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Autor: Maestro Andreas

lunes, 9 de septiembre de 2013

Capítulo LXXXVII



Dentro de la gran jaima del conde aquellos dos esclavos respiraban con ansiedad y no podían ocultar un nerviosismo tintado de un miedo inconcreto, pero que a ambos les hacía presagiar que nada bueno les aguardaba en poder de ese noble venido de otras tierras desconocidas para ellos.
Podían verse el uno al otro amarrados a los postes y encadenados por el cuello y también por las muñecas y tobillos, pero procuraban evitar que sus miradas se encontrasen como temiendo dejar patente la vergüenza que sentían al estar desnudos y sujetos como viles animales a merced de sus enemigos, que además ahora eran sus amos y ellos tan solo dos miserables esclavos cuyas vidas valían menos que la de una humilde cabra.

Al entrar el conde con sus caballeros, los dos jóvenes sintieron que el cielo se desplomaba sobre sus cabezas y quisieron sacar fuerzas de flaquezas aparentando un valor que no se correspondía con su verdadero estado de ánimo.
Nuño se acercó a ellos sacando pecho y con aire dominante y les increpó con voz fuerte y sonora llamándoles viles y colocándolos al nivel de la peor y más baja escoria.
Eso les decía con la boca, pero en su mente se gravaban las hermosas facciones de los dos muchachos y hacía mella en su libido el jugueteo de las llamas de unas velas sobre las pieles lustradas de sudor y pánico de aquellos esclavos.
El resplandor de las temblorosas llamas resaltaba aún más los contornos de sus cuerpos y destacaba en claro oscuro los rincones más sugestivos de sus músculos y sus cavidades.
Y los caballeros del conde y su mancebo miraban a los dos cautivos con una mezcla de lujurioso deseo y ternura, tanto por lo que podía sucederles, como por lo que ellos deseaban que les pasase a esos otros bellos y fornidos mozos que se encontraban bien amarrados para ser usados por el amo a su antojo.

Y Nuño les ordenó a Sergo y Ramiro que desatasen al más joven y lo acercasen al otro esclavo para que le rozase la decaída polla con sus nalgas.
Pero Yuba se resistía a ser tratado como una puta y que usasen sus glúteos para calentar el sexo de otro joven y el conde le arreó un guantazo en la cara que lo dejó medio atontado y sin fuerzas para resistirse más a que los dos mozos que lo sujetaban por los brazos le restregasen el culo por la adormecida verga de Falé.

Y Falé gruñó entre dientes y se mordió la lengua para no maldecir al puto conde que pretendía convertirlo en un animal para cruzarlo con otro de su misma especie como si fuesen caballos o perros.
Sin embargo, sus esfuerzos eran inútiles y la piel de las firmes cachas de Yuba estaban logrando despertar su apetito carnal aun en contra de su deseo y de su firme empeño en no pensar ni desear el agradable tacto de esa carne que se le ofrecía.
Y tenía la polla morcillona y todos comenzaron a ver la hermosa tranca del joven que alcanzaba una considerable envergadura en grosor y medida.


Y mientras el mancebo apretaba los dientes y sufría por los dos cautivos, a Iñigo se le iban los ojos hacia ese instrumento fálico que lo cegaba de lujuria y ansia de tenerlo dentro de su boca y en el culo. Y con un esfuerzo heroico Falé empujó el cuerpo del otro esclavo dándole un fuerte golpe que salía de lo más profundo de su alma sirviéndose de sus caderas y sus riñones.

El conde no se molestó en decir ni un apalabra y agarrando una fusta se colocó detrás de Falé y lo azotó con tal saña que le hizo lanzar gritos de verdadero dolor y miedo.
El esclavo quedó medio inconsciente por los golpes y Nuño le mandó a Iñigo que le lanzase un jarro de agua fría a la cara para despejarlo y volver a tenerlo plenamente despejado para continuar su doma.

La sacudida del agua sobre el rostro hizo estremecer a Falé y a los otros muchachos que presenciaban su castigo y el conde volvió a ordenar que le frotasen el culo de Yuba por el pene y los cojones hasta que ese falo adquiriese su verdadero tono y alcanzase la plenitud de su erección.

Yuba volvió a resistirse y esta vez se ganó unos correazos casi tan contundentes como los que recibiera el otro pobre esclavo por hacerse el valiente.
Y Sergo y Ramiro se esforzaron en apretar el cuerpo de Yuba contra el sexo de Falé y poco a poco la enorme verga de ese mozo se levantó temblorosa y se volvió dura y tiesa quedando en vertical y paralela al apretado y recio vientre del chico.
Su tamaño era espléndido y el glande brillaba mojado por el suero que desprendía con cada roce, manchando las atractiva carne de las nalgas del otro chaval.
Y todos los presentes vieron también como la polla de Yuba se empalmaba y latía al sentir la potente verga del otro esclavo entre sus nalgas.
Y, sin embargo, ni Yuba ni Falé gozaban con este frotamiento a pesar que sus vergas estaban tiesas y gordas, sino que por el contrario el más joven lloraba y de sus ojos salían gruesas lágrimas de vergüenza y oprobio; y el otro, más hecho y fuerte, estaba rojo de ira y de sus grandes ojazos verdes como oscuras esmeraldas se escapaban venablos encendidos de odio y deseos de venganza y muerte para sus verdugos.


Pero cómo iba a librarse de tal tortura y de cuanto quisiese hacerle ese hombre poderoso que ya era su dueño.
Y la osadía de ese amo llegó más lejos y gritó: “Basta! Esta zorra ya está caliente y su coño pide a gritos que la cubran y preñen. Ponerlo sobre ese escabel abierto de patas y ofreciendo el culo para que se lo taladre. Vamos, perra! Va a comenzar tu nueva vida como puta para el placer de un macho que sabe saborear la carne fresca y jugosa de un joven ejemplar de hombre, tan hermoso y apetecible como tú. Me gusta tu culo y tus carnes me excitan lo suficiente para que seas una de mis zorras y no te dedique a menesteres más bajos o te venda a otro amo que te use en rudos trabajos como a una mula de carga. Dentro de tu desgracia has tenido suerte de caer en mis manos y pronto lo agradecerás y comprenderás que debes complacerme lo mejor posible por tu propio bien... Abrirle bien las piernas y separarle la nalgas para ver bien ese agujerito tan cerrado que va a penetrar mi verga y dejarlo dilatado y con el virgo roto para siempre”.


El joven esclavo fue consciente entonces de lo que se le venía encima y no sólo por el peso del cuerpo del conde, sino por la humillante vida que le esperaba al ser usado como una concubina más de un harén.
Y se retorcía pretendiendo librarse de sus opresores y salvar en un desesperado intento su integridad viril que ya estaba a punto de perder.

Notó unos fuertes azotes y acto seguido sintió como unos dedos le ponían una manteca en el esfínter y forzaban ese reducido ojete para entrar  y abrirlo un poco con el fin de facilitar la penetración de la gran verga tremendamente endurecida y excitada del conde.
Y casi sin darle tiempo a sentir el primer dolor por la invasión de esos dedos un grueso trozo de carne caliente y dura presionó su agujero anal obligándolo a ceder al empuje de una inmisericorde verga que le partía el culo sin piedad.

Yuba chilló desesperado y gritó como un cochino a medio matar y con el cuchillo del matarife clavado en su cuello.
Pero no era ahí donde le habían clavado un hierro candente si no en el centro de su culo y le abrasaba por dentro sintiendo como le rozaba las tripas con fuerza.

Sería un violación en toda regla de no ser un puto esclavo propiedad del amo que lo estaba montando y dejándole el culo ardido como si lo sentasen en las brasas de una hoguera.
Y Yuba dejó de llorar porque ya no le quedaban lágrimas ni podía sentir más vergüenza al ser follado delante de otros hombres y sobre todo de ese otro desgraciado que también compartía su misma suerte.
Y cuando el conde se apeó de su espalda y le sacó la verga del culo dejándoselo lleno de semen, la polla del chico seguía empalmada y chorreaba líquido como el caño de una fuente con poca agua, pero no se había corrido, pues el miedo y el dolor de los puntazos que le había metido el conde no permitieron que gozase ni sintiese otra cosa que humillación y un sufrimiento extraño e indescriptible.

Mas no terminaba con eso su estreno como puta, porque el conde le dijo a los dos caballeros que lo sujetaban que ahora era su turno y que lo montasen uno después del otro.
Y el primero en metérsela por el culo fue Sergo, que le calcó un polvazo con todas sus ganas, y luego le tocó a Ramiro romperle todavía más el culo con una clavada cargada de lascivia y mala leche, aunque le dejó dentro una buena cantidad de semen espeso y de primera calidad.


Y del ano de Yuba salía humo de tan escocido que se lo estaban dejando y ya no hacía falta que le forzasen a separar las patas porque no podía cerrarlas de tanto endiñarle rabo por el culo.
Y por si no le bastaba con esos tres machos dándole verga y leche, el conde mandó que ahora atasen al esclavo boca abajo sobre la cama y desatasen a Falé para tumbarlo encima del otro y que lo jodiese también o de lo contrario le segaría la vida sin más miramientos.

El conde dijo que quería cruzarlos porque de tan buenos ejemplares tenían que salir unos cachorros magníficos.
Y los dos auxiliares del conde llevaron a Falé hasta el catre y lo acostaron boca abajo también pero encima del cuerpo de Yuba.
Y Nuño le mandó a Iñigo que masturbase al macho e hiciese de mamporrero para que le metiese la verga por el agujero anal del otro animal.


Y a Iñigo se le iluminó la cara y amarró el falo del macho con sus manos y lo sobó primero con delicadeza y pronto apretó fuerte ese rollo de carne dura y gruesa y lo gozó como si en realidad fuese su culo y no su mano quien ordeñaba la verga de Falé.
El esclavo ya no podía revelarse a su destino y creyó la amenaza del conde de matarlo en ese instante sino follaba al otro joven.
Y dejó que la mano de Iñigo buscase el ano de Yuba y notó como su verga entraba en ese cuerpo caliente y dolorido y apretó hasta el fondo con sus riñones y la encarnó toda en el recto del otro muchacho.

Lo folló odiándose a si mismo y sintiéndose el más cobarde de los hombres por no resistirse y afrontar una muerte sin perder el honor y la hombría.
Pero por si no ponía todo su empeño en preñar al otro, el conde cogió de nuevo la fusta y le atizó con fuerza hasta que notó que el esclavo se corría y dejaba su semilla dentro del vientre de la bella zorra que le permitió cubrir.

Y en todo ese tiempo el mancebo no dijo nada ni dejó de observar lo que estaba pasando ante sus ojos, ocultando la pena que le estaban dando aquellos dos jóvenes esclavos y el mal disimulado deseo de Iñigo por disfrutar del cuerpo y la verga de un macho que lo dejaba sin aire al oler de cerca sus cojones y el sudor de sus axilas.

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