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Autor: Maestro Andreas
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Capítulo XXIII
La casa del conde Alerio era muy espaciosa y por todas partes se notaba el lujo y la grandeza del apellido de su propietario.
Penetraron en ella por el patio de las caballerizas, muy amplio y limpio, donde se veían varios mozos de cuadra y otros oficios, que atendieron presurosos a las caballerías de los hombres del conde.
En su mayoría eran tíos jóvenes, que aun no alcanzaban los treinta años y hasta algún zagal que rondaría menos de la veintena, y todos sin excepción se mostraban obsequiosos y serviciales con el ilustre pariente de su señor.
La fama precedía a Nuño allá donde fuera y no había gente que escatimase atenciones al más noble de los caballeros del rey.
Sabían que atender y mostrar amabilidad con ese hombre, era como hacerlo con el mismo monarca, dada la confianza y el afecto con que el soberano lo distinguía sobre la mayoría de los grandes del reino.
Como también algunos habían oído que a su lado había cabalgado en más de una hazaña el malogrado sobrino del egregio Don Alfonso X, al que todos amaban de un modo u otro, ya fuese por bello como por valiente y gallardo caballero.
Todavía resonaba en bocas populares la leyenda de aquel famoso infante desaparecido, que unía en sus venas la sangre de las más altas castas que reinaron sobre las tierras de la vieja Hispania, uniendo dos mundos y dos culturas, que no eran ni tan dispares ni mucho menos antagónicas como para matarse entre ellas y no parar de guerrear casi sin tregua, como también lo hacían entre los propios reyes cristianos por ser más grande que el vecino, o por la única razón de poseer y dominar la mayor parte del territorio de una península castigada desde siglos por el azote de las armas de conquistadores venidos de otras latitudes.
Y si el personal de las caballerizas se partió el culo para servir al conde, y alguno daría lo que fuese porque se lo partiese ese gran macho, mucho más lo hicieron el resto de los criados y siervos de su pariente, sin pasar por alto lo solícitas que se mostraban las mozas que atendían las labores de la casa pretendiendo los favores de aquellos mocetones tan guapos y fuertes que acompañaban a tan noble señor.
Si cualquiera de esos chicos se pirrase por el olor de un coño, hubiera estado todo el tiempo con el cipote presentando armas como si se tratase de una alabarda de notoria y cortante moharra para desvirgar mozas.
Y no es que sus pollas se relajasen demasiado, aún no gustando del sexo femenino, pues el olor a leche de macho los excitaba mucho más.
Y, precisamente porque solían andar empalmados por los corredores y los patios, les era mucho más difícil esquivar los ataques de esa mujeres, muy jóvenes y macizas casi todas, que se les insinuaban a la primera de cambio, levantándose las sayas en cualquier rincón donde les pareciese oportuno amarrar a uno de ellos para echar un polvo.
Y por eso ellos no solían ir solos ninguno y se movían dentro de la casa en parejas o tríos por lo menos.
Así le daba la sensación de estar más protegidos de la lascivia de una rapazas cansada de meter en sus vaginas los rabos de mozos toscos y sin maneras, como eran casi todos los de la servidumbre de la casa.
Lógicamente, unos cuerpos tan bien formados y cuidados les abrían el apetito sexual como a lobas hambrientas que olfatean una presa fresca y tierna a la que clavarle los afilados colmillos de la ansiedad y la calentura propia de cuerpos en la flor de la vida y el deseo.
Y como ellas, también andaban los chavales del conde husmeándose la polla y el culo unos a otros como perros sin hembra a la que montar.
Verse en el confort de aquel palacio les daba ganas de solazarse con todos los deleites posibles del placer.
Y, si de ellos dependiera, no dejarían escapar la ocasión de fornicar a destajo como si no hubiese otro mañana para poder repetir las sabrosas experiencias sexuales que practicaban.
Todos querían joder a todas horas si eso era posible.
Y entre ellos uno de los más salidos era Ramiro.
Andaba como un gato tras una hembra de su especie que regase la casa con los efluvios de su calentura.
Rui casi no le daba cuartel y lo perseguía con ánimo de darle caza y captura y llevárselo al catre a la primera ocasión en que le viese bajo de fuerzas para resistirse y colmado de semen hasta rebosarle por los ojos.
Y aunque el otro intentaba darle esquinazo y sacárselo de encima, aunque quedaría mejor decir de debajo, Rui persistía en su afán y terminaba por rendir a Ramiro a base de enseñarle como le latía el ano ante su verga tiesa y pringada de babas a causa del aroma erótico y sublime del cuerpo ágil y elástico de Guzmán, que no paraba de moverse con natural donosura, haciendo gracias a todos y metiéndole mano a Sergo, sin olvidar mostrarle un especial cariño a su querido Iñigo.
Y también eso era parte de su cometido para atraer a Ramiro hacia donde quería verlo el conde.
Postrado ante él rogándole que le hiciese el gran favor de darle por culo y le dejase besar el cuerpo de su divino esclavo y favorito.
Y el conde aguardaba pacientemente que la voluntad de Ramiro declinase y el peso de su lascivia inclinase la balanza del lado que a él le interesaba.
Pero también era conveniente alguna ayuda externa que motivara más el ansia del mozo por obtener lo que a su mente parecía el mejor premio o trofeo que se pudiera cobrar en una partida de caza.
Pues pretender al mancebo para gozarlo, era sin duda la mejor recompensa para un joven cazador en plena efervescencia hormonal.
Por eso el conde llamó a sus esclavos esa tarde, en que todos jugaban alegres en el jardín del palacio, y les dijo que fuesen a sus aposentos acompañados por Ramiro y Rui.
Aunque a alguno de los chicos le sonase raro que el conde quisiese la presencia de éste último, supuestamente con fines eróticos, no osaría insinuar nada al respecto y todos como un sólo esclavo acudieron raudos a la llamada del amo.
Entraron en la espaciosa habitación y en ella, tumbado en pelotas sobre la gran cama, estaba Nuño sonriente y de muy buen humor; y también con la pija dura y levantada reclamando ser bien atendida y satisfecha por sus complacientes siervos, que ahora les tocaba asumir las funciones de putas obsequiosas para deleitar a su señor.
Se dieron prisa en desnudarse y puestos en pie, dejando ver bien sus sexos enervados por la gozosa expectativa de darle gusto a su dueño, que así se les presentaba de forma inequívoca, esperaban impacientes que el amo les dijese que papel les deparaba en ese inminente festín erótico.
Y muy pronto sabría cada cual la misión que tendría a su cargo y como sería utilizado por el señor.
Pero también debían quitarse la ropa los dos invitados y bastó la persuasiva mirada del conde para que sin necesidad de palabras comenzasen a quitarse de encima cuanto llevaban puesto; y Rui lo hizo en un santiamén, viendo o imaginando ya que su culo podría ser el más beneficiado ese tarde.
Con suerte entrarían por su ano al menos tres pollas, gordas, grandes y muy recias, que le harían sentir las glorias del paraíso.
Fuese por obra de un sexto sentido o meramente por las ganas de vicio y rabo, la verdad es que no erraba al creer que su vientre iba a llenarse de leche de un momento a otro hasta rebosarle por el ojete.
Y recibió la primera descarga del propio Ramiro, puesto que el conde quiso ver de cerca como follaba ese machito, que iba de sobrado, y lo bien que le rompía el culo al ansioso muchacho criado por las monjas.
El joven follador, que lo montó como un verdadero experto en el arte de dar por culo, se la hendió con fuerza desde el principio y supo dosificar el tiempo de bombeo irritándole bien el recto y al mismo tiempo controlando el ímpetu y las sacadas totales por el esfínter del enculado, para meterla de nuevo con más energía y haciendo chillar al otro como una gata a la que le parten en dos la cola de un hachazo.
Ramiro quiso exhibirse, no solamente ante el conde sino principalmente a los ojos del mancebo, a quien le interesaba impresionar con su habilidades jodedoras y moverle el ánimo para que se le hiciese el culo agua, pero conseguirlo quizás fuese otro cantar, o probablemente el ambiente creado por el amo como preludio a la fiesta de sexo planeada bastase para encenderlos a todos ellos y ponerles los huevos en manifiesto estado de ebullición..
Y tras la eyaculación portentosa de Ramiro dentro de la tripa de Rui, al tiempo que este otro rapaz también ponía el cojín en donde apoyaba su vientre perdido de leche, el conde consideró que ya era el momento adecuado para dar comienzo a la verdadera orgía, pues los dos invitados a la fiesta ya habían dado rienda suelta al grueso de su calentura y estaban preparados y en condiciones de disfrutar verdaderamente del sexo junto a sus esclavos.
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