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Autor: Maestro Andreas

domingo, 20 de enero de 2013

Capítulo XXXI


El orondo Don Alpidio no se cansó de hacerle honores al conde, tanto verbales como con gestos y reverencias, ni tampoco perdió ocasión ni tiempo en fijarse en las anatomías de los chavales, que, como pudo comprobares durante la cena, casi le abrían más el apetito que las sabrosas viandas que les sirvieron en la casa del noble hidalgo local que los tenia acogidos.
El canónigo comía como un gorrino y pronto su notoria barriga se cubrió de migas y los lamparones de grasa competían con las joyas que le adornaban el pecho.
A Nuño le estaba dando un poco de asco verlo; y eso que en aquella época ninguno se distinguía precisamente por la compostura en el comer y los buenos modales en la mesa.
La carne se arrancaba directamente con los dientes y bien asida con las manazas la pata de cabrito o cordero, o del animal que fuese, y los morros se limpiaban con la manga de la túnica sin miramientos a la hora de eructar.
Al contrario, cuantos más regüeldos lanzasen al espacio o directamente a la cara del vecino, más satisfecho quedaba el anfitrión por haber complacido de tal expresiva manera a sus invitados.
Esas demostraciones hoy denostadas, eran entonces normas de cortesía heredadas desde el principio de los tiempos y nadie escapaba a aligerar sus gases ni se le ocurría retenerlos por el hecho de no estar solo sino con otras gentes que, por otra parte, no sólo comprendían la necesidad de expulsarlos, sino que lo tomaban como una delicadeza hacia el anfitrión.
Y ni el conde ni los chicos se privaban de hacerlo, por supuesto, lo mismo que Don Alpidio.
La diferencia la marcaba el estruendo de los del último en comparación con los de los jóvenes muchachos, que hasta tenía su gracia oírlos, aunque no tanto olerlos.

El canónigo ya estaba bastante beodo antes de llegar a los postres y fuese por los vapores del vino o los que debían emanar de sus partes pudendas, el caso es que le lanzó un piropo halagador a las nalgas del joven Rui; y éste, lejos de ruborizarse o sentirse incómodo por el atrevimiento del distinguido clérigo, sonrió con descaro y le puso ojitos frunciendo ligeramente los morritos como una meretriz digna de la corte papal, que tenían fama de ser las mejores coimas del occidente.


Al conde tampoco le molestó ni el atrevimiento del gordo Don Alpidio ni la desfachatez del mozo; y teniendo en cuenta que el chico ya estaba acostumbrado a conventos y sacristías, podía ser una buena oportunidad para soltar lastre y dejarlo otra vez en las manos de la iglesia.
Por el momento dejaría que se fuese con ese saco de unto a la cama y al día siguiente ya se vería como les había ido el asunto a la pareja.

Guzmán no pudo ocultar una significativa sonrisa de agrado al ver que Rui pretendía buscarse la vida junto a ese otro señor, que semejaba una bola de grasa, y siguió a su amo a los aposentos que les habían reservado en esa casa; ya que a Nuño no le apetecía estar con nadie más esa noche.
Los otros esclavos dormirían aparte y el conde les había ordenado mantener la castidad y ni siquiera les autorizó a que se cascasen ni una mísera paja.

En esa ocasión solamente su polla eyacularía dentro de un culo y todavía no había decidido si el mancebo también vaciaría sus huevos al sentirse preñado por su señor.
De todos modos, sería difícil que el conde no dejase que los huevos de su esclavo no se vaciasen al mismo tiempo que le colmaba la barriga con el suyo.
En realidad Nuño no sólo deseaba follar con su amado, sino que también quería hablar con él de algunos asuntos relacionados con el viaje y la misión que llevaban a cabo por orden del rey.

Tanto la convivencia como la confianza que el conde tenía en Guzmán, lo convertían en su mejor confidente y hasta consejero en ciertos momentos.
Y tampoco era preciso recordarle al conde que por muy esclavo suyo que fuese el rapaz, no por eso dejaba de ser príncipe y sobrino de su rey y señor; además de un sagaz embajador cuando la vida y los intereses de su amo estaban en juego, como lo había demostrado ya en más de una ocasión.
Y todo ello sin perjuicio de que el conde también reconociese que el mancebo era osado en demasía a veces.
Y en algún ocasión tuvo que despellejarle el culo como ocurriera en la sierra de Granada en la primera misión en que el chico acompañó a su amo.

Nuño tenia claro que las ocurrencias de Guzmán podían ser sonadas; y si hasta la fecha había salido bien parado de tales lances, no por fuerza el destino le habría deparado correr la misma suerte en todos los que acometiese el muy insensato.
O quizás no lo fuese tanto, ya que era rápido de mente e ingenioso como una mujer infiel cavilando historias para no ser cogida en un renuncio por el cornudo de su esposo.
Sin embargo, el conde no soportaba la idea de perderlo y eso le llevaba a extremar las precauciones y atar en corto a su amado esclavo.

El no tenia que temer por la fidelidad del chaval en ningún sentido, pero sí por su temeridad a la hora de exponer su vida si lo consideraba necesario por el bien de su amo.
Y no digamos si la vida del conde estaba en juego.
Y Nuño, después de saciarse comiendo a su esclavo por pequeñas parcelas de su cuerpo y de follarlo dos veces, casi consecutivas, pues esa noche parecía que le habían puesto un potente afrodisiaco en la cena y su verga no se rendía ni a golpes, abrazó estrechamente al chico y muy pegado a su oído le dijo: "Llevo unos documentos importantes para el rey. Están escritos en árabe, pues fueron redactados por el mismísimo Abd ar-Rahman ibn Muhammad, octavo soberano de la dinastía Omeya y el primero que se intituló como califa de Córdoba. Nosotros lo conocemos como Abderramán III, e Ibn Abd al-Rabbihi, cortesano de su época, dijo de este monarca, posiblemente el más importante del siglo diez e incluso de la humanidad hasta nuestros días, que "la unión del Estado rehizo, de él arrancó los velos de tinieblas. El reino que destrozado estaba reparó, firmes y seguras quedaron sus bases. Con su luz amaneció el país. Corrupción y desorden acabaron tras un tiempo en que la hipocresía dominaba, tras imperar rebeldes y contumaces". Bajo su mandato, Córdoba se convirtió en un verdadero faro de la civilización y la cultura, que la abadesa germana Hroswita de Gandersheim llamó "Ornamento del Mundo" y "Perla de Occidente"

"Sí, mi señor. La vida y obras de ese hombre fue un referente para mí cuando leí algunos textos sobre él durante el tiempo que permanecimos en Sevilla. Recuerdo que mi maestro me decía que la historia de la concubina al-Zahra, que, según la creencia popular incitara al califa a fundar la bella ciudad palacio de Madinat al-Zahra, era pura leyenda creada para explicar la etimología de esa ciudad residencial del califa", añadió el mancebo.


Y el conde puntualizó: "Fuera cual fuera la razón por la que construyó ese palacio, yo no dudo que lo hizo por amor. Cuentan que era demasiado hermoso para ser creado solamente como un residencia más por muy grande que fuese ese soberano. Yo por ti movería el mundo”.

 El mancebo se abrazó más al amo y dijo con tono quedo y sensual: “Mi señor... Mi dueño”.
Pero el conde le replicó: “No me llames así esta noche. Pronuncia mi nombre porque quiero estar con mi amado y no sólo con un esclavo”.
“Amo, yo soy y seré tu esclavo sin más adornos ni necesidad de otro trato. Y eso implica, además de respeto, el amor que siento por ti”, afirmó el mancebo.
“Sé todo eso, pero no hagas que recuerde que dentro de ti todavía hay un príncipe al que le debería acatamiento”, respondió Nuño.
Y el chico agregó: “Olvidas acaso que ese príncipe está enterrado?”
“No lo olvido, pero tampoco ignoro que aún está vivo y en mis brazos. Y esa circunstancia feliz para nosotros puede costarnos el cuello si se entera de ello tu regio tío. Vivimos al margen de la legalidad y eso me excita y ya sabes que el riesgo me pone muy cachondo... Date la vuelta y levanta una pata para que te entre mejor mi verga”.
“Nuño... Nuño”, a penas pudo decir el mancebo antes de ser penetrado por el culo.


Y en aquel cuarto donde estaban los dos jóvenes ya sólo se oyeron suspiros y jadeos que aumentaban de tono y producían una atmósfera caliente y densa como el esperma que al rato brotaba de sus capullos.
Y tras un prolongado silencio sólo roto por dos respiraciones que se iban aplacando, el esclavo dijo al amo: “Nuño, bendigo la hora y el día en que me cazaste en tus tierras y me llevaste a esa torre que es la mejor morada con la que un hombre puede soñar... Quisiera estar eternamente en ella sin salir ni ver más que tu cara y sentir el aire que desplazas al moverte a mi alrededor. Me vuelves loco de amor y tu mirada me quema cuando te acercas para cogerme y hacer conmigo lo que te sale de los cojones... Tus palabras se clavan en mí como dagas afiladas que no dan la muerte sino la vida; y por eso y mucho más te quiero y nunca dejaré de amarte”.
Se besaron y casi parecía que volvían a follar cuando el conde cortó las ansias del esclavo diciendo: “Volvamos a retomar lo que te estaba contando sobre esos pergaminos que tanto le importan a tu tío el rey. Los traductores de Toledo no sólo se cuentan entre las mentes más preclaras de nuestro tiempo, sino que se han ganado con su trabajo la plena confianza de Don Alfonso. Sin embargo, nuestro señor quiere que la traducción de tales documentos no sólo se haga escrupulosamente y con la máxima fidelidad a su contenido real y al sentido que quiso dar a su palabras el califa, sino que ha de hacerse con total reserva y guardando la confidencialidad de su contenido... Y ahí entras tú en juego. deberás lograr la confianza y amistad de esos hombres sabios y procurando que otras personas no lleguen a saber lo que en esos escritos se dice, has de averiguar con cierto disimulo lo que vayan traduciendo y cuidar, con delicadeza y sin molestarlos en nada, que no se omita algo ni se le de un sentido equívoco o que modifique el pensamiento verdadero del autor. Conoces esa lengua también y tú solo podrías traducir esos textos; y estoy seguro que si el rey supiese que estás vivo te hubiera hecho a ti ese encargo. Pero como no lo sabe, yo cubro esa ignorancia de nuestro rey y te pongo al lado de lo eruditos que realizaran el trabajo... No me preguntes sobre que versan esos documentos porque no lo sé. Tu tío no me lo dijo. Pero sé que su interés es muy grande”.

Y luego se durmieron pegados uno al otro.

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