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Autor: Maestro Andreas

lunes, 23 de septiembre de 2013

Capítulo XC


El último día en el oasis fue intenso y movido al tener que disponer la marcha de unos hacia Marrakech y la vuelta a Castilla de Iñigo y Ramiro con un séquito y escolta apropiados a dos grandes señores.
Y sexualmente también estuvo muy animada esa jornada, pues Nuño le dedicó una especial atención a esos dos jóvenes que se separaban de él, aunque en el caso de Iñigo sólo fuese por un tiempo, y les dejó el culo satisfecho de polla para una larga temporada.
Gozó particularmente con las velludas nalgas de Ramiro y las besó y mordió antes de penetrarle el ano, que se lo lubricó con la lengua para guardar ese gusto algo ácido del ojete del chico, y no se privó el conde de meterles abundante semen en las tripas para dejarlos preñados con su savia e impregnados con su olor a macho encelado por el aroma de ese par de suculentos culos.

Y antes de que partiesen los dos jóvenes caballeros, el conde les hizo más regalos.
Y a Ramiro le entregó para su servicio y placer ocho de los esclavos regalados por el príncipe Nauzet, que podría utilizarlos como mejor le plugiere o venderlos si no encontraba un uso adecuado para ellos.

Y a Iñigo, al que abrazó y besó en la boca con una emocionada pasión, le encargó que cuidase y protegiese a los dos jóvenes napolitanos, que desde ese momento pasaban a pertenecer a su casa y servicio, además de los cuatro imesebelen, que se los venían ventilando a diario, y que formarían su guardia personal para su protección y velar por su seguridad y su vida, preciosa tanto para el conde como para su mancebo.

Pero, además, Nuño quiso hacerle un regalo muy especial al bello efebo que tanto placer le diera y le dijo sin dejar de verle esos ojos azules como el firmamento: “Mi muy querido muchacho, sé que si te digo que guardes celosamente esa joya que tienes entre tus nalgas y no dejes que nadie profane la entrada a tu cuerpo, lo harás y eso sería un enorme sacrificio para ti, pero que resignadamente sufrirías por darme gusto y mantenerte intacto hasta que mi polla vuelva a tomar posesión de lo que siempre me pertenecerá; pues por muy conde que ahora seas, nunca dejarás de ser mío.
Yo te desvirgué y estamos ligados de por vida, aunque nos apartemos por un tiempo y no pueda sentir tu deseo al tocarte y al agarrarte con mis manos para montarte y llenarte las entrañas con mi leche”.


El conde hizo una pausa y todos agudizaron los oídos para escuchar sin perder ripio lo que el noble señor iba a darle al bello joven que dejando de ser su esclavo seguiría siendo su más preciado y noble siervo.
Y el conde prosiguió: “Iñigo, podría condenarte a consolarte sólo con pajas y acariciándote tu mismo el culo penetrándotelo con los dedos, pero no quiero eso para ti. Y por ello te regalo un consolador de carne viva. Pero has de demostrar también que eres un señor y sabes dominar y someter a tus esclavos y servidores. Estoy seguro que no te temblará la mano si has de castigar la rebeldía y procederás como consideres oportuno para lograr la sumisión incondicional de cualquier hombre bajo tu mando o de tu propiedad. Y el regalo que te hago necesitará al principio. al menos, una mano dura y severa que sepa domesticarlo para hacer de él un perro dócil y obediente. Falé es tuyo desde ahora y estoy convencido que le sacarás mucho jugo y le exprimirás los cojones para satisfacer tu lujuria. Usalo como quieras, pero ya has visto que puede ser un estupendo semental que calme el ardor de tu ano y te sacie con su leche”.

Nuño miró al varonil esclavo y con una media sonrisa algo maliciosa continuó: “Sólo has de someterlo y doblegarlo para que sea tu más fiel esclavo y en lugar de ser él quien te monte como a una perra, seas tú el que lo cabalgues con la misma maestría que montas y sujetas a un pura sangre. Tú llevarás la pauta y manejaras las riendas de este garañón para llevarlo donde tú quieras. Y si es preciso no dudes en aplicarle la fusta o picarle espuelas para que caracolee y galope al ritmo que tú, su dueño, le impongas. Es un hermoso ejemplar que merece un buen amo y alguien que sepa apreciar tanto su belleza como sus dotes para la reproducción... Porque no me negarás, querido muchacho, que este animal tiene una verga digna de admiración y que forzosamente mueve y atiza el deseo de quienes disfrutan sintiendo un potente miembro viril dentro de sus entrañas”.


El conde abrazó una vez más a Iñigo y soltando del poste la cadena que amarraba por el cuello a Falé se la entregó al precioso y joven noble, que la cogió sujetándola con fuerza como queriendo evitar que otros le quitasen ese deseado ejemplar que por fin era suyo para gozarlo y tenerlo dentro de su ser.

Falé miró a su nuevo amo con desprecio y éste le cruzó la cara con el dorso de la mano derecha ordenándole que se arrodillara ante él.
Todos, menos el conde, quedaron un tanto estupefactos por la reacción del hasta entonces dulce y cariñoso compañero.
Y ante la obstinación del esclavo a postrarse ante su amo, Iñigo pidió un látigo y pasando la cadena a la otra mano, comenzó a golpear a Falé por todas partes de su cuerpo hasta doblarle las piernas y anular su osada resistencia en contra de la voluntad de su dueño.
Y Nuño y el resto de los muchachos tuvieron claro que ese esclavo lo iba a pasar muy mal si persistía en su aptitud indómita y no se plegaba a los deseos de su joven y hermoso señor.

Guzmán no decía nada, pero no dejaba de mirar la cara de vicio y la mirada lasciva que iluminaba los ojos de su estimado compañero y pensó que para él era el mejor regalo que pudiera haber elegido su amo y amante, pero también vio con meridiana lucidez que para el esclavo empezaba un nuevo camino de espinas en un principio, pero que se tornaría en un blando lecho de rosas si era lo suficientemente listo como para ver que nunca tendría ni mejor amo ni más fiel y complaciente amante que su nuevo dueño.

Si pudiese y su amo lo permitiese, el mancebo hubiera deseado poder hablar con Falé y convencerlo de que le sería inútil resistirse a los indudables encantos de Iñigo y más pronto que tarde sucumbiría a ellos y lo que sería para él un cruel suplicio al principio, no tardaría en volverse pasión ciega y deseo brutal de poseer no sólo el cuerpo sino el alma misma de su señor.

El mancebo estaba convencido que Iñigo conquistaría a Falé y de ser sólo su mero esclavo para consolar la libido del amo, pasaría a convertirse en un fogoso amante ansioso por gozar con Iñigo y cubrirlo a diario para preñarlo a cuatro patas como un buen semental a su hembra.
Sin embargo, para eso habrían de pasar días de dolor para el esclavo y frustración para el amo, que no vería colmados tan fácilmente sus deseos de felicidad junto al hermoso macho regalado por el conde feroz.

Sin duda le costaría mucho esfuerzo doblegar el orgullo de Falé y convencerlo de que su virilidad no se mermaba en absoluto por amar y desear a otro hombre y menos si éste era quien soñaba con tenerlo a su lado en el lecho y llegar a amarlo con todos sus sentidos y sin condición alguna que los separase o diferenciase a la hora de yacer juntos.


Y terminó el castigo del esclavo y su cuerpo quedó señalado por los latigazos que furiosamente recibiera de su amo.
Y, sin más preámbulos, Iñigo solicitó al conde licencia para retirarse a otra jaima con su esclavo, ya que en ella deseaba pasar su primera noche con su caliente consolador de carne y hueso.
Y en lo más profundo de su corazón daba por seguro que conseguiría probar esa espléndida polla que se balanceaba al tirar de la cadena para arrastrarlo a sus aposentos.

Y más de alguno de los otros chavales pensaba en silencio: “Menudo macho que se lleva éste! Y cómo va a disfrutar con esos cojones plenos de leche para ordeñarla de esa gruesa polla con la boca o exprimiéndola con el ano para sentir en su vientre el calor de los potentes chorros que le meta al correrse!”

 Y de eso estaba seguro el conde y por ello le hizo tan preciado regalo a ese guapo joven que le sirviera como una de sus mejores putas hasta entonces.

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