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Autor: Maestro Andreas

lunes, 12 de agosto de 2013

Capítulo LXXXI


El conde daba las últimas órdenes para continuar el viaje cuando uno de los imesebelen le anunció la llegada de un mensajero.
El hombre se arrodilló ante Nuño y estiró el brazo derecho entregándole un rollo de pergamino con los sellos del rey Don Alfonso X.
Había volado prácticamente desde Castilla cruzando el estrecho y adentrándose en tierras hostiles para llegar a Marrakech, bajo la protección de un grupo de jinetes tuareg.
Y tras recibir estos guerreros noticias por un espía de un inminente ataque de las tropas de Fez al oasis donde estaba el conde y los suyos, cambiaron la ruta para advertir del peligro al príncipe Yusuf y llevaron con ellos a este portador de la misiva real.
Nuño tomó en su mano el rollo y levantó los sellos con cuidado desenrollando la carta con parsimonia.


Leyó despacio y sin cambiar el gesto ni mostrar emoción o asombro por lo que pudiera decir el monarca; y al concluir miró al mancebo y le dijo: “Tu tío está bien y dice que en la corte no hay grandes novedades. Quiere saber de ti y si tu salud es buena y también espera que le cuente los avatares que hayamos tenido que afrontar en lo que llevamos de viaje. Pregunta cual es mi opinión sobre el resultado de la empresa que nos encomendó y le preocupa tu seguridad y la del resto de nosotros, por supuesto. Pero en realidad mi señor, el noble rey de Castilla y León, teme por ti y entre líneas puede leerse que te añora y desearía tenerte a su lado, aun a sabiendas de los peligros que entraña tu presencia en la corte. Me temo que su hermano Don Fadrique sigue siendo un riesgo demasiado grande para no tenerlo en cuenta por el momento. Me da noticias de Sol y los niños y añade que están deseando volver a vernos y a estar todos juntos en mis tierras. Hace votos por el éxito de esta empresa y promete los acostumbrados honores para recompensar mi lealtad y mis servicios”.

El conde hizo una pausa y el mancebo le dijo que a él también le gustaría pasar más tiempo con su tío el rey, porque lo estimaba de veras y consideraba que su afecto era sincero y en verdad lo amaba como a un hijo y él lo quería también puesto que le había dado el calor familiar que desde la muerte de su madre no había vuelto a sentir.
Guzmán le decía al conde que llevar en las venas la misma sangre no bastaba para apreciar a otra persona y lo importante para sentir amor era notar esa complicidad necesaria que une a las personas; y estando con su tío el rey sentía esa proximidad que acercaba sus almas y les hacía gozar de un mismo interés por las cosas. “Sin embargo, nunca elegiría su compañía a costa de apartarme de ti, mi amado señor. Mi vida está a tu lado y mi suerte correrá la misma suerte que te depare la vida, amor mío”, dijo el mancebo casi con lágrimas en sus ojos negros.


Y de inmediato preguntó a Nuño: “Qué más dice el rey? Tu silencio guardo algo más que no parece que te guste decirlo. No me hagas sufrir por más tiempo la angustia de temer algo malo”.
Nuño bajo la mirada hacia el pergamino y dijo: “Hay dos noticias que no sé si considerarlas malas o buenas. Son malas porque nos comunican dos muertes y son buenas puesto que la desaparición de esas nobles personas es la fortuna para dos jóvenes a los que mi corazón y el tuyo estiman demasiado para separarlos de nosotros sin que suframos un duro golpe por ello. El rey nuestro señor, nos comunica la defunción del conde Albar y del marqués de Olmo. El tío de Iñigo y el abuelo de Ramiro”.

“Lamento la noticia. Será un motivo de tristeza para los dos”, dijo el mancebo.
Y Nuño continuó: “Sí. Lo será. sobre todo para Ramiro que estaba más unido a su abuelo que a su propio padre. Y por eso éste le nombró su único heredero en el testamento y el rey ha ratificada la investidura de Ramiro como el nuevo marqués de Olmo, convirtiéndose en el señor de ese feudo y dueño de todas las posesiones de su noble antecesor. Ahora es un hombre poderoso y forma parte de los más notables señores del reino. Lo mismo que Iñigo, pues también lo designó como su heredero su tío y asume el dominio de sus tierras y los títulos y blasones heráldicos al convertirse en la cabeza de esa ilustre familia. También él es ahora un gran señor rico y con mucha influencia en la corte del rey”.

Guzmán no articuló palabra, pero se daba perfecta cuenta de lo que significaba todo eso para su amo y para sus hasta ahora compañeros de esclavitud.
En cosa de un día tres de sus compañeros dejaban de ser esclavos de su amo para revestirse de la grandeza de poderosos señores y asumir el estatus reservado a la alta nobleza.
Y él, que era más que todos ellos e incluso estaba por encima de su amo y dueño en alcurnia, renunciaba a títulos y honores principescos con tal de poder seguir amando y sirviendo al hombre que adoraba y por cuyo amor vivía.
Para el mancebo no había mayor honor ni grandeza que ser el esclavo del conde, porque el amor que los unía superaba toda fortuna y cualquier poder por muy grande que fuera.
Sólo codiciaba la felicidad al lado de Nuño y el resto no le importaba una mierda sino lo compartía con su amante para darle mayor placer y hacer que fuese el hombre más dichoso del universo.
Lo que todavía no le había dicho el conde era que los chicos debían de partir de inmediato hacia la corte de rey de Castilla porque así lo ordenaba y deseaba ser él mismo quien les otorgase tales dignidades ante toda la corte, estando representados los tres estados que formaban las cortes de León y de Castilla.

Don Alfonso quería una ceremonia solemne y lamentaba que en ella no pudiesen estar presentes el conde y su mancebo al tener que continuar la encomienda ante el sultán de Marrakech.
Guzmán no suponía tal cosa ni que esas noticias implicasen la separación inmediata de esos compañeros a los que amaba más que si fuesen sus hermanos.
Pero a veces la vida juega esas malas pasadas y no deja que las alegrías sean completas, puesto que parece empeñarse en cobrar un tributo a veces demasiado elevado y costoso por cualquier dicha que nos sea dada.

El conde perdía al menos dos hermosos y apetitosos culos, pero lo que más sentía era separarse de tan buenos caballeros y tan esforzados y valientes guerreros.
Eso si lo echaría en falta con la marcha de Iñigo y Ramiro.
Pero, por otro lado, al menos sobre Iñigo conservaría una relación de vasallaje que lo tendría atado a su dominio de por vida.
Y, además, iba siendo hora de que alguien de su confianza cuidase de cerca a su amada Doña Sol y a sus hijos, con quienes vivía Blanca, la hermana de Iñigo.

El bello efebo velaría por los intereses del conde y su familia al tiempo que cuidaba los suyos propios.
Y, de ese modo, Nuño estaría más tranquilo y tendría la seguridad que sus seres queridos estaban en buenas manos.
El único problema era que el culo del muchacho no tendría alegría hasta que el conde volviese y le desatascase el recto a pollazos.
Esa forzosa castidad sí la sentiría Iñigo y sus carnes arderían de pasión por las noches sin lograr remediar su calentura de una forma más natural y agradable que matarse a pajas.


Ramiro lo pasaría mejor porque el siempre tendría un culo a mano para joderlo y dejarlo reventado con su contundente verga de macho dominante y con la experiencia adquirida durante su esclavitud como puta al servicio del conde feroz.
Y Sergo quizá ya no los echase tanto de menos para follar con ellos, ya que ahora tenía unas nalgas hermosas y una boca preciosa que alimentar con su leche a diario.
Pero indudablemente notaría la ausencia de esos compañeros de tantas noches de gozo y también de luchas y hasta penurias soportadas como buenos camaradas y dentro del sacrificio que impone ser un caballero.

En cualquier caso parecía que la peor parte se la llevaría el bello Iñigo que se quedaba sin la verga de esos machos que hasta ahora lo cubrían y llenaban su vientre de semen y placer.
Y eso también pesaba en el ánimo del conde porque comprendía lo que supondría para el chico esa carencia y por el momento no tenía una solución adecuada para solventar el problema.
Y sin duda turbaba su ánimo privarse del cuerpo y la compañía del rubio joven, cuya hermosura dejaba sin aire a muchos otros machos que no ocultaban el efecto que sus ojos celestes les causaban cuando los miraba, ni podían disimular lo cachondos que les ponía su equilibrado físico y las redondas y prietas nalgas que remataban su perfecta espalda.


Iñigo era demasiado bello para no lamentar que se separarse de su lado aunque solamente fuese por un tiempo.
Mas la voluntad del rey y la nueva situación del chaval imponía ese sacrificio tanto al conde como al propio muchacho.
Pero no dijo nada de tal marcha al mancebo y abordó el problema de un nuevo ataque viendo la oportunidad de exponerse a la pelea a campo abierto o atrincherarse en el oasis preparando la defensa y tomando medidas adecuadas para repeler al enemigo.

Llamó a los jefes de sus fuerzas y también a su recién estrenado lugarteniente y al resto de sus caballeros todavía esclavos, para prevenirles del posible ataque, y empezó a madurar un plan defensivo que les explicaría con detalles y escucharía también las sugerencias que ellos aportasen para salir airosos de ese nuevo trance que el destino les deparaba.

Lo que sí estaba claro, era que hasta no haber superado esa nueva batalla y salvado el pellejo, la marcha de los dos muchachos era inviable, pues sería mucho más peligroso que fuesen cazados como conejos al regresar hacia el norte si se iban de inmediato.
Así que decidió que lo mejor sería callar ese extremo y no decirles nada por el momento. Lo primero era salir con vida de la situación y luego ya retomaría el asunto del viaje para devolver a los dos jóvenes señores a su rey y señor.

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