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Autor: Maestro Andreas

martes, 22 de octubre de 2013

Capítulo XCVI


Miraba el rutilante tintineo de las estrellas, sentado sobre la arena fría de la madrugada, y hacía balance de los últimos días pasados con su amo en Marrakech y las pasadas jornadas de marcha de vuelta al estrecho, después de separarse del príncipe Nauzet, que siguiera el camino hacia Fez para entregar a Yuba a su padre.
El conde decidió redactarle una misiva al padre del chico, devolviéndoselo sin más condición ni compromiso por parte del noble berberisco, que hacer cuanto en su mano estuviera para evitar que las tropas del sultán Abu Yahya ben Abd al-Haqq, señor de Fez, cruzasen el estrecho para hostigar al reino de Castilla y asolar sus tierras quemando cosechas y matando indiscriminadamente a sus habitantes, sin diferenciar a los hombres de las mujeres, ni los niños o los ancianos.


Esas razias de castigo entre reinos siempre eran terriblemente crueles con los más débiles y desprotegidos, causando más destrozos y miseria que beneficio y provecho para el atacante; pero el ansia de botín entre los guerreros y el sueño de poder de sus señores, unas veces, y otras la de la simple venganza o el odio entre pueblos, les llevaba a sacrificar vidas sin pararse a pensar las consecuencias casi siempre terribles que conllevarían tales acciones.

Y el mancebo pensaba y también rememoraba el intenso amor y la fuerte pasión conque su amo lo había poseído unas horas antes hasta hacerle sangrar por el ojete y notarlo tan ardido y dolorido que le costaba trabajo estar sentado; y agradecía al frío suelo que le aliviase las venturosas molestias que sentía en el culo.

El conde dormía a pierna suelta, tras vaciar sus cojones dentro del esclavo, follándole tanto la boca como el precioso trasero que el chaval le ofrecía para su disfrute, y ahora sólo miraba al cielo estrellado y soñaba y deseaba que el resto de su vida siguiese siendo tan feliz como hasta ese momento.

Ninguna pena padecida podía empañar el brillo de las alegrías vividas al lado de su señor y amante. Ni nada lograría acabar con esa dicha que diariamente le daba su dueño al tocarlo y besarlo con la mayor de las ternuras, así como usarlo con fuerza y sin miedo a lastimarlo para gozar más y mejor de su cuerpo y su alma.
Echaba de menos a esos compañeros que sirvieran al conde igual que él y que ya no estaban con ellos; pero entendía que también merecían la dicha de sentirse amados y saber que eran únicos para otros muchachos que los deseaban y querían con toda la fuerza de su corazón.
Y al que más extrañaba era a Iñigo, ya que estuvieran más tiempo juntos, y dado que a Sergo lo tenía todavía cerca y tan sólo con verlo y hablarle le bastaba para notar el calor de su afecto y saber que siempre sería suyo y lo llevaría clavado en lo más profundo de su alma.

Sergo dormía con su amado en otra jaima y por los suspiros y gemidos del otro chaval se podía asegurar que habían tenido una noche muy movida y plena de satisfacciones mutuas.
Seguramente el agujero del culo de Ubay estaba tan esforzado e irritado como el de Guzmán, pero el chico debía dormir muy pegado a su amante y en sueños ya estaría ansiando que Sergo lo apretase de nuevo contra su vientre y se la metiese por detrás para volver a preñarlo antes de que el día amaneciese por completo y tuviesen que levantar el campamento para continuar el viaje al estrecho.

Pero Guzmán se preguntaba cómo le iría a Nauzet y a Yuba, pues estaba convencido que entre los dos surgiera también un amor tan grande como para impedir que esos jóvenes, deseosos de ser felices, quisiesen separarse y proseguir caminos distintos.
Para el mancebo estaba claro que Nauzet se había dado cuenta que Yuba le gustaba y le atraía como nadie lo había hecho antes; y a Yuba le sorprendió ese refinado atractivo del príncipe que en lugar de aminorar su virilidad, le daba un extraño poder para dominar y subyugar la voluntad del joven y sentir que sus fuerzas le flaqueaban y su pensamiento se enajenaba al verlo y sentir la proximidad de su cuerpo y su sexo.

Y en realidad a Yuba y Nauzet le iba tal y como el mancebo deseaba que les fuese.
Al quedarse solos, sin la compañía del conde y su amado y joven príncipe Yusuf, los dos se miraron directamente a los ojos y juntando sus bocas se besaron y rodaron por la alfombra de la tienda revolcándose y arrancándose las vestiduras que tan sólo ocultaban sus carnes a medias.
Y se tocaron y se acariciaron y se desearon con demasiada intensidad como para no darse cuenta que lo que surgía entre ellos era el amor.


Y se amaron y Nauzet buscó con sus dedos el ano de Yuba y lo rozó suavemente y se los introdujo despacio para dilatarle el agujero que en pocos minutos se lo iba a taladrar con su verga, clavándosela entera de un golpe que hizo gemir al chico, pero que le puso la polla tan crecida y dura como nunca antes la había tenido.
Nauzet no fue tan dulce al follarlo como fuera antes de hacerlo, pero a Yuba esa violencia y el ardor que le producía el cipote del príncipe dentro de sus tripas lo volvieron loco y su lujuria se disparó suplicándole a Nauzet que le reventase el culo y lo azotase hasta partírselo en dos, si eso le complacía.


Y el amante montó al amado con la furia de un lobo al doblegar a otro joven macho que pretendiese quitarle el puesto de líder en la manada.
Y Yuba se plegó y sometió ante la enérgica potencia de su dominador, abriéndose de patas para facilitarle más el acceso a sus entrañas, hasta que notó como lo preñaba como a una loba encelada por olor de su macho. De pronto Guzmán presintió que su amo lo llamaba y requería que volviese a su lecho y se levantó como un pájaro que levanta el vuelo alarmado por algo que puede suponer un riesgo.
Entró en la tienda y se acostó junto a Nuño otra vez.
Y el amo le preguntó: “Dónde has ido?”
 “Estuve fuera viendo las estrellas y pensando en lo feliz que es mi vida contigo, mi amo”, respondió el esclavo.
Y el señor le dijo: “No me gusta que abandones mi lecho mientras yo permanezca acostado. Debería azotarte por ello y duramente además... Pero no tengo ganas de levantarme ni de hacer más esfuerzo que no sea para sobarte y besar tus labios. Ahora sólo quiero tenerte a mi lado y ver tus ojos... Que son tan bellos y me miran con la misma inocencia que cuando te encontré en mis bosques... Nunca agradeceré lo suficiente al destino que te pusiese ese día en mi camino. Contigo renació mi alma y mi corazón volvió a amar y a desear ser amado por otro ser.... Y desde entonces has sido toda mi vida y mi deseo. Y no se puede amar con más fuerza de lo que yo te amo”.

Guzmán se abrazó a Nuño y con esa mirada punzante como afilados puñales que atraviesan un corazón para dejarlo herido de amor, le dijo a su amante: “Ni yo podré dar más gracias al cielo por haberme cazado en ese bosque el hombre que sería para siempre mi amo y señor... Y mi amante y mi vida y mi sueño y mi delirio... Que sería para el resto de vida el aire y la luz y la ilusión de mis días. El placer y el dolor por el simple hecho de darle más gozo a mi amor... Eso y mucho más era tú par mi, mi amado dueño y señor de mi existencia”.

Y los amantes tuvieron que amarse físicamente para dejar salir de sus almas el fuego en que se abrasaban.
Y el culo del mancebo sufrió un duro castigo que lo llevó en volandas a un orgasmo bestial juntamente con su amo.


La aventura en Africa se terminaba con un balance no totalmente positivo a tenor de las expectativas deseadas de antemano por el rey Don Alfonso, pero suficiente como para poder decir el conde y su mancebo que llevaran a buen término el asunto fundamental que se les había encomendado.
Y para eso resultaba inestimable el acuerdo entre ellos y el príncipe Nauzet, para que éste mantuviese viva entre los otros príncipes y nobles la idea de resistir ante el empuje del sultán de Fez, hasta que en uno de los dos reinos hubiese un hombre capacitado con suficiente fuerza y criterio para ser el único sultán.
Para convertirse en el señor de todos esos pueblos, unificando el reino en un único territorio para devolverle la gloria del antiguo califato.

Pero tanto Nuño como Guzmán y Nauzet, tenían claro que sería imprescindible la colaboración de otros nobles de la corte de Fez, pues si dejaban que un afán desmedido de conquista les empujara a cruzar el estrecho para reconquistar viejas glorias y tierras que ya pertenecían a otros dueños y señores, esa quimera pudiera suponer el principio del fin del sultanato berberisco, porque si llegaban a sufrir otra derrota ante los ejércitos unidos de los reinos cristianos, tan contundente y desastrosa como la que vieron las huestes del gran califa y abuelo del mancebo en las Navas, ya no sería posible recomponer sus tropas como para intentarlo de nuevo, ni el ánimo de sus guerreros estaría en las necesarias condiciones de enfrentarse a más batallas sabiendo de antemano que el éxito les sería esquivo.

Por el bien de almohades y benimerines no sólo era necesaria la paz entre ellos, sino también dejar de aspirar a lo que ya no les sería dado tan fácilmente como a los primeros invasores árabes que entraron en la península haciéndose dueños del reino de Hispania, casi sin resistencia de sus moradores, un tanto hartos de las disputas caseras de sus amos visigodos.
Y en ese punto entraba la colaboración de Yuba para lograr que su padre mantuviese con firmeza sus propias opiniones a cerca de no invadir los reinos al otro lado del estrecho y procurar convencer de ello al mayor número de nobles y príncipes del sultanato de Fez.


Y ese objetivo si lo habían conseguido el conde y su mancebo como broche a su viaje por la tierras de los pueblos del desierto.
Su señor el rey de León y Castilla podía estar contento y orgulloso de sus dos embajadores y satisfecho con los logros conseguidos por ellos en sus negociaciones con los reinos musulmanes del otro lado del mar.

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