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Autor: Maestro Andreas

viernes, 14 de junio de 2013

Capítulo LXVII


El viaje hasta Tarifa fue discreto y la despedida de Aldalahá emotiva y con una demostración de cariño hacia el mancebo y de amistad respecto al conde, que no dejaba dudas de los lazos afectivos que unían a estos hombres.
El conde marchaba a la cabeza de sus hombres y a su lado cabalgaban Mustafá y Sadán, pues si algo debían evitar al internarse en el territorio del reino de Algeciras era que pudiesen fácilmente descubrir cual de los chicos era el príncipe Yusuf.
Y por eso también y para mayor seguridad, el conde ordenó que Ariel viajase siempre junto al mancebo, dado que los dos se daban un aire al ser morenos y de piel parecida, e iban bien protegidos ambos por los tres jóvenes caballeros esclavos del conde y arropados todos por el pelotón de imesebelen que se unieran a la comitiva por la generosa decisión del noble almohade.

Siroco parecía hacer buenas migas con Tifón, caracoleando a su lado sin adelantarse el uno al otro aún a costa de desobedecer algún intento de sus jinetes por separarlos un poco.
Al primero lo montaba el mancebo, como siempre, y sobre el lomo del otro iba Ariel, vestido ya como el resto de los muchachos y no luciendo sus carnes al viento como de costumbre, pues sería un elemento perturbador para los machos que lo rodeaban al excitarlos con sus formas y ese aroma sutil y erótico con el que perfumaba su entorno, distinto al del mancebo, pero igualmente sugestivo.

El nuevo esclavo quería agradar como fuese a su compañero de viaje y no desperdiciaba ocasión para entablar una charla con él.
Lo cierto era que los tres últimos días en el palacio de Aldalahá convivieron juntos en una estrecha relación de aprendizaje, en la que Guzmán era el maestro y el otro chico el espabilado y voluntarioso aprendiz, puesto que el conde le encargó al mancebo que educara y adiestrara al joven neófito en el arte del sexo para que le diese a su nuevo amo todo el placer y el gozo que éste exigiese recibir de cualquiera de sus esclavos sexuales.
Y por eso Guzmán estuvo día y noche sin separarse del chico y hasta tuvo que acostumbrarle el ano a ser penetrado por una verga contundentemente rotunda y potente como la del conde.


Para eso utilizó el falo de marfil y todas las noches, además de enseñarle a besar tanto la boca como el resto del cuerpo y a mamar una polla masajeándola con los labios al succionar, también le dilataba el ojete con sus dedos y le introducía por el culo ese pene rígido y frío a fin de que su esfínter se acostumbrase a abrirse y mantenerse relajado mientras su nuevo amo lo montase y lo jodiese con fuerza hasta preñarlo.

Ariel se dejaba llevar por el mancebo y ponía todo su interés en las explicaciones que le daba para aprender rápidamente a dar placer a un macho tan viril y exigente como el conde.
Y Guzmán, que al principio tomó esa obligación de enseñar al nuevo esclavo como una carga más dura que el peor de los castigos, al poco tiempo se dio cuenta del buen fondo del chico y lo inocente que era para todo y mucho más respecto a cuestiones relacionadas con el sexo.
No sólo era virgen su cuerpo sino su mente también.
Y al besarlo en los labios cerraba los ojos y se entregaba a su compañero totalmente rendido por el gusto que sentía al hacerlo.
Y al acariciarle la espalda y el culo, el muchacho se derretía y la piel se le ponía de gallina, erizándosele el poquísimo vello que tenía en algunas partes de su fino cuerpo.
Y una vez hecho a que le trabajasen el trasero, al llegar el momento de tocarle el agujero del culo sus respingos y sus gemidos eran tan intensos como si ya lo estuviesen follando con una polla enorme.

Y Guzmán tenía que lograr que el ano de Ariel se dilatase y se abriese sin que al chaval le doliese demasiado, porque así lo exigía el amo, y ponía la mayor delicadeza al lamerle el tierno agujero y sobárselo con la yema de los dedos antes de empezar a introducirlos en ese redondo ojal que parecía rematado en sus bordes con hilo de seda para apretarse más al cerrarse.

La primera vez que Ariel experimentó la penetración de su esfínter a cargo del falo sin vida propia, notó algo extraño en su interior y le parecía que el vientre se le movía y las tripas le daban vueltas queriendo cagar sin ganas previas para hacerlo.
Y Guzmán se encargó de relajarlo para que no temiese la invasión de su cuerpo.


Primero Guzmán le lamió el ojete y le metió la lengua bien dentro para lubricarlo; y a Ariel se le crispó el cuerpo y clavó los dedos en los almohadones para poder soportar tanto gusto en su ano. Luego el mancebo colocó un gran cojín bajo el vientre del chico y le separó las piernas para dejar libre el precioso ojete que brillaba por la cantidad de saliva conque se lo había pringado.
Después untó de aceite el falo y lo puso en la apretada entrada del chico y presionó suavemente para forzarla y hacer que cediese a su empuje.
Ariel quería distender sus músculos y aflojar el culo, tal y como le aconsejaba su maestro, pero esa sensación no tanto dolorosa como rara le impedía calmarse lo suficiente como para lograrlo.

El mancebo apretó lo bastante para romper la resistencia del ano y entró la punta del pene de marfil, haciendo que el chico contrajese y apretase las nalgas, tensando todos los músculos de su cuerpo. Guzmán no retiró el falo, pero tampoco forzó para que se metiese más adentro, y se acostó junto a Ariel para besarlo en la oreja y decirle con voz muy suave que se relajase y abriese el agujero del culo aflojando las cachas que mantenía prietas como si fueses de pedernal.

El aprendiz buscó la boca del mancebo y la besó con ansia y éste aprovechó el momento para empujar el duro pene hasta el fondo del recto del chaval, que gruñó y se estremeció y tembló al notar ese agudo puntazo en sus tripas, pero sin hacer nada para rechazarlo y expulsarlo de su cuerpo, admitiendo aquel cuerpo extraño como algo necesario para complacer a su nuevo señor.

Y Guzmán le acarició la mejilla con más besos y le dijo: “Tranquilo, que pronto sentirás gusto ahí adentro.
Y cuando sientas latir dentro de ti la verga del amo, viva y ardiente, creerás estar en el cielo y gozarás con él de su orgasmo que llenará tu vientre de alegría.
Abre bien el ojete que voy a mover esta polla inerte en tu recto para enseñarte como debes contraer las caderas y el ano para darle más gusto a nuestro amo cuando te use y te de por el culo... Así, Ariel. Deja que de momento entre y salga suavemente que más tarde comprobarás como te da más gusto al moverla con rapidez y clavándotela con fuerza en el culo”.

Y poco a poco lo fue follando y el chico se entregó con la docilidad de una cierva y gimió como una hembra en celo, pero se corrió pronto como un potro inexperto al que no le da tiempo hacerlo dentro de la yegua.

Y cada mañana Guzmán tenía que soportar las preguntas de los otros esclavos del conde, que querían saber como iba el adiestramiento de la nueva zorrita que complacería al amo, uno por mera curiosidad y los dos machitos porque pensaban que posiblemente también disfrutasen ellos del chico. Y en eso quizás no se equivocaban mucho y al mancebo le repateaba pensar que Sergo y Ramiro babeasen deseando poseer el culo de Ariel, cuando hasta entonces sólo el suyo les levantaba la verga solamente con recordar la tersura de sus nalgas y el rosado y dulce redondel por el que le metían sus lenguas y algunas veces las vergas.


Iñigo los excitaba y ponía muy calientes, pero indudablemente les ponía más cachondos el mancebo. Al menos hasta que no apareciera Ariel en escena, aunque todavía era prematuro aventurar que ese chico lograse encandilar más que Guzmán a esos dos jóvenes sementales permanentemente salidos.
Y, por supuesto, todos los días nada más despertarse rendía cuentas al amo que quería estar al corriente de los avances conseguidos por su nuevo esclavo en su formación para servirle adecuadamente en el lecho.
Menos mal que ese informe matinal que debía darle a su amo, le compensaba al mancebo todo sus esfuerzos con ese joven, pues Nuño, al terminar de escuchar a su amado, lo agarraba con fuerza y lo besaba en los labios y luego lo tumbaba en los almohadones para montarlo y darle por el culo como si no hubiese follado en toda la noche con los otros tres esclavos.
Y, sin embargo, ellos andaban algo escarranchados de patas al salir del aposento del amo en cuanto esclarecía el día.
Lo que claramente denotaba que sus culos habían sido usados con largueza y profusión de pollazos y duras embestidas por parte de la verga de su señor.
Y lo peor que llevaba Guzmán era que tenía que admitir por fuerza que Ariel era un chaval tremendamente atractivo y cariñoso con el que daba gusto estar y mucho más tenderse a su lado y dormir pegado a su cuerpo.

Incluso el tacto de su piel y la dureza y tersura de sus nalgas le ponía la polla tiesa y disimuladamente la restregaba contra el culo del chico cuando entendía que por el ritmo de su respiración ya estaba dormido.
Más de una vez estuvo tentado a meterle la cabeza del pene por el ojete, pero se reprimió a tiempo de faltar al respeto y confianza que su dueño depositaba en él al encomendarle la labor de prepararle a ese esclavo para su deleite sexual.

Y como remedio para evitar tentaciones, el mancebo terminó por hacer que el chico durmiese con el falo de marfil dentro del culo.
Así con un tapón era imposible entrar en ese cuerpo delicado y al mismo tiempo firme y fibroso como correspondía a un buen ejemplar de macho humano, aunque su destino fuese servir de hembra a otro más fuerte y más masculino que él.
Y lo que de manera impepinable ocurría cada amanecer, era el beso de buenos días que Ariel le daba a Guzmán en los labios para despertarlo.
Y el mancebo abría los ojos y se veía reflejado en esa limpia mirada del otro esclavo que silenciosamente le agradecía todos los días la dedicación conque le enseñaba a servir mejor a su nuevo dueño y señor.

Luego Guzmán le sacaba el falo del culo y le tocaba el esfínter para comprobar si le escocía por tenerlo ocupado tantas horas por el duro marfil.
Pero Ariel sólo gemía y se apretaba más contra el mancebo como buscando penetrarse de su calor y que el cuerpo de su compañero entrase en el suyo para sentirse lleno de felicidad y saciado de amor.

Y eran Hassan y Abdul quienes los separaban y los levantaban del lecho para lavarlos y vestirlos con ligeras túnicas que dejaban adivinar la hermosura de sus cuerpos y la calentura que animaba sus penes presionados por la leche que colmaba sus huevos si no se había vertido inconscientemente durante la noche.
Porque Guzmán nunca se pajeaba, dado que normalmente no era necesario eso para aliviar su gónadas al correrse cuando el amo le daba por el culo, y Ariel estaba acostumbrado a pasar la noche con las manos atadas al borde del lecho y no le hacía falta tocarse para eyacular si sentía un gusto suficiente para vaciar sus huevos.

Desde que pertenecía al conde no le habían vuelto a maniatar durante la noche; y, sin embargo, sin rozarse a si mismo, solía correrse mucho más y con mayor abundancia de semen que antes.
Casi a diario amanecía con el semen seco sobre su vientre o manchando el lecho con un lamparón duro que dejaba la tela de los cojines como si fuese pergamino tieso y áspero.

Y a Guzmán le sucedía lo mismo, pero él dejaba su semilla pegada a la piel de su compañero, pues solían dormir muy juntos y el mancebo abrazaba a Ariel por detrás como hacía con él su amo y amante.
Los eunucos sonreían el ver estas señales de lascivia y sin decir palabra borraban tales huellas para que nadie supiese que pasaba durante la somnolienta vigilia o el sueño profundo de los dos jóvenes y bellos esclavos del conde feroz.

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