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Autor: Maestro Andreas

jueves, 8 de agosto de 2013

Capítulo LXXX


 La noche logró poner placidez en el rostro del conde y sus esclavos aunque posiblemente no se despertaron tan descansados como se esperaba dada la intensa vigilia sexual previa a quedarse dormidos una vez agotadas sus reservas de semen en los cojones.
Nuño estaba de muy buen humor esa mañana, pues gozar con su mancebo hasta perder la noción del tiempo producía en él un estado de generosidad con el mundo en general que hasta su amado se maravillaba del ánimo que irradiaba el conde al estar plenamente saciado por su amor.
Todos se sentían satisfechos ese día, pero Ramiro evitaba mirar de frente al amo porque no quería que notase en sus ojos el placer de haber follado sin su permiso, no sólo al joven Ariel sino también al bello Iñigo.

El chico era consciente que lo mejor sería decírselo al conde y soportar el castigo que quisiera imponerle por ello, mas no temía por él tan sólo sino por los otros dos chavales que recibirían su parte por poner el culo y servirle de putas.
Y Sergo no sabía como reaccionaría el amo al saber por su boca que el culo de Ubay ya no guardaba luto por su difunto amante.

Y la verdad era que el cautivo se entregara plenamente al fornido mozo y éste lo tomó con todo el impulso de su gran corazón y toda la energía titánica de su fuerte musculatura hasta hacer que el rapaz vibrase entre sus brazos y ya no quisiese morir sino era de gozo. 
Y en su conciencia tenía claro que el conde tendría que conocer lo sucedido esa noche y asumir las consecuencias de sus actos como debía hacerlo un verdadero macho y caballero.
Le rogaría al amo que no descargase su ira ni castigase el chico, pues él sólo se cobijó en su pecho y dejó que lo amase porque necesitaba sentirse protegido y querido por alguien para aliviar su desgracia.
Y si alguien tenía la culpa era él solo y no el otro.


Fue Sergo el que le pidió al amo que escuchase su confesión y Nuño, sonriendo por lo bajo, estuvo atento al relato de lo sucedido en la tienda que compartían esos dos muchachos.
Al terminar de hablar, Sergo se arrodilló ante el conde esperando su reacción y éste le puso ambas manos sobre los hombros y le dijo: “Sergo, eres uno de los hombre más fieles y valientes que he conocido; y aunque no hayas nacido de noble cuna, tu nobleza de espíritu y la grandeza de tu corazón son superiores a la de otros muchos que ostentas títulos y honores. Mereces que todos sepan cuales son tus méritos y reconozcan en ti a uno de los más notables caballeros del reino por tu valentía, tu coraje en al lucha y, sobre todo, tu bondad y lealtad a tu señor. Ubay no es mi esclavo y por tanto no tengo derecho a impedirle que se entregue sexualmente a otro hombre. Es un cautivo, pero es un hombre libre para decidir a quien ama y desea. Y te eligió a ti porque tú supiste conquistarlo y ganarse su afecto y deseo. Lo puse en tus mando sabiendo que pasaría eso y me complace saber que lo has logrado en tan poco tiempo. Es verdad que tú si eres mi esclavo y no eres dueño de tu cuerpo ni de tus deseos, pero no has usado ni cogido nada que fuese mío o de otro hombre. Y hay que tener en cuenta que ahora ese joven tan hermoso y atractivo te pertenece a ti y yo lo pongo bajo tu custodia para siempre. Tu único castigo será amarlo y cuidar de su seguridad y su bienestar y hacer que sienta la vida y ansíe ser feliz y vivirla contigo. Esa es la obligación que te impongo como caballero sometido a mí autoridad en vasallaje y con la sagrada obligación de respetarme y acudir a mi llamada siempre que requiera tu ayuda o servicios. Tengo potestad para otorgar títulos nobiliarios dentro de mis feudos, que luego han de ser ratificados por nuestro señor el rey”.


Nuño adoptó un solemne semblante y desenvainó la espada alzándola en alto.
Sergo miraba con cierto asombro al conde y se mantuvo callado en espera de acontecimientos.
Y no tuvo que esperar demasiado para saber que nueva concesión recibía de su señor.
Nuño miró con satisfacción al rudo mozo y procedió a la ceremonia de investidura apoyando alternativamente la refulgente hoja sobre los dos hombres del apuesto macho.
Y prosiguió: “Desde este mismo instante te nombro barón de Lanzón, alférez mayor de mis tropas y alcaide de la torre del Bosque Negro. De ese modo jamás estarás lejos de Guzmán ni de mí. Los dos te amamos y no hace falta que me digas de que modo adoras a mi mancebo. Y no sólo no me molesta ni me causa celos tu devoción por mi amado, sino que deseo que siempre mantengas esa predilección por él, sin perjuicio que ames a Ubay. Levántate y muéstrate al mundo como lo que eres, pues ya no serás nunca esclavo de nadie”.

Sergo se puso en pie y el conde lo abrazó besándolo en la boca en un signo de amistad, amor, y un deseo inagotable de poseerlo y ser el macho que tendría siempre el derecho a montarlo como a una hembra cachonda por muy noble y libre que fuese.
Al mozo le saltaron las lágrimas y agradeció al conde tales favores y distinciones y le juró fidelidad y vasallaje postrándose otra vez de hinojos ante su señor.

Nadie presenció la escena pero no eran necesarios testigos para tales favores puesto que de inmediato el conde redactó los documentos necesarios para que posteriormente fuesen ratificados por el soberano de León y Castilla.
Y al entrar de nuevo en la jaima el mancebo, al que ya habían adecentado los dos eunucos, el conde lo agarró por una mano y le presentó al nuevo barón y lugarteniente del poderoso conde de Alguízar, su dueño y amante.

El mancebo, llorando de alegría, besó a Sergo en los labios y éste le acarició el pelo con tal ternura que daban ganas de mantenerlos así de unidos para recrear la vista con una estampa tan cálida.

“Y ahora veamos que hicieron esos otros cabrones durante esta pasada noche. Apuesto que el muy jodido de Ramiro se folló a los otros dos y les preñó la barriga más de una vez para saciar a esas dos zorras y satisfacer su propia lujuria”, añadió el conde agarrando por los hombres a su amado y a su nuevo alférez mayor.
Y dijo con voz sonora: “Que vengan mis otros esclavos porque sospecho que tendré que ajustarles las cuentas a los tres. Sergo ve a por ellos y luego reúnete con Ubay y trasmítele las buenas nuevas que transformarán vuestras vidas. Y no temas en ser efusivo con ese chico ni en darle otras buenas raciones de esa estupenda medicina que llevas en la entrepierna. Ve con él, mi buen barón, y hazlo dichoso hasta que no pueda creer que aún sigue en la tierra y no está ya en el paraíso”.

Nuño atrajo hacia sí al mancebo y lo besó intensamente en la boca.
Y éste se atrevió a decirle al amo: “Si te ruego que no castigues con severidad a mis compañeros tendrás en cuenta mis deseos?”


Y Nuño le respondió: “Sólo voy a disfrutar un poco enrojeciendo las nalgas de esos putos porque ya sabes que me satisface hacerlo y quiero disfrutar de sus culos un rato. Sin demasiado esfuerzo, puesto que el agujero que quiero volver a reventar más tarde es el tuyo. Creo que te gozaré en solitario más a menudo que hasta ahora. Cada día te amo y deseo más. Así que no sufras por ellos y vuelve con tus eunucos para que te relajen los músculos del culo que te voy a follar hasta que pierdas el sentido y no sepas ni en que lugar del universo estamos, solos y juntos para siempre”.

El mancebo no ocultó su dicha con un gesto de júbilo y antes de irse le preguntó a su señor hasta cuando tenía previsto permanecer en el oasis.
Y el señor dijo: “Los heridos están casi recuperados y vuelven a tener fuerzas para galopar y luchar si es preciso. Mañana reuniré a mis capitanes y al día siguiente sin más tardanza saldremos para Marrakech. Tengo ganas de terminar esta misión y regresar a casa. Echo de menos a Sol y a mis hijos y creo que es hora de pasar un tiempo con ellos y ocuparme personalmente de la educación de mi heredero."

“Yo también los echo de menos y sobre todo añoro las partidas de ajedrez con mi muy querida amiga y esposa de mi señor. Y quiero enseñarle a Fernando a manejar el arco como un verdadero furtivo para que nunca yerre la puntería al abatir a una presa”, dijo el mancebo con nostalgia.

Y Nuño añadió: “Además ya contamos con el flamante barón de Lanzón para que me libere de las cosas más cotidianas que hasta ahora requerían mi atención para la defensa y administración de mis tierras; y, gracias a eso, tú y yo podremos solazarnos por los bosques y refrescar nuestra pasión en lagos y ríos. Ya sabes que me gusta follarte en plena naturaleza como si volviese a cazarte y te forzase a la fuerza violando ese culo que siempre será el que más estimule mi polla y haga que mi leche quiera abandonar este par de cojones que te voy a pegar al ojete en cuanto termine de arreglarle las cachas a eso tres truhanes que tengo por esclavos. Y ahora dame otro beso y lárgate a que tus dos zorras castradas te dejen bien sedado y te acicalen aún más si cabe para ser el más apetitoso bocado que pruebe este día”.

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