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Autor: Maestro Andreas

martes, 18 de junio de 2013

Capítulo LXVIII


A pocas leguas de las murallas de Tarifa, el conde mandó acampar y sus guerreros, sin distinción de posición ni privilegio, se pusieron como un solo hombre a montar el campamento donde pasarían esa noche antes de embarcar y zarpar rumbo al otro lado del estrecho.
Ya pasaba de la media tarde y por el color del cielo, sin nubes y sin que una brizna de viento corriese en aquel paraje, se adivinaba una estrellada noche serena y poco iluminada por una luna en cuarto creciente.

Se armó una gran jaima para el conde y dispusieron otras de gran capacidad para todo su grupo de jóvenes soldados y esclavos, formando también cercados en los que reposarían los caballos y el resto de animales de carga, a lomos de los que transportaban ropas, enseres, armas y avituallamientos varios.

Habían viajado a marchas forzadas y el cansancio hacía mella en todos ellos, pero, aún así, Nuño deseaba que se terminase el montaje de todas las jaimas cuanto antes y quedase todo dispuesto para pasar la noche con tranquilidad en ese lugar idóneo para descansar con seguridad, sin temer ataques ni otro tipo de sobresalto durante la noche, y les apretó el ritmo a todos para que realizasen el trabajo sin demora y echando el resto hasta verlo finalizado.

Luego estableció los turnos de guardia entre los imesebelen y ordenó a su hueste que se relajasen con un reconfortante baño y cambiasen la vestimenta de viaje por ligeras túnicas, también al gusto y moda árabe, puesto que era más recomendable llevar ese tipo de prendas en lugar de sus armaduras y ropajes habituales de marcado corte cristiano, al menos mientras pisasen tierras inhóspitas.


Desde allí divisaban perfectamente el contorno fortificado de esa plaza, considerada de antiguo como la puerta sur de entrada a la península; y por ella entraran las huestes del general bereber Tarik en tiempos de los visigodos para conquistar ese reino.
Y sobre el resto de los bastiones defensivos destacaba la torre Albarrana que dominaba todo el contorno de la ciudadela.

El conde oteó el horizonte y se aseguró de haber elegido el mejor emplazamiento para no ser molestados hasta embarcar en las panzudas barcazas que a la noche siguiente, protegidos por la oscuridad y ayudados por almohades fieles a la pretendida causa del deseado príncipe Yusuf, los llevarían a tierras africanas, donde desembarcarían contando con la colaboración de tribus nómadas amigas, con las que previamente había negociado Aldalahá.

Pero esa noche debían descansar sus hombres y para ello el conde ordenó que no se desgastasen ni mantuviesen largas vigilias a causa del sexo.
Si follaban, que lo hiciesen con mesura y no se excediesen con más de un polvo o corrida, pues les esperaba otra dura jornada y una travesía azarosa aunque corta.
Y luego tenían que adentrarse en territorios muy peligrosos que les exigiría ir en constante alerta y con los cinco sentidos puestos en los cuatro puntos cardinales.

No obstante, Nuño hizo entrar al mancebo y al nuevo esclavo en el compartimento de la espaciosa tienda, donde estaba su lecho, y mandó que los otros tres esclavos se quedasen en la antesala como fieles lebreles que cuidasen el sueño de su dueño.

No significaba eso que tuviesen que permanecer cachondos y con los cojones hinchados de semen, más oyendo a los otros dos gemir en cuanto los follase, pero les advirtió que solamente echasen un buen polvo y eyaculasen una vez nada más.
Donde y como lo hiciesen lo dejaba a elección de los tres muchachos, porque por esa noche no les diría como tenían que darse placer entre los tres.
El señor corrió los cortinajes que separaban su cámara del resto de la jaima y quedó tras ellos con su amado y el nuevo esclavo todavía por catar y estrenar por su nuevo señor.

Era previsible que los días de sequía sexual a base de polla de macho habían llegado a su fin para Ariel y el chico se quedó en pie y quieto sin pestañear esperando obedecer con prontitud las órdenes y deseos de su amo.
Y el conde le mandó al mancebo que le quitase la túnica al otro esclavo y su cuerpo quedó desnudo ante la mirada lasciva de Nuño.
Le pareció todavía más hermoso que las otras veces que lo viera en pelotas y la verga se le puso como un pilar del veteado mármol que adornaban los patios del palacio de Aldalahá.


Aquel muchacho era un auténtico capricho para los sentidos y aún no entendía como un hombre amante de la belleza podía entregar a otro semejante regalo de la naturaleza.
Pero ahora era suyo y le pertenecía por entero y desde luego él no dejaría que esa fruta se desperdiciase y siguiese viviendo sin ser catada y mordida hasta degustar y sacarle la última gota del jugo que le pudiera dar.
Y volvió a ordenarle al mancebo que le mostrase los encantos más ocultos del chaval y le relatase con detalle las virtudes que le había observado para darle placer sexual.

Y Guzmán fue recorriendo con sus dedos el cuerpo del chico y mostrando a su amo las preciosas partes que lo componían, haciendo especial hincapié en esas cavidades o pliegues no visibles a simple vista por estar protegidas por las nalgas o escondidos entre las piernas.
Y el conde se encendió como un toro bravo y hasta resoplaba para sus adentros viendo cercano el momento de gozar plenamente a esa criatura enseñada por su amado para servirle como la mejor meretriz.
Le hizo una seña al tierno muchacho y éste se acercó al amo, sin miedo y tan tranquilo como si su carne ya hubiese complacido a diario al señor que ahora reclamaba el uso de su propiedad.

Guzmán se quedó en un segundo plano viendo como Ariel se entregaba a su amo.
Iba bien enseñado para satisfacer los gustos de Nuño, pero aún así, el mancebo estaba nervioso por el éxito de su pupilo una vez que el amo le abriese las piernas y le separase las cachas para apreciar mejor su redondo y conciso agujero anal por el que le iba a meter su grueso cipote hasta ensartarlo casi de parte a parte.

Nuño acarició los muslos del chico y le besó el vientre, justo encima del capullo que se estiraba para alzar totalmente la cabeza como intentando llegar al ombligo.
El amo le echó mano a los glúteos y se los apretó con fuerza y el mozo gimió, no de dolor sino de gusto.
Guzmán no perdía detalle de lo que estaba pasando y su polla mostraba con sus latidos el grado de calentura que se iba acumulando en el ambiente.
El conde se chupó dos dedos y volteando al muchacho le acarició el ojete y al ver como aumentaban sus gemidos se los introdujo con cuidado en el culo, profundizando con ellos hasta meterlos del todo.

Ariel cerró los ojos y abrió la boca ansiando un largo beso cargado de lujuria.
Y el amo, recreándose en la húmeda y cálida textura del interior del chico, le dijo al mancebo que lo besase en los labios mientras él le comía el ano a su nueva puta.


Y se lo pringó bien pringado para gozarlo con mayor suavidad aunque pensaba joderlo a saco y sin darle tregua ni descanso hasta que en sus cojones no quedase ni un solo espermatozoide sin salir por el meato a toda velocidad y con suficiente fuerza como para preñar a la hembra más reticente a quedar encinta.

Ese joven vientre plano y concreto, de ese bello zagal, al que no le sobraba ni una brizna de piel ni de tejido alguno, albergaría la mayor cantidad de leche que jamás pensó que pudiese entrar por sus tripas.
Y el conde se regodeó palpando la recia carne por el exterior del cuerpo del muchacho y no dejó de repetir ese disfrute que le dio rozar las mucosas del recto notando la vida de Ariel en la yema de los dedos.
Un ejemplar magnífico para admirarlo por su físico, sin duda, pero también un buen recipiente para verter la libido que abrasaba la mente del conde.

Y cuando más encandilado y ciego de ansiedad y calentura estaba el nuevo esclavo, el amo lo dobló sobre las almohadas y separándole bien las patas con sus muslos se la clavó de una vez y sin para de empujar hasta verla totalmente encarnada en el culo de su nueva perra.
Y la muy zorra chillaba y suspiraba entre gemidos cada vez más escandalosos y movía las caderas como una experimentada prostituta que quiere prendar en sus carnes y con sus artes a un interesante y poderoso cliente.


Todo el chico temblaba y se estremecía con la piel tirante que parecía no poder contener la tensión de su musculatura.
Y sin embargo, los glúteos, que estaban prietos también, se juntaban y aflojaban por tiempos al compás del esfínter que se cerraba comprimiendo la polla del amo o la dejaba más libre para que se moviese poderosa recorriendo el mayor tramo de recto posible.
Y Guzmán, cachondo como un borrico, se dijo para sus adentros: “Qué bien lo está haciendo está zorra. La muy puta aprendió con rapidez cuanto le he enseñado y no sólo le basta con eso sino que pone de su cosecha algo más que no estaba previsto en su adiestramiento. Sin duda este chaval no nació tan hermoso por una casualidad, sino para ser el objeto sexual perfecto para un macho de la categoría de mi amo. Menudo polvo le está atizando para ser primerizo! Mañana va a ser necesario ponerle a remojo el culo hasta que embarquemos hacia el otro lado del estrecho. Pero seguro que la muy puta queda encantada y más contenta que unas pascuas con el coño enrojecido y hecho mierda por los pollazos que está soportando el cabrón! Qué negras las debió pasar esperando y soñando con este momento! Y ahora que probó una verga de verdad, por la que fluye la sangre y brota leche en cantidad, cualquiera le quita ese vicio del cuerpo a este joven. Si le privan de un buen cipote en el culo se sube por la paredes y las araña como una gata enloquecida por falta de rabo”.

Pero el papel del mancebo esa noche parecía ser solamente un mero espectador, ya que su amo no le había requerido ni que fuese el mamporrero que guiase su polla al coño de la joven hembra recién adquirida para su harén.
Y en eso se equivocaba, pues el conde, sin sacarle la verga del culo a Ariel, le ordenó tumbarse a su lado y ofrecerle el culo para alternar la jodienda con los dos, bien abiertos de patas y al rojo vivo de deseo por satisfacer y hacer gozar a su dueño con sus preciosos traseros bien mordidos y azotados por la mano dura de su dueño.


Porque las cachas de Ariel también probaron esa noche las zurras que el amo les dio a ambos en el culo mientras los montaba y jodía sin freno ni limite a su ardiente y desmadrado deseo de poseer a esas dos bellas criaturas de las que era el amo absoluto.

Y con las primeras luces del alba se reanudó el folleteo del conde con sus dos esclavos de piel color de miel y ojos negros como un pozo sin fondo en cuya profundidad se ve el reflejo de la pálida luna que derrocha destellos de plata.
Volvió a poseer al nuevo esclavo que estaba dormido con la cabeza apoyada en el pecho del amo y abrazado a él como un crío se aferra a su madre para no tener miedo a nada durante el sueño.
Y al otro lado del conde estaba tendido Guzmán de espaldas a su amo y con el culo hacia fuera para facilitar que lo jodiese si le entraban ganas mientras dormían.

Y lo cierto es que en mitad de la noche se la metió y lo preñó, haciendo que el mancebo se corriese sin tocarse su polla al sentir como le entraba el semen de Nuño en dirección al intestino.
Y al despertar Ariel, al sentir que el amo lo follaba, Nuño espabiló a Guzmán y le ordenó que le diese de mamar al chico para que se repusiese un poco de tanta leche vertida por el pito.

Luego tuvieron una jornada azarosa desmontando el campamento y preparando el embarque que se llevaría a cabo al anochecer.
Y llegada la hora, el conde y los suyos partieron hacia la otra orilla del mar envueltos en el oscuro manto de un cielo estrellado y todavía escaso de luna.
Al otro lado, en tierras de Africa, les esperaban más aventuras y por supuestos nuevos peligros que se sumarían a los que ya les amenazaban en la península de un tiempo a esta parte.
Pero el conde feroz y sus hombres arrostrarían todos esos avatares con la valentía y bravura de la que hacían gala frente a sus enemigos, tan grande e intensa como el fogoso empeño que derrochaban puestos a follarse y darse placer.

2 comentarios:

  1. Sigo siendo un lector avido de descubrir las aventuras por las que pasarán el Conde, sus esclavos y sequito, por supuesto poniendome muy cachondo por todo lo que sucede. Congratulaciones al Maestro Andreas Alsan y al Maestro Germán y su esclavo Stephan por esta obra maestra llena de erotismo.
    Moacir, desde Floripa-Brasil

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