El mancebo estaba tumbado sobre cojines de damasco y al ver entrar a su amo se giró
levemente para mostrarle mejor el culo e incitar a su amante a que se sirviese de lo que
era suyo.
El conde sonrió con una mueca en sus labios y se despojó de todo lo que
llevaba encima del cuerpo; y al quedarse en cueros vivos se dejó caer sobre su amado y
le sujetó fuertemente los brazos por detrás de la espalda y muy pegado a la cara le dijo:
“Voy a recordarte como folla tu dueño cuando su amado le provoca un estado de total
lujuria enseñándole de esa manera el culo. Nunca me cansaré de besar este cuello que
me excita tanto como esas cachas que tengo bajo mi vientre. Y quiero recorrer despacio
estos lugares divinos que tienes entre la nuca y los hombros y detenerme en tus orejas
para morderlas con la punta de los dientes y hacer que chilles levemente como cuando
acaricias la panza de una gata mimosa. Me enloqueces, Guzmán, y cada día que paso
contigo me encelo más y más deseo gozarte sin desperdiciar mis fuerzas y energías con
otros cuerpos. Ya ves, ese joven cautivo es una pieza preciosa que en otro tiempo no
dudaría en tomar y usar de grado o por fuerza. Sin embargo, hoy y en este desierto,
teniéndolo en mi poder e indefenso, no voy a tocar ni un pelo de su cabeza aunque él
mismo viniese a ofrecerme su apetitoso agujero. Me quedo con este otro que voy a
taladrar en un instante y que es la maravillosa entrada a mi paraíso. Ojalá que ese otro
lindo ojal sepa aprovecharlo Sergo sin emplear la fuerza. Para eso dejé a su cuidado al
chaval y estoy seguro que nuestro apuesto vikingo se lo lleva al huerto como a una linda y
dócil cordera. Pero que ellos hagan lo que deben y tú dame los labios para confundirlos
con los míos y deja que nuestras lenguas se lacen y no puedan separarse hasta que mi
leche corra por tus entrañas fecundándote hasta el cerebro”.
Guzmán se derretía bajo el cuerpo de su amante y con cada embestida de su potente
verga sentía que se le iba la vida en un puro goce de un erotismo bestial.
Se le ponía la
piel como la de un pollo y hasta el cabello se le levantaba imitando al pene que ya no
podía estar ni más duro ni más tieso.
Y con palabras entrecortadas por jadeos y gemidos,
el mancebo pudo decirle a su amante que lo adoraba más que a un dios, puesto que lo
amaba por encima de todo y lo deseaba con tal ansia que le dolían los sentidos de gozar
con su placer.
Guzmán hasta lloraba de gusto al sentirse dominado y sodomizado con
violencia por su amo y antes de notar la descarga del semen en sus tripas, su polla dejó
salir la leche que pugnaba por abandonar sus apretados cojones.
Pero ese sólo sería el
primer polvo y nada más tranquilizarse unos minutos los dos, sin que el conde le sacase
la verga del culo a su amado, ya estaba dándole caña de nuevo y dejándole el ojete más
rojo y ardido que un carbón quemándose en un pebetero.
Y realmente el cuerpo del
mancebo era un recipiente ceremonial para el conde, pero no para quemar esencias o
incienso, sino el ardiente amor que consumía a los dos enamorados.
Y no había mejores
perfumes para ellos que el olor de sus cuerpos sudorosos y del semen vertido como fruto
de su pasión.
El conde y su mancebo follaron toda la noche hasta el amanecer y no faltaron ni fuertes
palmadas en las nalgas del rapaz para acelerar la circulación de su sangre y ponerlo más
fogoso para complacer a su señor, ni tampoco caricias y lametones con mamadas de
polla y comida de esfínter, ya que todo eso ponía muy cachondo tanto al conde como a su
amado mancebo y alargaba aún más la jodienda entre los dos.
El resto de los esclavos no
tenían permiso explícito del amo para follar entre ellos, pero a Ramiro le reventaban los
huevos y la polla se le deshacía de calentura estando tan cerca de Ariel y rozarse contra
su cuerpo, además de besarlo y sobarlo por todas partes.
Y al chico tampoco le faltaban
ganas de desahogar el sofoco y el calor que le producía el contacto con ese joven tan
guapo y fuerte, que le parecía el hombre más viril y bello de la tierra.
Tan sólo con verlo se
empalmaba y si le rozaba con un dedo soltaba babilla por el pito como si ya fuese a
correrse, el muy puto.
Ariel estaba loco por Ramiro y ya era algo tan evidente que hasta
un ciego podría verlo y darse cuenta de lo que sentían esos chicos al estar juntos.
Y esa noche, después de ver como Ramiro le daba por culo a Iñigo y lo dejaba preñado y
sedado, mientras Ariel le chupaba la polla al rubio efebo, el chico se metió en el mismo
lecho con Ramiro y éste lo estrechó contra su cuerpo primero y al oír la serena respiración
del otro esclavo, que ya dormía, Ramiro le dio la vuelta a Ariel y se la clavó por el culo
amándolo con la tierna pureza de unos adolescentes.
Se confesaron su amor y Ramiro
incluso lloró de emoción cuando el otro chaval le rogaba que le partiese el culo en pleno
orgasmo.
Y repitieron una y otra vez, porque si debían ser castigados por hacerlo sin
autorización del amo, les daba igual que les zurrase por uno polvo que por media docena.
Además el conde los castigaría igualmente por follar antes con Iñigo y por eso no merecía
la pena morderse las ganas de ser felices los dos juntos.
El gozo y placer mutuo que
sintieron esa noche les compensaba de toda penitencia que pudiera imponerle su señor.
Sin embargo, Sergo quiso estar más comedido con Ubay y durante la primera mitad de la
noche no pasó de acariciarlo y besarlo en la frente dudando si el rapaz se daba cuenta de
ello o ya dormía como un bendito acurrucado en sus brazos.
Mas esa incertidumbre se
desvaneció en cuanto dejó de hacerlo, porque el chico lo miró con ojos de cordero y le
dijo que se encontraba muy a gusto con él y que no dejase de hacerle esas caricias tan
dulces.
Pero a Sergo le dolían los cojones de tanto tocar y no joder ni hacer nada más
que acunar al rapaz como si fuese un niño.
Y ya le estaba gustando demasiado ese chico
como para no desear poseerlo y gozar con él un buen rato.
Al menos se podría creer que
fuese para aliviar la pesada carga de sus bolas, que se resentían de tanto continencia y
no paraban de elaborar sustancia lechosa provocada por el aroma y el tacto de la piel del
joven y hermoso cautivo que tenía en sus brazos.
Sería tan fácil amarrarlo abusando de
su fuerza y violentarlo hasta perforarle el culo para descargar su lascivia dentro de ese
vientre plano y prieto!
Pero ese no era el estilo de Sergo ni su voluntad y conciencia
estaban por la labor de violar al zagal.
Sería el chico quien tendría que darse la vuelta y
ofrecerle el ano separándose las nalgas con sus propias manos y rogarle que lo
penetrase con su verga hasta preñarlo.
Y eso no parecía que fuese a producirse por el
momento.
Así que a Sergo no le quedaba otro remedio que aguantar y hacerse una paja
silenciosa aprovechando el sueño de Ubay y procurando no despertarlo.
O hacía eso o
sus pelotas estallarían como castañas al fuego.
Y en cuanto creyó que el chico estaba dormido como un ángel, Sergo comenzó a
menearse la polla con su mano derecha, pero no llegó muy lejos con la paja, pues otra
mano, más pequeña y no tan fuerte como la suya, detuvo el movimiento masturbador y el
potente y recio mozo sintió en su labios un dulce y húmedo beso que le abría la boca para
introducir en ella otra lengua que sabía besar muy bien.
Los ojos de Ubay resplandecieron
en la penumbra mirando las incrédulas pupilas de Sergo y éste respondió a ese beso con
otro tan pasional como ansioso por ser dueño de esa boca que se le brindaba deseosa de
sus labios.
La mano de Sergo se retiró de su verga y la otra la agarró con decisión para
proseguir lo que esa abandonaba, pero Sergo dijo en voz muy baja: “No lo hagas. No
quiero eso de ti. Estoy muy caliente y mis huevos no pueden más de tan inflados que los
tengo, porque tocarte y verte me resulta muy excitante, pero no pretendo apagar mi locura
y ansia de tu cuerpo con una simple paja aunque sea esa bella mano la que me la haga.
Deja que mi polla recupere la cordura y vuelve a cerrar los ojos para dormirte entre mis
brazos”.
Mas el chico no quiso dormir tan pronto y se apretó contra Sergo dándole la espalda y
colocando su culo justo pegado a la gruesa verga del otro.
Y Sergo creyó perder la razón
y el conocimiento al notar que esa mano dirigía su cipote hacia el centro de las dos
apretadas nalgas del rapaz.
Sintió el roce del ano en su glande y también se dio cuenta
que Ubay se mojara con saliva el agujero.
Y casi sin darse cuenta ya estaba entrando en
el recto del cautivo, conducido por la hábil diestra del chaval que conocía muy bien el
camino para llegar hasta el interior de sus entrañas.
Y la razón no quería imponerse a la
lujuria, pero Sergo, casi incapaz de rechazar ese cuerpo divino que se entregaba a él sin
presión y por propia voluntad, le dijo al chico: “No lo hagas si no sientes algo más por mí
que un simple deseo o necesidad sexual, ni tampoco por agradecer algo que yo pudiera
haberte dado en este tiempo que pasamos juntos, intentando así aliviar mi excitación y la
molestia que siento en mis testículos. No quiero hacer esto contigo como un desahogo.
No deseo follarte si no amarte y que tú me ames a mí. Si te entregas ha de ser por que
deseas ser mío y yo te tomaré para quererte por el resto de mi vida. Si sientes lo mismo
por mí, di si quieres que te haga el amor. Y dime también si deseas ser mío”.
Ubay quizás
en principio sólo buscaba en la fuerza de Sergo el amparo a su soledad y necesitaba
sentirse protegido por otro hombre que fuese un buen macho para cubrir sus necesidades
y deseos sexuales.
Y no cabía duda que si alguien reunía tales dotes, ese era el
rubicundo mozo de las tierras del norte; que, además, se estaba prendando locamente del
joven cautivo del conde, al que debía obediencia y respeto como amo, pero ante ese
agujero húmedo latiendo ante su polla era normal que la cordura abandonase al valiente
vikingo y no reparase en prendas para entrar con todas sus ganas en el culo de Ubay.
Sergo insistió de nuevo para que Ubay le respondiese cuando su glande ya acariciaba la
entrada del ano del chico y éste contestó con un corto monosílabo: “Sí”.
Y ya no se lo
preguntó más veces.
Ubay continuó la labor de lazarillo que había empezado y el primer
polvo fue memorable y no sólo para Sergo.
El joven cautivo gimió como nunca y creyó
que su cuerpo flotaba en una nube mágica de la que no quería bajar en toda la noche.
Y
apenas se apeó del rabo que el otro mozo le metió por detrás para llenarlo de leche unas
cuantas veces.
Estaba claro que el pobre rapaz estaba tan necesitado de leche fresca de
macho como del mismo alimento que cada día le servían para fortalecerse y recuperarse
plenamente de sus heridas.
Y si algo iba a curarlo del todo era precisamente este
suministro de semen por el culo que generosamente le dio el apuesto y fornido esclavo
del conde y que en su intención estaba repetir las dosis al menos todas las noches en que
estuviese al lado de ese bello chaval que el destino y su amo pusieran en sus manos.
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