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Autor: Maestro Andreas

viernes, 24 de mayo de 2013

Capítulo LXII

Nuño y Aldalahá se alejaron de la granja de esclavos guerreros y galoparon hacia otro extremo de la extensa finca donde se encontraba una amplia zona reservada a la cría y doma de caballos de pura raza árabe.
Los animales andaban sueltos por prados y vaguadas y salpicaban en millares de gotas la superficie de una laguna al trotar dentro de sus aguas fangosas, libres como el aire que se enredaba en sus crines, que parecía darles brío para correr más ligeros que el mismo viento.
Era una yeguada magnífica y tan bien cuidada y seleccionados los ejemplares que serían la envidia de la que en otros tiempos tuvieran los califas en las marismas del Guadalquivir y que todavía galopaban en estado salvaje por esos hermosos humedales.

A Nuño le fascinaban los buenos caballos, casi tanto como los bellos muchachos, pues gustaba de montar los machos de ambas especies y más domarlos y someterlos a su voluntad.
Era un buen jinete, tanto como buen follador, y sabía corregir las querencias de un noble bruto al igual que disciplinar los desvaríos o rebeldías de los muchachos que convertía en sus esclavos sexuales.
A unos y a otros les aplicaba el castigo justo y más adecuado para corregirlos y al mismo tiempo les sacaba el mejor rendimiento posible dadas sus aptitudes y carácter.
Pocos adiestradores podían hacerle sombra al domar un caballo y mucho menos al convertir a un joven macho en su mejor ramera para darle todo el placer que desease obtener del chaval.

Aldalahá llevó a Nuño al picadero donde se adiestraba a los caballos para la monta y se doblegaba el altivo orgullo y bravura de los jóvenes garañones para volverlos dóciles y manejables casi sin necesidad de fusta ni espuela.
Unos criados cepillaban dos corceles magníficos, mientras otros peinaban las colas y crines de otros tres, que, según le dijo al conde el noble almohade, iban a ser vendidos a nobles y ricos señores de la corte de Granada.
Nuño alabó la prestancia de aquellos ejemplares tanto como había ensalzado la fuerza y buena forma física de los guerreros negros; lo que enorgulleció a Aldalahá, pues si de algo estaba satisfecho era del producto que salía de ambos criaderos.

Pero el noble anfitrión también elogió el gusto del conde al elegir a sus esclavos sexuales y no se reprimió ni escatimó palabras para ensalzar la belleza de todos los muchachos que formaban la hueste de Nuño, haciendo especial hincapié en el extremado atractivo de los tres jóvenes caballeros que con el mancebo completaban el escogido grupo de esclavos personales del conde.

Tanto Iñigo como Ramiro y Sergo lo dejaran boquiabierto al verlos cubiertos tan sólo por ligeras túnicas de fino lino blanco.
Y en cuanto a Guzmán, Aldalahá no concebía un joven varón de mayor hermosura bajo las estrellas. Y allí, en ese reducto de cría caballar, el conde vio un carrusel de jinetes en una simbiosis perfecta entre machos en plena juventud.


Todos ellos eran preciosos animales que unían sus cuerpos pegando la piel uno al otro al montar los muchachos desnudos y a pelo sobre los lomos brillantes de corceles elegidos por sus virtudes de buena raza.
Trotaban en círculo al rededor de un redondel cercado con vallas de madera y el conde y su anfitrión se complacían con el espectáculo comentando cual de los equinos tenía la mejor estampa y de los chicos cual le parecía a cada señor el más elegante erguido en la grupa del noble bruto que montaba.
 Y la elección resultaba difícil pues sin ser iguales eran tremendamente bellos y finos todos los participantes, fuesen debajo a encima del otro ejemplar.

A Nuño se le salía la verga fuera de las calzas de tan gorda y crecida que se le puso viendo tanta hermosura, pero aún faltaban los números finales y Aldalahá dio dos palmadas sin advertir de nada al conde; y, para su sorpresa, los mozos se pusieron en pie sobre los lomos de los caballos haciendo piruetas imposibles sin que ninguno de ellos perdiese el equilibrio ni cayese a tierra.

No cabía duda que se trataba de hábiles y experimentados jinetes, más la prueba definitiva estaba por llegar cuando el amo de la finca ordenó que compitieran todos los participantes en la exhibición en una carrera de velocidad a todo galope.
Y los caballos con sus jinetes salieron del cercado en tropel bufando y comiéndose el aire para volar más rápidos y dieron vueltas a un circuito elíptico pegado al circular hasta que el noble almohade hizo una señal con la mano y dio como vencedor al que adelantaba un palmo la cabeza sobre los demás.
Y el muchacho que ganó la carrera se acercó a los dos señores con el caballo y se apeó para que Aldalahá le besara en la frente.
Luego se quedó quieto, como esperando también el premio del conde, y éste miró a su amigo y viendo en él una mirada de complacencia, casi invitándolo a gozar del chico, sujetó al mozo por las caderas y lo apretó contra su cuerpo besándolo rotundamente en la boca mientras las manos se le deslizaban hacia el culo.

Pero el conde pensó que quizás sería hubiese muy fuerte follar al chico delante del resto y en las mismas narices de su amo, mas esa opción estaba en la mente de Aldalahá y no haciéndolo el conde, le dio al muchacho la oportunidad de elegir a cual de sus compañeros quería darle por el culo allí mismo y delante de todos los otros jóvenes.
Y el rapaz le preguntó a su amo si podía ofrecerse a cualquiera para que lo follasen a él en lugar de metérsela a otro.
Los dos señores sonrieron y les hizo gracia la naturalidad del mozo y el dueño de la casa accedió gustoso a lo que el chico le pedía, pero no suponía que el muchacho tuviese la desfachatez de darle la espalda al conde y doblarse ante él abriéndose las cachas con las dos manos.


Y eso ya era demasiado para que Nuño despreciase un hermoso agujero tan sinceramente ofrecido para el deleite de su verga inflamada por el fuego de la lujuria.
Y sin ningún género de dudas ni titubeos, el conde se la calzó al joven jinete y le metió un polvo de muerte rodeado por el resto de los compañeros del chaval, que estaban excitados y con las pollas en ristre como si presentasen armas en un acontecimiento castrense.
Y Aldalahá también se animó al ver a Nuño y se la metió al segundo ganador de la carrera.

Los dos nobles regresaron al palacio cansados de piernas como si en lugar de ir a caballo corriesen por el campo como cervatos tras una hembra en su primer celo.
Y Nuño no disimuló en absoluto la fatiga y pidió que lo bañasen los eunucos y le diesen masajes por todas partes, por lo que el mancebo preguntó a su amo cual era la causa de ese agotamiento tan evidente.

El conde le respondió, pero no con palabras, sino que haciéndole una seña para que se acercase lo más posible, le atizó un guantazo en la cara y volvió a recostarse plácidamente en la acequia de agua caliente y olor a jazmín.

Estaba claro cual era el motivo del cansancio del amo, pero también quedaba más claro aún cual era la posición de cada uno y quien era el amo y quien el esclavo.
Guzmán se tragó las lágrimas porque le dolía tanto la hostia que le dio el amo, como la vergüenza por su atrevimiento y falta de respeto hacia su señor, mereciendo por ello ser golpeado ante los eunucos de Aldalahá.
Y se fue cabizbajo y arrepentido junto a sus otros compañeros, que al verlo así lo rodearon y quisieron saber cual era el motivo de su aflicción.

El mancebo se lo contó y Sergo le dijo: “Si yo fuese tu dueño también te azotaría mucho más fuerte por lo que has hecho, pues no sé como puedes osar importunar al amo con semejante pregunta. Es que ahora vas a sentir celos por lo que haga con otro? Guzmán cuando te llame arrodíllate a sus pies y pídele perdón llorando sinceramente tu estupidez. Pero ahora déjame besarte y consolarte acariciando tu pelo y oliendo ese aroma que me excita tanto como a nuestro amo”.

Y el mancebo no tardó en ir a postrarse a los pies del amo e implorar un perdón que ya tenía concedido de ante mano por la generosidad de su señor.


Pero tras el baño tonificante, Nuño no gozó de su esclavo favorito, sino que escogió a Iñigo para saciar su libidinosa naturaleza de macho cabrío.

Y cuando acabó con el rubio esclavo pasaron a ocupar el lecho del señor los otros dos esclavos, con los que fornicó dejando que Iñigo se aprovechase de la leche de ambos mozos.

Y, mientras, el mancebo sufría en silencio el castigo tácito que su amante le imponía por ser descarado y preguntar lo que no era de su incumbencia, más delante de siervos que ni siquiera eran propiedad de su señor.

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