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Autor: Maestro Andreas

sábado, 20 de octubre de 2012

Capítulo IV

Guzmán necesitaba salir al bosque y galopar sin rumbo a lomos de Siroco hasta alejar de su mente la persistente imagen del cuerpo desnudo de Sergo.
En realidad nunca le había atraído tanto otro cuerpo que no fuese el de su amo, ya que por muy bello que fuese Iñigo, al que además quería mucho, o cualquiera de los otros esclavos que pasaran por el lecho del conde, ninguno le había llegado a perturbar como lo hacía ahora ese otro muchacho, que a fuerza de viril sencillez y sincera inocencia en cuanto al sexo, lo estaba atrapando de una manera irreprimible.
Ansiaba tocarlo y besarle todo el cuerpo y hasta lo que nunca le hubiese atraído de otro hombre lo deseaba con este hermoso muchacho.
Al verlo desnudo y apreciar la estupenda forma de sus muslos y glúteos, deseaba montarlo como le hacía a él su amo y se excitaba imaginando que le metía la polla por el culo y lo gozaba hasta llenarle las tripas con su semen.
Y no entendía por qué de repente tenía esa necesidad de poseer a ese otro chaval y sentirse como un macho dominante, cuando el otro era mucho más fuerte y fornido que él, aunque fuese algo más joven.

Le superaba en altura y músculos e incluso su aspecto era más masculino que el suyo.
Pero, sin embargo, había algo en la personalidad de Sergo que le incitaba a acariciarlo y tratarlo y protegerlo como si fuese una criatura más débil y vulnerable que él.
Y eso desconcertaba al mancebo, dado que hasta ahora se veía a sí mismo como una criatura que necesitaba vivir al amparo de su amo y bajo su tutela.
Y no era porque no fuese valiente y atrevido, sino porque se consideraba muy poco en comparación con su señor y por eso tenía que ser su más humilde esclavo.
Pero su desconcierto llegaba más lejos, puesto que al mismo tiempo que podía querer metérsela a ese chico por el culo, también le hacía cosquillas en el ojete esperar el roce del glande del chaval y no le repugnaría demasiado que el amo quisiese aparearlo con él.

El mancebo estaba hecho un lío y sólo el aire fresco de la mañana en la cara le aliviaba y despejaba todo ese cúmulo de sensaciones y sentimientos que despertaba en él ese muchacho que encontrara tirado en el bosque.
Y, al verse acorralado, lo primero que se le ocurrió fue enviar una misiva a su amo diciéndole que lo necesitaba y que volviese pronto a su lado.
Nunca le había pedido auxilio a su señor de una forma tan evidente, ya que normalmente procuraba sacarse las castañas del fuego el mismo.
Pero esto suponía una situación de emergencia para él y no se encontraba con fuerzas para salir airoso del trance por si solo.
Por primera vez en su vida sabía que podría claudicar ante otro hombre y no tener la fuerza suficiente para mantenerse firme en sus convicciones y apetencias, a pesar que el amor y adoración por su amo seguía tan inalterable como antes.

Galopando por el bosque negro, el mancebo se refugió por unos instantes de sus temores, pero la solución no era huir, sino afrontar el problema y aguantar el tipo ante Sergo.
Y regresó a la torre dispuesto a ir directamente a ver al cautivo.
Bernardo salió a su encuentro y le dijo que venía del castillo y traía una carta enviada por el conde con un mensajero.
Guzmán rompió el lacre que cerraba el rollo de pergamino y leyó con avidez las noticias de su señor.
Y se quedó perplejo al terminar de releer por dos veces la misiva.
En síntesis le decía que asuntos de importancia, acaecidos repentinamente, retrasarían más de lo previsto su vuelta a la torre.
Pero que le ordenaba preparar al cachorro capturado en sus tierras para encontrarlo listo y dispuesto a ser usado en cuanto regresase.
Y para ello le daba libertad absoluta para proceder en consecuencia, con la sola limitación de poner el culo y dejarse follar.
Por tanto, debía enseñar al otro chico a darle placer, tanto con la boca como con el culo.
Y esperaba, por el bien del adiestrador y del cautivo, que no lo defraudasen y encontrase un perro dócil y complaciente en lugar de el animal asilvestrado que recogiera herido en el bosque.
Añadía que dejaba a su criterio sacarlo del encierro y hacer cuanto estimase adecuado para conseguir que ese gañán fuese digno de ser admitido en su presencia y que le resultase atractivo y deseable para considerarlo uno de sus esclavos personales, al igual que Iñigo y él.

Y a ahora sí que se le ponía peliaguda la situación. Su propio amo, en lugar de venir en su auxilio, lo lanzaba en brazos de ese mozo que le estaba quitando el sosiego.
Pero el mayor problema estaba en que aunque le daba más días para educar al chaval, no eran suficientes para convertirlo en lo que deseaba su amo.
Y de pronto todos sus quebraderos de cabeza se volvieron nimiedades para ser uno solo el que ocupaba su mente.
Ahora la cuestión era educar a Sergo y asombrar a su amo cuando viniese a verlo.
Y para eso tenía que dejar a un lado todo perjuicio afectivo o sexual.
Incitaría a ese muchacho a desearlo y a ansiar el cuerpo de otro hombre sin limitación de ninguna clase.
Y si era necesario le abriría todas las puertas, menos la de su culo.
Esa cavidad viril sería la única que Sergo no exploraría de momento.
Pero sí probaría el semen chupando una verga y también el gusto de que otro macho se la mamase a él.
Y si el amo le ordenaba adiestrarlo para ser una más de sus putas, eso quería decir que sería él quien lo desvirgase y le rompiese el ano para recibir más tarde la polla de su señor y darle al amo el gozo deseado.
Y si el conde no sabía aún que al mancebo le estaba tirando eso de darle por culo al cautivo, no sería un pretendido castigo imponerle a su esclavo la obligación de hacerlo, sabiendo que eso no le gustaba ni le ponía cachondo? Quizás fuese esa la intención del amo, pero la realidad ya era muy distinta respecto a ese detalle y le ponía en bandeja al mancebo regodearse con el ano del otro chaval.

Guzmán entró en el reducto de Sergo como una tromba y le dijo muy excitado: “Ven. Salgamos al patio porque necesitas ejercicio... Se acabó el encierro entre estas cuatro paredes... Además del cuchillo, manejas el arco?”
 “Nunca lo uso. Cazo lanzando cañas de junco muy afiladas o con piedras tiradas con la honda... Que por cierto la perdí”, respondió el chico.
“No la perdiste... La tengo guardada lo mismo que el cuchillo que llevabas al cinto”, añadió el mancebo.
Y continuó preguntando: “Que armas manejas, además de esas?”
“El hacha”, contestó Sergo.
“Y pelea cuerpo a cuerpo?”, inquirió Guzmán.
“Eso desde muy chico... Ningún otro chaval consiguió vencerme aún siendo más grande que yo... Y no pensarás pelear conmigo, porque te venceré y podría lastimarte. Y no quiero eso”, respondió Sergo.
“Eso ya lo veremos... De momento vamos a ejercitar el arco”, afirmó el mancebo con mucha seguridad y aplomo.

Sergo quedó impresionado con las ropas que trajeron los eunucos para vestirlo y una vez ataviado del todo, Guzmán lo miró de la cabeza a los pies y exclamó: “Realmente estás guapo! Vas a causar estragos en quienes te vean a partir de ahora... Dame un beso antes de irnos. Y mira por última vez tu celda, pues no volverá a ser una jaula para ti”.

Salieron al exterior de la torre y ya tenían preparados los arcos y las dianas para practicar el tiro. Sergo tenía unos conocimientos muy rudimentarios sobre como tensar la cuerda y lograr disparar derecha la flecha, pero Guzmán, armado de paciencia y comprensión hacía el chico, fue consiguiendo que el ojo apuntase con bastante acierto, ya que fuerza en los brazos no le falta. Dejaron esa práctica cuando Bernardo les avisó que era el momento de comer y pasado un tiempo prudencial para digerir los alimentos, que aprovecharon para leer y escribir, ya que esa parte de la educación de Sergo era muy importante para el mancebo, reanudaron el ejercicio, pero esta vez fue lanzando la jabalina, cosa que se le daba muy bien a los dos, y no digamos disparar piedras con honda. En eso ambos eran expertos dada su condición de furtivos.
Terminaron con una pelea al estilo golfos callejeros, que no tenía nada que ver con la lucha greco romana, y como ya había anunciado Sergo, le ganó al mancebo y lo lastimó en la mejilla y en un labio.
No era mucho el daño, pero eso le dio motivo a Sergo para acariciar al otro muchacho y darle un beso en cada una de las heridas.

Guzmán estaba rendido y sugirió tomar un baño juntos y descansar hasta el final de la tarde.
Y agarrando de la mano a Sergo, se lo llevó al aposento del amo donde ya esperaban los eunucos con agua caliente, paños limpios y aceites y bálsamos para suavizar la piel de los dos muchachos.
Y ellos se dejaron hacer y lavar por todas partes sin restringirle a los castrados que metiesen agua y limpiasen bien cuanto pliegue y orificio tenían aquellos dos efebos.
Luego los secaron y los untaron con afeites de delicado aroma y sin nada que tapase su belleza, se acostaron juntos en el lecho del amo.
Y Guzmán puso una mano sobre las nalgas de Sergo, arrimándose mucho a él para besarle la boca.

El clímax entre los dos chavales estaba creado y su respiración agitada demostraba la atracción que surgía entre ellos.
Sergo notó una gota de sudor que bajaba por el centro de su espalda y se perdía entre las nalgas, escurriéndose por la raja del culo hasta el agujero.
Y las dos pollas se frotaban entre si pringándose mutuamente de babas.
Y el sabor de un beso les cerró los párpados para no despertar y que el otro se esfumase en el aire.
Pero no era sueño sino realidad y las manos se encargaban de cerciorarlos que todo aquello les estaba sucediendo.

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