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Autor: Maestro Andreas
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Capítulo XXI
El campo charro se abría ante el conde y sus hombres y ya dejaban a su espalda el Tormes, nuevamente de camino en dirección a la ciudad de Avila.
Las largas crines de sus corceles lamían los férreos pectorales de Iñigo y Guzmán, que cabalgaban juntos detrás del amo, como si fuesen dos hermosas alas que le ayudasen a Brisa a volar más rápido cortando el aire de la mañana.
Inmediatamente les seguían Sergo, siempre pendiente de proteger la distancia de Ramiro respecto al mancebo, y éste otro joven, que no perdía ocasión de acercarse a los chavales que los precedían intentando tozudamente colocarse a la vera de Guzmán.
Y de lo que hablaban los dos esclavos que iban tras el conde, era de la suerte que el destino les deparase a Tirso y Saulo bajo el mecenazgo del deán de la catedral de Salamanca, con quien se habían quedado esos chicos.
A Nuño le ocupaban la cabeza otras cuestiones menos domésticas que esas de las que trataban el mancebo e Iñigo, a las que no dejaba de darle vueltas, pues eran el motivo de la encomienda que ahora tenía entre manos por encargo de su rey y señor.
Quizás no era algo tan peligroso como las anteriores misiones que había realizado para el monarca, pero no menos transcendente teniendo en cuenta la afición de Don Alfonso hacia las artes y la cultura.
Sin olvidar la segunda parte del cometido que motivaba ese viaje y que le llevaría hasta las costas del sur, frente al continente africano.
El estrecho iba a ser el punto álgido de esa peripecia que todavía estaba empezando para el conde y sus chicos; y ahí si habría que guardarse más las espaldas y azuzar los sentidos para no ser presa de los muchos enemigos que saldrían a su encuentro.
Además, aunque no hubiese de correr ninguna aventura extraordinaria, en todo viaje se corrían riesgos, como ya les había sucedido en este, y cualquier negocio real daba pábulo a ambiciones y a que surgiesen intereses bastardos ávidos de sacar tajada hasta de una boñiga seca de vaca vieja.
Habían recorrido ya un largo trecho cuando el conde mandó detenerse en un claro, próximo a un bosque de encinas, y allí echó pie a tierra diciendo a Iñigo que lo siguiese.
Al parecer le tocaba a ese muchacho limpiar la polla del amo al terminar de orinar, o éste simplemente deseaba tenerla caliente un rato dentro del culo de ese esclavo.
Fuese una cosa u otra, todos sabían cual sería la función principal que iba a asumir el joven de pelo rubio como el oro.
Abrirse de patas y separar las nalgas con sus manos para que el amo viese mejor como le entraba su cipote por el ano.
Y todos los demás, a esperar que el señor desahogase sus bolas dentro del chico y, luego, a seguir viaje pensando en lo contento que iba el trasero de Iñigo tras el polvo.
Pero Ramiro no dejó pasar la ocasión de atacar las defensas del mancebo, empeñado en su asedio y derribo como si se tratase de una fortaleza.
Y tal era la firmeza de Guzmán para no hacer nada sin conocimiento y permiso del amo.
Y, por supuesto, sus muros eran inexpugnables y su puerta no se franqueaba a nadie que no estuviese autorizado a entrar en él.
Y aunque pudiera creerse que era para evitar problemas con Ramiro, lo que no era exacto, el mancebo agarró por un brazo a Sergo y se lo llevó al matojo más próximo con la excusa de no ir solo a aliviar la tripa que notaba algo floja.
Eso no tenía por que extrañar a ninguno, pues el conde había ordenado que nadie se alejara solo ni un palmo aunque fuese para cagar.
Así que el mancebo y Sergo se separaron un poco del resto y al quedarse el segundo unos pasos detrás del otro, disimulando que era para no importunarle al hacer de vientre, Guzmán lo llamó imperativamente y le dijo que se bajase las calzas porque tenia ganas de darle por el culo, puesto que ambos sabían que lo de cagar sólo era un pretexto para estar solos. Sergo obedeció como si esa orden viniese del mismo conde y al doblarse para entregarse al otro rapaz, éste le pidió un beso en la boca, porque estaba cachondo perdido y sudaba morbo con esa situación algo furtiva de amarse en un bosque como escondiéndose de los otros y en secreto.
Y los dos se morrearon ávidamente como si tuviesen ganas de comerse uno al otro.
Luego el mismo mancebo le dio la vuelta a su compañero, poniéndolo contra el tronco de una encina, y le escupió en el ano para clavársela entera sin contemplaciones.
Le arreó un polvazo no muy prolongado, pues no dejó que Sergo se corriese, ya que él tampoco lo hizo, y se unieron de nuevo al resto de los chicos cuando ya regresaba el conde seguido de Iñigo, que no volvía con las piernas bien cerradas, pero sí luciendo los dientes en una amplia sonrisa.
E, inusualmente en el proceder del conde en estos casos, le hizo un ligero mimo al chico, como queriendo demostrar su aprecio por el esclavo dejando claro que era uno de sus favoritos, y de paso incitar ardientes ansias en algún otro.
Pero sería engañoso dudar de la posición de Iñigo junto al conde, pues estaba más que demostrada y no sólo era afecto o cariño lo que sentía ese hombre por Iñigo.
Y tampoco se refería al mancebo en eso de animar lujurias, dado que con un ligero roce de un dedo del amo, su libido ya estaba disparada y a punto de estallar.
Y todos eran conscientes que tampoco intentaba el conde castigar con eso a su príncipe esclavo, ya que éste nunca se celaría de lo que Nuño pudiese hacerle a ese compañero de esclavitud que era más que su hermano.
El gesto del conde y lo que vendría detrás, tenían otro significado e iban dirigidos a otro chaval, al que ya le iba teniendo ganas y esperaba que cayese pronto maduro como una breva para ser el primero en romperle el culo al bello mozo de ojos negros.
Antes de montar otra vez a lomos de su caballo, el conde, sin mirar a Guzmán, gritó: “Qué hicisteis Sergo y tú? Cuál de los dos cagó y quien se la metió al otro? Habla, puta!”.
El mancebo se arrodilló ante el amo y sin mirarle a los ojos respondió: “Mi señor, sólo satisfice una necesidad perentoria de mi cuerpo y tú ordenaste que no fuésemos solos... Y al estar solo con mi compañero, aproveché para que me ayudase a aliviarme”.
“Los cojones! Será para vaciar los cojones y no el vientre!”, dijo el conde en con voz fuerte.
Todos se estremecieron al ver la reacción del amo contra su esclavo predilecto, pero ninguno se atrevió a respirar por si al escucharlo era objeto de la ira del conde también.
Y Nuño agarró al mancebo y bajándole las calzas le metió un dedo por el ano para comprobar si tenía leche dentro.
Sacó el dedo limpio de semen y soltó a Guzmán, exclamando que sólo olía a coño de zorra y gritándole a Sergo para que se acercase.
El mozo se dio prisa y él mismo se bajó las calzas poniendo el culo para ser examinado por el amo.
Nuño metió dos dedos en el esfínter del chaval y lo que no esperaba es que no saliesen untados del esperma fresco y espeso característico de las bolas de su amado.
Los olió detenidamente y solamente apreció el aroma natural de Sergo, pero hizo como si los tuviese pringados con la leche de Guzmán.
Y pensó para sus adentros: “Luego me explicará este jodido cabrón por que no se corrió dentro de este otro machote. Será porque así espera gozar más cuando yo le de su ración de polla? En cualquier caso en la próxima parada les jodo el culo a estos dos y además se lo dejo más escocido que el coño de una yegua después de parir... Cada vez que les veo o toco el ojete no puedo evitar que las ganas de follarlos me devoren... Jodidos, putos!”.
Nuño olió sus dedos y le ordenó al esclavo rubicundo que los chupase.
Y sin mediar palabra lo cogió por las orejas y lo dobló sobre su rodilla derecha y le atizó una zurra en el culo hasta dejárselo rojo como el pendón que enarbolaba sus armas a la cabeza de la comitiva.
Y al terminar de zurrarle al chico, se fue a por Guzmán, que todavía tenía el culo al aire, y, mostrando bien las nalgas a los otros, le propinó otra azotaina mucho más fuerte que al primero, mientras le decía con voz airada: “Acaso te dije que follases a ese otro mozo? Es que me has pedido permiso para saciar tu vicio y tus ganas de usar lo que no te pertenece? Ni tu propio cuerpo es tuyo, sino mío, y por supuesto también lo es el de ese esclavo al que arrastraste para joderlo... Mirar todos como ha de quedar el culo de una puta ramera que no sabe respetar a su dueño!”
Y todos miraron ese bonito trasero enrojecido y mucho más Ramiro que en ningún momento apartó los ojos de las nalgas de Guzmán, incluso mientras el conde le atizaba candela al otro esclavo.
El muchacho estaba salido de madre como una zorra encelada viendo esa carne preciosa que tanto ansiaba tocar y probar.
Y al verla colorada por los azotes, todavía le sacó más de sus casillas y su verga se destacaba ostensiblemente bajo la ropa.
En ese momento Ramiro hubiese dado el mundo entero y hasta el culo, sin reparar en las consecuencias, con tal de rozar al mancebo y poder besarle las cachas o lamerlas.
Y eso era lo que pretendía el conde con toda aquella comedia.
Porque de eso se trataba.
Una pura pantomima organizada de antemano por él y su príncipe esclavo, de la que Sergo solamente era un instrumento.
Antes de partir de Salamanca, Nuño habló con Guzmán y le dijo lo que tenía que hacer nada más detenerse para mear o descansar simplemente.
El se llevaría a Iñigo para darle por culo, porque en los últimos días le daba la impresión que ese chaval se sentía un poco desplazado por Sergo.
Y el mancebo debía apartar a éste con la excusa de tener ganas de cagar y, además de eso, si es que la necesidad era real, tenía que follarlo para dar motivo a la paliza que le daría a ambos ante las miradas expectantes y algo temerosas del resto de los muchachos.
El asunto era excitar la lujuria de Ramiro, al saber que ese efebo que tanto deseaba se había follado a su rival, y eso, unido a la visión del culo del mancebo, ardiendo por los azotes y las ganas de rabo, lograse que su lascivia le inundase el cerebro y lo obnubilase con la idea fija de poseer a ese bellísimo muchacho.
Las hormonas de Ramiro estaban en el punto clave de ebullición y faltaba un ligero hervor para que rebosase por el borde de la perola como el agua borboteando al romper a hervir.
Guzmán le hizo saber a su amo que le dolía usar a Sergo de ese modo sin que supiese que era el instrumento para cazar a Ramiro.
Pero Nuño se lo ordenó sin darle opción a rechistar ni alegar nada más, pero le autorizó a explicárselo someramente a Sergo para que le quedase claro al noblote vikingo que al follar, aparentemente a espaldas del amo, no traicionaban la confianza de su señor.
Y el mancebo se lo contó en parte a Sergo antes de salir de Salamanca, pues aunque le habló de follar en cuanto se detuviesen durante el camino, porque le tenía ganas, lo cual era absolutamente cierto, tal y como el otro mozo se las tenía a él, y que el amo le había dado permiso para hacerlo, no le dijo cual era el fin último de la comedia, ya que advirtiéndole de la reacción del conde y que iba a pegarles en el culo como si hiciesen algo malo, sólo añadió que se debía a un plan del que no debían saber más detalles por el momento.
Sergo no dijo nada, en primer lugar, porque siempre estaba deseando aprovechar cualquier ocasión para follar con Guzmán, y en segundo lugar, por el simple hecho de que no necesitaba que le dijesen con palabras lo que ya sospechaba desde que apareciera en escena Ramiro.
No había que ser muy listo para darse cuenta que el conde estaba deseando pasar por la piedra a ese mozalbete orgulloso y guapo a rabiar con su pinta de macho vanidoso.
Y no dudaba que lo conseguiría más pronto que tarde aunque tuviese que usar como cebo a todos sus esclavos.
Sergo, al igual que Iñigo y el mismo mancebo, sabía que los días de libertad sexual y virilidad virginal de Ramiro estaban contados.
Y así debía ser, pues el conde le había dicho a Guzmán que quería catar el culo de ese mozo antes de partir de Avila.
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...me lleno de...no se si decir" tristeza" y sorpresa al descubrir que mientras mas me impregno de esta historia,mas me inundo en sensaciones nuevas para mí.como por ejemplo el morbo que siento al ver a mi bello zagal castigado por su amado conde solo para conseguir alcanzar su nueva "presa"...no negaré que es infinitamente emocionante ,mi cuerpo vibra de anticipación ,mi corazón se convulsiona de manera que me corta la respiración con cada frase que leo,una vez mas compruebo que me dejo llevar de un intrépido hechicero que ha sabido ganar mi interés de tal manera que no me queda mas que confesar mi "adicción"a sus aventuras tal como si fuera la mas potente de las drogas alucinógenas!!
ResponderEliminarestoy en un estado de confusión,pero la lógica que queda en mí ,solo le da las gracias maestro,por tan maravilloso viaje a las emociones humanas,su manera de escribir es...simplemente ¡¡alucinante!!
Sigo en espera por mas de estos fabulosos capítulos .
Mis respetos a la mente creadora,y para ti mis saludos y un beso mi querido Stephan !!