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Autor: Maestro Andreas
domingo, 17 de marzo de 2013
Capítulo XLVI
El polvo con el mancebo había calmado un poco la tensión nerviosa de Nuño, pero, aún así, el conde no estaba en condiciones de poder ser objetivo con aquellos hombres sobre los que descargaría la impotencia de no poder despertar de nuevo la consciencia de Ramiro.
Los culpaba de su herida y los responsabilizaba de ese estado de postración del chico y eso requería una cumplida reparación al menos.
Y esos miserables pagarían entregando su vida entre espantosos dolores.
La sala de torturas del castillo estaba bien surtida de aparatos e instrumentos de efectos brutales sobre un cuerpo y el conde no regatearía sufrimientos ni la experiencia de ser sometido a ellos a ninguno de los condenados.
Eligió a tres y mandó que fuesen azotados hasta que la piel del pecho y espalda les colgaba hecha jirones sobre los muslos cubiertos de sangre.
Y así, desollados, pasaron al potro donde los estirarían hasta descoyuntar sus huesos, pero uno de ellos no soportó las cinco primeras vueltas de tuerca y palmó sin casi lanzar un quejido audible.
Los otros dos perdieron el conocimiento, tras tensarles los miembros cinco veces más, y de ahí fueron llevados a otra zona de la sala para colgarlos cabeza abajo y someterlos a la caricia de hierros candentes que los despertasen de su letargo.
No se debe olvidar que cantaron lo que sabían y hasta alguna cosa más que seguramente se inventaron creyendo con eso que se librarían de un final irremediable.
Y una vez chamuscados como pollos para acabar de desplumarlos, el conde quiso verlos empalados por el culo y les clavaron sendas estacas, bastante gruesas y largas, que les salieron por la boca.
Y, con eso, aquellos dos desgraciados ya no daban más juego para continuar torturándolos.
Al resto les fueron dando tratamientos parecidos, pero con algunas variantes, como por ejemplo, en lugar de colgarlos por los pies fueron suspendidos por los cojones, pero a un par de ellos se le desprendieron de cuajo y cayeron al suelo como marionetas al cortarles los hilos de los que penden.
A otros también les quitaron los ojos con hierros al rojo vivo.
Ni que decir tiene que el piso de aquella siniestra sala de tormentos quedó anegado en sangre; y que el hedor resultaba insoportable y nauseabundo con la mezcla de la fetidez de la heces y orines salidos de todos los miserables, que ya solamente eran trozos de carne muerta.
Y el conde y los despiadados senegaleses necesitaban ante todo un baño reparador y luego evadirse de tal carnicería follando a destajo con sus respectivos putos a los que les dejaban el culo caliente y abierto, pero colmado de gozo y semen.
Y con el andar propio de unos machos cansados pero satisfechos de la labor realizada, Nuño y los seis guerreros negros abandonaron los sótanos del castillo para reunirse de nuevo con el resto de los muchachos.
Y el conde, nada más entrar en su aposento, se detuvo para apreciar la intensidad de la escena que representaban sus esclavos junto a la cama del mozo herido.
Iñigo observaba al compañero convaleciente con resignación y sin apartar ni un minuto los ojos de los párpados cerrados de Ramiro; y Sergo, visiblemente afectado por la situación de su rival hasta unos días antes y ahora el estimado amigo y camarada de esclavitud, armas y sexo, acariciaba la cabeza de Iñigo en silencio, pero con un gesto cariñoso que resultaba suficientemente elocuente para indicar que se decía por lo bajo que, de descubrirles el pelo el viento a ese bello muchacho o a él, el color dorado o rojizo de sus cabellos le salvarían de correr la mala suerte de Ramiro por tenerlos como el mancebo.
Y el amo le echó un brazo por encima del hombre al guapo vikingo y sin necesidad de palabras le comunicó que compartía su sentimiento y consternación.
Nuño se sentó a la cabecera del lecho y miró al mancebo, que trajinaba con vendas y ungüentos para limpiar la herida del rapaz y renovar los apósitos, y le preguntó por el estado del paciente.
Pero las nuevas no aliviaron su pesar pues el chico se mantenía en el mismo estado que lo había dejado horas antes.
Sin embargo, Guzmán le indicó que le daba la impresión que les oía cuando hablaban, pero no reaccionaba adecuadamente como esperaban.
Era como si no quisiese volver con ellos o ya no tuviese interés por nada de este mundo.
Y a eso el conde añadió que creía tener el remedio para sacar de tal apatía al muchacho.
Y Nuño se levantó del lecho y se desnudó totalmente.
Y le ordenó a sus esclavos que hiciesen lo mismo y destapasen la herido para ver su cuerpo desnudo tendido en la cama.
El amo se volvió a sentar junto a Ramiro y observó ese cuerpo despacio para ponerse más cachondo si cabe de lo que ya le habían puesto sus pensamientos. Y habló quedamente cerca del oído del chaval: “Ramiro, todos estamos desnudos a tu lado y yo tan cerca de ti que puedo sentir los latidos de tu corazón en el mío. Mi cuerpo esta muy caliente y mi verga te busca como también busca y procura el roce de tu polla ese culo divino que tiene el mancebo...
Guzmán acércate y pon el culo junto a la cara de Ramiro para que el perfume de tu ano le llague con nitidez y embote sus fosas nasales... Es verdaderamente precioso ese agujero redondito y tan vicioso. Y te lo estas perdiendo porque no despiertas para follarlo y te aseguro que anda muy caliente y no parece que le baste un rabo para saciar su ansia, a no ser que yo se la meta varias veces y os prive a vosotros de mi polla. Ya sabes que por mucho que le dé por el culo siempre desea más. Pero te diré que añora tu mirada y la suave cabeza de esa polla que ahora vegeta como insensible al aroma de los glandes pringosos y esos rosados ojetes de tus compañeros que tienes tan cerca y no te mueves para sobarlos y cogerlos y disfrutar con ellos, tal y como yo deseo y ellos ansían. No hueles la lascivia que te rodea?”
Los otros chavales, muy empalmados y goteando suero viscoso por el orificio de la uretra, mojando sus glandes, miraban al conde y al compañero dormido, esperando la reacción en el cerebro de Ramiro de aquellas palabras, acompañadas por los efluvios de sus rabos y culos.
Y si bien no podrían asegurar que el cerebro se despertaba, si era evidente y notorio que la verga del mozo se desperezaba con suaves latidos y crecía y engordaba poniéndose dura y levantada como correspondería a un cuerpo joven y lleno de vitalidad.
El pene de Ramiro cobraba vida por segundos y su glande sudaba precum y comenzó a dibujarse un gesto de lujuria en sus labios.
La voz del esperma lo llamaba y le decía que abriese los ojos y viese los cuerpos que estaban a su lado animándolo a gozarlos.
El conde besó los labios de Ramiro y le agarró la verga masturbándosela despacio y con suavidad; y, como si algo sobrenatural le soplase fuerzas y ansias renovadas de vida, el chico levantó los párpados y sus ojos brillaron húmedos y llenos de alegría al ver a sus compañeros besándole los muslos y los brazos.
No habló, pero sonrió y Nuño le dijo al mozo que no se agitase demasiado y dejase hacer a los otros el trabajo de darle placer.
Y le ordenó a Iñigo que le chupase la polla al herido, besándosela más que mamándole el rabo para ordeñarlo como de costumbre.
Y al ver la excitación del pene de Ramiro, el amo le dijo al mancebo que se subiese al lecho y se colocase a horcajadas encima del cipote erguido de Ramiro y le mirase a la cara al sentarse sobre ese falo que el conde agarraba con su mano como un habilidoso mamporrero para introducirlo en el sabroso ano del mancebo.
Y la verga de Ramiro se fue encajando en el culo de Guzmán hasta que sus cachas hicieron tope en los muslos del otro muchacho.
Y el conde le susurró al oído a Ramiro que no se moviese ni pretendiese impulsar su polla dentro del culo del otro, ya que, como una buena zorra, Guzmán sabría moverse y cabalgar sobre él dándole todo el placer que hubiese soñado obtener de ese cuerpo perfecto y especial por el que todo macho babearía sólo con imaginar poseerlo.
Y en ese momento lo tenía clavado en su pene y se follaba el mismo para preñarse con la leche del hermoso macho convaleciente, cuyos cojones estaban llenos de leche y vicio.
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