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Autor: Maestro Andreas

lunes, 29 de octubre de 2012

Capítulo VII

El conde miró los ojos de su esclavo y al chico le cayeron las lágrimas al ver la dura mirada de su amo.
Guzmán se arrodilló a los pies de Nuño y le imploró perdón con el corazón compungido, por sentir hacia otro ser tanto afecto y dejarse arrastrar por la atracción de otro cuerpo que no fuese el de su señor.
El mancebo hipaba sollozando y le decía al amo que lo azotase con fuerza por su desvarío, pero que no tomase represalias contra Sergo, ya que el chico sólo se había dejado conquistar y se le entregó sin condición ni reserva alguna.
El conde no levantó del suelo al esclavo y lo interrogó con seriedad: “Qué hay entre vosotros?”
 “Me ama, mi señor... Y yo le quiero mucho también... Me desea tanto como yo lo busco y gozo estando con él...Y me entregó su virilidad sin límite alguno y sin pedir que le entregase mi culo, porque le dije que era tuyo, mi amo... Pero quiero confesarte que he deseado que entrase en mi cuerpo también. Ese muchacho logra sacar de mí lo que nunca antes consiguió ningún otro... Hasta me pone caliente follarlo y ansío metérsela bien adentro como tú me la metes a mí... Merezco un castigo ejemplar y que me desprecies por no saber cumplir tus órdenes fríamente sin engancharme al ser que me has ordenado adiestrar y preparar para que tú lo goces... Pero me sentí solo y débil frente a su encanto y por eso te rogué que vinieses en mi ayuda, mi señor. Ahora ya está desflorado y será tuyo por complacerme a mí también y que no lo apartes de mi lado... Pero te amo más que nunca, mi amo. Y si crees que te he fallado mátame antes de apartarme de ti”

Nuño se arrodilló delante de Guzmán y le dijo. “Qué pasa! Que al estar solo con ese chico te has vuelto tonto? Por qué dices tantas bobadas? Mírame y seca esas lágrimas... De la única forma que te voy a apartar de mi lado es de un bofetón en los morros si no callas la boca... Así que el cachorro está encandilado contigo... Sabía que lo conseguirías en menos tiempo que nadie. Tus artes para atraer a otros seres son formidables! Cómo voy a despreciarte o dejar de amarte con locura si yo te puse en ese disparadero! quería que llegases a intimar de ese modo con ese muchacho y no descartaba la posibilidad que él se enamorase de ti... Y el broche de oro a todo ello es que te haya hecho sentir como un macho dominante para desear montarlo. Y cumpliste mis objetivos sobradamente... Guzmán, yo he de ausentarme con frecuencia y me llevaré a Iñigo conmigo y tú quedarías solo. Y eso no me gusta. Sé que me vas a decir que están Sol y Blanca, pero a ellas les ocupa mucho tiempo la educación y el cuidado de mis hijos. Por eso la presencia de ese cachorro me dio la idea de hacer de él un compañero ideal para ti. Para que nunca vuelvas a quedarte solo y en él sigas notando mi amor y el calor de mi compañía... Guzmán conozco tu corazón y no hace falta que me digas a quien ama más. Como tampoco yo tengo que decirte quien es el amor de mi vida... Y ya sabes que no me importa que beses y quieras a mis esclavos, ni que disfrutes del sexo con ellos... Lo único que me he reservado hasta ahora es este agujerito que me lo voy a comer en cuanto te sorbas los mocos y dejes de lloriquear como una niña”.

"No me vas a pegar, amo?”, preguntó el mancebo casi rogando la paliza.
“Sí. Pero solamente para notar mejor el calor de tu cuerpo al apretar mi vientre contra tu culo... Te azotaré para remover tu sangre y calmar el ardor que tienes en ese agujero, que parece el coño cachondo de una gata enloquecida por falta de macho que la cubra”, afirmó el amo.

Y el esclavo suspiró y se entregó a su señor diciendo: “Mi amo, añoro esa polla más que nada en este mundo. Y necesito tu amor más que nunca. Y aunque no estés conmigo tu presencia me acompaña en todo momento...
 Incluso cuando me follaba a Sergo veía en mi mente tu imagen y sólo hacía repetir lo que te he visto hacer tantas veces conmigo y con otros. Pero sigo siendo la puta que no se cansa de tener la verga de su macho dentro”.
“Ni yo de joderla!”, exclamó el amo.
Y Nuño cogió a su esclavo y le atizó con fuerza unas tremendas palmadas en las nalgas y, poniéndolo con el culo hacia arriba, lo trepanó por el ojete como si buscase algo que se le había quedado dentro al meterle los dedos para abrírselo bien antes de follarlo.
Y qué ganas se tenían ambos!
 El conde se deshizo en sudor y semen en su esclavo y el mancebo vertía leche por el capullo como si le saliese la que su amo le metía en las tripas.


Bernardo seguía con su visita por la torre, llevando detrás a los dos chavales rubios que no salían de su asombro al ver las mazmorras con los oscuros calabozos y la siniestra sala de tortura.
Casi todas las jaulas de hierro colgadas del techo estaban vacías, pero en dos todavía quedaban dentro un par de muchachos, sucios y despeinados, que esperaban el turno para ser sometidos y comenzar a aprender a ser unos buenos perros para el servicio del amo.
Habían sido capturados en el bosque negro por la jauría de sabuesos del conde y, al no estar ahora el señor en la torre, todavía no había dado su pláceme para comenzar el adiestramiento.
El resto de los cazados mientras duró el viaje del señor, ya estaban domados y bien enseñados por Bernardo, que se ayudaba para hacerlo de unos machacantes muy cachas que le servían de acólitos al conde en esos menesteres.
Ellos solían ser los que les abrían el culo y amansaban a la mayoría de los capturados, dado que Nuño se reservaba sólo para los más guapos y que le parecían aprovechables para un uso mejor que incrementar su perrera simplemente.
Y al llegar a la parte donde estaban los ya adiestrados, todos se acercaban a los dos chicos para lamerles las manos, ya que por sus atuendos deducían que eran algo más que simples perros de caza.
Veían en ellos unos esclavos distinguidos por el señor para su uso personal y eso constituía una categoría superior en el estamento establecido dentro de la torre.

A Sergo le parecía algo extraño todo aquello, pero le hizo comprender que, después de todo, él había tenido mucha suerte al ser encontrado por el mancebo y caerle tan bien como para dedicarle sus cuidados y mantenerlo fuera de ese submundo creado en los sótanos de aquella fortaleza.
Miró a Iñigo y los dos se dijeron con los ojos que deseaban salir de allí cuanto antes.
Y Bernardo los llevó a la armería y los chicos se entusiasmaron viendo tantas armas, algunas preciosamente decoradas en plata y hasta en oro.


Y Sergo le echó el ojo a un hacha de guerra que llamó poderosamente su atención.
Bernardo se dio cuenta del interés del chaval y le dijo: “Es un hacha vikinga... Es una de la armas preferidas por esos guerreros salvajes... Sabes usarla?”
“Sí... Pero nunca había visto una parecida a esta”, respondió el mozo.
E Iñigo añadió: “Hay cosas que se llevan en la sangre... Y al menos la mitad de la tuya tiene que ser de esa raza de hombres fieros... A mí se me da mejor la espada porque mi padre y mis antepasados siempre la usaron y es el arma propia de un caballero... Esa de ahí es preciosa... Y esa daga es parecida a la que lleva al cinto Guzmán”, decía Iñigo.
Entonces Bernardo les explicó: “Ese puñal, que se parece a la daga del príncipe, fue un regalo que le hizo un gran señor almohade al padre del conde. Y también le obsequió esa cimitarra con empuñadura de oro y piedras preciosas... Fijaros en la hoja y veréis rubíes engarzados, cuyo color rojo anuncia el de la sangre que derramaran los enemigos de quien la empuñe. Es una joya y nunca más fue usada para matar”.

Los dos muchachos no se cansaban de admirar y tocar las armas que se guardaban en las panoplias y anaqueles de aquella sala y también se quedaron boquiabiertos cuando Bernardo les mostró el escudo tachonado de oro y plata con las armas del conde.
Hacía juego con un yelmo de cimera en forma de cabeza de lobo, emplumada en rojo y azul, y el correspondiente peto que había lucido el señor en su boda con la condesa.
Pero tuvieron que dejar los armeros porque un criado les comunicó que el señor quería verlos en su aposento de inmediato.
Bernardo azuzó a los chicos para que se diesen prisa y los condujo con la máxima diligencia ante el amo.
Y allí estaba el conde sentado en su sillón de respaldo alto y a sus pies, sentado en el suelo y reclinando la cabeza en una pierna de su dueño, los miraba Guzmán con unos ojos llenos de calma y satisfacción.
A Iñigo no le hacía falta que le dijesen cual era la causa de ese estado idílico del mancebo, pero Sergo no sabía que le esperaba a partir de ese momento, ni mucho menos si volvería a estar con Guzmán y besarlo como hasta ese mismo día por la mañana.
Y pensó: “Ahora todo depende del amo”.
Y por primera vez se refería al conde aceptando la condición de esclavo.

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