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Autor: Maestro Andreas

viernes, 26 de julio de 2013

Capítulo LXXVII


Sergo, cumpliendo los deseos del amo, estaba ocupándose de Ubay, al que trataba con un mimo exquisito sin lograr con ello que el rapaz bajase la guardia ni se mostrase receptivo a las muestras de amistad y comprensión que le ofrecía el guapo mozo con toda su buena voluntad y empañado en consolar y alegrarle un poco la vida al cautivo.
Y esa mañana, nada más despertar, el desdichado rapaz quiso levantarse del lecho, que apenas había abandonado desde que fuera capturado, y el fornido esclavo del conde se incorporó en el catre que había instalado junto al del otro muchacho para vigilarlo mejor tanto de día como por la noche, evitando así que Ubay pudiese herirse o terminar con su vida, que era lo que temían el conde y el mancebo.

Sergo miró fijamente al chico y le preguntó si necesitaba algo.
Ubay negó con la cabeza y prosiguió con su intento de salir del lecho y el otro joven quiso saber que tal se encontraba de sus heridas.
El cautivo sólo movió la cabeza con un ademán que el otro tomó como contestación a su pregunta, interpretándola en el sentido de que ya estaba bien, y se dio prisa en levantarse también para ayudar al herido a ponerse en pie.
Ubay estaba totalmente desnudo y la visión de su cuerpo hizo estragos en la escudriñadora mirada de Sergo.
Y la ligera camisa que éste llevaba no ocultó el empalme que su polla adquirió al contemplar al completo y erguido el cuerpo de Ubay.

El prisionero se sonrojó al darse cuenta del efecto causado en el otro muchacho y se llevó las manos al pene para ocultarlo de esos ojos que se clavaban en su carne abrasándola como hierros candentes. Pero Sergo apenas pudo rozar el brazo de Ubay porque, como si una fuerza interior le diese un impulso formidable, el chaval plantó los dos pies en el suelo y se estiró cuanto pudo para demostrar que no necesitaba ninguna ayuda para sostenerse ni poder andar solo.


Y Sergo se retiró un paso del rapaz, pero no se confió por si éste se desmoronaba y caía sobre la alfombre de la jaima cuan largo era.
La desnudez incomodaba al cautivo, que se avergonzaba al exhibirse en pelotas ante otro hombre que no fuese su difunto amante, y Sergo, entendiendo los reparos del muchacho, alcanzó un lienzo grande y colocándose a la espalda del chico lo cubrió cuidadosamente para que no entendiese que pretendía tocarlo con otra intención que no fuese la de taparle el cuerpo.
Pero no pudo evitar fijarse más en el culo del chaval y esa preciosa imagen quedó grabada en su retina como si se la estampasen a fuego vivo.
Y pensó: “Mi amo me mataría si pongo mis manos sobre ti con intención de joderte ese culo o tan sólo sobártelo para satisfacer mi deseo. Más confieso que no es el miedo a semejante castigo lo que me sujeta las manos para no forzarte si no te entregas por placer, sino que no podría soportar el desprecio de mi amado Guzmán por cometer tal felonía. Eres un capricho para los sentidos y si logro contenerme después de haberte visto de este modo, me admiraré de mi propia fuerza de voluntad, que no será mérito mío sino únicamente amor por ese otro bello joven que es mi sueño y el único amor verdadero que tendré en mi vida, ya que por él soy esclavo y sirvo al hombre que es su amante y el dueño de su corazón. Pero he de reconocer que eres demasiado hermoso para no padecer al verte y no codiciar la suavidad que promete tu piel, ni esa tersura y firmeza que se aprecia en tus carnes. Iñigo o Ariel son bellos y su atractivo es diferente aunque no menor que el de Guzmán o el de Ramiro, pero tú compites de tal modo con las facciones de todos ellos, que casi estoy por asegurar que solamente un ángel puede tener tu rostro. Y si el amo no te cata sólo será por el mismo motivo que yo no lo hago. Por el amor que siente por Guzmán y porque ha prometido que nadie te pondrá ni un solo dedo encima con otra intención que no sea la de cuidarte o procurar que conserves la vida. Repito que eres un capricho de la naturaleza y como tal serás tratado por el conde y por todos nosotros. Pronto comprenderás la suerte que has tenido al caer en tan buenas manos, pues somos caballeros, y estoy convencido que te espera una auténtica vida de príncipe al lado de un afortunado macho que te enamore y consiga ser el dueño de tus sentidos y de tu alma”.
Ubay no dejaba de mirar de reojo a Sergo y en realidad se preguntaba cuales serían las verdaderas intenciones de ese apuesto y fornido joven guerrero para ser tan amable y considerado con él.
Y tampoco él pudo evitar fijarse en la verga dura del mozo y le sorprendió la envergadura que aparentaba ese miembro bajo la tela de la ligera camisa que la ocultaba sin disimular su erección.

Pero su voluntad era muy firme y la pena por la muerte de Bentehuí le incapacitaba para cualquier otro deseo que no fuese morir cuanto antes e ir a reunirse con su amante en el paraíso.
Sin embargo, tenía que admitir que aquel puto joven de pelo algo rojizo y fuertes músculos le ponía la carne de gallina cuando se le acercaba demasiado y el contacto de sus manos le hacía bullir la sangre bajo la entrepierna, llegando esa sensación hasta el mismo ojo del culo.
Sergo invitó a Ubay a salir del aposento en que estaban y el cautivo no rechistó ni negó con la cabeza para rechazar la oferta y declinar en abandonar su encierro.
Al traspasar las cortinas que los separaban del resto de la tienda, aparecieron como por ensalmo los dos eunucos del conde y Hassan dio por hecho que había que vestir adecuadamente al cautivo para poder presentarse ante su príncipe y el conde.
Y le dio instrucciones a Abdul para comenzar cuanto antes a preparar al muchacho y también poner algo más decoroso sobre el cuerpo del acalorado Sergo, que mantenía la polla enhiesta como si fuese el estandarte de su nobleza.
Y si esta era del calibre de la verga, por mil truenos que mucha nobleza atesoraba ese joven con aspecto nórdico.

Y pronto los eunucos los pusieron como dos pinceles, guapos y bien atusados para ser admirados por los otros muchachos; y por supuesto por el noble conde, que posiblemente, al verlo tan bello, se lamentaría y arrepentiría de haber dado palabra de respetar la integridad sexual de Ubay.

Los putos castrados, que sabían como nadie realzar la hermosura de cualquier criatura que cayese en sus manos para acicalarla convenientemente, habían puesto al chaval tan lindo y vestido con tanto esmero para destacar sus virtudes naturales, que sería la envidia de cualquier favorito de la corte de Fez o Marrakech.
Y de esa guisa aparecieron ante el amo y Guzmán los dos muchachos y en contraposición a la alegría del mancebo viendo tan repuesto al cautivo, la mirada del conde, hiriente como la daga y devastadora como el fuego de un relámpago, fue deshaciendo todo el trabajo de los eunucos y dejó mentalmente en cueros el cuerpo de Ubay, excitándose como un burro oliendo el sexo de una pollina todavía sin cubrir.
Y Nuño no pudo por menos que exclamar sin palabras: “La madre que parió a esta criatura! Será posible que tenga que ver algo así y no comerlo a besos mientras le dejo el culo como una estera desfondada! Por qué puto carajo habré dicho que no dejaría que nadie le hiciese daño a este chaval! Bueno, también es verdad que yo soy diferente al resto, pues para eso soy el amo. Y follarlo no es hacerle daño, sino hacer que goce como una puta perra y no sería raro que tuviese ya ganas de macho. Pero yo sé lo que le prometí a este otro cabrón que me absorbe el seso y me hace decir cosas que ni pienso ni deseo cumplir. Y eso implica no tocar a este precioso pastel si no se presta voluntariamente a ser comido. Y cómo podría lograr que se sirviera el solito en mi plato y se aderezase y ofreciese voluntariamente para hincarle el diente?
Qué manera más estúpida de complicarme la vida con algo que puedo coger sin problemas, pues me he ganado el derecho a usarlo como quiera, ya que es mío por botín de guerra. Pero tuvo que ponerse tierno y caritativo mi amado puto y mi corazón se enterneció al verlo llorar con cara mustia. Y eso me desarma y me desazona de tal modo que pierdo el norte y hasta olvido que el amo soy yo y él sólo es mi jodido esclavo, por más que otros quieran verlo como un príncipe. Pero mi adorado mancebo va a pagar esta calentura que me provoca esta otra maravilla y le voy a meter la verga hasta sacársela por el ombligo. Precioso príncipe, te vas a enterar de cuales son las consecuencias de provocar y encender la lujuria de un macho que tiene los cojones cargados de leche!”

Pero el mancebo, ignorante de los pensamientos de su amo, lo miró con agradecimiento por ser tan generoso con el cautivo y no se reprimió para besarlo en la boca diciéndole mil veces que lo amaba sin medida ni límite humano.
Y Nuño notó como le ardían los labios al esclavo deseando demostrarle de otro manera su contento y la gratitud por concederle el deseo de salvar y hacer que nadie molestase a ese infeliz muchacho que privara de la vida de su amante.
Y qué escozor en el ano y ardor en las nalgas le esperaban a Guzmán a cambio del supremo gozo de su amo en compensación de no disfrutar del culo y la jugosa y rosada boca de Ubay!

Eso lo sabría muy pronto, pues el conde le devolvió el beso acercándole después la boca al oído para susurrarle: “Vete y que tus eunucos te preparen bien para recibir en tu vientre a tu dueño. Que limpien a fondo tus tripas y que dejen tu recto tan puro y vacío que note como esa cavidad me absorbe la verga para sentirse llena y desalojar el aire”.

Y el mancebo tembló de pies a cabeza y su culo se humedeció de gusto tan sólo de pensar en lo que le iba a dar su amo por detrás.

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