Nuño y Aldalahá se alejaron de la granja de esclavos guerreros y galoparon hacia otro
extremo de la extensa finca donde se encontraba una amplia zona reservada a la cría y
doma de caballos de pura raza árabe.
Los animales andaban sueltos por prados y
vaguadas y salpicaban en millares de gotas la superficie de una laguna al trotar dentro de
sus aguas fangosas, libres como el aire que se enredaba en sus crines, que parecía
darles brío para correr más ligeros que el mismo viento.
Era una yeguada magnífica y tan
bien cuidada y seleccionados los ejemplares que serían la envidia de la que en otros
tiempos tuvieran los califas en las marismas del Guadalquivir y que todavía galopaban en
estado salvaje por esos hermosos humedales.
A Nuño le fascinaban los buenos caballos, casi tanto como los bellos muchachos, pues
gustaba de montar los machos de ambas especies y más domarlos y someterlos a su
voluntad.
Era un buen jinete, tanto como buen follador, y sabía corregir las querencias de
un noble bruto al igual que disciplinar los desvaríos o rebeldías de los muchachos que
convertía en sus esclavos sexuales.
A unos y a otros les aplicaba el castigo justo y más
adecuado para corregirlos y al mismo tiempo les sacaba el mejor rendimiento posible
dadas sus aptitudes y carácter.
Pocos adiestradores podían hacerle sombra al domar un
caballo y mucho menos al convertir a un joven macho en su mejor ramera para darle todo
el placer que desease obtener del chaval.
Aldalahá llevó a Nuño al picadero donde se adiestraba a los caballos para la monta y se
doblegaba el altivo orgullo y bravura de los jóvenes garañones para volverlos dóciles y
manejables casi sin necesidad de fusta ni espuela.
Unos criados cepillaban dos corceles
magníficos, mientras otros peinaban las colas y crines de otros tres, que, según le dijo al
conde el noble almohade, iban a ser vendidos a nobles y ricos señores de la corte de
Granada.
Nuño alabó la prestancia de aquellos ejemplares tanto como había ensalzado la
fuerza y buena forma física de los guerreros negros; lo que enorgulleció a Aldalahá, pues
si de algo estaba satisfecho era del producto que salía de ambos criaderos.
Pero el noble
anfitrión también elogió el gusto del conde al elegir a sus esclavos sexuales y no se
reprimió ni escatimó palabras para ensalzar la belleza de todos los muchachos que
formaban la hueste de Nuño, haciendo especial hincapié en el extremado atractivo de los
tres jóvenes caballeros que con el mancebo completaban el escogido grupo de esclavos
personales del conde.
Tanto Iñigo como Ramiro y Sergo lo dejaran boquiabierto al verlos
cubiertos tan sólo por ligeras túnicas de fino lino blanco.
Y en cuanto a Guzmán, Aldalahá
no concebía un joven varón de mayor hermosura bajo las estrellas. Y allí, en ese reducto de cría caballar, el conde vio un carrusel de jinetes en una simbiosis
perfecta entre machos en plena juventud.
Todos ellos eran preciosos animales que unían
sus cuerpos pegando la piel uno al otro al montar los muchachos desnudos y a pelo sobre
los lomos brillantes de corceles elegidos por sus virtudes de buena raza.
Trotaban en
círculo al rededor de un redondel cercado con vallas de madera y el conde y su anfitrión
se complacían con el espectáculo comentando cual de los equinos tenía la mejor estampa
y de los chicos cual le parecía a cada señor el más elegante erguido en la grupa del noble
bruto que montaba.
Y la elección resultaba difícil pues sin ser iguales eran
tremendamente bellos y finos todos los participantes, fuesen debajo a encima del otro
ejemplar.
A Nuño se le salía la verga fuera de las calzas de tan gorda y crecida que se le
puso viendo tanta hermosura, pero aún faltaban los números finales y Aldalahá dio dos
palmadas sin advertir de nada al conde; y, para su sorpresa, los mozos se pusieron en pie
sobre los lomos de los caballos haciendo piruetas imposibles sin que ninguno de ellos
perdiese el equilibrio ni cayese a tierra.
No cabía duda que se trataba de hábiles y experimentados jinetes, más la prueba
definitiva estaba por llegar cuando el amo de la finca ordenó que compitieran todos los
participantes en la exhibición en una carrera de velocidad a todo galope.
Y los caballos
con sus jinetes salieron del cercado en tropel bufando y comiéndose el aire para volar
más rápidos y dieron vueltas a un circuito elíptico pegado al circular hasta que el noble
almohade hizo una señal con la mano y dio como vencedor al que adelantaba un palmo la
cabeza sobre los demás.
Y el muchacho que ganó la carrera se acercó a los dos señores
con el caballo y se apeó para que Aldalahá le besara en la frente.
Luego se quedó quieto,
como esperando también el premio del conde, y éste miró a su amigo y viendo en él una
mirada de complacencia, casi invitándolo a gozar del chico, sujetó al mozo por las
caderas y lo apretó contra su cuerpo besándolo rotundamente en la boca mientras las
manos se le deslizaban hacia el culo.
Pero el conde pensó que quizás sería hubiese muy fuerte follar al chico delante del resto
y en las mismas narices de su amo, mas esa opción estaba en la mente de Aldalahá y no
haciéndolo el conde, le dio al muchacho la oportunidad de elegir a cual de sus
compañeros quería darle por el culo allí mismo y delante de todos los otros jóvenes.
Y el
rapaz le preguntó a su amo si podía ofrecerse a cualquiera para que lo follasen a él en
lugar de metérsela a otro.
Los dos señores sonrieron y les hizo gracia la naturalidad del
mozo y el dueño de la casa accedió gustoso a lo que el chico le pedía, pero no suponía
que el muchacho tuviese la desfachatez de darle la espalda al conde y doblarse ante él
abriéndose las cachas con las dos manos.
Y eso ya era demasiado para que Nuño
despreciase un hermoso agujero tan sinceramente ofrecido para el deleite de su verga
inflamada por el fuego de la lujuria.
Y sin ningún género de dudas ni titubeos, el conde se
la calzó al joven jinete y le metió un polvo de muerte rodeado por el resto de los
compañeros del chaval, que estaban excitados y con las pollas en ristre como si
presentasen armas en un acontecimiento castrense.
Y Aldalahá también se animó al ver a
Nuño y se la metió al segundo ganador de la carrera.
Los dos nobles regresaron al palacio cansados de piernas como si en lugar de ir a caballo
corriesen por el campo como cervatos tras una hembra en su primer celo.
Y Nuño no
disimuló en absoluto la fatiga y pidió que lo bañasen los eunucos y le diesen masajes por
todas partes, por lo que el mancebo preguntó a su amo cual era la causa de ese
agotamiento tan evidente.
El conde le respondió, pero no con palabras, sino que
haciéndole una seña para que se acercase lo más posible, le atizó un guantazo en la cara
y volvió a recostarse plácidamente en la acequia de agua caliente y olor a jazmín.
Estaba
claro cual era el motivo del cansancio del amo, pero también quedaba más claro aún cual
era la posición de cada uno y quien era el amo y quien el esclavo.
Guzmán se tragó las
lágrimas porque le dolía tanto la hostia que le dio el amo, como la vergüenza por su
atrevimiento y falta de respeto hacia su señor, mereciendo por ello ser golpeado ante los
eunucos de Aldalahá.
Y se fue cabizbajo y arrepentido junto a sus otros compañeros, que
al verlo así lo rodearon y quisieron saber cual era el motivo de su aflicción.
El mancebo se
lo contó y Sergo le dijo: “Si yo fuese tu dueño también te azotaría mucho más fuerte por lo
que has hecho, pues no sé como puedes osar importunar al amo con semejante
pregunta. Es que ahora vas a sentir celos por lo que haga con otro? Guzmán cuando te
llame arrodíllate a sus pies y pídele perdón llorando sinceramente tu estupidez. Pero
ahora déjame besarte y consolarte acariciando tu pelo y oliendo ese aroma que me excita
tanto como a nuestro amo”.
Y el mancebo no tardó en ir a postrarse a los pies del amo e implorar un perdón que ya
tenía concedido de ante mano por la generosidad de su señor.
Pero tras el baño
tonificante, Nuño no gozó de su esclavo favorito, sino que escogió a Iñigo para saciar su
libidinosa naturaleza de macho cabrío.
Y cuando acabó con el rubio esclavo pasaron a
ocupar el lecho del señor los otros dos esclavos, con los que fornicó dejando que Iñigo se
aprovechase de la leche de ambos mozos.
Y, mientras, el mancebo sufría en silencio el
castigo tácito que su amante le imponía por ser descarado y preguntar lo que no era de
su incumbencia, más delante de siervos que ni siquiera eran propiedad de su señor.
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