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Autor: Maestro Andreas

miércoles, 9 de enero de 2013

Capítulo XXVIII


"Basta de comer, glotones!, vociferó el conde apartando a manotazos a los chavales que lamían culos.
"Los vais a desgastar, joder! Putos insaciables! En cuanto os da algo os aprovecháis como perros y tras la mano cogéis el codo y si no pongo coto a vuestro vicio, también queréis el resto... Apartaos, zorras! Que ahora es mi turno y estos dos culos van a saltar de alegría ensartados por mi polla".

Y Nuño, en pie detrás de los dos mozos que a cuatro patas sobre la cama esperaban lo que su antojo quisiese darles, les palpó la carne roja de las nalgas y se deleitó sobándolas y apreciando el fuego que las mantenía sensibles y receptivas al menor tocamiento.



Ramiro se estremecía al notar el más ligero roce en ellas, pero el mancebo, acostumbrado ya a zurras a mano y azotes de fusta o correa, simplemente gemía como queriendo demostrarle a su amo su agradecimiento por molestarse en pegarle la tremenda azotaina para gozarlo mejor al follarlo.
Y eso era en realidad lo que pretendía el conde al azotarlos y no había otro motivo para el castigo, puesto que los rapaces solamente cumplieran en todo momento sus órdenes.
Y no seria cierto decir que al mancebo no le dolían aquellos azotes, o que su fina piel no sufriese las consecuencias de la dureza conque el conde se los aplicó, pero para él cualquier disfrute que pudiera proporcionarle a su amo, fuese físico o espiritual, era la superior recompensa a su devoción por ese hombre que lo rescató un día de una vida sin grandes alicientes para llevarlo a un mundo de pasiones y placeres extraordinarios, nunca antes imaginados por el muchacho.
Para Guzmán un simple soplamocos del amo era una grata muestra de su amor.
Y si en lugar de un acto violento o brusco recibía el apasionado beso del deseo, entonces el cielo también se abría ante él y una música celeste sonaba en sus oídos como si un coro de ángeles quisiesen festejar también su felicidad sobre la tierra.
El mancebo estaba convencido de que pocas criaturas habrían logrado alcanzar la plenitud sentimental y amorosa que el disfrutaba y compartía con Nuño.


Este hombre, tan joven aún y tan viril en todo, era la compensación a todos los padecimientos soportados desde su niñez al quedar huérfano de madre, ya que de padre siempre lo estuvo, puesto que nunca llegó a conocerlo a no ser por lo que otros le contaron muchos años después, al reconocerlo como el único hijo de aquel noble príncipe y miembro por tanto de la familia del rey.
Pero puesto como una perra buscona, al borde de la cama de su señor, abierto de patas y con el coño mojado por la saliva de Sergo, Guzmán rogaba para sus adentros que su amante le diese esa prueba del amor supremo que consistía en taladrarle el culo sin miramientos por el dolor que pudiera causarle la penetración violenta o la fuerza que emplease en joderlo a saco.

Y ya se le hacia larga la espera y su ojete latía desesperado por tener dentro la adorada verga de su amo.
Y Nuño todavía pensaba en joderlo mejor dándole largas y viendo como sufría el muy puto y movía el culo queriendo atraer la atención de su dueño.
El conde reconocía que pocos superaban a su favorito en el arte de la seducción, pero no era fácil que claudicase tan pronto y cambiase de intenciones por mucho que Guzmán se esforzase en menear el trasero, enviándole su mensaje erógeno con ese olor propio del ansia cargada de lujuria como el que suelta cualquier hembra a la que le baja la madre y está madura para ser cubierta por el mejor macho de la manada.

Nuño se mantenía firme en su decisión y antes que al mancebo le partiría el culo a Ramiro.
No obstante, de pronto consideró también que si se la metía a Guzmán y acto seguido se la sacaba para darle por culo al otro, al primero le dejaría la miel en los labios, en este caso en los bordes del ojete, y sufriría todavía más teniendo que esperar la embestida definitiva que le dejase el culo irritado por dentro y a juego con el ardor externo que ya sentía.
Y eso le gustó al conde y sintió un regodeo en lo más hondo de su mente imaginado lo que pasaría por la cabeza de su príncipe esclavo al privarle de golpe de una follada ya comenzada y cuando sus sentidos empezaban a captar el gusto del cipote moviéndose por el recto.
Y quiso hacerle esa cabronada al mancebo y no dudó en clavársela hasta adentro y con cuatro meneos solamente se la sacó y lo dejó con las insoportables ganas de tener más rabo en el culo.

Ramiro miro hacia atrás para observar como el conde le daba su tranca al esclavo y, a parte de excitarse aún más, el chico notó que le escurrían jugos por el agujero y le entraron unas incontroladas ganas de ser poseído por el poderoso macho que ya presentía enfilando su retaguardia.
Y oyó de nuevo la voz del conde ordenándole bajar la cabeza y mirar solamente las sábanas de la cama.
Y Ramiro obedeció con la misma docilidad que los otros esclavos y se percató que unas manos ásperas le separaban las nalgas forzándolas a mostrar a la luz el oficio de entrada y salida de su intestino.
Y Ramiro hizo un esfuerzo infinito para decir: “Señor, no mancilléis mi honor. O al menos tened consideración y no me rajéis el ano”.

Nuño soltó una risotada y atizándole dos brutales palmadas en los glúteos, dejó resonar su vozarrón en toda la sala increpando al mocoso que lo incomodaba con tales lamentos: “Tu honor! qué puta obsesión tiene la nobleza con esa palabra hueca de sentido. Tu único honor está en servirme como el mejor guerrero en la lucha y la más complaciente de las putas en la cama. Ese es el mayor honor al que puedes aspirar, tanto tú como estos otros que ya me sirven. Verás como considero tu tierno coñito y que bien te lo dejo después de darte por culo con la delicadeza que me caracteriza para estos asuntos”.


Y la siguiente sensación que tuvo Ramiro fue un agudo puntazo en el mismo centro de su vientre, acompañado de un dolor intenso, no localizado del todo y pertinaz, que le subió desde el culo a la nuca.
Sintió que su cuerpo se abría y se le rompía el ano, dividiéndole el culo todavía más, y sus ojos se cerraron instintivamente arrasados en lágrimas involuntarias que ocultó enterrando el rostro en el lecho.
Y al instante ya fue consciente que estaba siendo penetrado por algo grueso y muy duro que debía llegar ya al fondo de su alma.
Porque aquello era como si le clavasen un dardo en ella, pero al mismo tiempo le daba un punto de escozor físico que sin ser agradable le subía la sangre al cerebro y le provocaba mayor segregación de suero pegajoso por la punta del capullo.

El conde se lo estaba follando, pero ese mismo cabrón que ya se la había metido entera, le dijo: "Abre bien las patas, zorra!, que sólo te he roto el virgo y ahora es cuando te voy a dar verga y a follare vivo este culo que ya estaba pidiendo a gritos que un macho lo gozase. Así, puta! Respira hondo y entrégate, porque tu carne está hecha para ser usada por quien sepa apreciar el placer de joder y dominar a otro macho fuerte, pero sometido al que es superior a él. Este calor que desprendes por las ancas me anima a calcártela a fondo y sé que los próximos polvos que te meta serán cada vez mejores y más gozosos para mí. Pero no creas que la cabalgada será corta. No. Solamente la voy a dosificar para que cada vez que te clave y te prive de mi carajo, supliques silenciosamente que vuelva a montarte, igual que hace esa puta que espera a tu lado su turno para saciar su furor con mi leche. Y aunque os voy a follar a los dos, alternando entre un culo y otro, no sufras sin necesidad, porque en esta ocasión la leche será para ti por ser el que se estrena como zorra y esclavo".

El conde saltaba de un ano a otro, cargando bien con los riñones contra el culo de los dos mozos, y se la endilgaba de fuera adentro con movimientos enérgicos y rotundos que lograban que el rabo les entrase casi hasta tocar el hígado.
El señor les estaba dando por el culo a los dos muchachos como si montase a pelo un potro salvaje recién lazado y apartado del resto de la manada.
Y el resto de los chavales que presenciaban la sesión de verga dada al mancebo y Ramiro, se les hacia el culo espuma y sus penes estallaban con la presión de la leche que se les agolpaba en la salida del capullo.



Y continuó la función metiendo y sacando la verga del agujero de Guzmán al de Ramiro, hasta que los cojones del conde no soportaron más leche y, viendo el agujero enrojecido y pringoso de jugos de Ramiro, se la encarnó entera en ese orificio escocido y dilatado, soltando su carga a borbotones en las entrañas del chico.

Lo había preñado y fecundado el ser abundantemente, dejando a su amado mancebo sin ese semen codiciado; y eso significaba un acto de iniciación y admisión de Ramiro entre los hombres del conde y también entre las zorras preferidas de su harén.


Pero no podía concluir así la velada y el conde, sin sacar la verga del culo de Ramiro, que quedó agotado aplastando con el vientre su esperma, le dijo al mancebo poniendo los labios en su oído: “Te has portado bien, puta! Primero los encandilas con el olor de ese culo de zorra y luego, babeando como borregos, los pones a mi disposición y de rodillas para que los cate y aprecie si me sirven como esclavos y puedo hacer de ellos otras zorras tan putas y viciosas como tú... Pero no creas que no voy a recompensarte este servicio. No es porque tengas derecho a ello, pero quiero premiarte y, además de que ahora te sacie y te llene la barriga tu querido Sergo, con esa polla tan bonita que se gasta este puto cabrón, más tarde te daré una sesión especial a ti solo y te va a rebosar la leche por los ojos y las orejas... Eres tan guapo y tan apetecible que no puedo culpar a estos rufianes por desearte y pretender gozar contigo. Y a este nuevo admirador que te ha salido, creo que ya le quedó claro de quien eres y que precio ha de pagar por verte desnudo y rozar tu cuerpo... Si se porta como espero, puede que le deje entrar en el paraíso carnal de tu ser... Pero antes ha de abrirse de patas muchas más veces y no te catará hasta que vea como goza y se encela como una gata cuando lo monte”.

Y el amo le ordenó a Sergo que cubriese al príncipe esclavo y eso fue como si a un morlaco lo echasen a una ternera en celo.

A Iñigo le tocó recoger el semen que soltase Guzmán y a Rui el que saliese del culo de Ramiro.
Y así todos tenían su papel en la representación del auto carnal.

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