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Autor: Maestro Andreas

viernes, 28 de diciembre de 2012

Capítulo XXV

 Casi desprendían vaho las pollas de los dos chavales al meterlas en el agua fría.
Primero la sumergió Iñigo y la tuvo un rato dentro para enfriar el ardor de huevos que tenía; y tras él lo hizo Ramiro sin dejar de mirar como goteaba la pija del otro muchacho al retirarse de la palangana para dejarle sitio libre a él y pudiese refrescar bien el miembro y los geniales, hinchados y colorados como dos tomates de huerto.


Y el conde llamó a su lado a Sergo y éste se acercó al amo mirando al suelo más por la vergüenza de ser follado delante de Ramiro que por acatamiento o respeto a su señor.
Todavía tenía el prurito de ser demasiado hombre con quienes no fuesen el mancebo o el propio conde; y poner el culo como una puta ofrece el coño para que la jodan, le daba reparo si otro macho que no fuese el amo o los otros dos esclavos pudiese presenciar la follada y saber que en realidad le gustaba y se retorcía como una zarza al llegar el momento álgido del orgasmo y no de dolor por ser penetrado con violencia, sino de puro vicio y gustazo al sentir moverse una polla dentro de su cuerpo.

Su pene segregaba precum en cantidad y le costaba mucho no eyacular antes de que se lo consintiese el amo.
Con el mancebo era diferente, porque no había dominio y sumisión entre ellos y hacían el amor hasta que ambos, sin necesidad de decir nada, se corrían al mismo tiempo viéndose a los ojos o besándose, o quizás mordisqueándose en el cuello como dos cachorros que aún no saben que sus dientes pueden ser armas mortales para otros si han de cazarlos para sobrevivir.

Nuño sujetó a Sergo rodeándole el cuello con su brazo izquierdo, como si fuese una res, y le obligó a inclinarse hacia delante doblando el espinazo. Y el conde se dirigió otra vez a Ramiro: “Mira bien este ejemplar. Esta es carne para hombres hechos! Un verdadero espécimen de esa raza de fieros guerreros tan certeros como contundentes para matar o follar... Es fuerte como un buey y luchando sin más armas que sus manos vencería a un toro por muy bravo que fuese. Pero tiene los cojones como el más bravo de la dehesa. Y como un semental, su esperma es de pura casta para preñar, aunque en lugar de vacas sean hermosas zorras como esa joya que todavía espera para ser usado. Mi bello esclavo de piel color de miel y ojos tan profundos como los tuyos y luminosos como una noche de luna llena. Pero ese es un manjar al que todavía no le ha llegado su turno. Centrémonos en esta otra maravilla de la naturaleza, cuya espalda, rematada por esas cachas potentes y robustas, es un regalo que quiso hacerle al no darle más fortuna que un físico estupendo.

Y no digamos estas mollas de los muslos y piernas. Son jamones curados al aire frío de los montes y magro puro sin apenas vetas de grasa. Morder esta pieza es algo indescriptible, porque es tan resistente su encarnadura que te daña las encías si aprietas muy fuerte... Acércate, Ramiro y pasa la mano abierta desde la nuca hasta el principio del culo... Un lomo perfecto para montarlo. Pero si acercas la nariz a la raja, entonces ya no sólo querrás cubrirlo para aparearte con él, sino que querrás cabalgar a todo galope apretándole a fondo en los ijares. Y ya ves, sólo es mi esclavo por amor a ese otro que tú deseas también. Y ese otro solamente es un capricho creado por la naturaleza para mí complacencia. No es que sea mi esclavo, sino que es un modelo genial modelado según mi deseo y para mi placer. Y para poder rozarlo y mucho más pretender gozarlo, antes debes sacrificar tu libertad, tu dignidad y orgullo y cualquier prenda que consideres preciosa y querida para ti. Empezando por la virginidad de tu ano y tu boca. Porque si aspiras a yacer con alguno de mis esclavos tienes que serlo tú también y renunciar a todo lo que recuerde tu vida anterior... No serás otra cosa que un animal de mi propiedad y puede que menos apreciado por mí que el peor de mis perros de caza. Pero también puedo estimarte en lo que vales y merezcas y te convierta en uno de mis predilectos como lo son ellos. Y quizás ese delirio que persigues y te quita el sueño se haga realidad con forma de la suave y delicada carne de mi mancebo. Y si te esmeras como ya espero, serás mi bocado preferido en esta fiesta de la que eres el invitado de honor... Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos con esta criatura que soporta el yugo de mi brazo con la misma paciencia y docilidad que se somete a mi poder... Es el único hasta ahora al que le concedí el privilegio de meter la verga dentro del culo de mis esclavos preferidos. Sólo cuando yo lo permito, naturalmente. Ya que si lo hiciese de motu propio y sin contar con mi autorización, perdería sus atributos de un hachazo. Gozar el mismo placer que el amo tiene sus riesgos y su sacrificio sino se cumple como es debido la voluntad del señor... Lo entiendes, Ramiro?”

El chico estaba rojo como una granada y si le hiciesen un tajo en su corteza se desgranaría de puro maduro que estaba para ceder ante la presión del conde y ofrecerse a él para que lo tomase como esclavo y le rompiese el culo de una vez.

Y respondió: “ Si, señor. sé cual es el precio y las consecuencias inevitables que vendrán después”.
Pero Nuño aún quería ponerlo más caliente y colocarlo en el disparadero para no fallar y acertar en el centro de la diana.
A Ramiro no le quedaba capacidad de resistencia y hasta le latía el esfínter con la misma intensidad que a Sergo, que ya lo tenía expuesto para ser usado por su dueño.

Y el conde agarró al vikingo por las orejas y le ordenó que le mamase el rabo hasta que notase el sabor salado que anunciase la pronta salida de su leche.
Y a Ramiro le empezó a manar un hilo continuo de suero pegajoso que alcanzó el suelo con rapidez.
Y Sergo chupaba con esmero y ahínco poniendo todos sus sentidos en la verga del amo.
Y notó en el paladar ese gusto saladillo previo a la eyaculación del conde en su boca y lo miró solicitando permiso para seguir y tragar, mas el amo no se lo dio y se la retiró bruscamente dándole una torta en todo un carrillo.

Pero Sergo no se inmutó ni se movió y aguantó de rodillas a que el amo manifestase su deseo.
Guzmán, al lado de Iñigo, veía como Ramiro era llevado por el callejón hasta el chiquero de donde no podría salir si no era marcha atrás.
Y ni así le sería posible, puesto que el amo bajaría la trampilla cortándole la retirada al chaval.

El culo de Ramiro ya olía a la polla de Nuño y, aún sin haberle llegado el momento, el mancebo ya veía como su amo se la clavaba entera sin darle tiempo ni a respirar hondo para no sentir un dolor tan agudo al dejar de ser virgen.
Y se fijó en lo bello que era ese muchacho y en el cuerpo tan bien hecho que tenía y lo muy masculino que resultaba ese vello algo rizado, negro y brillante, que tapizaba tan sugestivamente sus miembros y algo del pecho.

Y detuvo la vista en el felpudo rizado y muy oscuro que ahora lo partía en dos su polla tiesa y perdida por las babas que escurrían por ella.


Y el mancebo se dio perfecta cuenta que ese rapaz estaba a punto de estallar y sin que su amo se lo ordenase, cogió una jofaina con agua y se la echó entera encima de los genitales para amainar el furor que consumía las bolas de Ramiro.

Nuño miró a Guzmán requiriendo la causa de su acción, pero lo entendió al ver la sorpresa dibujada en la cara de Ramiro y el consiguiente estupor que mostró el chico con la pija pingando, pero igual de dura y levantada que antes del chaparrón.

Y el conde empujó a Sergo hacia la cama y tirándolo de bruces sobre ella lo montó separándole con violencia las patas y obligándole con sus propias manos a levantar el culo para metérsela entera sin más calentamientos ni dilatación.

El chico gritó con la primera embestida, que no la esperaba tan profunda ni violenta, y se recuperó de inmediato para aflojar mejor el ano y dejar que el amo lo follase a su antojo, aguantando los empellones como la mejor de sus rameras.

Y al ver Ramiro esa forma de follar un culo, notó que el suyo se humedecía y le temblaron las piernas temiendo no poder soportar un trato igual.

Sin embargo, el culo de Guzmán merecía la pena cualquier esfuerzo y sufrimiento por grande y doloroso que fuera.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Capítulo XXIV


 La luz mortecina de unos velones temblaba sobre la piel de los muchachos, que se estremecían tan sólo con rozarse ligeramente unos a otros.

Tal era la tensión creada en aquel aposento del palacio del conde Alerio, que el simple vuelo de una mosca se oiría más que la respiración contenida de los chicos.

Esperaban la señal del conde para servirle de instrumento de placer, pero ninguno adelantaba un pie sin antes escuchar la imperiosa y a la vez calmada voz de su dueño.

Nuño seguía mirándolos uno a uno como si no supiese por cual decidirse para el segundo acto de la representación, pero tenía muy claro cuales eran los pasos que con seguridad le llevarían a montar a Ramiro.

El chico continuaba tendido sobre el cuerpo de Rui, jadeando como un potro después del tremendo esfuerzo de una carrera a galope tendido, y todavía mantenía su verga dentro del culo del otro chaval, que por la sonrisa y la mirada perdida conque miraba al suelo, no podría negarse que estaba en el séptimo cielo tras un orgasmo genial.

La espalda de Ramiro lucía con el brillo que le daba la transpiración exagerada que le mojaba el cuerpo y hasta daba la impresión que de repente todavía era más hermoso y sus músculos y el vello de su cuerpo se destacaban aún más dándole un aspecto viril irresistible.
Su cabellera era más que preciosa así de húmeda y revuelta, compitiendo las ondas de su pelo por besarle la frente y jugar revoltosas en las mejillas del rapaz.
Pero lo más espectacular sin duda eran las nalgas, por cuyos lados escurrían gotas en competición alocada por alcanzar el suelo.
Y el conde se paseó con la vista por el dorso del muchacho y se juró a sí mismo que no salía de ese aposento con el culo virgen.


Y empezó llamando a Iñigo a su lado para besarlo y sobarlo ante la mirada del resto.
Y qué bonito era ese chaval!
 Tan bien equilibrado en todos sus miembros y con una tersura propia de un ser etéreo, el mozo de cabellos rubios y piel dorada parecía sacado de un retablo pío al que de pronto lo dejasen sin un arcángel.
Nuño le besó el culo tan despacio y con tal delicadeza que al chico se le erizó el vello incluso en el pubis.
Y Ramiro miró la escena que ocurría en la cama y el conde le ordenó incorporarse indicándole que se sentase a los pies del lecho para apreciar mejor el cuerpo de Iñigo y cuanto iba a hacerle a ese bello doncel.

Los ojazos negros de Ramiro se abrían desmesuradamente observando con detalle aquel cuerpo de hombre joven que el conde le enseñaba, recalcando con palabras y gestos insinuantes los más recónditos encantos del muchacho y esas cavidades ocultas al ir vestido, que ahora se mostraban sin velo ni otro impedimento que la firmeza de la carne que las protegía y guardaba como un preciado tesoro.

El esfínter de Iñigo quedó al descubierto al separarle el amo las nalgas con las manos para acariciárselo y meterle dentro un dedo, que lo movía con suavidad sacándole al mozo unos suspiros y suaves jadeos de gozo que le levantaban los pelos al más pintado.
Y el dorado joven buscaba la boca de su dueño, suplicándole besos húmedos que le penetrasen hasta la garganta como un preludio de la verga que pronto tendría rozándole el paladar.
Y en ese punto ya la testosterona de Ramiro se disparaba y su polla erguida de nuevo latía enloquecida soltando babas.

El conde presionó más los resortes eróticos del chico, comiéndole el ano a su esclavo, y Ramiro enrojeció al verlo y quiso tocarse el miembro; pero una mano sujetó la suya diciéndole al oído que no desperdiciase su leche ni menos sus fuerzas.
El mozo volvió la cabeza hacia quien lo detenía y vio la sonrisa y se cruzó su mirada con la del mancebo.
Era eso quizás una promesa del placer a que aspiraba Ramiro?
Iba a ser cierto que el conde le brindase el supremo deleite de tocar el cuerpo del príncipe esclavo?
 Si era así, Ramiro podía perder la cordura en un estallido de dicha sin precedentes.
Pero la fiesta solamente había comenzado y quedaba mucho por recorrer hasta obtener lo que cada cual pudiera estar deseando.
Y si alguien llevaba ventaja en el juego, sin duda alguna era el dueño de aquellos divinos esclavos, que con sólo imaginar poseerlos cualquier macho perdería el sentido y daría toda su hacienda por tenerlos entre sus brazos tan sólo un minuto.

Y el conde le enseñó a Ramiro como se abría el ojete de Iñigo esperando que le metiera la verga.
Latía como un pequeño corazón que ansía el amor con desespero.


Y desesperado por ser de su amo y sentirse poseído estaba Iñigo después de tanto magreo que le metía el amo.
Por un momento casi llegó a rogarle a Nuño que lo montase y se la clavase de golpe hasta hacerlo chillar como una raposa lastimado.
Pero su amo deseaba agotar más cualquier resistencia en Ramiro y todavía su polla debía destilar más suero viscoso antes de presenciar como se follaba el conde a uno de sus chicos.

Al más perfecto de facciones y en conjunto podría ser el más vistoso y llamativo por su cabello y sus ojos claros.
Pero los otros dos unían a una singular belleza en la estructura de sus cuerpos, la sensualidad y el encanto de dos seres opuestos, pero tan complementarios como atractivos no sólo físicamente.
Y los tres eran auténticos espécimenes de machos que sabían como nadie poner el culo para que su amo gozase con ellos y le diesen más placer que la mejor de las concubinas del gran Saladino, sultán de Egipto y Siria, que algunas lenguas aseguraban que llegó a cautivar a la misma Leonor de Aquitania cuando fue a las tierras de Israel con motivo de la cruzada.

Iñigo pidió al amo permiso con la mirada para mamarle el cipote y éste accedió a su antojo y se la metió de una vez hasta tropezar con las amígdalas del chaval.
El mozo se atragantó pero lloroso y con algo de mocos, trago saliva y el jugo que ya salía del glande de Nuño y chupó el potente miembro por el que él y sus compañeros babeaban y temblaban al saborearlo.
Mamó como si estuviese hambriento de meses, mas no le estaba permitido sacar provecho para su estómago.
Y el amo le retiró la adorada teta y le ordenó ponerse a cuatro patas sobre el lecho, abriéndose de patas para que Ramiro pudiese apreciar como entraba por su agujero la polla del conde.

Y vio como ese falo se hundía en la carne rosada y fresca del muchacho, que soltaba jugo por el ano al ser presionado por la dura tranca del amo.
Al desaparecer la verga entera en el cuerpo de Iñigo, Ramiro instintivamente se puso de rodillas al lado de Nuño, sin poder asegurar los otros que lo miraban si lo hacía esperando turno para clavársela también a Iñigo o para que, en cuanto se la sacase el conde al otro, le dijese a él que se doblase como una perra porque ya había llegado su turno.

Y, por un momento, Ramiro se tocó el culo y rozó con los dedos su agujero como preparándolo también para ser embestido por el más macho de todos ellos.
Estaría asumiendo ya su papel de dominado o solamente pretendía hacer méritos para ser merecedor de las caricias de Guzmán?
Fuese uno u otro el motivo, su cara reflejaba un vicio integral y le estallaba la lujuria tanto en la vista como en sus labios, que no paraba de morderlos y mojarlos con su saliva, tocándose un pezón con los dedos.
Estaba tan salido que con el mínimo empujón caería de bruces sobre la cama y no tendría fuerza de voluntad suficiente para cerrar las cachas e impedir que lo penetrasen.

Y así lo quería ver el conde; entregado, sudoroso por el ansia y temblando de ganas por sentir el gozo y esa sensación que hacía gemir y jadear tan intensamente al esclavo que montaba el conde sin silla ni rienda, pero hincándole a fondo la espuela.
El conde cabalgó esa potranca un buen rato, atizándole palmadas muy sonoras que le enrojecían las ancas, y al ver el inminente orgasmo en la expresión de Ramiro, contagiado por los jubilosos jadeos que anunciaban el de Iñigo, paró en seco y descabalgó sacando su fogosa verga de la caliente vaina donde estaba albergada; y, sin dar opción a derrames no deseados todavía, apartó a Iñigo con un fuerte manotazo y le ordenó bajarse del lecho y que metiese los huevos en una tina de agua fría para bajar la calentura. Y lo mismo le dijo a Ramiro, puesto que a continuación venían otros momentos de intenso erotismo que difícilmente soportaría el chaval sin correrse lanzando al aire un grueso chorro de leche, digno de un buen semental.

Y ese instante supremo no debía llegar todavía para ese mozo, ni para ninguno de los tres esclavos del conde, pues la fiesta tenía que continuar.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Capítulo XXIII


La casa del conde Alerio era muy espaciosa y por todas partes se notaba el lujo y la grandeza del apellido de su propietario.
Penetraron en ella por el patio de las caballerizas, muy amplio y limpio, donde se veían varios mozos de cuadra y otros oficios, que atendieron presurosos a las caballerías de los hombres del conde.
En su mayoría eran tíos jóvenes, que aun no alcanzaban los treinta años y hasta algún zagal que rondaría menos de la veintena, y todos sin excepción se mostraban obsequiosos y serviciales con el ilustre pariente de su señor.
La fama precedía a Nuño allá donde fuera y no había gente que escatimase atenciones al más noble de los caballeros del rey.
Sabían que atender y mostrar amabilidad con ese hombre, era como hacerlo con el mismo monarca, dada la confianza y el afecto con que el soberano lo distinguía sobre la mayoría de los grandes del reino.
Como también algunos habían oído que a su lado había cabalgado en más de una hazaña el malogrado sobrino del egregio Don Alfonso X, al que todos amaban de un modo u otro, ya fuese por bello como por valiente y gallardo caballero.

Todavía resonaba en bocas populares la leyenda de aquel famoso infante desaparecido, que unía en sus venas la sangre de las más altas castas que reinaron sobre las tierras de la vieja Hispania, uniendo dos mundos y dos culturas, que no eran ni tan dispares ni mucho menos antagónicas como para matarse entre ellas y no parar de guerrear casi sin tregua, como también lo hacían entre los propios reyes cristianos por ser más grande que el vecino, o por la única razón de poseer y dominar la mayor parte del territorio de una península castigada desde siglos por el azote de las armas de conquistadores venidos de otras latitudes.

Y si el personal de las caballerizas se partió el culo para servir al conde, y alguno daría lo que fuese porque se lo partiese ese gran macho, mucho más lo hicieron el resto de los criados y siervos de su pariente, sin pasar por alto lo solícitas que se mostraban las mozas que atendían las labores de la casa pretendiendo los favores de aquellos mocetones tan guapos y fuertes que acompañaban a tan noble señor.


Si cualquiera de esos chicos se pirrase por el olor de un coño, hubiera estado todo el tiempo con el cipote presentando armas como si se tratase de una alabarda de notoria y cortante moharra para desvirgar mozas.
Y no es que sus pollas se relajasen demasiado, aún no gustando del sexo femenino, pues el olor a leche de macho los excitaba mucho más.
Y, precisamente porque solían andar empalmados por los corredores y los patios, les era mucho más difícil esquivar los ataques de esa mujeres, muy jóvenes y macizas casi todas, que se les insinuaban a la primera de cambio, levantándose las sayas en cualquier rincón donde les pareciese oportuno amarrar a uno de ellos para echar un polvo.
Y por eso ellos no solían ir solos ninguno y se movían dentro de la casa en parejas o tríos por lo menos.
Así le daba la sensación de estar más protegidos de la lascivia de una rapazas cansada de meter en sus vaginas los rabos de mozos toscos y sin maneras, como eran casi todos los de la servidumbre de la casa.
Lógicamente, unos cuerpos tan bien formados y cuidados les abrían el apetito sexual como a lobas hambrientas que olfatean una presa fresca y tierna a la que clavarle los afilados colmillos de la ansiedad y la calentura propia de cuerpos en la flor de la vida y el deseo.

Y como ellas, también andaban los chavales del conde husmeándose la polla y el culo unos a otros como perros sin hembra a la que montar.
Verse en el confort de aquel palacio les daba ganas de solazarse con todos los deleites posibles del placer.
Y, si de ellos dependiera, no dejarían escapar la ocasión de fornicar a destajo como si no hubiese otro mañana para poder repetir las sabrosas experiencias sexuales que practicaban.
Todos querían joder a todas horas si eso era posible.

Y entre ellos uno de los más salidos era Ramiro.
Andaba como un gato tras una hembra de su especie que regase la casa con los efluvios de su calentura.
Rui casi no le daba cuartel y lo perseguía con ánimo de darle caza y captura y llevárselo al catre a la primera ocasión en que le viese bajo de fuerzas para resistirse y colmado de semen hasta rebosarle por los ojos.
Y aunque el otro intentaba darle esquinazo y sacárselo de encima, aunque quedaría mejor decir de debajo, Rui persistía en su afán y terminaba por rendir a Ramiro a base de enseñarle como le latía el ano ante su verga tiesa y pringada de babas a causa del aroma erótico y sublime del cuerpo ágil y elástico de Guzmán, que no paraba de moverse con natural donosura, haciendo gracias a todos y metiéndole mano a Sergo, sin olvidar mostrarle un especial cariño a su querido Iñigo.

Y también eso era parte de su cometido para atraer a Ramiro hacia donde quería verlo el conde.
Postrado ante él rogándole que le hiciese el gran favor de darle por culo y le dejase besar el cuerpo de su divino esclavo y favorito.
Y el conde aguardaba pacientemente que la voluntad de Ramiro declinase y el peso de su lascivia inclinase la balanza del lado que a él le interesaba.
Pero también era conveniente alguna ayuda externa que motivara más el ansia del mozo por obtener lo que a su mente parecía el mejor premio o trofeo que se pudiera cobrar en una partida de caza.
Pues pretender al mancebo para gozarlo, era sin duda la mejor recompensa para un joven cazador en plena efervescencia hormonal.
Por eso el conde llamó a sus esclavos esa tarde, en que todos jugaban alegres en el jardín del palacio, y les dijo que fuesen a sus aposentos acompañados por Ramiro y Rui.

Aunque a alguno de los chicos le sonase raro que el conde quisiese la presencia de éste último, supuestamente con fines eróticos, no osaría insinuar nada al respecto y todos como un sólo esclavo acudieron raudos a la llamada del amo.


Entraron en la espaciosa habitación y en ella, tumbado en pelotas sobre la gran cama, estaba Nuño sonriente y de muy buen humor; y también con la pija dura y levantada reclamando ser bien atendida y satisfecha por sus complacientes siervos, que ahora les tocaba asumir las funciones de putas obsequiosas para deleitar a su señor.
Se dieron prisa en desnudarse y puestos en pie, dejando ver bien sus sexos enervados por la gozosa expectativa de darle gusto a su dueño, que así se les presentaba de forma inequívoca, esperaban impacientes que el amo les dijese que papel les deparaba en ese inminente festín erótico.

Y muy pronto sabría cada cual la misión que tendría a su cargo y como sería utilizado por el señor.
Pero también debían quitarse la ropa los dos invitados y bastó la persuasiva mirada del conde para que sin necesidad de palabras comenzasen a quitarse de encima cuanto llevaban puesto; y Rui lo hizo en un santiamén, viendo o imaginando ya que su culo podría ser el más beneficiado ese tarde.
Con suerte entrarían por su ano al menos tres pollas, gordas, grandes y muy recias, que le harían sentir las glorias del paraíso.
Fuese por obra de un sexto sentido o meramente por las ganas de vicio y rabo, la verdad es que no erraba al creer que su vientre iba a llenarse de leche de un momento a otro hasta rebosarle por el ojete.

Y recibió la primera descarga del propio Ramiro, puesto que el conde quiso ver de cerca como follaba ese machito, que iba de sobrado, y lo bien que le rompía el culo al ansioso muchacho criado por las monjas.
El joven follador, que lo montó como un verdadero experto en el arte de dar por culo, se la hendió con fuerza desde el principio y supo dosificar el tiempo de bombeo irritándole bien el recto y al mismo tiempo controlando el ímpetu y las sacadas totales por el esfínter del enculado, para meterla de nuevo con más energía y haciendo chillar al otro como una gata a la que le parten en dos la cola de un hachazo.


Ramiro quiso exhibirse, no solamente ante el conde sino principalmente a los ojos del mancebo, a quien le interesaba impresionar con su habilidades jodedoras y moverle el ánimo para que se le hiciese el culo agua, pero conseguirlo quizás fuese otro cantar, o probablemente el ambiente creado por el amo como preludio a la fiesta de sexo planeada bastase para encenderlos a todos ellos y ponerles los huevos en manifiesto estado de ebullición..

Y tras la eyaculación portentosa de Ramiro dentro de la tripa de Rui, al tiempo que este otro rapaz también ponía el cojín en donde apoyaba su vientre perdido de leche, el conde consideró que ya era el momento adecuado para dar comienzo a la verdadera orgía, pues los dos invitados a la fiesta ya habían dado rienda suelta al grueso de su calentura y estaban preparados y en condiciones de disfrutar verdaderamente del sexo junto a sus esclavos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Capítulo XXII


Al ver aparecer a lo lejos la silueta de las imponentes murallas de la ciudad de Avila, Nuño llamó a Guzmán para que se acercase con su caballo y mandando parar la marcha, le dijo: “Míralas! Son tan magníficas como inexpugnables! Ahí tienes esa ciudad que tras la invasión de tus parientes árabes quedó despoblada y abandonada como otros muchas de su entorno.
Y fue precisamente otro antepasado tuyo, Raimundo de Borgoña, primer conde de Galicia y yerno de Alfonso VI, al casarse con su hija y heredera Doña Urraca, y, por tanto, fundador en estos reinos de la casa real de Borgoña a la que perteneces, quien por orden del rey repobló estas tierras desoladas por las guerras, fortificando y cercando las ciudades para proteger mejor a la antigua capital del reino visigodo de Hispania, la hermosa ciudad de Toledo, que pronto conocerás...
Debería erizarte los pelos del cuerpo pensar en tantos hombres y mujeres ilustres que han ido formando las dinastías de las que eres un destacado vástago.
Sino famoso por tus hazañas guerreras, que también las tienes en tu haber, al menos lo eres por tu extraordinaria belleza que supera en mucho a todos los que antes te precedieron en esas familias.

Eres el fruto del amor de dos razas y dos creencias y eso dio como resultado un ser único del que puedo presumir porque es mío.
Me perteneces, pues eres mi esclavo... Nunca un caballero ni tan siquiera un rey pudo enorgullecerse de ser el amo de una criatura tan excelente en virtudes como tú... Aunque a veces he de bajarte los humos con algunos azotes bien dados para ponerte en el sitio que debes estar para no olvidarte jamás que sólo eres una más de mis propiedades.
 Muy estimada, eso sí, pero un ser sin libertad ni voluntad propia al fin de cuentas... No es verdad?”
 “Sí, mi amo”, respondió el mancebo con los ojos llenos de emoción oyendo al amo decirle a su modo que lo amaba y estimaba con toda la fuerza de su corazón.
Porque esa era normalmente la manera con la que el conde le hacía ver a su esclavo que lo admiraba y lo deseaba sobre cualquier otra criatura sobre la tierra.
A no ser en la cama y cuando los otros esclavos ya dormían, porque en esos momentos de intimidad entre los dos, Nuño le susurraba a su amado las más tiernas y dulces palabras de amor, que el mancebo correspondía con la misma devoción y pasión del primer día en que lo poseyó su amante y lo hizo suyo.


El cerco de piedra almenado que rodeaba Avila se extendía ante ellos sin dejar ver un final a ese cinturón pétreo que guardaba la ciudad.
Todos los chicos se asombraron al ver tal fortaleza y Sergo le preguntó al conde cuantos hombres y en cuanto tiempo había levantado todo ese enorme muro para proteger a los ciudadanos que habitaban allí.
Al chico le preocupaba mucho la seguridad de las personas que vivían en los poblados, pues procedía de una tierra asolada por piratas y por guerreros venidos del norte, que no dejaba títere con cabeza cuando llegaban a las costas del noroeste, donde él sufrió tanto sus ataques como el desprecio y hasta la persecución de las gentes sencillas de esos lugares dado su parecido físico con los llamados demonios rojos.
Que según el conde eran tan sólo vikingos procedentes de las latitudes del norte del continente europeo.
Pero para Sergo eso quedaba muy lejos y si era hijo de uno de ellos bastante desgracia le había dejado en herencia, puesto que no sólo no llegó a conocerlo nunca, sino que también lo dejó abandonado a su suerte al morir su madre prematuramente.
Fuese hijo de un guerrero o del mismo jefe de los vikingos, lo cierto era que él estaba más dejado de la mano de Dios que un perro sarnoso.
Y, aun perdiendo la libertad, sabía que junto a Guzmán y perteneciendo al conde, las cosas eran diferentes y nadie volvería a despreciarlo ni a golpearlo con palos sin probar el filo de la espada de su señor.
Ahora se sentía no sólo protegido sino también acompañado y querido.
Y, lo más importante, sabía por fin que formaba parte de una familia y era realmente feliz por primera vez.

Esos pensamientos no podía entenderlos Ramiro ya que él naciera en el seno de una noble familia, acomodada en la abundancia, orgulloso de su linaje y jactándose desde que tuvo uso de razón de su hidalguía y el lustre de los blasones que enseñoreaban el portalón de la casona de sus padres y abuelos.
Este muchacho lo tuvo siempre muy fácil y conseguía cuanto deseaba tan sólo por ser uno de los vástagos de un señor feudal, suficientemente poderoso como para ser respetado por todos.
A Ramiro solo le sonaba que la libertad era para los de su clase y el resto estaban en el lugar que les correspondía y merecían por nacer siervos o esclavos.
Y si no lo eran ni tampoco pertenecían a la nobleza, engrosarían el incierto número de plebeyos que pululaban por la villas y las ciudades.
Los campesinos, por supuesto, eran en su mayoría siervos de la gleba y no se diferenciaban demasiado de un vil esclavo, ni podían dejar las tierras de su señor ni irse a otras sin su permiso y siempre que los liberase, normalmente a cambio del pago de un precio, de la obediencia y acatamiento que le debían.
Eran parte de las propiedades del amo y señor de las tierras y en algunos casos menos valiosos que un buen caballo o toro para cubrir las vacas de los rebaños del propietario de sus vidas y haciendas.
En su casa había siervos y esclavos y él nunca podría servir a otro en tal condición pues había nacido para ser señor y no un ser vil comparable a un animal para hacerlo trabajar como una mula.
O servir de puta a otro hombre, tal y como pretendía el conde, aunque el chico parecía no darse cuenta de su situación y destino inminente.
Y mientras llegaba el momento de que Ramiro fuese montado como otra perra más del conde, Rui ya se hacía la boca agua y tenía en el paladar el gusto a la miel que le dejaría ese mozo en su boca en cuanto llegasen a la ciudad y se aposentasen en el palacio del conde Alerio.

Sabía que su carne padecería la calentura del chico almacenada durante el trayecto y le metería la verga por todas partes y orificios capaces de engullirla entera.
Y el sabor y la textura de esa leche que le daba le hacía revivir al muchacho y sentir que, para él y de un tiempo a esta parte, la vida era maravillosa.
Sobre todo debajo del cuerpo de Ramiro y con su polla clavada en el culo dándole caña a mazo.
Y qué más podía querer y esperar un chaval de su condición y procedencia?
 Acaso iba a tener la suerte de ser el capricho de un señor poderoso, como en cierto modo le ocurriera al mancebo, que lo encumbrase por encima de sus afines para convertirlo en casi noble o ser tratado como tal?
Eso era improbable aunque no imposible, ya que el chaval era joven, guapo y estaba tan rico como un queso fresco de cabra; sobre todo el culo, que parecía una bolla de pan bien horneada y todavía humeante para hincarle el diente con todas las ganas.
Hasta el conde, al que si algo le sobraban eran culos para meterla, estuvo tentado más de una vez en ventilarse al muchacho y apretarle las nalgas con las manos mientras lo follaba sin piedad, tal y como hacía Ramiro.

Todos podrían tener en mente algo que ilusionaban hacer o tener, pero sus vidas y pasiones estaban regidas por el conde y dependían de su voluntad para hacer cualquier cosa y más si se trataba de sexo.
Aunque en su mayoría, el que más y el que menos, desease estar con el joven que más le gustaba para pasar un buen rato follando.

Eran muy jóvenes todavía todos ellos y era normal que siempre tuviesen ganas de jarana y de meterla o tenerla metida para gozar y sentir como sus cuerpos y almas se elevaban del suelo en un paroxismo de lujuria y placer casi animal.
Y si alguien entendía esa necesidad de explayarse sexualmente era el conde feroz, pues él no concebía su vida sin esos esclavos a los que adoraba y usaba sin límite alguno.
Verlos era desearlos y casi de inmediato tenerlos.
Y al aparecer en escena un posible candidato a ser suyo y gozarlo como a los otros, a Nuño se le nublaban las entendederas y no paraba hasta lograr sodomizarlo repetidas veces para que quedase bien follado y le tomase gusto a poner el culo más veces.
Porque ese era el único salvoconducto para entrar en su casa y pertenecer al cuerpo de elite de sus hermosos guerreros esclavos.
Amainaron el trote al ir aproximándose a la ciudad y vieron de lejos y al oeste, en la margen derecha del Adaja, una ermita, la de San Segundo, que incluso a distancia le pareció preciosa al mancebo y le pidió al amo que le dejase ir a verla.

Nuño consintió en ello y se desviaron para cumplir el antojo del esclavo, aunque no le dejó perder demasiado tiempo en esa visita.
El conde ya tenía prisa por llegar al palacio de su pariente y descansar a pierna suelta después de quitarse de encima todo el polvo acumulado en esa jornada.
Y al acercarse al recinto amurallado de Avila, se toparon en la explanada del mercado grande y frente a la puerta del Alcázar, con una iglesia, en la que ya no se detuvieron, y que según Nuño estaba dedicada a San Pedro.
 Guzmán hubiese querido verla también, pero no quiso estirar en exceso la cuerda por si rompía y la daba con fuerza en los morros convertida en la mano de su amo.
Pero en cuanto traspasaron las murallas de la ciudad, el mancebo no dejaba de ver para todos lados observando bien las construcciones que encontraba a su paso por las callejas y plazas que atravesaban, sobre las que destacaba la catedral, templo bajo la advocación del Salvador, comentando sus estructuras y belleza con Iñigo y Sergo, hasta llegar por fin al palacio del conde Alerio, pariente de la difunta madre de su señor, donde se hospedarían mientras permaneciesen en esa ciudad castellana.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo XXI


El campo charro se abría ante el conde y sus hombres y ya dejaban a su espalda el Tormes, nuevamente de camino en dirección a la ciudad de Avila.
Las largas crines de sus corceles lamían los férreos pectorales de Iñigo y Guzmán, que cabalgaban juntos detrás del amo, como si fuesen dos hermosas alas que le ayudasen a Brisa a volar más rápido cortando el aire de la mañana.
 Inmediatamente les seguían Sergo, siempre pendiente de proteger la distancia de Ramiro respecto al mancebo, y éste otro joven, que no perdía ocasión de acercarse a los chavales que los precedían intentando tozudamente colocarse a la vera de Guzmán.
Y de lo que hablaban los dos esclavos que iban tras el conde, era de la suerte que el destino les deparase a Tirso y Saulo bajo el mecenazgo del deán de la catedral de Salamanca, con quien se habían quedado esos chicos.
A Nuño le ocupaban la cabeza otras cuestiones menos domésticas que esas de las que trataban el mancebo e Iñigo, a las que no dejaba de darle vueltas, pues eran el motivo de la encomienda que ahora tenía entre manos por encargo de su rey y señor.
Quizás no era algo tan peligroso como las anteriores misiones que había realizado para el monarca, pero no menos transcendente teniendo en cuenta la afición de Don Alfonso hacia las artes y la cultura.
Sin olvidar la segunda parte del cometido que motivaba ese viaje y que le llevaría hasta las costas del sur, frente al continente africano.

El estrecho iba a ser el punto álgido de esa peripecia que todavía estaba empezando para el conde y sus chicos; y ahí si habría que guardarse más las espaldas y azuzar los sentidos para no ser presa de los muchos enemigos que saldrían a su encuentro.
Además, aunque no hubiese de correr ninguna aventura extraordinaria, en todo viaje se corrían riesgos, como ya les había sucedido en este, y cualquier negocio real daba pábulo a ambiciones y a que surgiesen intereses bastardos ávidos de sacar tajada hasta de una boñiga seca de vaca vieja.

Habían recorrido ya un largo trecho cuando el conde mandó detenerse en un claro, próximo a un bosque de encinas, y allí echó pie a tierra diciendo a Iñigo que lo siguiese.
Al parecer le tocaba a ese muchacho limpiar la polla del amo al terminar de orinar, o éste simplemente deseaba tenerla caliente un rato dentro del culo de ese esclavo.
Fuese una cosa u otra, todos sabían cual sería la función principal que iba a asumir el joven de pelo rubio como el oro.
Abrirse de patas y separar las nalgas con sus manos para que el amo viese mejor como le entraba su cipote por el ano.
Y todos los demás, a esperar que el señor desahogase sus bolas dentro del chico y, luego, a seguir viaje pensando en lo contento que iba el trasero de Iñigo tras el polvo.


Pero Ramiro no dejó pasar la ocasión de atacar las defensas del mancebo, empeñado en su asedio y derribo como si se tratase de una fortaleza.
Y tal era la firmeza de Guzmán para no hacer nada sin conocimiento y permiso del amo.
Y, por supuesto, sus muros eran inexpugnables y su puerta no se franqueaba a nadie que no estuviese autorizado a entrar en él.
Y aunque pudiera creerse que era para evitar problemas con Ramiro, lo que no era exacto, el mancebo agarró por un brazo a Sergo y se lo llevó al matojo más próximo con la excusa de no ir solo a aliviar la tripa que notaba algo floja.
Eso no tenía por que extrañar a ninguno, pues el conde había ordenado que nadie se alejara solo ni un palmo aunque fuese para cagar.
Así que el mancebo y Sergo se separaron un poco del resto y al quedarse el segundo unos pasos detrás del otro, disimulando que era para no importunarle al hacer de vientre, Guzmán lo llamó imperativamente y le dijo que se bajase las calzas porque tenia ganas de darle por el culo, puesto que ambos sabían que lo de cagar sólo era un pretexto para estar solos. Sergo obedeció como si esa orden viniese del mismo conde y al doblarse para entregarse al otro rapaz, éste le pidió un beso en la boca, porque estaba cachondo perdido y sudaba morbo con esa situación algo furtiva de amarse en un bosque como escondiéndose de los otros y en secreto.


Y los dos se morrearon ávidamente como si tuviesen ganas de comerse uno al otro.
Luego el mismo mancebo le dio la vuelta a su compañero, poniéndolo contra el tronco de una encina, y le escupió en el ano para clavársela entera sin contemplaciones.
Le arreó un polvazo no muy prolongado, pues no dejó que Sergo se corriese, ya que él tampoco lo hizo, y se unieron de nuevo al resto de los chicos cuando ya regresaba el conde seguido de Iñigo, que no volvía con las piernas bien cerradas, pero sí luciendo los dientes en una amplia sonrisa.
E, inusualmente en el proceder del conde en estos casos, le hizo un ligero mimo al chico, como queriendo demostrar su aprecio por el esclavo dejando claro que era uno de sus favoritos, y de paso incitar ardientes ansias en algún otro.
Pero sería engañoso dudar de la posición de Iñigo junto al conde, pues estaba más que demostrada y no sólo era afecto o cariño lo que sentía ese hombre por Iñigo.
Y tampoco se refería al mancebo en eso de animar lujurias, dado que con un ligero roce de un dedo del amo, su libido ya estaba disparada y a punto de estallar.
Y todos eran conscientes que tampoco intentaba el conde castigar con eso a su príncipe esclavo, ya que éste nunca se celaría de lo que Nuño pudiese hacerle a ese compañero de esclavitud que era más que su hermano.

El gesto del conde y lo que vendría detrás, tenían otro significado e iban dirigidos a otro chaval, al que ya le iba teniendo ganas y esperaba que cayese pronto maduro como una breva para ser el primero en romperle el culo al bello mozo de ojos negros.

Antes de montar otra vez a lomos de su caballo, el conde, sin mirar a Guzmán, gritó: “Qué hicisteis Sergo y tú?  Cuál de los dos cagó y quien se la metió al otro? Habla, puta!”.
El mancebo se arrodilló ante el amo y sin mirarle a los ojos respondió: “Mi señor, sólo satisfice una necesidad perentoria de mi cuerpo y tú ordenaste que no fuésemos solos... Y al estar solo con mi compañero, aproveché para que me ayudase a aliviarme”.
 “Los cojones! Será para vaciar los cojones y no el vientre!”, dijo el conde en con voz fuerte.
Todos se estremecieron al ver la reacción del amo contra su esclavo predilecto, pero ninguno se atrevió a respirar por si al escucharlo era objeto de la ira del conde también.
Y Nuño agarró al mancebo y bajándole las calzas le metió un dedo por el ano para comprobar si tenía leche dentro.


Sacó el dedo limpio de semen y soltó a Guzmán, exclamando que sólo olía a coño de zorra y gritándole a Sergo para que se acercase.
El mozo se dio prisa y él mismo se bajó las calzas poniendo el culo para ser examinado por el amo.
Nuño metió dos dedos en el esfínter del chaval y lo que no esperaba es que no saliesen untados del esperma fresco y espeso característico de las bolas de su amado.
Los olió detenidamente y solamente apreció el aroma natural de Sergo, pero hizo como si los tuviese pringados con la leche de Guzmán.
Y pensó para sus adentros: “Luego me explicará este jodido cabrón por que no se corrió dentro de este otro machote. Será porque así espera gozar más cuando yo le de su ración de polla?  En cualquier caso en la próxima parada les jodo el culo a estos dos y además se lo dejo más escocido que el coño de una yegua después de parir... Cada vez que les veo o toco el ojete no puedo evitar que las ganas de follarlos me devoren... Jodidos, putos!”.

Nuño olió sus dedos y le ordenó al esclavo rubicundo que los chupase.
Y sin mediar palabra lo cogió por las orejas y lo dobló sobre su rodilla derecha y le atizó una zurra en el culo hasta dejárselo rojo como el pendón que enarbolaba sus armas a la cabeza de la comitiva.
Y al terminar de zurrarle al chico, se fue a por Guzmán, que todavía tenía el culo al aire, y, mostrando bien las nalgas a los otros, le propinó otra azotaina mucho más fuerte que al primero, mientras le decía con voz airada: “Acaso te dije que follases a ese otro mozo? Es que me has pedido permiso para saciar tu vicio y tus ganas de usar lo que no te pertenece? Ni tu propio cuerpo es tuyo, sino mío, y por supuesto también lo es el de ese esclavo al que arrastraste para joderlo... Mirar todos como ha de quedar el culo de una puta ramera que no sabe respetar a su dueño!”


Y todos miraron ese bonito trasero enrojecido y mucho más Ramiro que en ningún momento apartó los ojos de las nalgas de Guzmán, incluso mientras el conde le atizaba candela al otro esclavo.
El muchacho estaba salido de madre como una zorra encelada viendo esa carne preciosa que tanto ansiaba tocar y probar.
Y al verla colorada por los azotes, todavía le sacó más de sus casillas y su verga se destacaba ostensiblemente bajo la ropa.

En ese momento Ramiro hubiese dado el mundo entero y hasta el culo, sin reparar en las consecuencias, con tal de rozar al mancebo y poder besarle las cachas o lamerlas.

Y eso era lo que pretendía el conde con toda aquella comedia.
Porque de eso se trataba.
Una pura pantomima organizada de antemano por él y su príncipe esclavo, de la que Sergo solamente era un instrumento.
Antes de partir de Salamanca, Nuño habló con Guzmán y le dijo lo que tenía que hacer nada más detenerse para mear o descansar simplemente.
El se llevaría a Iñigo para darle por culo, porque en los últimos días le daba la impresión que ese chaval se sentía un poco desplazado por Sergo.
Y el mancebo debía apartar a éste con la excusa de tener ganas de cagar y, además de eso, si es que la necesidad era real, tenía que follarlo para dar motivo a la paliza que le daría a ambos ante las miradas expectantes y algo temerosas del resto de los muchachos.

El asunto era excitar la lujuria de Ramiro, al saber que ese efebo que tanto deseaba se había follado a su rival, y eso, unido a la visión del culo del mancebo, ardiendo por los azotes y las ganas de rabo, lograse que su lascivia le inundase el cerebro y lo obnubilase con la idea fija de poseer a ese bellísimo muchacho.

Las hormonas de Ramiro estaban en el punto clave de ebullición y faltaba un ligero hervor para que rebosase por el borde de la perola como el agua borboteando al romper a hervir.
Guzmán le hizo saber a su amo que le dolía usar a Sergo de ese modo sin que supiese que era el instrumento para cazar a Ramiro.
Pero Nuño se lo ordenó sin darle opción a rechistar ni alegar nada más, pero le autorizó a explicárselo someramente a Sergo para que le quedase claro al noblote vikingo que al follar, aparentemente a espaldas del amo, no traicionaban la confianza de su señor.
Y el mancebo se lo contó en parte a Sergo antes de salir de Salamanca, pues aunque le habló de follar en cuanto se detuviesen durante el camino, porque le tenía ganas, lo cual era absolutamente cierto, tal y como el otro mozo se las tenía a él, y que el amo le había dado permiso para hacerlo, no le dijo cual era el fin último de la comedia, ya que advirtiéndole de la reacción del conde y que iba a pegarles en el culo como si hiciesen algo malo, sólo añadió que se debía a un plan del que no debían saber más detalles por el momento.

 Sergo no dijo nada, en primer lugar, porque siempre estaba deseando aprovechar cualquier ocasión para follar con Guzmán, y en segundo lugar, por el simple hecho de que no necesitaba que le dijesen con palabras lo que ya sospechaba desde que apareciera en escena Ramiro.
No había que ser muy listo para darse cuenta que el conde estaba deseando pasar por la piedra a ese mozalbete orgulloso y guapo a rabiar con su pinta de macho vanidoso.
Y no dudaba que lo conseguiría más pronto que tarde aunque tuviese que usar como cebo a todos sus esclavos.

Sergo, al igual que Iñigo y el mismo mancebo, sabía que los días de libertad sexual y virilidad virginal de Ramiro estaban contados.
Y así debía ser, pues el conde le había dicho a Guzmán que quería catar el culo de ese mozo antes de partir de Avila.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Capítulo XX


La estancia en Salamanca no fue larga, pero si acogedora por parte del deán, que se desvivió por todos sus invitados sin diferenciar el trato hacia el señor del que le procuró al resto de los muchachos, sin distinción de condición ni rango.
Hasta los guerreros negros fueron tratados como nobles cristianos en la casa del canónigo y el ilustre clérigo se mostró especialmente cariñoso y comprensivo con los dos rapaces de humilde origen, salvados de las garras de aquellos bandidos que ya estarían abonando la tierra si es que las alimañas dejaron algo de sus restos.
Tanta piedad infundieron en Don Celestino, esos dos rapaces desherados de la fortuna, que se ofreció desinteresadamente a hacerse cargo de ellos y cuidarlos, procurando darles educación, cosa de la que carecían, y formarlos para desenvolverse mejor en la vida y enfrentarse a ella con un buen bagaje de medios y conocimientos.
Estaba a la vista que los dos mozos eran hombres de campo pero no de armas y el deán pensaba que lo mejor para esos chicos era cultivarlos como dos huertos para que en ellos floreciesen los frutos del saber.
Y al conde le pareció perfecta esa solución, ya que no deseaba plantearse nuevos conflictos de los que ya le ocasionaban los muchachos que formaban su cuerpo de escolta.

Ambos chavales seguían traumatizados por la violación sufrida y era más aconsejable que se quedasen en Salamanca en lugar de seguir en su séquito, donde poner el culo o meter la polla en un agujero anal era lo corriente y nadie perdía nada por ello, ni se rompían la cabeza con cismas sobre el sexo ni la masculinidad perdida por tal causa.
Para todos los hombres que iban con el conde eso era normal y gozaban haciéndolo y no pensaban recatarse ni cortarse un pelo por el hecho de que a otros les pareciese bien o mal su conducta y hábitos sexuales.
Los esclavos estaban orgullosos de serlo y los que no lo eran por ser el amo o porque todavía no se entregaran plenamente a su señor, lo estaban también de la misma forma y no menospreciaban a los que solamente ponían el culo para ser jodidos por los machos.

En Salamanca, Nuño alternó con lo más granado de la nobleza local y no dejó de cumplimentar al obispo, hombre bueno y de gran devoción religiosa, que le cogió una singular simpatía al mancebo por el interés que vio en el chaval hacia la cultura y el saber, asistiendo embobado a las clases de humanidades que se impartían en la catedral.
El prelado le decía admirado al conde que lo de ese muchacho por aumentar sus conocimientos y cultivar el espíritu era verdadera obsesión digna de encomio en un joven que probablemente sólo conocía el manejo de las armas y, como a la mayoría, únicamente le preocuparía llegar a ser un buen caballero y hasta un noble señor, con timbre y blasón para su casa y familia, si la suerte y la fortuna le eran propicias.
No sería Nuño, desde luego, quien le dijese al buen obispo que ese mozo ya era no sólo un noble señor sino un príncipe de las más altas y linajudas casas reales señoras de varios reinos.
Ni tampoco iba a abrirle los ojos al cándido varón respecto a la clase de relación que existía entre el chico y él, o con cualquiera de los otros muchachos que lo acompañaban como hombres de armas a su servicio.
El conde consideraba que de ciertos temas, mejor no hablar con nadie si no era de su absoluta confianza y aún así siempre con reparos y manteniendo las distancias en algunas cosas.
A quién le importaba si dormía o no con ellos o si les daba por culo cuando le salía del pijo.
Esas cosas eran parte de su vida privada y solamente a sus seres más íntimos y queridos podían importarle.
Puesto que si ese gentil eclesiástico sospechase lo más mínimo o le diese en la nariz lo que podía estar sucediendo por las noches en la casa del deán, le parecería imposible tratándose de tan alto y nobilísimo aristócrata mimado por el rey; ni hubiese dado crédito alguno a quienes le fuesen con el cuento.
Jamás hubiera entendido que todo aquello pasara ante sus putas narices, pero así era aunque él no se enterara de la fiesta que el conde montaba con sus chavales, ni el mismo deán se diese cuenta de ello, puesto que, en el caserón donde vivía, ocupaba un pabellón situado al lado contrario del habilitado para albergar al conde y sus hombres.

Si viese por una ranura de la puerta o un orificio practicado para espiar a los que ocupasen tales aposentos, pensaría que todo aquello tenía más de pesadilla que de realidad.
O hasta se alegraría que fuese fruto de una calentura perniciosa motivada por un acceso de fiebre en lugar de hechos ciertos y más reales que todo cuanto hiciese él a lo largo del día.
Fueron un par de días tranquilos en cuanto a aventuras peligrosas y riesgos innecesarios, pero no así respecto al calentón que padecían los cuerpos de esos jóvenes machos al verse y rozarse unos a otros completamente desnudos o vestidos incluso.


Ramiro estaba como un toro atraído por un trapo colorado que flameasen delante de sus hocicos y al que enviste sin saber que tapa y oculta, pero lo hace por el mero instinto que le mueve a lanzarse contra ese señuelo para cogerlo como si en ello le fuese la vida.
Y para el bellísimo rapaz ese engaño rojo era el mancebo, pero tras de lo que veía a primera vista, no estaba el aire vacío sin nada sólido que traspasar con las puntiagudas astas, sino una carne preciosa a la que adorar y palpar para obtener el mayor goce con su textura y aroma.

Y eso lo sabía bien el conde y guardaba ese tesoro que era su esclavo para que ningún otro ser lo tocase sin su permiso y aprobación.
Y para obtenerlo, habría de pagarse un alto precio a su amo, pues probar ese manjar suponía ser probado y saboreado a su vez por el dueño del guapo y esbelto mancebo.
Nuño disfrutaba viendo a ese mozalbete velludo y fuerte babear como un mastín al que le estuviesen mostrando un sabroso hueso de cordero y le metía mano al mancebo en sus narices y se lo follaba, al igual que a Sergo e Iñigo, pero, ya fuese por joder a Ramiro o tan sólo porque Guzmán seguía encendiendo en su amo las más vivas brasas de la pasión y destapaba en su alma las mejores esencias del sexo, el caso era que al mancebo le dada caña con más energía y le dejaba el culo como un pan machacado por los cascos de un caballo percherón.


Lo jodía a conciencia y saboreando cada milésima de tiempo y espacio en que iba derivando el polvo.
Y, en lo mejor del éxtasis, ya ciego de lascivia y escurriendo lujuria por la polla, lo devolvía a la tierra ver la cara angustiada del mancebo, pero plena de placer y con una mueca cargada de vicio, que empezaba a temer que su amo lo partiese por la mitad con ese vergajo ardiendo y endurecido conque lo follaba.
 Y los jadeos del mancebo devolvían la cruda realidad de la absurda creencia de Ramiro de poder darle más placer por el culo a ese mozo que su amo. el que le hacía sentir su amo.
Y hasta los nervios se le desataban repentinamente al chaval que miraba el coito sin perder ripio y le flaqueaban las piernas pensando que pudiera ser él quien le reventase el ano a Guzmán si el miedo al dolor de ser penetrado no le impidiese ofrecerle el culo a ese jodedor irredento que era el conde feroz.
Y a lo peor le gustaba el asunto de ser taladrado por detrás y luego no se levantaba de la cama sin haber estado a cuatro patas un tiempo prudencial hasta ser poseído y bien jodido por el macho que los dominaba a todos, muy a pesar de lo que el chico creyese o quisiese pensar para convencerse que estaba a la misa altura que Nuño para poder montar a los otros muchachos cuando y como le diese la gana.

Y sólo el conde era el amo y únicamente él decidía quien daba y a cual de ellos le tocaba recibir ese día o esa noche.
Y por mal que le pareciera a Ramiro, sus días de virginidad anal estaban llegando a su fin.


Mucho más si mantenía las pretensiones de llegar a acariciar la espalda o los glúteos del mancebo mientras lo penetraba por el culo.
Ese plato solamente estaba reservado para los muy elegidos y sólo Sergo gozaba por el momento de tal honor, ya que para obtenerlo se había convertido en esclavo y en una de las mejores putas del conde.
Y además también Guzmán le daba por culo a ese otro mozo de carne dura como el pedernal y cabellos rubicundos.

Y si alguien agradecía al conde que pusiese a Ramiro salido como un borrico era Rui, que su culo pagaba todo el ardor acumulado en la verga del mozo de cabellos oscuros y relucientes cual negras piedras de carbón de antracita.
Le metía una caña que lo dejaba medio tullido, pero babeando por boca, ano y pito hasta un buen rato después de haberlo follado.

martes, 4 de diciembre de 2012

Capítulo XIX


Cada una de las señales que la correa del jefe de los bandidos dejara en la piel de Sergo, eran para el mancebo como gloriosas ramas de laurel que orlasen el cuerpo de ese valiente joven, al que cada día quería y deseaba con más intensidad.
El relato del valeroso comportamiento del muchacho frente a esos delincuentes, que le hiciera Iñigo al estar tranquilamente y a salvo de todo mal en la casa del deán de la catedral de Salamanca, Don Celestino, que por decisión del obispo sería el anfitrión del conde y sus hombres mientras durase su estancia en dicha ciudad, produjo en el mancebo un efecto aún más beneficioso en favor del vikingo y aumentó el alto grado de estima que ya tenía respecto a los méritos del chaval.


No significaba tal cosa que su adoración por su amo mermase o se enfriase el amor que abrasaba su alma con sólo mencionar el nombre de su dueño.
Pero Sergo lograba despertar en Guzmán una pasión sexual distinta a cuanto había experimentado anteriormente con su amante.
El tacto del cuerpo de ese muchacho enloquecía al mancebo y sobarle las nalgas era un placer nuevo y desconocido por el que nunca sintiera ningún deseo ni le había puesto cachondo con ningún otro hombre.
Rozar su cuerpo con el de Nuño podía provocarle un orgasmo sin necesidad de tocarse la polla, lo mismo que al sentir sus manos o el calor que le invadía con sólo notar cerca la presencia de ese macho que era su amo y señor.
Con Sergo, sin llegar a un nivel tan alto de calentura y derretimiento interior, se le estremecía algo dentro del estómago que lo dejaba tenso como la cuerda del arco a punto de disparar la flecha.
Y Guzmán sufría por ello y dudaba incluso de su fidelidad hacia su amo teniendo tal debilidad por Sergo y si no fuese por no desobedecer al conde dejaría de besar y acariciar a ese chaval, tal y como él le había no sólo permitido sino ordenado.
A Guzmán le recomía la conciencia causarle daño al otro chico, dado que amarlo de igual modo que le amaba a él ni era posible ni podría darse en su corazón tal sentimiento hacia otro hombre que no fuese Nuño.
Solamente su amante era dueño absoluto de su amor y lo sería incluso después de la muerte y nadie más remplazaría al conde ni le restaría un minúsculo gramo de afecto y atracción.
Y todo eso a veces le ponía la cabeza hecha un lío y compartía tales confidencias con Iñigo como queriendo oírse a si mismo en voz alta.
Sergo podía pasar horas dejándose acariciar y sobar por el mancebo, pero para impedir que eso se prolongase demasiado no era necesaria la presencia del conde, pues bastaba que Ramiro se diese cuenta de lo que hacían los dos chavales para interrumpirlos y conseguir que Guzmán le prestase atención.

Iñigo también se daba cuenta de toda esa pugna entre los dos adoradores de su compañero, pero se limitaba a sonreír y solamente intervenía si notaba que el mancebo se lo rogaba con la mirada.
Y por otra parte estaba Rui, que no estaba dispuesto a perder los favores del fornido y activo rapaz de pelo ensortijado y vello en el cuerpo, puesto que nunca tuviera noches tan calientes como desde que apareciera en escena Ramiro.

Cada amanecer era un canto de alegría que entonaba ese chico acariciándose el ojete irritado por la verga del guapo macho que lo montaba sin escatimar esfuerzos ni orgasmos.
Pero, como si algo sobrenatural lo alertase, en cuanto las situación alcanzaba un clima adverso y el calor de los cuerpos aumentaba su intensidad, hacía su aparición el conde para reclamar su derecho natural sobre aquellas criaturas que tenía por esclavos.
Y el primero en respirar cogiendo aire a fondo en sus pulmones era Guzmán.

Nuño simulaba no percatarse de nada y solamente le decía a su amado que lo siguiese.
Y ése, saltando hacia el amo más veloz que un corzo, se iba tras el conde aliviado y a un tiempo triste por dejar con la miel en los labios al paciente Sergo.
Y, porque el mancebo se lo había pedido, el musculoso espécimen del norte no la emprendía a palos ni hostias con su incómodo rival y templaba gaitas al son de la natural amabilidad y tranquilidad inherentes al carácter pacífico del seráfico rubio de la corte del conde.
Iñigo, con su templanza y simpática dulzura cuando no se trataba de luchar espada en mano, hasta conseguía que ambos machitos se mirasen sin recelo y sonriesen con él por cualquier cosa que dijese o una broma que les gastase a uno de ellos.
Pero el caso es que se aflojaba la tensión y se enfriaba el ambiente evitando el estallido de la borrasca que hubiese parecido inminente antes de la intervención del conde.
Y en cuanto amo y esclavo se alejaban un poco de los otros, el primero le recriminaba al segundo el celo que por él tenían los dos muchachos, como si eso fuese culpa del mancebo.
Y éste se defendía sin atreverse a protestar excesivamente por si además de la bronca se ganaba a mayores unos correazos en el trasero que lo tuviese sentado de medio lado para el resto del día.
Se callaba después de decir lo justo para responder las requisitorias del amo y acto seguido ponía cara de bueno y con un medio giro de los pies, casi involuntario, le mostraba a su amante el redondo perfil de sus nalgas y terminaba con ellas al aire, con las calzas bajadas hasta lo tobillos, y abierto de patas esperando el puntazo que le iba a propinar su verdadero macho con su cipote enardecido por la calentura que le ocasionaba esa visión del culo de Guzmán.


Y con la eyaculación venían otra vez los reproches y le decía al esclavo que sólo él era culpable de encelar a los otros muchachos, puesto que era consciente del atractivo que ejercía sobre ellos y sobre cualquier otro hombre salido y con ganas de meter el rabo en un agujero jugoso que se cruzase en su camino.
Y lo amenazaba con cubrirlo de pies a cabeza como a una concubina mora fuera del serrallo del señor.

Y eso a Guzmán le hacia gracia, pues recordaba el incómodo viaje hasta Barcelona disfrazado de moza, y no podía evitar reírse con cautela primero y en cuanto Nuño esbozada la sonrisa se descojonaban los dos imaginando al mancebo tapado con un tupido velo hasta el suelo.
Y el conde todavía cargaba las tintas diciendo que tenia capricho de vestirlo de monja y follarlo con el hábito levantado hasta el cuello como a una inocente novicia.
Entonces Guzmán se partía de risa aún más y le decía a su amante que no fuese tan pervertido como un vulgar confesor de un convento que es quien suele mantener ventiladas bajo las sayas a esas virginales aspirantes al claustro.

Luego, al regresar junto al resto de los chavales, el conde los miraba atentamente y escudriñaba sus ojos para averiguar cual de ellos padecía más al no poder gozar con el mancebo.
Y aunque sufriese más Ramiro, llamaba a Sergo a su lado y sentándolo muy cerca de él, le hablaba con mucha calma y sobándole un muslo hasta rozarle los huevos y la verga, iba dejando que el chico se empalmase como un becerro para desnudarlo despacio a continuación y sentarlo en su cipote clavándoselo hasta el corvejón.


Mientras lo follaba, le ordenaba al mancebo que le diese de mamar su rica leche y el chico se deshacía de gusto acariciando el culo de Guzmán al tiempo que le exprimía los cojones para extraer más semen.
Y el conde no le sacaba ojo a Ramiro y notaba en su forma de mirar y en el modo de apretar los dientes o pasar la lengua por el labio inferior, que el espectáculo lo prendía como a una tea untada de brea y ni sus calzas ni su media túnica ocultaban el bulto fenomenal que se le formaba entre las piernas.

Podría jurarse que al chico le estaba subiendo el semen al cerebro y si lo presionase un poco se desnudaría solo y le suplicaría que lo sentase en la verga con tal de poder tocar el cuerpo divino del ser que lo traía loco por joderlo.
Ver al natural el cuerpo de Guzmán le parecía más interesante y enriquecedor que la visita que hicieran esa mañana por los templos románicos de la ciudad, admirando su factura y el trabajo en piedra de las esculturas y capiteles que adornan sus pórticos y sillares.

Les pareció magnífica la catedral y sobre todo al mancebo le impresionó ver y escuchar alguna lección magistral que se impartía en su claustro, dado que allí se daban las clases de la universidad creada por su tío el rey.
Pero también disfrutaron de la habilidad de los canteros en el resto de las iglesias, como la de San Julián, de San Marcos o la de San Martín, junto a la plaza grande, y la gótica de San Benito en la que un sacerdote decía misa para unas cuantas beatas y damas encopetadas, acompañadas de sus criadas y algún joven lacayo que no dejaron de reparar en el conde y los buenos mozos que lo acompañaban.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Capítulo XVIII


Durante el resto del viaje hasta Salamanca fueron más despacio y casi sin hablar de otra cosa que no fuese la preocupación del conde y el mancebo por el estado de salud de los muchachos agredidos sexualmente por los putos malhechores que ya servían de pasto a la carroña.
Guzmán miraba de vez en cuando a Sergo y le preguntaba si le dolía demasiado el cuerpo por los azotes que le había propinado el cabrón que mandaba la banda de salteadores, pero quienes más padecían eran los dos chavales desconocidos, que resultaron ser unos pobres y humildes campesinos que, ante la falta de recursos tras quedar huérfanos hacía unos años, vagaban de pueblo en pueblo buscándose la vida y ganándose con su trabajo el escaso alimento que pudieran darle las gentes sencillas de las aldeas.


Ambos nacieran aproximadamente diecinueve años atrás en el mismo pueblo, pero no eran ni siquiera familia entre si, aunque desde muy niños se llevaban como hermanos y naturalmente se querían más que si lo fuesen realmente.
Casi tenían la misma edad y el mayor por escasos meses, de ojos pardos y pelo a juego, bastante bien desarrollado muscularmente, respondía al nombre de Tirso y el otro, menos fuerte pero también con un cuerpo que denotaba haber trabajado duro en el campo y en otras faenas pesadas y costosas, cuyos ojos y cabello competían por parecer de color más negro, se llamaba Saulo.

Estaban tranquilamente dormitando bajo una de aquellas encinas cuando los putos ladrones los sorprendieron y los maniataron para dejarlos luego tirados en el camino como señuelos para detener a otros caminantes y robarles sus pertenencias o sacar algún provecho de ellos.
Y fueron a pasar precisamente los muchachos del conde y los cazaron como a tórtolos, quizás para despojarlos de cuanto llevaban encima, pero al ver sus cuerpos tan jóvenes y hermosos y estar los truhanes borrachos y muy salidos, pasó lo previsible, tanto por las malas intenciones hacía sus cuerpos, por parte de esos mendrugos harapientos, como por la mortal y drástica intervención del conde y el resto de sus hombres.

Al mancebo le parecieron buenos tíos y así se lo dijo al amo al preguntarle éste su opinión al respecto, puesto que el conde si de alguien se fiaba en cuanto a conocer o presentir las bondad y aptitudes de otro ser, era de Guzmán y su acertado criterio y perspicacia.
Los dos chicos estaban muy afectados no sólo por el miedo que pasaran y la lesión infringida a sus anos, sino mucho más por la vergüenza al considerar que con ello perdieran la hombría y las gentes los señalarían con el dedo como si al desvirgarlos les hubiesen grabado a fuego en la frente que ya sólo eran un par de putas despreciables.
Y de nada serviría lo que les dijesen en esos momentos, ya que era normal que necesitasen un tiempo para asimilar y admitir que un culo roto no mermaba en nada su virilidad, ni siquiera por el hecho de que se hubiesen corrido al follarlos, lanzando alaridos de dolor y llorando su desgracia, pero soltando leche en cantidad por sus pitos tiesos y excitados como el de un potro antes de montar a la yegua.


Quizás, en contra de su deseo, gozasen como nunca lo experimentaran antes cascándose pajas, y eso aumentaba su rabia y la sensación de suciedad que les atenazaba el alma y el cuerpo.
Pero tanto el conde como el mancebo sabían que el mejor remedio para ellos era darles afecto y hacer que se sintiesen como uno más entre el grupo de jóvenes valientes que los acompañaban ahora, de cuya hombría no cabía duda alguna a pesar de que unos pusiesen el culo y otros les metiesen la polla por el ojete.
Y pronto se darían cuenta que nada es irremediable, excepto la muerte, y que un hombre puede disfrutar su sexualidad de muchas más formas que las oficialmente establecidas según los usos sociales influenciados por la religión imperante.

Como decía siempre el conde, démosle tiempo al tiempo y las cosas volverán a su cauce natural, que es por donde han de discurrir.
Y en una de las paradas para vaciar las vejigas, Ramiro se acercó a Guzmán y echándole un brazo por el hombro le dijo: “No puede dejar de desearte cada vez que te miro... Y puedo jurarte que nunca sentí nada parecido por nadie y sé que esto es sincero y haces que mi corazón se acelere y mi sangre me exija vaciar los cojones que tu olor y tu presencia me cargan hasta no poder soportar el dolor... Puedo tener esperanzas de que llegues a quererme y desearme como yo a ti?”
 Guzmán no quiso ser brusco con ese mozo, que además tenía que admitir que le agradaba mucho su compañía, y le respondió: “Ramiro. Eres un chico muy guapo. Tanto que cuesta rechazar tus atenciones y tu deseo. Pero mi amor y mi voluntad sólo pertenecen a mi amo y sólo él me posee realmente aun cuando no me esté follando... Eso no significa que no te quiera y que no pudiese gozar contigo si el amo quisiese aparearnos. Mas sería algo parecido a lo que siento por Sergo y por Iñigo y nunca llegaría a ser ese amor que me pides... Y hay otra cuestión que debes considerar. No creo que el amo consienta en que me roces con intenciones sexuales si no formas parte de su corte de esclavos y te entregas a él como una puta más de su harén, lo mismo que sucedió con Sergo... Que por cierto, no lo veas como un competidor, pues ya te digo que el único que absorbe mis pensamientos y deseos es mi amo. Con el resto sólo es cariño y sobre todo amistad, aún atrayéndome muchos sus cuerpos. Y no niego que el de Sergo o el tuyo son sexualmente muy elocuentes y hasta apetecibles para mí”.

Y así como iban charlando los dos mozos, se unía a ellos el otro rapaz, aludido en la conversación, pues si algo le ponía nervioso a Sergo era ver a Ramiro demasiado cerca del mancebo y mucho más si se atrevía a ponerle un brazo sobre el hombro como ahora.
Si algo había sagrado para el joven vikingo era la persona de su amado compañero, que por estar junto a él renunciara a su libertad y disponer a su libre albedrío para hacer de su capa un sayo.
Era esclavo del conde tan sólo por amor a otro muchacho que también lo era, aunque sabía que amaba a ese amo más que la vida.
Pero a él le bastaba con estar a su lado y poder gozar algunos momentos con ese adorable chaval que le quitaba el sueño y le daba la fuerza necesaria para admitir su nueva situación de esclavitud.
Pero ninguno de los tres se percató que otro se les acercaba por detrás y antes que pudiesen advertir su presencia, el mancebo sintió como unos dedos rudos le agarraban el pulpejo de una oreja, lo mismo que notó Sergo en la contraria a la de su compañero.

El conde les apretó con fuerza a ambos mozos esos lóbulos y les regañó por perder tiempo y retrasar la marcha, aunque más se debía a un pretexto para controlar lo que hablaban y que estaban tramando los tres rapaces.

Nuño se daba cuenta de la competición de machos en celo que se había entablado entre Sergo y Ramiro a causa de Guzmán.
Y si por un lado le hacía gracia y le divertía verlos tan gallitos, por otro también le hacía sentirse como el garañón que ha de mantener su estatus y su dominio en la manada y poner en su sitio cada dos por tres a los otros machos más jóvenes.
El mancebo parecía la yegua más apreciada para ser cubierta y preñada, pero ese papel de ser la puta de los otros solamente lo determinaba el amo y decidía cuando y por quien iba a ser montados todos ellos o subirse a lomos de otro para llenarle la barriga de leche.
Porque últimamente el mancebo también jodía lo suyo a Sergo y éste no sólo lo montaba a él sino que también a Iñigo.
Pero al unirse a la peña el bello y viril Ramiro, la cosa se ponía tan interesante como complicada.
Y al conde, para que negarlo, le apetecía un huevo darle por el culo a ese mozo tan altivo como hermoso.
Así que el único camino para llegar a sobar las carnes de Guzmán estaba claro que era a través de la cama del amo, poniendo el culo como la mejor ramera del lupanar.
Pero para eso todavía quedaba tiempo y Nuño no quería precipitar nada y menos meterle un polvo de antología a Ramiro, dejándole el culo como una flor silvestre hollada por las pezuñas de un caballo de guerra.


Eso vendría en su momento y caería por su propio peso como fruta madura.
Y si algo sabía Nuño era esperar a que todo entrase en sazón y resultase un bocado exquisito para su paladar.
A veces se le hacía la boca agua pensando como le iba a retirar con la punta del glande los pelos que rodeaban el ojete del chico para ir viendo como le entraba la polla despacio, sin prisa, pero sin retrasar la penetración ni dejar un milímetro fuera de ese agujero que adivinaba tan sugestivo y rico como el de sus esclavos.

Ese chico era tan masculino, que follarlo con dureza tenía que ser tan excitante como recordaba cuando jodió al bravo capitán italiano, el noble y apuesto Lotario, tan macho y hombrón que le removió las carnes forzarlo hasta domarlo y obligarle a poner el culo y gozarlo después como a una puta entregada al vicio que le da su chulo cuando la folla.
Para el conde no había nada más satisfactorio que domar a un tío en toda regla y convertirlo en su juguete para disfrutar el placer de usarlo como le pareciese.