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Autor: Maestro Andreas

martes, 23 de octubre de 2012

Capítulo V


Se habían chupado, comido, acariciado y besado por todas partes y a los dos les dio mucho gusto sentir la lengua del otro lamiendo el esfínter y penetrándole con la punta en el culo.
A Sergo lo puso como una parrilla de caliente y no hacía más que abrir y cerrar el ano para notar mejor las cosquillas que el mancebo le hacía en la entrada del recto.
Y con las mamadas, el muchacho se volvía loco y le temblaban hasta las pestañas tanto al correrse él en la boca de Guzmán, como al notar el semen de éste golpeándole las paredes de la suya y la garganta.
Se hicieron casi de todo menos follarse el culo, porque el del mancebo estaba vedado para su amo y él no se atrevía a dar rienda suelta a su lujuria y montarse sobre el otro para clavársela entera por el ojete.
Ni se planteara todavía esa posibilidad y recuperaban el resuello tumbados boca arriba y mirando al techo los dos.
Estaban mojados y todavía las gotas de sudor corrían hacía los costados del cuerpo de Sergo, que sudara como un toro al afanarse en darle placer al mancebo, y Guzmán tenía la frente perlada de gotitas brillantes y también le caían algunas por el cuello humedeciendo las almohadas.
Estaban felizmente cansados y Sergo agarró la mano del otro apretándola con fuerza como queriendo evitar que llegase el momento en que tuviese que irse de su lado.

El joven y rubicundo chaval ya estaba encelado con su salvador, porque así lo consideraba aunque lo hubiese tenido encerrado por algún tiempo.
Y con voz muy sosegada le dijo a Guzmán: “Antes me tocaste el culo muchas veces y me acariciaste el agujero con los dedos otras tantas. Pero no pasaste del borde y no metiste dentro ninguno... Y si he de ser sincero, llegué a desear que lo hicieses”.
“No me tientes, porque quisiera meter algo más que un dedo por ese pequeño agujero que tienes entre esas apretadas cachas!” exclamó el mancebo.
Sergo se puso de lado, ofreciendo su espalda y sus nalgas y dijo: “Coge lo que quieras, porque a ti ni puedo ni quiero negarte nada. Ya no soy el que encontraste en el bosque. Ahora soy tuyo para lo que desees hacer conmigo... Nunca sentí por alguien lo que tú me haces sentir...Y creo que sólo puede ser ese amor que cantan los juglares en sus coplas, aunque no seas una mujer y yo también sea un hombre... No sé si es posible amar así, pero es lo que tengo en mi corazón desde que me hablaste con cariño y amabilidad por primera vez en mi vida. Luego me fui dando cuenta de tu hermosura y de que tu cuerpo me gustaba y me excitaba pensar en tocarlo... Y ahora sólo deseo darte el mismo placer que tú me das a mí... Dime como he de ponerme para que entres mejor y toma lo que ya es tuyo... Y no tengas miedo en hacerme daño, porque lo aguantaré con gusto sólo por tenerte más pegado a mi cuerpo”.

El mancebo se arrimó a Sergo con la polla dura como el tronco de un castaño y puso la punta en el ano del otro.
Le hubiera hecho daño si se la metiese sin lubricarle antes el ojete y comenzó a besarlo por la nuca y el cuello mientras restregaba el glande por la raja del culo del chaval.
Sergo apretaba hacia atrás para notar mejor el miembro del mancebo y Guzmán bajó hasta ese redondo orifico sin profanar para lamerlo y pringarlo de saliva, metiendo dentro la lengua y dilatarlo después con los dedos.
Y volvió a subir, lamiendo la espalda del otro mozo, y al alcanzar la nuca llevó el capullo al ano del chico y comenzó a presionar para meter la punta.


Entró un poco y Sergo se quejó y apretó el culo cerrando el orificio.
Y el mancebo le preguntó: “Te duele?”
 “Sí... Pero sigue”, contestó el mozo con el ojo del culo dolorido.
Y Guzmán dijo: “Te la saco. No quiero que te duela”.
Y la sacó entera. Pero Sergo echó más hacía atrás el culo y dijo casi con un grito: “No...No la saques... Métela otra vez aunque me moleste o me duela, porque eso no importa... Quiero tenerte físicamente dentro, porque ya estás en mi corazón”.
Y Guzmán volvió a la carga y esta vez no paró hasta meterla casi entera.
Sergo cerraba los ojos y apretaba los dientes y los puños, pero abría el ojete para que le entrase mejor la polla del mancebo.
Y Guzmán volvió a preguntarle: “Te duele? O ya sólo te molesta”.
Sergo respondió aguantando la respiración por momentos: “Me escuece y me molesta... Pero sigue apretando y metiéndola dentro... No pares y deja tu leche en mi barriga”.
“Quiero que goces y no que sufras... Deseo que sientas lo mismo que yo cuando me la mete el amo... Y que me digas que quieres sentirla toda y que te de más fuerte como yo le digo a él”, dijo el mancebo.
Y el otro contestó: “Si él ha de metérmela, quiero que tú seas el primero en estar dentro de mi culo. Así que clávala y no te preocupes por si me duele o me agrada... Apriétate contra mí y hazme sentir tu verga para que nunca olvide que te tuve en mis entrañas”.

El mancebo se pudo muy cachondo al oír a Sergo decirle tales cosas y empujó con todas sus ganas para darle por el culo a conciencia.
Y tras varios bombeos le preguntó otra vez jadeando como un potro en su primera monta de una hembra: “Aún... te... duele?  O ya notas otra sensación ahí dentro?”
Y Sergo contestó gimiendo y respirando hondo: “Ya... no siento... el mismo dolor... pero es una sensación... extraña... que me produce... una mezcla de incomodidad... y deseo... de seguir sintiendo... como te mueves en mis tripas... Ahora... mi polla está... pringada de babas... y la tengo muy dura y gorda... Y creo... creo que pronto me voy a correr... Sigue... Dame más y no pares... Te lo suplico”.
“Sí... Sí... Goza conmigo... Sergo... Dame tu leche en mi mano y yo te doy la mía en tus tripas”, decía Guzmán ciego de lujuria.

Los jadeos y rugidos dieron paso al silencio, pero el mancebo lo interrumpió para decir: “Me gustas y aunque no sea el mismo amor que siento por mi amo, te quiero y soy feliz contigo... Nunca deseé hacer esto con otro hombre y has sido el primero que me incitó a desear montarlo... Y no sé por que motivo, pero me excitas de un modo nuevo y muy fuerte... Tu piel y tus músculos de macho me ponen muy cachondo y tanto deseo poseerte como ser poseído. Lo malo es que sólo mi amo manda sobre mi cuerpo y no me autoriza a dejarte que me cubras como a una hembra. Pero te aseguro que al olerte y verte desnudo me pongo en celo como una perra”.


Y Sergo giró la cabeza hacia el mancebo y lo besó en la boca sin dejarle que le sacara la verga del culo, como si todavía tuviese miedo de perderlo.
Los dos se habían desnatado en una sola corrida, soltando más de un chorro de semen cada uno, pero sus pollas aún se mantenía tiesas como si tuviesen necesidad de vaciar más esperma todavía.
Y ese beso mantenido fue el detonante para estrecharse con ansia y deshidratarse sobre la cama de tanto frotarse y sobarse el uno al otro de nuevo.

Qué había hecho el conde al lanzar a Guzmán a los brazos de ese otro mozo tan sugestivamente erótico para el mancebo.
Tan seguro estaba de su esclavo que no temía las consecuencias de exponerlo a la atracción por otro joven?
 O es que tener otro esclavo para usarlo como hembra hacía que arriesgase al que era su amado?
 Lo cierto es que nadie conocía al mancebo mejor que su amo y sabía que el corazón del esclavo no latía con más fuerza por otro hombre.
Y en realidad aunque uno de sus esclavo montase a otro, eso no suponía algo distinto a que lo cubriese el amo, puesto que los cuerpos y las mentes de sus esclavos eran parte de su propio cuerpo y el reflejo de su voluntad.
Así que la polla de Guzmán dentro del culo de Sergo, no era más que la del conde follándose a ese mozo a través de la verga de su más amado esclavo.
Y aunque dejase que Sergo se la metiese al mancebo, también sería la del conde la que entrase por el ano de ese muchacho.
Puesto que ellos únicamente eran su carne y su espíritu repartido entre esos chavales.
Y aunque amase más a uno, podía quererlos y desearlos a todos.
Y, por otra parte, Nuño, al ver el interés del mancebo por ese mozo que le recordaba su pasado de furtivo, sin decírselo a su esclavo, quiso regalárselo por lo mucho que Guzmán había renunciado por amor hacia él.

Un esclavo no tenía propiedades, pero el mancebo, aunque no se dijese en voz alta ni se considerase dueño de nadie, poseía esclavos.
Porque los dos eunucos y los guerreros negros eran suyos y no del conde.
Y ahora sólo el amo sabría que tenía uno más para su placer y disponer de él a su antojo.
Bueno. Eso no era exacto, ya que dependía del amo para poder usarlo y el modo de hacerlo.
Sin embargo, Sergo era de Guzmán, aunque ellos no lo sospechasen, porque ese era el deseo de su señor y desde el primer momento estuvo en su voluntad aparearlos.

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