Autor

Autor: Maestro Andreas

domingo, 24 de marzo de 2013

Capítulo XLVIII


El conde y sus chicos disfrutaron de una amable cena en compañía de Doña María y su amante, el poderoso rey de León y Castilla, y Nuño estaba satisfecho de los logros conseguidos en su gestión llevada a cabo en Toledo para el monarca, pero le fallara dejar atado un único asunto, para no dejar flecos sueltos, y ese tema se refería al puto Rui.
Al tratar lo del dinero con los prebostes de la catedral, vio la oportunidad de canjear al chico a cambio del apoyo indiscutible de uno de los canónigos con mayor influencia ante Don Sancho; y que nada más hablar con él al conde le olió a macho con ganas de un buen culo para sodomizarlo repetidas veces al día.


El hombre se fijaba demasiado en el trasero de los acólitos catedralicios y en más de una ocasión, al pasar por delante de ellos algún mocito, al clérigo se le empinó la picha y sus sayales montaron una indiscreta carpa en la entrepierna.

Eso le dio pie a Nuño para ir a visitarlo acompañado de Rui, al que vistieron con galas apropiadas a la ocasión y elegidas de propósito para marcarle bien el culo respingón que con tanto aire movía al andar, cuando le interesaba llamar la atención de algún macho fornido que no sólo le llenase el ojo de la vista, sino también y sobre todo el del culo; y, efectivamente, el acaudalado eclesiástico no sólo se fijo en el chico, sino que se lo comió literalmente con los ojos desnudándolo con la vista.

Parecía que la cosa marchaba por buenos derroteros y hay que decir que el chaval puso de su parte más empeño del razonable para gustar al canónigo, pero ni el conde ni el chico contaban conque hubiese otro amante por medio.

Un crío muy mono y muy celoso apareció en escena y al vicioso canonje se le paralizó la mano que ya alcanzaba las nalgas de Rui y se le cayó el sombrajo ante la cara de odio y cabreo que puso su putito al ver a la otra zorra arrimarse tanto a su amante.

Si le hubiesen dejado, el chaval de buena gana le quitaría los ojos al cachondo Rui que se pavoneaba en los morros del canónigo como una cortesana de rompe y rasga.
Pero el conde enseguida puso freno a los devaneos del mozo que pretendía endilgarle al clérigo y le dedicó una amplia sonrisa al querido del prebendado eclesiástico.
Y éste la tomó como una insinuación provocativa; tanto como para aflojarle el cinturón que sujetaba sus calzas bajo el sayal que le cubría hasta las rodillas y ponerlo nervioso ante la perspectiva de ser abordado por aquel atractivo noble, tan joven aún y con una formas y maneras que le ponían el pito en ebullición y el ojo del culo derretido con sólo imaginar que la verga de aquel hombre le entrase hasta el fondo de sus entrañas.

Y eso le pareció a ese puto que era una pequeña venganza sobre el otro chaval, que tomó por la zorra preferida del conde.
Y como si los pensamientos del zagal fuesen leídos por ambos machos, su amante le insinuó al conde hacer allí mismo un intercambio sexual con los dos jóvenes; y ni siquiera retiraron las copas de vino que estaban sobre la mesa y sin otras consideraciones doblaron sobre ella a los rapaces y, descubriéndoles el culo, cada cual se folló a la zorrita del otro.

Al canónigo le encantó metérsela por el culo a Rui y no pareció darle importancia que ante sus ojos se ventilase otro tío a su puto.
Y al conde le importaba un bledo que otro le diese por culo al muy puto de Rui, que ni era uno de sus esclavos preferidos ni mucho menos la coima para distraer en sus carnes su habitual lujuria y necesidades sexuales.
Y tampoco a Nuño le desagradó montar al preferido del canónigo, pues le sorprendió el redondo culo del chico y lo duros que tenia los glúteos el muy cabrón.

Estaba muy bueno el trasero de aquel rapaz y daban ganas de darle una zurra de las que dejan las nalgas bien coloradas y adormecidas de tanto ardor y calentura.

Y esta vez fue el conde quien sugirió azotar a los chicos mientras los jodían apretándoles los vientres contra la mesa.
Y el otro tío tomó de buen grado la iniciativa de Nuño y les arrearon estopa hasta que se corrieron llenándoles a los dos rapaces las tripas de leche salida con enérgico ímpetu de las pollas de los machos que los usaban como a un par de zorras de taberna.

Pero todavía faltaba celebrar la ceremonia para ser armados caballeros Sergo y Ramiro por el propio rey Don Alfonso, que quedara pospuesta hasta la recuperación de Ramiro y en la que oficiarían como padrinos de ambos guerreros el conde e Iñigo, pues Guzmán, que también era caballero, no estaba oficialmente vivo.

Se acordara en la cena que el acto se llevaría a cabo nada más apuntar el alba y después que los dos mozos velasen sus armas toda la noche; y eso fue dos días más tarde en la capilla del castillo de San Servando, en donde, solamente cubiertos por túnicas blancas de fino lino, los dos jóvenes, de rodillas frente a frente, se miraban en silencio y observaban como sus penes se alzaban y volvían a recuperar la flacidez por tiempos, sin saber cual era la causa que excitaba la sexualidad del otro, pero sospechando ambos que se debía al pensamiento puesto en el cuerpo del otro mozo al que los dos amaban y deseaban con toda la fuerza de su vigorosa juventud.


Los dos hubieran querido velar esa noche en compañía del mancebo y verlo desnudo y admirar su rostro perfecto para ellos, pero ese rapaz, tan deseado, mientras ellos velaban estaba en al cama de su amo, que con Iñigo, besaban el cuerpo de su señor y le deleitaban los sentidos ofreciendo sus cuerpos a los caprichos sexuales del conde feroz.

Y como evitando darse cuenta del empalme del otro chaval, cada uno dirigía la vista al escudo de armas que el rey les otorgara como símbolo de su nobleza y alcurnia de caballeros.

A Sergo le concedió el privilegio de ostentar un tritón de los mares del norte sobre fondo de plata y un hacha en campo de gules, plasmados esos símbolos en dos cuarteles que partían el blasón en dos mitades.
Y el de Ramiro llevaba en una mitad, partida en dos a su vez, las armas de su abuelo, el marqués de Olmo, y de su propio padre, el vizconde de Artés, y al otro lado del escudo lucían cuatro bodoques de plata en campo de azur.
En palabras del rey esos círculos plateados eran en honor a las virtudes de las que el chico hacía gala, valor, nobleza, belleza y fuerza.

Y, antes de irse de Toledo, ya sólo le quedaba a Nuño sacarle al alcaide la información necesaria para acusar a Don Fadrique.
Pero ese otro asunto tampoco tendría el resultado esperado por el conde.
Y no tardó demasiado tiempo en saberlo, porque nada más despertarse, tras una noche agitada y plena de sexo con sus esclavos, un soldado vino a traerle la mala notica que nunca hubiera imaginado el conde.

El prisionero enjaulado se había comido su propia lengua para que no le sacasen con tortura ni una puta palabra que delatase al infante.
Y no sólo eso había hecho el muy hijo de la gran puta, término que usó Nuño al referirse al alcaide al saber tales nuevas.
El muy jodido se arrancó los ojos y se destrozó los dedos de las manos contra los barrotes de hierro de la jaula por si acaso le obligaban a escribir la confesión.


El hombre ya era solamente un puñetero trozo de carne sanguinolenta tendido en el suelo de la jaula y sin sentido, pues se había desmayado por el dolor extremo que se infringiera a si mismo.
Y el conde, rabioso y contrariado por tales acontecimientos que desbarataban sus deseos de venganza, ordenó que le cortasen los tendones de las piernas y brazos.
Y así, desnudo y hecho una pura llaga, lo arrojasen primero a los perros para que lo destrozasen más a dentelladas; pero antes de que muriese por las heridas o desangrado, se lo echasen a los cerdos para que lo comiesen despacio estando vivo todavía.

Y el conde muy cabreado dijo a los soldados: “Si no ha de servir para algo provechoso en este asunto, al menos que le aproveche a los puercos esa carne de su congénere... Esos animales comen cualquier cosa aunque sea pura mierda y de paso engordan y más tarde alguien se aprovechará a su vez de sus jamones”.
Y con rapidez, el séquito del conde se puso en movimiento y abandonaron la ciudad antes de la media tarde.
Nuño no quería perder más tiempo en Toledo y su pensamiento ya estaba más al sur, adelantándose a ellos y mirando fijamente la otra orilla del estrecho de Gibraltar.

Brisa caracoleaba alegre y despreocupado por el camino polvoriento al paso de Siroco, mucho más nervioso y deseoso de lanzarse a galope tendido como para estirar las patas y ejercitar sus músculos elásticos y bien dotados para la carrera.
Y, sobre ellos, sus jinetes iban rumiando sus propias preocupaciones y siempre deseosos de abrazarse y unir sus cuerpos a la primera ocasión que se les presentase durante el camino.

El sexo siempre era el mejor bálsamo para las inquietudes del conde y también relajaba mucho la desazón de su esclavo, que miraba a su amo de vez en cuando intentando adivinar que pasaba por la mente de Nuño en esos momentos.

Y al doblar un recodo del camino, el mancebo le dijo a su amo: “Mi señor, preservar mi vida te da muchas preocupaciones y sin sabores y yo soy la más insignificante entre las propiedades que posees. Crees que merece la pena tanto esfuerzo para mantener la vida del más humilde de tus esclavos, mi amo?”

Nuño giró la cabeza y clavó su mirada en el mancebo, como si en lugar de los ojos fuese la polla la que se hundiese en el cuerpo del chico, y le respondió con voz severa: “Un cuerpo no puede vivir sin un corazón que palpite en su pecho. Y tú eres mi corazón. Así que si matan lo que me da la vida, cómo he de continuar viviendo yo sin ese corazón? Quieres explicármelo, Guzmán, tú que pareces saberlo todo y no te das cuenta de lo más evidente que tienes ante los ojos? Has dicho mil veces que no podrías vivir sin mí, porque soy el alma de tu existencia. Y que eres tú para mí? Sólo un puto esclavo al que uso como a una ramera?”
 “No mi amo. No lo creo y sé que soy para ti lo mismo que tú sabes que mi ser es parte del tuyo”, respondió el mancebo.
“Entonces no digas bobadas y prepárate para cuando hagamos la primera parada, pues te voy a decir sin palabras lo que siento por ti y significas en mi vida. So cabrón! Que parece que sólo buscas que te regale los oídos con lisonjas. Pues te vas a enterar y recordar lo que arde la correa sobre las nalgas; y como pican esos glúteos castigados cuando se calca fuerte en ellos para penetrar un culo más adentro, metiéndole una verga excitada y soltando jugos viscosos previos a la mayor corrida que puedas imaginar”.


Y el mancebo sonrió y se frotó mentalmente las manos al tiempo que se relamía pasando la lengua sobre el labio superior.
Cada día le ponía más puta ser la perra preferida de su señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario