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Autor: Maestro Andreas
martes, 4 de diciembre de 2012
Capítulo XIX
Cada una de las señales que la correa del jefe de los bandidos dejara en la piel de Sergo, eran para el mancebo como gloriosas ramas de laurel que orlasen el cuerpo de ese valiente joven, al que cada día quería y deseaba con más intensidad.
El relato del valeroso comportamiento del muchacho frente a esos delincuentes, que le hiciera Iñigo al estar tranquilamente y a salvo de todo mal en la casa del deán de la catedral de Salamanca, Don Celestino, que por decisión del obispo sería el anfitrión del conde y sus hombres mientras durase su estancia en dicha ciudad, produjo en el mancebo un efecto aún más beneficioso en favor del vikingo y aumentó el alto grado de estima que ya tenía respecto a los méritos del chaval.
No significaba tal cosa que su adoración por su amo mermase o se enfriase el amor que abrasaba su alma con sólo mencionar el nombre de su dueño.
Pero Sergo lograba despertar en Guzmán una pasión sexual distinta a cuanto había experimentado anteriormente con su amante.
El tacto del cuerpo de ese muchacho enloquecía al mancebo y sobarle las nalgas era un placer nuevo y desconocido por el que nunca sintiera ningún deseo ni le había puesto cachondo con ningún otro hombre.
Rozar su cuerpo con el de Nuño podía provocarle un orgasmo sin necesidad de tocarse la polla, lo mismo que al sentir sus manos o el calor que le invadía con sólo notar cerca la presencia de ese macho que era su amo y señor.
Con Sergo, sin llegar a un nivel tan alto de calentura y derretimiento interior, se le estremecía algo dentro del estómago que lo dejaba tenso como la cuerda del arco a punto de disparar la flecha.
Y Guzmán sufría por ello y dudaba incluso de su fidelidad hacia su amo teniendo tal debilidad por Sergo y si no fuese por no desobedecer al conde dejaría de besar y acariciar a ese chaval, tal y como él le había no sólo permitido sino ordenado.
A Guzmán le recomía la conciencia causarle daño al otro chico, dado que amarlo de igual modo que le amaba a él ni era posible ni podría darse en su corazón tal sentimiento hacia otro hombre que no fuese Nuño.
Solamente su amante era dueño absoluto de su amor y lo sería incluso después de la muerte y nadie más remplazaría al conde ni le restaría un minúsculo gramo de afecto y atracción.
Y todo eso a veces le ponía la cabeza hecha un lío y compartía tales confidencias con Iñigo como queriendo oírse a si mismo en voz alta.
Sergo podía pasar horas dejándose acariciar y sobar por el mancebo, pero para impedir que eso se prolongase demasiado no era necesaria la presencia del conde, pues bastaba que Ramiro se diese cuenta de lo que hacían los dos chavales para interrumpirlos y conseguir que Guzmán le prestase atención.
Iñigo también se daba cuenta de toda esa pugna entre los dos adoradores de su compañero, pero se limitaba a sonreír y solamente intervenía si notaba que el mancebo se lo rogaba con la mirada.
Y por otra parte estaba Rui, que no estaba dispuesto a perder los favores del fornido y activo rapaz de pelo ensortijado y vello en el cuerpo, puesto que nunca tuviera noches tan calientes como desde que apareciera en escena Ramiro.
Cada amanecer era un canto de alegría que entonaba ese chico acariciándose el ojete irritado por la verga del guapo macho que lo montaba sin escatimar esfuerzos ni orgasmos.
Pero, como si algo sobrenatural lo alertase, en cuanto las situación alcanzaba un clima adverso y el calor de los cuerpos aumentaba su intensidad, hacía su aparición el conde para reclamar su derecho natural sobre aquellas criaturas que tenía por esclavos.
Y el primero en respirar cogiendo aire a fondo en sus pulmones era Guzmán.
Nuño simulaba no percatarse de nada y solamente le decía a su amado que lo siguiese.
Y ése, saltando hacia el amo más veloz que un corzo, se iba tras el conde aliviado y a un tiempo triste por dejar con la miel en los labios al paciente Sergo.
Y, porque el mancebo se lo había pedido, el musculoso espécimen del norte no la emprendía a palos ni hostias con su incómodo rival y templaba gaitas al son de la natural amabilidad y tranquilidad inherentes al carácter pacífico del seráfico rubio de la corte del conde.
Iñigo, con su templanza y simpática dulzura cuando no se trataba de luchar espada en mano, hasta conseguía que ambos machitos se mirasen sin recelo y sonriesen con él por cualquier cosa que dijese o una broma que les gastase a uno de ellos.
Pero el caso es que se aflojaba la tensión y se enfriaba el ambiente evitando el estallido de la borrasca que hubiese parecido inminente antes de la intervención del conde.
Y en cuanto amo y esclavo se alejaban un poco de los otros, el primero le recriminaba al segundo el celo que por él tenían los dos muchachos, como si eso fuese culpa del mancebo.
Y éste se defendía sin atreverse a protestar excesivamente por si además de la bronca se ganaba a mayores unos correazos en el trasero que lo tuviese sentado de medio lado para el resto del día.
Se callaba después de decir lo justo para responder las requisitorias del amo y acto seguido ponía cara de bueno y con un medio giro de los pies, casi involuntario, le mostraba a su amante el redondo perfil de sus nalgas y terminaba con ellas al aire, con las calzas bajadas hasta lo tobillos, y abierto de patas esperando el puntazo que le iba a propinar su verdadero macho con su cipote enardecido por la calentura que le ocasionaba esa visión del culo de Guzmán.
Y con la eyaculación venían otra vez los reproches y le decía al esclavo que sólo él era culpable de encelar a los otros muchachos, puesto que era consciente del atractivo que ejercía sobre ellos y sobre cualquier otro hombre salido y con ganas de meter el rabo en un agujero jugoso que se cruzase en su camino.
Y lo amenazaba con cubrirlo de pies a cabeza como a una concubina mora fuera del serrallo del señor.
Y eso a Guzmán le hacia gracia, pues recordaba el incómodo viaje hasta Barcelona disfrazado de moza, y no podía evitar reírse con cautela primero y en cuanto Nuño esbozada la sonrisa se descojonaban los dos imaginando al mancebo tapado con un tupido velo hasta el suelo.
Y el conde todavía cargaba las tintas diciendo que tenia capricho de vestirlo de monja y follarlo con el hábito levantado hasta el cuello como a una inocente novicia.
Entonces Guzmán se partía de risa aún más y le decía a su amante que no fuese tan pervertido como un vulgar confesor de un convento que es quien suele mantener ventiladas bajo las sayas a esas virginales aspirantes al claustro.
Luego, al regresar junto al resto de los chavales, el conde los miraba atentamente y escudriñaba sus ojos para averiguar cual de ellos padecía más al no poder gozar con el mancebo.
Y aunque sufriese más Ramiro, llamaba a Sergo a su lado y sentándolo muy cerca de él, le hablaba con mucha calma y sobándole un muslo hasta rozarle los huevos y la verga, iba dejando que el chico se empalmase como un becerro para desnudarlo despacio a continuación y sentarlo en su cipote clavándoselo hasta el corvejón.
Mientras lo follaba, le ordenaba al mancebo que le diese de mamar su rica leche y el chico se deshacía de gusto acariciando el culo de Guzmán al tiempo que le exprimía los cojones para extraer más semen.
Y el conde no le sacaba ojo a Ramiro y notaba en su forma de mirar y en el modo de apretar los dientes o pasar la lengua por el labio inferior, que el espectáculo lo prendía como a una tea untada de brea y ni sus calzas ni su media túnica ocultaban el bulto fenomenal que se le formaba entre las piernas.
Podría jurarse que al chico le estaba subiendo el semen al cerebro y si lo presionase un poco se desnudaría solo y le suplicaría que lo sentase en la verga con tal de poder tocar el cuerpo divino del ser que lo traía loco por joderlo.
Ver al natural el cuerpo de Guzmán le parecía más interesante y enriquecedor que la visita que hicieran esa mañana por los templos románicos de la ciudad, admirando su factura y el trabajo en piedra de las esculturas y capiteles que adornan sus pórticos y sillares.
Les pareció magnífica la catedral y sobre todo al mancebo le impresionó ver y escuchar alguna lección magistral que se impartía en su claustro, dado que allí se daban las clases de la universidad creada por su tío el rey.
Pero también disfrutaron de la habilidad de los canteros en el resto de las iglesias, como la de San Julián, de San Marcos o la de San Martín, junto a la plaza grande, y la gótica de San Benito en la que un sacerdote decía misa para unas cuantas beatas y damas encopetadas, acompañadas de sus criadas y algún joven lacayo que no dejaron de reparar en el conde y los buenos mozos que lo acompañaban.
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¡Gracias Maestro Andreas por éste capitulo tan especial!
ResponderEliminar¿especial por que ?quizás preguntará ,...verá, con cada capitulo de esta apasionante historia,yo viajo ,conozco,disfruto,vibro con cada una delas aventuras que inician o se encuentran,éstos mágicos personajes!!..........oooooh,núnca imaginaran lo que gozo,lo que disfruto con ellos!!,son realmente alucinantes,tanto es así que no puedo dejar de imaginarme mas cosas,que creo ver entre lineas de cada capitulo,no puedo evitar hacerme preguntas debido a ciertas situaciones que se presentan en la historia...como por ejemplo,al ver a Sergo y a Ramiro tan prendados de mi adorado Guzmán que no se percatan de los aprietos a que lo exponen.....¿que pasaría si mi querido mancebo tuviese que "pagar"las consecuencias de las acciones de éstos dos enamorados?...¿como reaccionarían a este tipo de inconvenientes? ...¿se revelarían contra el conde si vieran a la luz de sus ojos castigado por su causa???........¿hasta donde llegará la verdadera diversión del conde con lo que ocurre con estos tres?..........pues no se él .pero si Guzmán es el gran amor de su vida,su sol,su luz,su aire, no debería hacerle tanta gracia que el chaval se sienta tan atraído por el joven vikingo .mmmmmmmmmmmmmmmmhhhhhhhhhhhh mira nada mas donde van mis divagaciones,perdón,mil disculpas,supongo que no puedo evitar que mi mente se distraiga con algunas hipótesis...........simplemente GRACIAS,Maestro,sigo cada vez mas en éxtasis con este vertiginoso viaje y espero con ansias los siguientes capítulos.....mis respetos,y para tí mi querido Stephan ,saludos y un beso........hasta pronto!!!