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Autor: Maestro Andreas

sábado, 3 de noviembre de 2012

Capítulo IX


Siguieron días de intenso ajetreo en la torre, con juegos, entrenamiento esforzado de los muchachos con el amo y largas horas dedicadas al placer.
Nuño gozaba con sus esclavos en todos los aspectos, satisfaciendo su inagotable apetito sexual, desbordado aún más al ver sus cuerpos hermosos y sentir esa atracción que en lugar de remitir por el uso repetido y llegar a la saciedad o el hastío, necesitando carne nueva, se incrementaba y nutría como regado por ese erótico sudor, deseando cada vez más estar con ellos y sentir el amor de esos muchachos.

Había momentos en que no sabía a cual de ellos penetrar primero o besarle la boca como remate de una faena agotadora.
Y, sin embargo, casi de forma inconsciente ese último beso se lo daba a Guzmán en los labios.
El seguía siendo su predilecto en todo y el amor por ese mancebo no conocía límites ni reparaba en ansias para desearlo y hasta soñar con él cuando dormía.
Y ahora se encontraba en una contradicción y actitud paradójica, pues lo excitaba ver como se calentaba y le hervía la sangre y se desbocaba su deseo al montar a ese otro muchacho de aspecto nórdico, pero por otro lado le incomodaba pensar que desease hasta ese punto a otro hombre.
Eso le empujaba a sujetarlo entre los brazos, como queriendo ocultarlo a los ojos lascivos del otro y apetecerlo más si cabe para penetrarlo sin miramiento y perforando sus entrañas con mayor ímpetu que nunca.
Se diría que por momentos sentía celos y al mismo tiempo incitaba al mancebo a besar a Sergo y le separaba las nalgas a uno de ellos para que el otro babease al ver el ojete pringado de babas y preparado para que montase a lomos de su compañero y lo follase con todas sus ganas.
Y cuando uno se decidía a endiñársela al otro, el amo lo derribaba de un manotazo y lo apartaba de ese culo para metérsela él.
Luego agarraba al que había apartado bruscamente y también se la metía, pero antes, entre un polvo y otro, les azotaba las nalgas con severidad ante la mirada atónita de Iñigo, que no entendía ese modo de proceder de su amo, puesto que a él le daba por el culo con la misma fuerza y hasta con un punto de furia, pero no le azotaba con tanta dureza como a Gonzalo y a Sergo.

Fueron días cargados de erotismo y envueltos en un clima de lujuria sin freno.
Pero una mañana, tras zurrarle a los esclavos y dejarles las nalgas como fresas encarnadas y el ojete irritado como si les metiese guindillas por el culo, Bernardo entró en el aposento del amo anunciándole que desde el castillo había volado una paloma mensajera trayendo noticias de la llegada de un mensajero real.
El conde se levantó de la cama con prisa y ordenó al criado que trajese sus ropas y las de Iñigo y ensillasen sus caballos.
Sólo ese rubio y bello esclavo acompañaba al amo fuera de la torre y ante el mundo era su paje y doncel.
Los dos se vistieron con premura, aunque el conde daba la impresión que ya esperaba de un momento a otro la llamada del rey.
Y ni estaba sorprendido ni nervioso por ir a reunirse con ese mensajero de Don Alfonso.
Y antes de marcharse y dejar solos a sus otros dos esclavos, abrió un cofre mediano y sacó unos artilugios hechos con cuero rígido y remaches de plata.


Eran como dos pequeñas jaulas sujetas a una especie de braguero de correas, que se cerraba con un candado, y sin decir ni una palabra se los colocó a los dos chicos y los cerró con una llave que se colgó del cuello.

Los penes de los muchachos quedaron atrapados y sin posibilidad de erección, dado que aquello se lo impedía y solamente les dejaría mear cuando tuviesen ganas de hacerlo.
Al mancebo se le quedó la boca abierta y no logró pronunciar palabra y Sergo también se calló sin entender a que venía enjaularles el pito, pero el amo si habló y les dijo que tardaría en volver unos siete días y hasta entonces no follarían ni se masturbarían.
A su regreso los quería enteros y con los cojones a punto de estallar de tanta leche acumulada en ese tiempo y que la lascivia les saliese por las narices y la lujuria saltase desde sus ojos al verlo de nuevo.

Y el mancebo se atrevió a musitar: “Pero mi señor...”
Y el amo interrumpió su queja y le dijo: “Sé lo que te dije al venir a verte hace días. Pero aunque deseo que este joven te acompañe y os gustéis tanto como para buscaros en la oscuridad de la noche, como ha ocurrido en todas las que hemos pasadas desde entonces, no quiero que folléis entre vosotros hasta que yo esté presente de nuevo. Besaros, lameros y sobaros si podéis soportar el dolor de huevos y las molestias en la polla al no poder empalmarla.
Pero nada de penetraros mutuamente como hasta ahora. Por el momento ese placer os queda vedado y mantendréis una castidad forzada hasta mi regreso... Y en cuanto yo esté con vosotros otra vez, sé que me suplicaréis que os libere y estallarán esos penes en mis manos llenándolas de leche. Los eunucos sabrán limpiaros vuestras partes aunque tengáis eso puesto”.

Los besó a los dos con un calor que les abrasó la boca a los tres y los dos esclavos vieron irse a su amo y al otro compañero, quedando ellos desnudos y con los pitos encerrados para no poder follar.
Ya no sentían el escozor en las nalgas ni el picor en el ojete.
Ahora sus pensamientos y preocupaciones se centraban en la jaula de cuero que les aprisionaba el carajo.
Y los dos se sentaron en la cama y se miraron sin saber que decirse.
Y Sergo pudo reírse sin fuerzas, pero trasmitió esa risa al otro y los dos se tumbaron de espaldas riéndose como tontos.
Y en eso aparecieron los eunucos y quedaron espantados al ver en que situación dejaba el amo a los dos chavales.
Para ellos el no poder disponer sexualmente del pito no era una tragedia, pues ellos sólo gozaban poniendo el culo, pero en el caso de esos dos muchachos la cosa era muy seria, pues necesitaban sentir el gozo en la polla aunque les diesen por detrás.
Y, además, quién les iba a meter un cipote por el ano si los dos lo tenían cautivo y el amo no estaba con ellos para romperles el ojete a pollazos.
Y Hassan le dijo al mancebo: “Mi príncipe, os daré una infusión de hierbas que adormecerá el deseo y vuestros penes no sufrirán tanto, pues no se pondrán erectos. Nosotros cuidaremos del aseo de tu cuerpo y el del joven Sergo y no os faltará consuelo si sabéis remediar la falta de una polla rígida y en forma.... Mi señor, esto puede ser incluso bueno, ya que aprenderéis a besaros y acariciaros por el sólo placer de teneros el uno al otro y sin ansiar luego el estallido del sexo. Sé que no es fácil soportar esa falta cuando se está junto a un ser que amas y deseas. Pero el amo lo ha decidido así y su razones tendrá para ello...Yo creo mi príncipe que en parte se debe a un pellizco de celos en su corazón. Mas no creo que eso llegue a enturbiar la presencia de Sergo en esta casa. Al amo le gusta y apetece su cuerpo cada día más y tampoco el disgusta ver como tú, mi señor, gustas de este joven. Pero la condición humana es complicada y saber que su amado queda solo con otro cuyo cuerpo ansía, aunque también él lo ame, resulta duro y cuesta admitir que eso no resta en nada el amor que tú sientes por tu amante”.

Sergo no entendía mucho de lo que el eunuco quería decirle a Guzmán, pero le chocó que le llamase príncipe y preguntó el motivo de ese tratamiento.
Y Guzmán, a regañadientes, le fue explicando al muchacho toda la historia que hasta ese momento no deseara que el otro supiese.
Y Sergo se quedó asombrado al saber que el esclavo que amaba era en realidad un príncipe, sobrino del rey, y que oficialmente no estaba vivo.
Y recordó que Iñigo comparó una daga con la de Guzmán y Bernardo dijo que se parecía a la del príncipe.
Y ahora entendía a quien se refería al mencionarlo.

El mancebo lo estrechó muy fuerte contra el pecho y le dijo: “No soy más que tú ni quiero ser otra cosa que el esclavo de mi amo y tu amigo más querido. Sergo, siento por ti algo diferente al resto de las personas que he conocido hasta ahora y sólo es comparable a mis sentimientos por el amo. Ya que a Iñigo le quiero mucho y me gusta besarlo y tocarlo, pero la atracción por él no es ni igual, ni comparable a la que el amo y tú me provocáis. Sergo, no sé si podré aguantar siete días sin dar rienda suelta a mis instintos, pero te pido que me ayudes a no desobedecer ni deshonrar al amo. Y quiero que sepas que te quiero, pero si tengo que elegir, me quedaré con mi señor”.
Y el otro mozo también le habló al mancebo y le dijo: “Yo te amo y sólo quiero estar contigo. Pero si para ello es necesario que sea un esclavo, lo seré y serviré a mi amo como el mejor de los perros si con ello puedo seguir a tu lado. Pero te confieso que para mí el verdadero amo eres tú y a ti sirvo aunque obedezca a otro. Contigo hago el amor y con ellos pongo más sexo que sentimiento, pero los aprecio y me gusta estar con ellos. Y nuestro amo, a pesar de habernos castigado de este modo, sabe hacerse respetar y aunque no quieras terminas por apreciarlo y querer estar con él. Es un buen macho y un gran guerrero. Y su cuerpo es fuego cuando nos posee. Me excita ver como te penetra y mi rabo crece y babea al sentir su verga entrando en mi culo. Ayúdame tú a poder aguantar sin que mi cipote no reviente antes de terminar esa semana que nos queda de suplicio. Porque aún sin pasar una hora, ya lo estamos lamentando y unos simples minutos nos parecen una eternidad al saber que nuestras pijas no pueden levantarse”.

Y Sergo tenía razón porque sus miembros viriles ya pugnaban por elevar sus cabezas y les dolían al no permitírselo la jaula de cuero.

1 comentario:

  1. ¡¡Oh,inteligente y perspicaz Hassan,sabio conocedor del alma y corazòn humano !!
    ...sigo en èxtasis disfrutando de la historia!!
    ¡ Saludos y aplausos Maestro,y para ti Stephan besos y gracias,gracias a àmbos!!!

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