El viento ululaba por las rendijas de las contras de madera que tapaban la luz del día,
dejando a oscuras el aposento del castillo donde se alojaba el conde con sus esclavos.
Nuño había dormido bien y mucho, tras la orgía improvisada que se formó al final de la
cena de la noche anterior.
Los esclavos aún dormían a pierna suelta y resoplaban como
cachorros satisfechos y tranquilos al amparo de la protectora mano de su amo.
Todos los
muchachos se acostaron rendidos y agotados de soltar semen por sus penes y también
los ojetes de sus culos les habían quedado muy abiertos e irritados de tanto meter y sacar
rabos por ellos; al punto que era de suponer que sus huevos no estuviesen necesitados
de vaciarse tan pronto.
Y, sin embargo, en cuanto el conde le puso la mano al mancebo
sobre una nalga, el chico se despertó no con sobresalto, sino con ansia de polla y de
inmediato le ofreció el culo al amo para que lo montase de nuevo a modo de saludo para
darle los buenos días.
Y el conde, cuyos testículos tenían que estar más vacíos que los
de sus esclavos, no dudó en subirse sobre la espalda del mancebo y, sin necesidad de
ayudarse con una mano, su polla encontró el agujero del chaval y entró por el orificio
como el amo entra en su casa sin llamar a la puerta ni anunciarse con palabras.
Y con el traqueteo del lecho los otros mozos se fueron despejando y al ver a su
compañero bajo el cuerpo del amo que lo sodomizaba con energía suficiente como para
atravesarlo de lado a lado, ellos también se excitaron y se sentaron en la cama con cara
de esperar que les cayese algo o por lo menos les diesen algo de leche fresca para llenar
el vacío matinal de las tripas.
Nuño los vio y le hizo gracia esos ojos pedigüeños y sin
sacarla del culo de Guzmán, les ordenó aparearse entre ellos.
Y ya sabían que eso
significaba unirse los tres formando una cadena bien ensamblada, poniéndose al frente
de ella el bello y rubio doncel, en el medio el joven macho de pelo ondulado como las
aguas de un mar de color negro y detrás suya, dándole fuertemente por el culo, el
vigoroso y rubicundo vikingo.
Y el orden tenía que ser ese, pues la noche anterior y sobre
la mesa donde cenaran, quien se quedó detrás de los otros dos y se la calcó a Sergo con
todas sus ganas fuera Ramiro.
El amo les ordenaba que al hacer eso entre los tres, en la cabeza siempre estaría Iñigo,
pero después se alternarían alternativamente los otros dos para unirse por el culo entre si.
Y no cabe duda que era un reparto equitativo del gozo y las sensaciones placenteras que
esos dos machos sintiesen tanto por el ano como por la polla, ya que al otro sólo le iba
poner el culo y que lo jodiesen cuanto quisieran y aguantasen sus vergas duras y con
fuerza para preñarlo.
Y los tres chicos se colocaron uno detrás de otro y se fueron
penetrando sucesivamente, clavándosela antes Ramiro a Iñigo; y una vez ensartado éste,
Sergo le separó las nalgas a Ramiro y viéndole el culo por unos instantes, porque le
encantaba ver el agujero de ese mozo cerrado y latiendo mientras esperaba que le
entrase la polla de su compañero, le escupió en el ano y apoyó el glande de su cipote
para ir metiéndoselo despacio y percibiendo cada átomo del recto del otro chaval.
Luego
se la encastraba hasta el fondo haciéndole quejarse por el puntazo, pero pronto Ramiro
aflojaba los glúteos y se entregaba como una zorra para que la montase el macho.
Y al
mismo tiempo él le daba con fuerza a Iñigo y le obligaba a estremecerse de pies a
cabeza, zarandeándolo como a un muñeco bien sujeto por ambas caderas.
Y eso al
conde lo ponía muy cachondo y su verga no se bajaba aún después de correrse en las
entrañas del mancebo; y continuaba follándolo hasta que los otros tres terminasen de
vaciar sus bolas expulsando chorros de semen que sólo se desperdiciaban los que salían
por la uretra de Iñigo y de Guzmán, si a ese otro no le daba tiempo de poner la boca para
recogerlo.
Y al reunirse otra vez con sus anfitriones, leyeron también en sus caras el tiempo que
pasaran fornicando entre ellos y, además, usando a Rui como su ramera para darle por
culo hasta no tenerse en pie, el muy cabrito del zagal, por el tremendo temblor que tenía
en las rodillas de tanto estar a cuatro patas o doblado como una mesa a la que sujetan
por delante y por detrás con dos gruesos pernos de duro metal.
Tampoco a
ellos les bastara la fiesta de la noche anterior en el salón del castillo y casi hasta el
amanecer follaron a destajo rompiéndole el ano a Rui, que apareció escarranchado de
patas como si tuviese los tobillos trabados a una barra que no le dejase juntar los pies.
El
conde pensó sin temor a equivocarse que al chico le habían metido por el culo hasta una
mano entera, pues ni las vergas de los imesebelen lo dejaran nunca tan abierto ni
andando como una pata que acaba de poner un huevo.
Es verdad que en la orgía que se
montara la noche anterior a Rui se la endiñó Otul, que quizás fuese el más dotado de los
senegaleses, y eso era bastante para que el ojete del chico estuviese dilatado y resentido
tras el polvazo que le metió el negro.
Todo empezó porque el conde, en su afán de adjudicarles ese chico a Silvestre y Cenón,
para que se lo quedasen como su puta, sacó a relucir las virtudes de Rui y su habilidad
para meterse grandes rabos por el culo.
Y como prueba, Nuño mandó que se presentase
en el salón Otul y le ordenó desnudarse y coger a Rui por las caderas y clavarle el cipote
de golpe.
El negro se acercó al chico y lo levantó del banco donde estaba saboreando un
postre.
El chaval ni rechistó, pues imaginaba la golosina que le iban a dar, y el africano le
arrancó la ropa a tirones y, lubricándole el culo con saliva, lo sentó en su verga como si
estuviese poniéndose una capucha en el glande.
Y le entró entera sin que Rui pestañease
ni gimiese hasta que Otul empezó a moverlo deslizándolo por su tranca como a un pelele
pinchado en una estaca engrasada.
Aquello excitó a todos los presentes y mucho más a
Cenón, que miraba el cuerpo de ébano del guerrero y sus formidables atributos como si
fuesen los de un coloso mitológico.
A Silvestre le pingaba suero por la polla sin parar y vio
como estaba de salido su amado mirando al negro.
Y debió poner tal cara de vicio y
ganas de orgía extrema y depravada, que el conde le insinuó si quería que su amigo
disfrutase también con la música del címbalo que hacía sonar el guerrero africano con tal
maestría y potencia.
Y el alcaide dijo sí y el mismo le dejó al aire el culo de su amado y lo
llevó junto al senegalés para que lo empalase mientras él se la mamaba a su querido
amigo, ya enculado por la contundente maza de Otul.
Y lo mismo que a Rui, a Cenón le
entró entera y sin apuros la verga del africano; y gozó como una perra con los empellones
que le metió y notando los rudos golpes que le atizaba en las nalgas con sus férreos
muslos.
Y la fiesta se animó y el conde jodió a Guzmán sobre la mesa y también les ordenó a los
tres esclavos que se follasen de la manera que ya sabían.
Y todos se corrieron, pero no
terminó la velada tan sólo con esas primeras folladas y hubo más después.
Participaron
todos los imesebelen, que gozaron de sus putitos habituales, y Silvestre le dio por culo a
su amado que también le daba a su vez a Rui.
Y al siguiente ayuntamiento entre esos tres,
el más macho se jodió a la zorrita y ésta se la chupó a Cenón, que lo dejó seco, pues le
ordeñó la pija hasta exprimírsela totalmente.
Por su parte, Nuño se ventiló a Iñigo tras
follar a Guzmán, al tiempo que ahora el trío lo formaban el mancebo y los otros dos, que
se la mamaron por turnos y los dos machitos se follaron a su adorado y amado
compañero.
Pero luego, los culos de Sergo y Ramiro también se llevaron su ración de
leche del amo, como los estómagos de Iñigo y Guzmán se llenaron con semen del conde
y sus compañeros de esclavitud.
Pero sin duda quien más polla y esperma tragó por boca
y culo fue Rui, al que no pararon de metérsela los dos caballeros que a partir de entonces
serían sus amos o sus chulos, todo depende de como queramos tomar la relación de una
zorra destinada a ser la puta fija de dos machos que la van a joder a todas horas sin
preguntarle si le apetece o si le duele el culo para metérsela otra vez.
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