te daré la parte del castigo que te mereces por la impertinente osadía que has tenido al interrumpirme".

Y el conde dejó caer al suelo al mancebo y levantándose con rapidez asió de un brazo a Ramiro y con un enérgico tirón lo tumbó con el culo para arriba, en el borde del lecho.
Y de la misma manera e idéntica decisión puso a su lado a Guzmán, al que el culo le echaba humo por la soberana zurra que le estaba propinando su amo, y Nuño, con una sardónica sonrisa en los labios, pues realmente no castigaba a ninguno por nada concreto, sino por el placer de golpear sus carnes con la mano y ponerlas a tono para darle mayor placer al follarlos, repartió equitativamente entre los dos muchachos otra cumplida ristra de golpes, hábilmente suministrados para ponerles las cachas como las brasas de una fragua.
Y se dijo para si mismo: "Ahora sí que están en su punto estos dos putos cabrones para que goce jodiéndoles esos culos que ya están macerados para que sean más sabrosos. Solamente falta adobarle el ojete a este que todavía es virgen y gozaré a mis anchas montándolo como a un potro todavía a medio domar.
Y si el conde tenía en la mente esos pensamientos, en la cabeza de Ramiro también giraban como en un torbellino sensaciones imaginadas, que se mezclaban con miedos y deseos e incertidumbres, configurando una amalgama de ansia y excitación que le tenía los huevos en plena elaboración masiva de semen.

El chico notaba una extraña calentura en sus nervios por los azotes, que le dolían la hostia pero que parecían darle a su carne una trepidación rara que le incitaba a pedir y desear más y con mayor fuerza, notando la sangre ardorosa que recorría los capilares de sus ancas torturadas por la dura mano del conde.
Y a esa debilidad de su voluntad, se unía el morboso sonido de los golpes tanto en su carne como en la del otro chaval.
Y, por supuesto, lo tenía como un verraco ver al mancebo a su lado esforzado en un vano intento por contener las lágrimas de un llanto reprimido que ya compartían con el mismo empeño y sin resultados positivos para ninguno de los dos, pues les corrían por la cara hasta el mentón, y ambos se miraban de reojo para saber cual era más fuerte y sufría el castigo con mayor resignación.

Y eso al conde todavía lo ponía más cachondo y les arreaba con más saña a los dos chavales.
A Iñigo ya le preocupaba tanta agresividad por parte del amo, pero, al igual que Rui, que estaba callado y apenas respiraba, no emitía ni el sonido más débil e imperceptible.
Y Sergo, que no sabia como disimular el mal trago que estaba pasando al ver el estado del culo de Guzmán, imprudentemente miró hacia otro lado, pero el conde, que nunca perdía detalle de cuanto pasaba a su lado, le pegó un grito rabioso ordenando imperiosamente que mirase el castigo de los otros dos muchachos y al mismo tiempo lo agarró por una oreja y lo llevó al lado del mancebo para que compartiese la misma suerte y se llevase también su abundante ración de azotes.


Y ahora ya eran tres los culos enrojecidos y ardiendo por el calor de esa joven sangre soliviantada por las nalgadas y el furor que manaba de los testículos de los rapaces.
Además de doloridos, estaban cachondos como burros oliéndose de refilón y absorbiendo los tres los efluvios de testosterona que invadían el aire de aquella habitación del palacio del conde Alerio.

La atmósfera era densa y podría cortarse o masticarse de tan cargada que estaba de olores humanos y calor animal. y la temperatura ambiental alrededor de los chavales era de tal magnitud que de acercarles una vela encendida se inflamarían como teas impregnadas en brea.
Y el conde dio por finalizada la zurra que les estaba dando a los tres mozos y se retiró unos pasos para apreciar mejor la perspectiva de los tres culos al rojo vivo.
Le daba gusto verlos así de encarnados soltando un vaho espeso como el humo de una hoguera ya apagada, pero que aún conserva el rescoldo del fuego.
Y eso era lo que mantenía la calentura en los muchachos y el macho que los usaba como perras.

Iñigo se atrevió a mirar al amo de frente y a los ojos y éste se fue hacia el joven y le atizó una hostia en la cara que le obligó a mirar al suelo.
Cuando Nuño estaba muy caliente era mejor no tentarlo y evitar provocaciones innecesarias para no salir mal parado del lance.
E Iñigo se olvidó de esa máxima que conocía de sobra y normalmente respetaban todos los esclavos del conde.
Y un despiste u olvido de esa naturaleza y en tales circunstancia, era suficiente para que le costase una azotaina rotunda y considerable, aunque por esta vez sólo se hubiese ganado un sonoro bofetón con mas ruido que nueces.

Pero el amo ya tenía ganas de meter la polla en uno de esos culos ardientes y le ordenó a ese esclavo que le comiese el ano a Ramiro y se lo pringase de babas para dejarlo bien lubricado y preparado para endiñársela por el culo con todas las de la ley.

Iñigo se aprestó diligentemente a su tarea de lubricador de ojetes y lo cierto es que le gustó mucho meter la lengua por el pequeño y cerrado agujero virgen del otro chaval.
Y así como el rubio esclavo hacia su tarea concentrado en medio de las nalgas de Ramiro, el amo le mandó a Rui que le comiese el de Iñigo y a Sergo que le preparase con la lengua el esfínter rosado del mancebo para tenerlo dispuesto y aguardando que le metiese la verga de golpe y como una bestia como le gustaba hacer al conde al tener el chico las ancas tan rojas y calientes a consecuencia de la somanta que le acababa de dar.


Para Sergo ese trabajo era uno de los mejores premios que el amo en su inmensa generosidad podía concederle y pronto su pito goteaba tanto que daba la impresión que el chico se estaba corriendo de gusto. y el mancebo, a su vez, notaba las caricias de su querido vikingo en el culo y sus hormonas se salían de madre y arañaba con las uñas las sábanas suplicando en silencio que el amo le calcase un vergazo cuanto antes.

A Guzmán se le salía la lascivia por la punta de la polla y deseaba febrilmente ser follado hasta sentirse morir en un orgasmo brutal.

Pero aún no era su momento, pues el conde estaba decidido a romperle el ojo del culo a Ramiro antes de montar a su puta favorita y preñarle el alma con su fuego interno y la salvaje ansia que le cegaba al sentir como su polla iba entrando por el recto de Guzmán.

Y eso sería después de llenarle las tripas a Ramiro y recuperarse del polvo que pensaba meterle a ese otro rapaz.
No tendría consideración de su ojete sin abrir, ni temería causarle daño al neófito, aunque le rajase el agujero con su cipote, rompiéndole literalmente el ojete.

Y a pesar de los quejidos que soltase o gritos incluso, Ramiro sabría que se siente al darle por el culo un macho a otro macho y el conde no se pararía ni aflojaría el empuje hasta correrse del todo dentro del vientre del chaval.
Y quedaría preñado como los otros esclavos y seguramente su culo ya no querría dejar de ser llenado de leche por otro hombre, con independencia que la polla reclamase también su papel jodedor de otros jóvenes machos, como venía haciendo hasta ese día en que su cuerpo dejaría de ser virgen por detrás.

miércoles, 2 de enero de 2013

Capítulo XXVI


Sergo se sentía impotente para parar el flujo de leche que le subía a la punta de la polla y no podía dejar que le saliese mientras el amo no le permitiese vaciar sus cojones.
Y el conde seguía dándole por culo sin parar ni dejar que el chico recuperase el aliento entre jadeo y gemido.
Y viendo el conde que el esclavo se vertía sin remedio, le dijo entre dientes con tono amenazador: “Como te corras te capo y no vuelves a meterla ni en el culo de Guzmán ni en ningún otro; aprieta los huevos o la punta del capullo, pero no te atrevas a soltar ni una gota de semen”.

Y al chaval se le cortó la meada, como se dice vulgarmente, pero en lugar de orina lo que se le quedó a medio camino en la uretra fue su leche.
Al poco rato el conde se apeó del esclavo sin echar ni una gota de esperma y le sacó del culo su verga inflamada y con el glande amoratado por la presión de la sangre, dejándole el ano escocido y rojo como una guindilla.

Y lo arrastró por un brazo fuera del lecho, tirándolo al suelo como un despojo que se desprecia una vez usado.
Y nada más hacer eso, dijo en voz alta y sonora: “Ahora te toca a ti, Guzmán... Y empezaré por darte una zurra para calentarte la carne... Quiero notar en mis muslos como hierve tu sangre mientras te jodo el culo. Póstrate ante tu amo, que a una zorra de tu talla ha de catarla quien mejor sabe hacerlo. Y tú, Ramiro, no pierdas detalle de todo lo que le haré a este esclavo y ni se te ocurra cascártela o correrte antes de que yo te llene las tripas. Reserva tu leche porque vas a necesitar una buena cantidad dentro de muy poco. y vete haciéndote a la idea de que en breve tu culo ya nunca volverá a ser el mismo. Si ahora está muy cerrado, luego se te abrirá al sólo contacto de la cabeza de un capullo. Y ese agujero tan prieto y pequeño, se dilatará fácilmente en cuanto te la meta y  saque unas cuantas veces antes de preñarte... Pero no sufras en balde ni temas demasiado por si te hago daño al romperte el virgo. Antes te caldearé bien el cuerpo y tus nalgas estarán más que receptivas para notar el roce de mi cipote en la raja que las separa. Y puedo anticiparte que el ojete se te abrirá solo en cuanto presione con mi verga para entrar en tu cuerpo... Ven y ponte muy cerca de mí, porque quiero que veas con detalle como uso a este otro que tanto deseas tocar y poseer. Tanto, que ya estás deseando que te la clave a ti también y puedas saber por qué ellos gozan como perras cuando les dan por el culo sin remilgos y apretando fuerte para sentir como se la meten hasta el fondo de las entrañas”.

Y así como decía esto, el conde le daba de mamar su polla al mancebo y le provocaba arcadas al tocarle la garganta con la punta del carajo.
Guzmán se atragantaba y se puso rojo como una fresa y sudaba además de llorar y moquear como un crío desconsolado por un castigo duro, pero seguramente muy merecido.
Ramiro envidió aquel gusto que tenía que estar sintiendo el conde en su polla, pero de buena gana invertiría las tornas y se pondría a gatas ante el mancebo para mamársela a él y sacarle toda la simiente que estaba acumulando en los apretados y apetecibles testículos.


A ese chico, los huevos de Guzmán le parecían ricas confituras que deseaba lamer y paladear muy despacio antes de tragarlas.
Y el pene de ese bello esclavo, le gustaba más que el mejor de los dulces de miel o almíbar.
Cualquier parte de ese muchacho le gustaba y estaba loco por probarla.
Pero la que más le atraía, ya fuese para besarla o morderla o recorrerla con la lengua untándola de saliva, era toda el área del ano y la región interior de la raja del culo, desde los cojones hasta la espalda.
Ese territorio para él inexplorado todavía era su meta dorada y su obsesión, incluso más que meterle el rabo por el orificio que imaginaba precioso.
Y en realidad, el hecho de entrar con su verga en el culo del mancebo, a Ramiro le parecía que tal éxtasis solamente lo podría alcanzar estando ya en el paraíso; y no tenía noticia de que siguiese habiendo uno terrenal como al principio de los tiempos lo hubo, según afirmaban los frailes que se decía en los textos sagrados.

Nuño agarró con las dos manos la nuca del mancebo y le insertó de golpe la verga hasta el fondo de la boca como queriendo traspasarle la cabeza y sacársela por el cogote.
Y Guzmán cayó de bruces al suelo cuando el amo se la sacó con la misma violencia y rapidez conque se la había metido.
El chico quedó tirado a los pies del amo sin atreverse a levantar la vista y ocultando los lagrimones que caían de sus ojos y se juntaban sobre los labios con los mocos espumosos que le salían por la nariz.
Y notó el pie del conde pisándole el cráneo como si fuese una pieza recién abatida durante la montería.

Todo aquello era confuso para Ramiro, pero sin saber la razón le excitaba el trato que el conde le estaba dando al mancebo y sentía una doble inclinación a ser él el dominado y el dominador al mismo tiempo.
Y de repente sintió la abrasadora mirada del señor y un escalofrío le recorrió la espina dorsal hasta notarlo mucho más nítidamente en el centro del culo.


Fue como si el ojete presintiese ya lo que iba a sucederle en breves momentos. Pero lejos de asustarse por ello, Ramiro se encendió aún más y su miembro respondió escupiendo más babilla que un bebe al salirle los dientes.
Y los dientes de la perversión era lo que le estaban creciendo al muchacho viendo como trataba y dominaba el conde a sus esclavos, queriendo ser también uno de ellos, pero, por otra parte, deseando gozar igualmente de ese cuerpo hermoso que ahora yacía sobre el piso de la estancia como un pobre animal aguardando a ser desollado a medio morir.

Y no era la piel lo que le quitaría el conde a su esclavo, pues esa era una de sus mejores prendas, sino que lo utilizaría para quitarle al otro el rígido rictus en su rostro de tener todavía un culo sin estrenar por otro macho.
Y eso equivalía a arrancarle la piel que cubría su hombría y dejar al aire el vicio y el ansia de rabo que podía tener cualquier zorra al oler el sexo de un semental.

Porque a Ramiro ya le hacia hervir la sangre y el semen ese tufo agridulce que desprendían los cojones del conde, al igual que los suyos y los de esos otros mozos que le servían como perros esclavos, pero mucho más intenso que el de todos ellos, quizás por ser el macho dominante y al que le sudaban más por el esfuerzo y el desgaste al darles por el culo a esos chavales.

Y es que indudablemente tenia su morbo ver a unos tíos jóvenes, tan viriles y fornidos, doblarse ante ese otro tan masculino, ofreciéndole el ano para darle placer sometiéndose a su dominio y antojo.
Y esa escena de acatamiento y sumisión de esos muchachos ante su amo y señor, alimentaba la concupiscente lujuria del conde, lo mismo que la de los mozos que le servían como objetos para su gozo.
 Con la particularidad que, aún tratándose de un verdadero apetito carnal, que podría calificarse de desordenado por algunos o deshonesto, según el pensamiento de la religión imperante, para Nuño y sus esclavos no era más que una forma de vida bien meditada y aceptada por ellos, que les llevaba a entender el sexo entre hombres aprovechando todo el potencial erótico de sus cuerpos en plena efervescencia hormonal.

Y pronto supo el mancebo y el resto lo que venía a continuación en el programa del conde.
Nuño se agachó y levantó con sus manos al mancebo. y se sentó en el borde de lecho tumbando al esclavo sobre las rodillas y boca abajo.
Los otros miraban expectantes, aunque ya adivinaban la zurra en las nalgas que le iba a caer a su compañero.
Y sin decir ni una palabra más, el conde descargó el primer azote con su mano abierta en el trasero de Guzmán.
Resonó como una maza en el parche de un timbal y el chico se quejó, pero aceptó el golpe tragándose el dolor y el rápido escozor que se agolpaba en su carne colorada.

Sergo hubiese dado la vida por sustituir a Guzmán y recibir la paliza en su lugar, pero a un esclavo no le estaba permitido tener sentimientos de ese tipo y debía aguantar impasible la tortura ajena como soportar estoicamente la sufrida en su propia carne.
Y no era el único que estaba padeciendo el dolor del mancebo, puesto que Ramiro estaba a punto de hablar sin permiso y dejar que del interior de su alma saliese lo que estaba deseando decirle al conde.