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Autor: Maestro Andreas

miércoles, 17 de octubre de 2012

Capítulo III

Guzmán pasaba mucho tiempo con Sergo en su prisión, ya que al no estar el amo no tenía ninguna obligación que cumplir, ni tampoco podía gozar sirviéndole como habitualmente lo hacía si estaba con su dueño.
A parte de ir al panteón para ver a Sol y jugar con ella y Blanca a las cartas, Sergo era ahora su mayor preocupación y empleaba casi todo el día y parte de la noche charlando con el cautivo para conocerlo mejor.
Y además, al saber que el chico no sabía leer ni escribir tan siquiera su nombre, el mancebo se había propuesto enseñarle.
Les contaba a las dos jóvenes damas los progresos que lograba con ese muchacho y Sol estaba cada día más interesada en conocerlo.
Por Guzmán se lo hubiese llevado encantado, pero sin autorización del amo ese mozo no podía salir de su jaula y mucho menos de la torre.
Sergo tomaba lo de aprender cosas como si fuese un juego y le divertía hacerlo.
Y, a mayores, le permitía estar arrimado al bello joven y como por descuido rozarle una pierna o agarrarlo de un brazo para decirle que le repitiese algo aunque lo hubiese entendido a la primera.
Porque Sergo era listo y tenía una gran retentiva para quedarse con cuanto le oía al mancebo.
Y para él era un aliciente sentir el tacto del otro joven y respirar su aliento cuando acercaban las caras para leer juntos algún párrafo o repetir la escritura de las letras que más se le resistiesen al chaval.

Entre ellos estaba naciendo algo más que una amistad y si Guzmán no estuviese seguro de sus sentimientos hacía su amo, podría llegar a temer que corría el peligro de enamorarse de aquel otro muchacho.
Sergo era demasiado hombre para ser tan joven y sus reflexiones sobre las cuestiones que el mancebo le explicaba, dejaban al joven maestro con la boca abierta.
Y le resultaba tan agradable su compañía y la atractiva atmósfera que creaba en su entorno, que para Guzmán las horas eran segundos estando con Sergo.
Al cautivo ya no le importaba no abandonar nunca su celda, porque en ella se sentía libre al ver a Guzmán y como ya no estaba encadenado se movía por todo el recinto y veía el bosque y como se sucedían los días y las noches cada vez más animado por aprender y saber todo lo que quisiera enseñarle su protector.
Lo que menos le gustaba es que desde que el mancebo lo liberara de las cadenas, tenía que asearse el mismo y no como antes que lo hacía el otro.
Y echaba de menos esa delicadeza que Guzmán ponía al lavarlo.
Sobre todo cuando llegaba a sus partes pudorosas.
Sin embargo, el mancebo seguía trayéndole la jofaina y la palangana con agua caliente y se quedaba viendo como el chico se limpiaba todo el cuerpo minuciosamente.
Y a Guzmán le gustaba que fuese tan limpio y que al acercarse a él le oliese a juventud exultante de vida.
Hasta el cabello, sin llegar a ser rubio como el de Iñigo, ahora parecía más claro a fuerza de estar tan lavado y bien peinado.
Y como el mancebo quería verlo desnudo, se quitaban cuanto llevaban encima para dar las clases o simplemente para estar quietos mirándose o hablando de ellos y lo que la vida les había deparado hasta ese día.

Y llegó el momento que el mancebo quiso comer con Sergo en ese cuarto y enseñarle también unas rudimentarias normas de etiqueta en la mesa. Guzmán ya veía a Sergo sentado a su lado en la mesa del amo o invitado a degustar alguna vianda exquisita en compañía de Sol y Blanca. Y para eso, el chico tenía que saber comportarse ante las damas y no quedar como un palurdo o peor que un gañán. El mancebo también deseaba verlo vestido con ropas elegantes y enorgullecerse de la galanura del chico como si él fuese el artífice de esa criatura. Y si no lo era del todo, si sería el responsable de su transformación. Y si en su día le había traído un paleto a su amo, ahora le entregaría un doncel del que estaría complacido.

Pero había un tema que el mancebo procuraba no tocar.
Y era lo relativo al sexo.
Desde que le quitara el collar no volvió a mencionar nada que trajese a colación la atracción física entre dos hombres ni tampoco el asunto de las caricias ni los besos.
Su comportamiento era como el de unos buenos camaradas o íntimos amigos, pero no pasaban de alguna broma o palmada en la espalda o tocarse un brazo. Evitaban que sus dedos se rozasen y que las manos buscasen las del otro, igual que procuraban no volver a posarlas sobre los muslos del compañero.
Y, sin embargo, los ojos de Sergo cada vez miraban con más intensidad los de Guzmán y éste bajaba la vista al darse cuenta que lo penetraba hasta el fondo del alma.
Ese muchacho, tan arisco con otros, trasmitía una terrible fuerza interior con la mirada y el mancebo notaba que lo desarmaba por completo y le faltaban recursos para defenderse de su insistencia.
Pero no era capaz de evitar ver sus ojos también y toda la luz encerrada en el alma del mancebo hacía estragos en la del otro chaval.
Sergo se estaba prendando de aquel otro chico tan hermoso y empezaba a darse cuenta de ello.
Y una tarde Sergo le pareció al mancebo más bello que nunca.
El chico estaba delante de la ventana, al contraluz del crepúsculo, y el ligero lino que tapaba su cuerpo dejaba traslucir unas formas exuberantes en dureza y fuerza.
Al entrar Guzmán, Sergo se giró hacia él y su perfil destacó bajo la tela un redondo trasero, firme y levantado, que al prolongarse en aquellos muslos tan anchos y prietos, obligaban a fijar la vista en el conjunto y desear tocarlo.
Y el mancebo se acercó dudando de su cordura y al estar al lado de Sergo lo abrazó y le dio un sincero beso en la boca.

El otro muchacho ni pestañeó y sujetando a Guzmán por la cintura lo levanto en vilo y lo apretó tanto que el mancebo se quejó diciendo que le faltaba el aire.
Pero Sergo no lo soltó ni lo posó de nuevo en el suelo, sino que lo llevó hasta el catre donde dormía y lo tumbó boca arriba aplastándolo con todo su peso. Guzmán quería decirle que le dejase levantarse, mas sólo pudo pronunciar como un reproche: “Cómo pesas! Me vas aplastar”.
“Soy más grande que tú y por eso peso más.... Pero si quieres me levanto”, dijo Sergo.
“Aunque tenga menos cuerpo que tú, puedo soportarte... Mi amo aún pesa mucho más y también me aplasta cuando se tira encima mío”, alegó el mancebo.


Pero al mencionar al amo, Sergo se incorporó de un salto como si esa palabra fuese la voz de alarma ante la presencia de un peligro inminente.
Y el mancebo preguntó: “Por qué te levantas? Qué te pasa?”.
Y Sergo respondió: “Nada... Ya olvidaba que tienes un amo y sólo serás para él”.
“Qué quieres decir?”, insistió Guzmán.
“Que nunca me querrás ni me desearás como a él”, dijo el otro chaval muy apenado.
Y Guzmán, sonrió diciendo: “No seas tonto y échate a mi lado... Amo a mi señor el conde y mi ser es suyo. Pero eso no impide que te quiera y esté contigo y hasta que nos besemos y acariciemos... Ven y déjame tocarte ese pecho tan marcado y fornido. El amo también lo tiene muy musculoso. Pero él es mayor que tú y tiene mucha fuerza de tanto luchar”.
Sergo se tumbó junto a Guzmán y éste le preguntó: “Te gusta mi pecho'”.
Y Sergo le confesó: “Sí... Me gustas entero... Y cuando me dejas solo por la noche y me quedó pensando en este camastro, te veo a mi lado y me entran deseos de montarme sobre ti y hacerte lo que otros quisieron hacerme a mí. Pero no a la fuerza ni con violencia... Sólo sabiendo que tú lo deseas y me lo pides... Y yo sólo hago lo que tú quieres de mí, porque creo que lo que me haces sentir es eso que llamas amor”

Una nube ensombreció la frente de Guzmán y agarrando con fuerza al muchacho le dijo: “No me pidas lo que no puedo dar, porque no es mío... Deja que te quiera y te sienta pegado a mí y disfrutemos de nuestra amistad y el cariño que sin duda ya nos tenemos. Pero eso que dices sólo el amo puede abrirlo, pues él tiene la llave. Hazme lo que desees menos eso, porque ahí no puede entrar nadie sin que el amo lo quiera. Hasta ahora nunca se lo ha permitido a nadie. Incluso dejó que otro esclavo se lo hiciese a Iñigo, pero a mí no”.
El muchacho volvió a besar al mancebo en la frente y se aventuró a preguntar: “Y si tu amo me dejase?”
Guzmán lo miró con una sonrisa enigmática y respondió: “Si eso llega a ocurrir, querrá decir que eres suyo también y disfruta de ti tanto como lo hace conmigo. Y entonces sería él quien dijese que me poseas y yo le obedeceré con gusto y mi cuerpo será tuyo mientras el amo así lo desee”.
Sergo también sonrió y señalando el ano del mancebo dijo: “Si para conseguir entrar ahí he de entregarme a tu amo, lo haré... Que me haga lo que quiera si con eso puedo llegar a disfrutar contigo. Y que sea mi amo si es el único camino para vivir a tu lado y tener tu amor. Tú eres lo único que puede hacer que renuncie a la libertad y a seguir mi camino como hasta ahora... No habrá para mí mejores cadenas que tus brazos, ni calabozo más seguro para retenerme que el sabor de tus besos... Eres tan bello que no pareces un ser de este mundo”.

Y aunque no follaron, se corrieron juntos por primera vez tan sólo con estar abrazados y besarse la boca.
Y los dos se quedaron dormidos con los vientres pegajosos de semen.
Porque a esa edad, ya estaban necesitados de descargar los huevos después de tanto toqueteo.

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