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Autor: Maestro Andreas

jueves, 15 de noviembre de 2012

Capítulo XIII



Casi no había cantado el gallo y ya se oía la voz de la activa madre Asunción en toda la casa, coreada por la de Epifanio y Rogelia, puesto que a las otras monjas no les daba tiempo de abrir la boca y todo lo decía la priora.
Nuño abrió los ojos y con lo primero que topó fue con la nariz del mancebo pegada a su boca y le entraron ganas de mordérsela para despertarlo o que se diese la vuelta y follarlo más fácilmente.
Pero no lo hizo porque del otro lado tenía a Iñigo de espaldas y de repente su culito le llamó más la atención para darle los buenos días restregándole la tripa por dentro.
Y eso fue lo que hizo Nuño nada más despertar esa mañana, escuchando a la madre Asunción que no paraba de ordenarlo todo en una casa que le era ajena.
Cómo debía ser en el convento la dichosa monja, pensaba Nuño mientras gozaba del culo de Iñigo.
Y en eso también amaneció el mancebo, porque Sergo le presionaba el ojete con la verga y ya se la estaba metiendo sin que Guzmán hiciese nada ni para evitarlo ni para facilitarle más la penetración.
Pero en cuestión de segundos Sergo ya tenía enculado al otro esclavo y se la calcaba hasta el fondo para que sintiese mejor toda la carne dura y cachonda que le estaba dando por culo.
Pero ninguno eyacularía todavía, pues entre Sergo y el mancebo se cambiarían las tornas y sería el segundo quien se la clavase al primero para hacerle gozar por el culo lo mismo que antes disfrutase por la polla.
Y el conde se la sacaría a Iñigo, para que a éste lo ensartase Sergo, y él se la endiñaría a Guzmán que se follaba a este otro mozo.


Y, el que más y el que menos, se levantaría de la cama con las tripas llenas y los testículos secos y todos renovados de energía para llegar con bríos a Zamora y poder escuchar resignados las peroratas de sor Asunción, que presumiblemente no dejaría de hablar en todo el camino.

Pero de entrada tuvieron que vérselas con ella y las otras monjas que se disputaban el suculento desayuno que Rogelia mandó preparar para sus invitados, pero que si no llegan a darse prisa, el conde y sus hombres sólo se comen las sobras.
Que saque tenían aquellas buenas mujeres y lo gracioso es que a las otras aún se les veía el provecho de lo que metían por la boca, pero la priora mantenía un tipo esbelto que ya lo quisieran muchas damas refinadas de la corte, atildadas en exceso y pasando hambre para no ponerse como vulgares vacas lecheras.
Quizás la priora consumía todo con su energía vital y sus dotes para dirigir no sólo conventos sino ejércitos enteros.
A todos les tenía la cabeza hecha un bombo con tanto rezo matutino y tanta perorata y se vieron aliviados al salir al patio de la casa para emprender la marcha de nuevo.
Y ahí les aguardaba algo imprevisto.
Los mozos y criados de la casa tenían todas las monturas ensilladas y preparadas para el viaje, pero faltaba el caballo del conde.

Guzmán se alarmó al no ver a Brisa con los otros pura sangre y cual no sería su asombro al ver aparecer por el portalón de las cuadras a un zagal que llevaba por las riendas al corcel de su amo.


En cualquier otro caso no se le hubiese ocurrido, pero algo le impulsó a ir hacia el chico y quitarle las bridas de la mano, diciéndole: “Suéltalas. Yo mismo sujetaré el caballo para que monte mi señor”.
Pero Nuño le ordenó que devolviese al mozo.
Guzmán ni pestañeó y dejó que el chico se acercase con la montura hasta donde estaba el conde.
El chaval muy ufano se detuvo ante el caballero y todos vieron como le sonreía al conde de una manera bastante significativa.
Y el noble señor no sólo le devolvió la sonrisa, sino que le dijo: “Gracias, muchacho... Lo has cepillado y ensillado tú?”
Y el zagal, sin el menor rubor ni signo de timidez al estar ante un noble tan poderoso, respondió: “Sí, mi señor. Le di brillo a su pelaje para que reluciese a tono con la fama y el honor del gran guerrero que lo monta. Y espero haberos complacido, mi señor”.
“Cómo te llamas, muchacho?” preguntó el conde.
“Rui, para serviros en lo que deseéis mandar, mi señor”.
“Te das buen aire con los caballos. Y puede que también sepas como atender al jinete para que monte como es debido... Serías un buen palafrenero. Estoy seguro”, le dijo el conde.
Y de manera impulsiva, Nuño le alborotó el pelo al zagal con un gesto afable y luego le recompensó su servicio sacando de una pequeña bolsa colgada del cinto un par de monedas de plata.
Pero aquel muchacho ni buscaba ni le valía la plata ni cualquier otro metal para pagarle algo e hincó la rodilla derecha en tierra, suplicándole al conde que lo admitiese a su servicio para lo que tuviese a bien ordenarle o utilizarlo en su beneficio.
Y en las caras de todos los presentes se reflejó una mueca de una intensa atención, aunque en la del mancebo ese gesto era más bien de duda y preocupación por lo que pudiera desatar en su amo aquel personajillo que mostraba tanta humildad e interés por serle útil.
Como si un fogonazo iluminase sus ojos, Guzmán vio de repente bajo los pobres trapos que cubrían al chico un cuerpo armonioso y bien desarrollado que mostraba claramente el atractivo de un joven fuerte y cargado de ansias de vivir.
Y también se dio cuenta que su rostro era hermoso y en los ojos pardos hervía el fuego de una sangre caliente que alimentaba un fogoso temperamento ya fuese para el placer o para saciar cualquier otra ambición.
Y el alma del mancebo gritó en silencio: “Por qué han de atravesarse en el camino de mi amante tanto macho apetecible... Joder! Es que aún no tiene claro el cielo que este hombre será mío para siempre!”
Pero enseguida ocultó sus recelos camuflándolos en una sonrisa de circunstancias que borró la menor muestra de celos de su cara, pero no de su mirada.
Pero por qué sentía celos el mancebo por este muchacho, cuando no los sintiera por ninguno de los anteriores.
E incluso él también sentía predilección especial por Sergo y su amo no se celaba de ello, al menos aparentemente.
Aunque de pronto recordó el cautiverio de sus pollas al ausentarse el conde para ir a la corte.
La mente o el corazón a veces no dan razones para sentir de una manera determinada, puesto que ni uno mismo sabe los motivos por los que se inquieta y se desasosiega el espíritu.
Querría castigarlo más por eso?, se preguntó Guzmán.
Y Nuño, que conocía muy bien a su amado, notó lo que pasaba por su cabeza y se limitó a mirarlo advirtiéndole que eso le costaría una zurra en cuanto se librasen de las monjas.

Pero no terminaban ahí las sorpresas.
Sin que nadie lo esperase, Sor Asunción se acercó al zagal y dirigiéndose al conde le dijo: “Señor, el proceder de este muchacho no es repentino ni improvisado, pues yo fui quien le aconsejó esta mañana que os pidiera entrar a vuestro servicio. Este chico fue criado en nuestro convento y al alcanzar la plena adolescencia consideré que debería conocer los placeres y amarguras del mundo, estando con hombres y mujeres y no entre monjas apartadas en cierto modo de todo ese ajetreo. Y se lo entregué a Epifanio, este buen hombre que nos ha dado cobijo, para que le enseñase todo aquello en lo que nosotras no podíamos educarlo. Pero es listo y tiene ganas de aprender y los límites de esta granja son demasiado estrechos para su afán de conocer y saber más de la vida. Os ruego, noble conde, que lo aceptéis a vuestro servicio, porque a vuestro lado podrá madurar y aprender y ver grandes cosas. Os lo entrego y confío, porque sé que no os defraudará en nada. Sólo hay que verlo para comprender que se trata de un muchacho que merece una atención esmerada en todos los aspectos de su persona”.

Y después de hablar la reverenda, qué otra cosa podía hacer el conde que decirle al chico que lo siguiera.
Pero y en qué iría montado si todo su séquito llevaba buenos caballos.
Y ese problema lo solucionó el generoso Epifanio regalándole al chaval uno de los mejores corceles de sus cuadras.
Lo que tenía no era más que lo puesto y por eso su equipaje era más que ligero ya que consistía en la más absoluta nada.
Y todos montaron y el conde dio la señal para iniciar la marcha seguidos por las monjas y sus mulas.
Guzmán no quiso acercarse a su amo y se colocó detrás de Iñigo y al lado de Sergo, cerrándole el paso a Rui para que no alcanzase la cabeza de la comitiva y osase cabalgar junto al conde.
Estaba convencido que ese chaval era tan atrevido como para hacerlo y hasta dirigirle la palabra a un noble señor sin que éste se lo requiriese antes.
Y quizás no se equivocase en eso, puesto que el chico no tenía modales ni estaba acostumbrado a tratar con la nobleza ni con otras gentes que no fuesen monjas o campesinos.
Y con las primeras poco tenía que decirles el muchacho, así que mientras vivió en el convento sólo le dirigía la palabra a la madre priora, a la cocinera y sus pinches, al capellán del convento y a un jardinero joven que le enseñó algo más que rezar.
Y ese fuera su universo hasta que desde hacía dos años llegara a la casa de Epifanio.
Y allí supo algo más sobre la vida de los hombres y las mujeres y conoció alguna experiencia nueva y amplió otras que ya aprendiera en el convento.


Ciertamente el zagal tenía inquietudes por desarrollarse en todos los sentidos y no desperdiciaba cualquier ocasión de hacerlo.
E iba contento y feliz montado en aquel caballo que siempre le gustara, convencido que conseguiría todo cuanto se propusiese tener y disfrutar.
Y puede que la prevención del mancebo hacia él estuviese justificada, después de todo.

1 comentario:

  1. Mmmmmm,interesante,...muy interesante...
    cierto es, que cuando los celos muerden el álma del ser humano surgen emociones y situaciones muy entrtenidas,jajaja!!
    Como siempre Maestro,mis aplausos y para tí Stephan un beso y mis mas cordiales saludos para àmbos

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