Ariel notaba que le ardía la boca y su garganta estaba áspera y seca por la sed, mientras
iban al paso de sus cabalgaduras por un suelo de arena ardiente y bajo un sol cegador
que los castigaba inclemente con sus rayos de fuego.
Guzmán vio la debilidad del
muchacho que parecía no poder sujetarse a lomos de su corcel y se acercó a él para
preguntarle si necesitaba agua y se encontraba bien para seguir el camino.
El chico quiso
fingir su agotamiento y debilidad, pero la mirada traicionaba cualquier intento de ocultar su
estado.
Y el mancebo quiso echarle una mano para ayudarle a mantenerse erguido, pero
en eso quien apareció al otro costado de Tifón fue Ramiro, que pegó su caballo al del
joven esclavo y le agarró la mano diciendo: “No puedes seguir con este calor y sin beber,
Ariel. Voy a pedirle al amo que te permita beber agua y aliviar tu sed”.
Los ojos de Ramiro
reflejaban tal ternura por el otro chico que el mancebo le dijo: “Ramiro, quédate con él y
yo iré a hablar con el amo para que le deje a Ariel tomar un poco de agua. Cuídalo y no
permitas que desfallezca”.
Y sin más Guzmán azuzó a Siroco para alcanzar la cabeza de
la comitiva y poder hablar con el conde.
El mancebo aminoró la galopada al llegar a la altura de su amo para no molestarlo con el
polvo que levantaban los cascos de su caballo y, con la resolución que sólo él podía
permitirse al dirigirse a Nuño, le rogó a su amo que dejase que Ariel bebiese unas gotas
de agua para no caer del caballo, ya que sus fuerzas estaban al límite de hacerle perder
el sentido.
El conde accedió a que el joven esclavo bebiese sólo un trago de agua y al
volver grupa el mancebo para reunirse de nuevo con Ramiro y Ariel, Nuño lo llamó
diciendo: “Guzmán! Espera! No tengas tanta prisa en separarte de mí”.
“Qué quieres,
amo?”, preguntó el esclavo.
“A ti”, respondió el amo.
“Mi señor, a mí siempre me tienes
aunque no esté sujeto en tus brazos. Pero ahora Ariel necesita que lo auxilien y le den de
beber”, alegó el mancebo.
“Todo eso lo sé”, dijo el amo.
Y prosiguió: “Te quiero a ti, pues
deseo tenerte a solas y gozar de tu cuerpo y de tu alma”.
“Lo que tu desees, amo”, dijo el
mancebo.
Y Nuño preguntó: “Quién está con Ariel?”
“Ramiro, amo. Y está preocupado por si el
caballo derriba al chico”, contestó el esclavo.
“Ramiro está muy atento de Ariel
últimamente. Demasiado quizás para ser sólo camaradería entre esclavos. No crees?”
dijo el conde.
“Amo, todos atendemos y nos preocupamos por ese joven que es nuevo en
tu servicio. No tiene experiencia y él se esfuerza por complacerte cada vez mejor”,
respondió el mancebo.
Mas el conde aseveró: “Eso es irte por las ramas y no contestar a
lo que he dicho y preguntado. Pero dejemos eso ahora. Los guías dicen que avistaremos
pronto un lugar en el que podremos refrescarnos y bañarnos en una charca de agua
limpia y ahí nos detendremos unas horas para recuperar las energía gastadas y devolver
a nuestros organismos la humedad que el sol nos ha quitado con su insistente calor”,
añadió el conde mirando al frente como queriendo atisbar el oasis del que hablaban los
guías.
El silencio fue muy corto y el amo dijo al esclavo: “Y eso que estas ropas al estilo
tuareg nos ayudan a soportar el rigor de este astro de oro que se empeña en abrasarnos.
Vete a ayudar a mi nuevo puto y dile a Ramiro que no olvide que tanto él como esa
criatura son mis esclavos y no son libres ni de amar ni de desear lo que yo no quiera o
permita. Que no olvide su posición o perderá algo que tiene en gran estima. Las bolas y el
rabo. Y será otro eunuco que sólo sirva para poner el culo y que disfruten de su cuerpo
los machos de mi ejército. Recuérdaselo y dile a Ariel que, como todos mis otros esclavos
incluido tu mismo, solamente sois simples perros para vuestro dueño, que soy yo. Está
claro o tengo que refrescaros la memoria a todos a trallazos?”
“Amo, todos sabemos y
tenemos claro que somos y cual es nuestro destino y utilidad para ti. Y sobre todo, tu más
humilde esclavo, que soy yo”, respondió Guzmán antes de irse. Siroco salió al trote para regresar junto a Ramiro y Ariel.
Al muchacho más joven se le
iluminó la mirada al ver de nuevo a su compañero y su lengua rozó los labios buscando la
frescura del agua que aún no bebía su boca.
Guzmán cogió un pellejo no muy grande y le
dijo al chico que tomase un trago, pero que no lo tragase enseguida sin enjuagar el
paladar y mojar bien los labios para sentirlos húmedos y aliviar así la fatiga del calor y el
viaje.
Le animó contándole que pronto se bañarían todos en una charca fresca y limpia y
podría beber más y también dormitar un rato y comer algo que renovase su alegría y su
energía habitual.
Ariel sonrió y miró a Ramiro como invitándolo a deleitarse con él en ese
placentero baño que el mancebo les prometía.
Y Ramiro abanicó el aire con sus largas
pestañas, casi con un gesto de timidez que en realidad no era otra cosa que el rubor que
su sangre, encendida por el deseo de poseer ese bello cuerpo del otro esclavo, subía a
sus mejillas tornándolas de colorado por el sofoco que la calentura le estaba provocando.
El joven esclavo se reanimó tanto por el buche de agua que metió en su boca, como por
el soplo de sueño esperanzado que leyó en la mirada de Ramiro y ya se imaginó dentro
de una charca cristalina y fresca jugando con ese joven macho cuya pasión lo dejaba sin
aire cada vez que sus manos lo agarraban por la cintura para empalarlo por el culo con su
verga gruesa y dura como el pedernal.
Ariel ansiaba la polla de un buen macho y por eso
apreciaba en lo que valía la verga del amo y sobre todo el modo en que lo follaba y le
dejaba el ano irritado y caliente como un carbón al rojo.
También disfrutaba con el cipote
del rubicundo esclavo vikingo que lo clavaba con una fuerza sólo comparable al viento
que arrecia en una noche de tormenta golpeando las contras y puertas hasta arrancarlas
de sus goznes.
Pero, además de todo eso y de estimar la manera en que le daban por el
culo tales machos pletóricos de energía y ansia de sexo, Ariel gozaba de una forma
especial y se sentía mucho más zorra salida y viciosa si quien le endiñaba la polla por el
ojete era Ramiro, pues de este otro chaval le gustaba todo y le fascinaban sus cabellos
ondulados y oscuros y el vello que le cubría con tanta sugestión las extremidades y el
centro del vientre.
A Ramiro lo veía como si fuese diferente a los otros y sentía sus besos
de manera distinta.
Y, sin embargo, el chico era tan inexperto en casi todo que no se daba
cuenta que eso no era más que el principio de un amor más profundo de lo que nunca
hubiera podido sospechar que sintiese por otro ser.
Los dos jóvenes deseaban amarse sin darse cuenta todavía que estaban enamorándose
sin remedio uno del otro.
Y el conde, aún teniendo para su disfrute unos cuerpos
preciosos, cuyos culos eran un codiciado manjar, lo que realmente quería al llegar al oasis
era gozar con su amado, del mismo modo que éste se moría de ganas de estar y ser
tomado y poseído por su amante y señor.
Pero a unas millas del lugar donde estaba
prevista esa parada reparadora y no demasiado lejos del lugar donde ya se encontraba la
expedición del conde, un tropel avanzaba a marchas forzadas envuelto en una nube de
polvo para darles caza.
Soldados benimerines, bien armados y capitaneados por el mejor
de los capitanes del rey de Fez, espoleaban sus monturas con el propósito de matar al
príncipe almohade venido de esas tierras desde Al-Andalus, al otro lado del mar, que
pronto serían conquistadas por su indiscutible líder y soberano, tras unificar bajo un
mismo cetro y corona el antiguo califato almohade en Marruecos.
Marrakech caería en su
poder y con ella no habría oposición al trono de Fez y su poder absoluto sobre las tribus
de esa parte del norte de Africa.
Y, después, el salto del estrecho de Gibraltar sólo
dependería de la voluntad del rey de los benimerines y la conquista de Sevilla y todos los
territorios del viejo califato de Córdoba sería cuestión de poco tiempo, pues sus ejércitos
invadirían y arrasarían a quienes se opusiesen a su inapelable avance por el interior de
Hispania.
Los reyezuelos cristianos sucumbirían bajo el poder de sus alfanjes y lanzas y
se arrodillarían ante los pies del más grande de los monarcas, que pisaría sus cabezas
antes de decapitarlos y tomaría como esclavas a sus mujeres e hijas.
Y a los varones,
fuesen niños, adolescentes o ya jóvenes, los someterían también a esclavitud por el resto
de sus vidas.
Ese era el porvenir que aguardaba a los reinos de Don Alfonso y de los
demás reyes de la península si una fuerza mayor y mejor armada y adiestrada para la
lucha no paraba y frustraba las aspiraciones de ese pueblo guerrero y nómada en origen,
dedicado a vivir de sus rebaños de cabras, caballos y camellos, ahora cargado de
ambición por ser dominadores de hombres y hacerse dueños de un gran imperio.
Autor
Autor: Maestro Andreas
domingo, 30 de junio de 2013
miércoles, 26 de junio de 2013
Capítulo LXX
Fueron días monótonos y noches ardientes de sexo y excitación bajo los toldos de las jaimas, bien protegidos y acogidos del frío de la noche.
Todos los hombres que seguían al conde sabían buscarse el mejor confort para pasar las horas, ya fuesen de vigilia o de sueño, acompañados por otro cuerpo que les diese el calor necesario para no sentir la soledad ni la falta de afecto que templa y anima tanto el corazón como el cerebro.
Hubo alguna escaramuza de grupos de bandidos de las arenas, pero fueron repelidos contundentemente por estos guerreros tan diestros en el manejo de las armas como esforzados luchadores ante cualquier enemigo que osase enfrentarse a ellos.
Y el conde y los jóvenes esclavos que formaban su harén personal, vivían momentos intensos colmados de dicha y gozo a la vez que del semen que manaba por el meato de sus miembros viriles.
Ramiro se había acostumbrado a acariciar el cuerpo de Ariel y su piel le llenaba de excitación y la calentura que alcanzaba la sangre de este joven macho al estar en contacto con el otro chaval, bastaba para dar calor a todo el campamento durante la más fría de las noches del desierto.
Y Ariel no era ajeno a ese sentimiento de cariño del otro muchacho y también él se encendía como una brasa al ver la belleza tan viril del apuesto caballero esclavo.
En realidad Ariel ya era la más perra de todos los esclavos del conde y tanto se ponía cachondo como una burra viendo el fornido cuerpo de Sergo, dispuesto a agarrarlo para poseerlo clavándosela por el culo con una contundencia sólo comparable a la fuerte embestida de un toro salvaje, como se derretía de gusto con las caricias de Ramiro antes de que éste le diese por el culo después de saborear esa verga que tanto placer le daba al follarlo.
Tampoco era menor el delirio del chico cuando el propio amo lo usaba y le daba su leche como alimento o colmando sus tripas al preñarlo.
Sencillamente el joven Ariel le había tomado mucho gusto a ser jodido por el culo y ya era toda un zorra ansiosa de rabo y un puto vicioso insaciable que deseaba a todas horas ser penetrado por su amo o por esos otros dos machos, también esclavos del conde, y que le follasen la boca una y otra vez al mismo tiempo que otra polla le abría el ano y se lo dejaba rojo y ardiendo, pero aliviado al sentir como un chorro de semen le refrescaba el recto.
Hasta Guzmán llegó a darle por el culo al nuevo puto de Nuño, porque éste quiso follarlo mientras el mancebo, a su vez, le daba verga al más joven e inexperto de todos sus esclavos, que en poco tiempo se había convertido en uno de los más deseados tanto por su belleza como por la intensidad y la pasión que demostraba al poseerlo.
Sergo también disfrutaba mucho con Ariel y le gustaba montar a pelo y a al brava a ese potrillo, más cualquier placer nunca sería comparable al que sentía con el mancebo.
Ni siquiera Iñigo o el mismo Ramiro, al que cada vez follaba con más asiduidad, llegaban a colmar la lascivia del rubicundo y fuerte esclavo como podía hacerlo Guzmán, al que adoraba y amaba con todos sus sentidos, siendo para él el mejor premio o privilegio que podría darle su dueño.
Y, sin embargo, en estos últimos días el conde no permitía a ninguno que jodiese el culo de su amado, pero les daba la oportunidad de saciarse con el de el hermoso esclavo de cabellos dorados y más habitualmente con el juguete color de miel, recién adquirido para ser usado a modo de concubina.
Y era tanto el ardor que Ariel ponía en al ser follado que Sergo ya prefería entrar en el culo de este joven antes que en el de los otros dos compañeros.
Pero a Ramiro no sólo le atraía hacer sexo con Ariel sino que también empezaba a vibrar de una forma extraña y no sentida antes con ningún otro joven.
Se diría que se estaba enamorando de este muchacho y eso potenciaba el placer al estar junto al chico y más al sentir como su polla iba ocupando despacio o con violencia el interior del culo del chaval.
Le agarraba las nalgas y se las apretaba con fuerza para notar como la sangre fluía por ellas y se las calentaba para darle a él más gusto todavía.
Y Ariel respondía a esos estímulos como la mejor meretriz y se entregaba sin reservas al goce de ser usado y disfrutado por ese otro macho, cuyo cuerpo macizo, pero esbelto, y adornado de un vello tan estéticamente repartido que se diría que solamente un dios pudiera ser el artífice de esa preciosa imagen, le excitaba hasta los hígados y erizaba toda su piel.
Hasta las pestañas se le ponían de punta al ver desnudo a Ramiro y el pito de Ariel no tenía descanso, pues nada más eyacular ya se estaba empinando de nuevo en cuanto uno de esos otro mozos o su amo le tocaba alguna parte del cuerpo.
Llego un momento en que Nuño pensó en darle un obligado descanso, pero se dio cuenta que ese chaval si algo necesitaba para vivir era sexo y mucha caña que le dejase los nervios apaciguados y las bolas relajadas aunque sólo fuese por unos minutos.
Incluso cuando lo bañaban los eunucos, después de ser usado por el amo y sus dos machos, lo ordeñaban y le vaciaban los testículos otra vez para evitar que se corriese demasiado pronto al volver a ser montado una hora más tarde como mucho, si les tocaba un descanso en medio de las largas jornadas de marcha o al llegar cerca de un pozo donde abrevar las caballerías y pasar la noche.
Aunque la mayor satisfacción para Nuño y su deseo más intenso siempre era llevarse a su amado fuera de la jaima y conversar con él abrigado por una amplia manta de piel de lobo y bajo un cielo profundo y sereno, atentos al parpadeo de las estrellas y compitiendo en brillo los ojos de Guzmán con la misma luna que los alumbraba.
Esas horas de callada intimidad o de charla a media voz entre los amantes, renovaba el pacto de amor y entrega entre los dos jóvenes y hacía que sus cuerpos fuesen uno solo al unirse vertiendo el fruto de esa pasión que ardía en sus almas.
En esos momentos era difícil distinguir quien era el amo y el esclavo, pues los dos competían por darse placer.
Y, casi siempre, era el mancebo quien rogaba a su amante que le permitiese terminar, pues sus cojones estallaban con la presión del semen que bullía en ellos.
Nuño sonreía al oír el ruego del chico y sólo por disfrutar más de ese instante se lo prohibía, pero al mismo tiempo le provocaba el orgasmo para castigarle la falta con azotes en las posaderas y arremetiendo con más fuerza contra su culo para hendir mucho más la verga en el recto de Guzmán.
Luego volvían junto al resto de los muchachos y se dormían abrazados después de besarlos a todos y acariciar el trasero y el ojete de Ariel para que el chico cogiese mejor el sueño.
Por supuesto antes de todo eso ya se lo habían follado al nuevo esclavo tanto el conde como los dos esclavos con mentalidad de semental, que nada más oler el ano del ese puto muchacho ya se calentaban como hornos a punto ya para cocer el pan.
Hasta Nuño se maravillaba de la potencia sexual y la energía erótica de esos dos garañones, siempre dispuestos a cubrir a los otros tres que les servían de hembras; y sobre todo a éste que ahora les ponía le culo para que lo jodiesen o les mamaba la polla como un verdadero y tierno corderillo.
Así no era extraño que nada más amanecer se levantasen alegres y comiéndose el mundo si fuese necesario para luchar por su amo y todo aquello que le perteneciese, incluidos ellos mismos, que eran la propiedad más valiosa para su señor.
Lo cierto es que el viaje estaba resultando demasiado tranquilo y sosegado, en cuanto a riesgos ajenos a los habituales en ese tipo de desplazamientos tan largos, pero eso precisamente hacía desconfiar al conde y sus sentidos se alertaban sobremanera, pues temía que algo peligroso estuviese acechando y surgiese de improviso como si de repente se desenterrase y saliese del fuego de las arenas que hollaban los cascos de sus caballos.
Y también tenían la misma sensación los tuareg, así como Mustafá y Sadán, o el resto de los guerreros que iban en la expedición.
Y, de entre ellos, los que se mostraban más suspicaces con esta extraña y prolongada calma, eran precisamente los aguerridos imesebelen, quizás más deseosos que el resto por ejercitar sus brazos sajando miembros y cabezas enemigas.
Más parecía que lo recomendable fuese no llamar al diablo cuando éste aún seguía dormido y no revolvía el aire con el trágico aliento de una lucha sin cuartel en la que pudiese caer tanta víctima hermosa y todavía en lo mejor de sus vidas.
domingo, 23 de junio de 2013
Capítulo LXIX
La travesía del estrecho, sin ser larga en exceso, no le ofreció a todos igual experiencia,
pues mientras para unos resultó ser excitante y un nuevo desafío en sus vidas, para otros
sólo era volver a sentir el bamboleo de la embarcación a merced de las olas, pasándolo
menos mal que la primera vez que navegaron por la mar del golfo de León con ocasión de
su viaje a Italia.
Y tanto los neófitos como alguno de los ya bautizados como navegantes, no dejaron en sus estómagos nada que no hubiesen metido antes por la boca, pues vomitaron por la borda cuanto comieran con los primeros envites del oleaje.
El conde les recomendaba a todos que se mantuviesen en cubierta y dejasen que el aire marino les espabilase el mareo, pero no todos vieron tan fácil mantenerse firme sin doblarse para arrojar al agua lo que les bailaba dentro de la tripa.
Guzmán y Ariel seguían juntos y el más joven buscó la protección del otro para sentir mayor seguridad en si mismo y no demostrar a su nuevo amo el miedo que recorría su cuerpo desde el ano hasta la nuca.
El mancebo se mostró tierno con el chico y abrazándolo sin estrujarlo se sentaron sobre unos fardos y dejó que el nuevo esclavo de su amo se acurrucase contra su pecho como un polluelo de avestruz que quiere espantar el miedo ocultando la cabeza.
La escena era tierna y conmovía ver a Guzmán haciendo el papel de gallina clueca preocupada por la seguridad de su prole de un único vástago.
Y al conde no sólo le gustó esa imagen sino que se acercó a ellos y también tomó asiento a su lado.
Al ver al amo, Ariel separó la cara de la tetilla del mancebo, en donde estaba acomodada hasta ese momento, y se giró hacia el conde reclinando la frente en el fuerte bíceps de su amo.
Era el claro reconocimiento de que aquel hombre le daba mayor garantía de seguridad y quizás no solamente por sus fuertes músculos, ya que el mancebo era un joven fornido, sin igualar a su dueño, pero lo suficiente para defenderse de una agresión protegiendo al otro esclavo.
En poco tiempo el conde se había convertido para Ariel en el indiscutible campeón capaz de cualquier hazaña tanto luchando con las armas como dándole ese gozo que descubriera el chico al ser usado por él como una hembra; y su único pensamiento era repetir de nuevo la experiencia y si fuese posible durante más tiempo y con mayor fuerza como se lo hacia el amo al mancebo al darle por el culo.
Ariel miró al amo como un cordero mira a su madre para que lo amamante y Nuño sonrió y sin decir nada agarró la cabeza de su nuevo esclavo y la llevó hacia el bulto de su entrepierna indicándole con una seña que le sacase la verga y se la mamase.
Ariel no se demoró en cumplir su cometido como mamón y el mancebo hizo ademán de irse con el resto de los muchachos, pero Nuño lo detuvo, sujetándolo por un brazo, y le dijo: "Deja que mame y me excite porque la leche te la voy a meter a ti por el culo después de follarme un rato a esta cabritilla. Le calentaré el ojete y se lo dilataré bastante, pero el polvo entero te lo echo a ti".
Y sobre ese mismo fardo el conde se ventiló el culo de esos dos esclavos que le alegraran el ojo al mirarlos.
Luego, satisfechos los instintos, amo y esclavos quedaron tranquilos y reposaron juntos hasta alcanzar la otra orilla del estrecho.
Procuraron desembarcar con toda la rapidez que les permitía la impedimenta y bestias que transportaban, pues, aún llevando lo imprescindible, el viaje era largo y necesitaban, caballos, ropas y armas, así como otros objetos de uso obligado para un noble señor y su hueste.
La primera acampada la hicieron en un refrescante oasis con suficiente agua para aliviar la sed y bajo una noche estrellada y huérfana del calor del sol.
Y, en ese lugar, el conde cenó y rió con todos los hombres que le seguían en su aventura, pero más tarde se retiró a su jaima con sus bellos esclavos personales y bajo el gran toldo que los cobijaba les ordenó desnudarse a todos y rodeado por ellos se acostó en los almohadones del lecho y quiso gozar a los cinco sin excepción.
Y al primero que se la metió por el ano fue a Ariel, que todavía tenia el agujero bastante cerrado sin que eso le impidiera a su dueño darle con fuerza y clavársela de golpe y entrando bien dentro de las entrañas del chico hasta dejarle el recto ardiendo y con la sensación de haber sido rozado con un duro y grueso bastón.
Y ese picorcillo al joven esclavo lo encendía como a una perra que conoce y estrena el celo, tensándole la piel como si le costase contener la caliente ebullición de su sangre recorriendo todo su cuerpo.
Nuño usó con generosidad a sus esclavos y tras dejarles bien servido el culo y la boca a todos ellos, se dedicó especialmente a gozar del mancebo mientras que magnánimamente permitía que Sergo y Ramiro se hartasen de darle rabo a la nueva puta de su señor.
Los dos muchachos se empeñaron a fondo con los orificios de Ariel y los dos estaban como toros bravos ante los que les plantasen una bella ternera exhalando aromas embriagadores.
El nuevo juguete sexual del conde también lo era de al menos dos de sus esclavos y éstos supieron aprovechar el privilegio otorgado por su amo dejándoles gozar ese atractivo cuerpo todavía en fase de iniciación a los exquisitos placeres del sexo y la sumisión para dar placer a machos más fuertes y viriles.
El conde se excitaba viendo como sus dos machos montaban a la nueva perra y la preñaban con abundancia de semen por boca y ano.
Y él, uniendo la calentura que le provocaba su amado mancebo y la que le trasmitían los dos garañones ardientes de deseo y lascivia, empujaba con los riñones contra las nalgas de Guzmán penetrando en su cuerpo con toda la energía que su fortaleza le permitía.
Y ni que decir tiene que era mucha la fuerza del amo y más cuando sodomizaba un buen culo joven y hermoso.
Esa noche fue memorable bajo la carpa que acogía al conde y a sus guapos esclavos.
Y el amanecer los encontró sumidos en un profundo sueño que debía reparar las energías gastadas y el sudor vertido en un torbellino ascendente de pasión y lujuria.
El jeque Al Cadacid, acordó con el conde que era mejor que solamente un grupo de sus guerreros se uniese a la comitiva, eligiendo para ello a los mejores, y que otros no les perdiesen de vista durante la travesía hacia Marrakech por si las huestes de Banu Marin asaltaban al conde y sus acompañantes, quizás con la única intención de matar al príncipe Yusuf, sin dejar también de practicar la rapiña y hacerse con los enseres y objetos supuestamente valiosos que portase el distinguido viajero dentro de los fardos de su equipaje.
En cualquier caso, los tuareg serían unos finos vigilantes escondidos en las arenas que saldrían al paso de cualquier incursión enemiga para proteger la vida del respetado heredero del gran califa de los almohades y de todos los miembros de su séquito.
Y tras ese planteamiento y marcada la estrategia para el resto del camino, Nuño dio la orden de levantar el campamento y continuar la larga marcha hacia la puerta del gran desierto.
Pronto los caballos alcanzaron el ritmo adecuado para resistir la cabalgada y todos los guerreros, bien pertrechados y protegidos por cotas de malla y cascos calados hasta los ojos, agudizaron el oído y afinaron la vista para no ser sorprendidos ni por bandidos ni por los hombres fieles al monarca de Fez.
Y tanto los neófitos como alguno de los ya bautizados como navegantes, no dejaron en sus estómagos nada que no hubiesen metido antes por la boca, pues vomitaron por la borda cuanto comieran con los primeros envites del oleaje.
El conde les recomendaba a todos que se mantuviesen en cubierta y dejasen que el aire marino les espabilase el mareo, pero no todos vieron tan fácil mantenerse firme sin doblarse para arrojar al agua lo que les bailaba dentro de la tripa.
Guzmán y Ariel seguían juntos y el más joven buscó la protección del otro para sentir mayor seguridad en si mismo y no demostrar a su nuevo amo el miedo que recorría su cuerpo desde el ano hasta la nuca.
El mancebo se mostró tierno con el chico y abrazándolo sin estrujarlo se sentaron sobre unos fardos y dejó que el nuevo esclavo de su amo se acurrucase contra su pecho como un polluelo de avestruz que quiere espantar el miedo ocultando la cabeza.
La escena era tierna y conmovía ver a Guzmán haciendo el papel de gallina clueca preocupada por la seguridad de su prole de un único vástago.
Y al conde no sólo le gustó esa imagen sino que se acercó a ellos y también tomó asiento a su lado.
Al ver al amo, Ariel separó la cara de la tetilla del mancebo, en donde estaba acomodada hasta ese momento, y se giró hacia el conde reclinando la frente en el fuerte bíceps de su amo.
Era el claro reconocimiento de que aquel hombre le daba mayor garantía de seguridad y quizás no solamente por sus fuertes músculos, ya que el mancebo era un joven fornido, sin igualar a su dueño, pero lo suficiente para defenderse de una agresión protegiendo al otro esclavo.
En poco tiempo el conde se había convertido para Ariel en el indiscutible campeón capaz de cualquier hazaña tanto luchando con las armas como dándole ese gozo que descubriera el chico al ser usado por él como una hembra; y su único pensamiento era repetir de nuevo la experiencia y si fuese posible durante más tiempo y con mayor fuerza como se lo hacia el amo al mancebo al darle por el culo.
Ariel miró al amo como un cordero mira a su madre para que lo amamante y Nuño sonrió y sin decir nada agarró la cabeza de su nuevo esclavo y la llevó hacia el bulto de su entrepierna indicándole con una seña que le sacase la verga y se la mamase.
Ariel no se demoró en cumplir su cometido como mamón y el mancebo hizo ademán de irse con el resto de los muchachos, pero Nuño lo detuvo, sujetándolo por un brazo, y le dijo: "Deja que mame y me excite porque la leche te la voy a meter a ti por el culo después de follarme un rato a esta cabritilla. Le calentaré el ojete y se lo dilataré bastante, pero el polvo entero te lo echo a ti".
Y sobre ese mismo fardo el conde se ventiló el culo de esos dos esclavos que le alegraran el ojo al mirarlos.
Luego, satisfechos los instintos, amo y esclavos quedaron tranquilos y reposaron juntos hasta alcanzar la otra orilla del estrecho.
Procuraron desembarcar con toda la rapidez que les permitía la impedimenta y bestias que transportaban, pues, aún llevando lo imprescindible, el viaje era largo y necesitaban, caballos, ropas y armas, así como otros objetos de uso obligado para un noble señor y su hueste.
Volvían a cabalgar el conde y sus hombres, ahora por tierras extrañas y sendas
pedregosas y secas, y todos iban en silencio y pendientes de las órdenes del jefe de la
expedición, ya que los cinco sentidos de Nuño estaban puestos en cada paso que daban
adentrándose más y más en la tierra dominadas por las tribus nómadas que tanto podrían
serle hostiles como amistosas.
Con ellos iban también beréberes aliados de Aldalahá,
mandados por un valiente luchador llamado Al Cadacid, hombre todavía joven y muy
respetado tanto por los suyos como por otras tribus tuareg.
La compañía de estos
nómadas era inestimable para el conde y sus hombres, pero aún yendo más seguros con
ellos no por eso dejaba de ser arriesgado el viaje hacia el desierto.La primera acampada la hicieron en un refrescante oasis con suficiente agua para aliviar la sed y bajo una noche estrellada y huérfana del calor del sol.
Y, en ese lugar, el conde cenó y rió con todos los hombres que le seguían en su aventura, pero más tarde se retiró a su jaima con sus bellos esclavos personales y bajo el gran toldo que los cobijaba les ordenó desnudarse a todos y rodeado por ellos se acostó en los almohadones del lecho y quiso gozar a los cinco sin excepción.
Y al primero que se la metió por el ano fue a Ariel, que todavía tenia el agujero bastante cerrado sin que eso le impidiera a su dueño darle con fuerza y clavársela de golpe y entrando bien dentro de las entrañas del chico hasta dejarle el recto ardiendo y con la sensación de haber sido rozado con un duro y grueso bastón.
Y ese picorcillo al joven esclavo lo encendía como a una perra que conoce y estrena el celo, tensándole la piel como si le costase contener la caliente ebullición de su sangre recorriendo todo su cuerpo.
Nuño usó con generosidad a sus esclavos y tras dejarles bien servido el culo y la boca a todos ellos, se dedicó especialmente a gozar del mancebo mientras que magnánimamente permitía que Sergo y Ramiro se hartasen de darle rabo a la nueva puta de su señor.
Los dos muchachos se empeñaron a fondo con los orificios de Ariel y los dos estaban como toros bravos ante los que les plantasen una bella ternera exhalando aromas embriagadores.
El nuevo juguete sexual del conde también lo era de al menos dos de sus esclavos y éstos supieron aprovechar el privilegio otorgado por su amo dejándoles gozar ese atractivo cuerpo todavía en fase de iniciación a los exquisitos placeres del sexo y la sumisión para dar placer a machos más fuertes y viriles.
El conde se excitaba viendo como sus dos machos montaban a la nueva perra y la preñaban con abundancia de semen por boca y ano.
Y él, uniendo la calentura que le provocaba su amado mancebo y la que le trasmitían los dos garañones ardientes de deseo y lascivia, empujaba con los riñones contra las nalgas de Guzmán penetrando en su cuerpo con toda la energía que su fortaleza le permitía.
Y ni que decir tiene que era mucha la fuerza del amo y más cuando sodomizaba un buen culo joven y hermoso.
Esa noche fue memorable bajo la carpa que acogía al conde y a sus guapos esclavos.
Y el amanecer los encontró sumidos en un profundo sueño que debía reparar las energías gastadas y el sudor vertido en un torbellino ascendente de pasión y lujuria.
El jeque Al Cadacid, acordó con el conde que era mejor que solamente un grupo de sus guerreros se uniese a la comitiva, eligiendo para ello a los mejores, y que otros no les perdiesen de vista durante la travesía hacia Marrakech por si las huestes de Banu Marin asaltaban al conde y sus acompañantes, quizás con la única intención de matar al príncipe Yusuf, sin dejar también de practicar la rapiña y hacerse con los enseres y objetos supuestamente valiosos que portase el distinguido viajero dentro de los fardos de su equipaje.
En cualquier caso, los tuareg serían unos finos vigilantes escondidos en las arenas que saldrían al paso de cualquier incursión enemiga para proteger la vida del respetado heredero del gran califa de los almohades y de todos los miembros de su séquito.
Y tras ese planteamiento y marcada la estrategia para el resto del camino, Nuño dio la orden de levantar el campamento y continuar la larga marcha hacia la puerta del gran desierto.
Pronto los caballos alcanzaron el ritmo adecuado para resistir la cabalgada y todos los guerreros, bien pertrechados y protegidos por cotas de malla y cascos calados hasta los ojos, agudizaron el oído y afinaron la vista para no ser sorprendidos ni por bandidos ni por los hombres fieles al monarca de Fez.
martes, 18 de junio de 2013
Capítulo LXVIII
A pocas leguas de las murallas de Tarifa, el conde mandó acampar y sus guerreros, sin distinción de posición ni privilegio, se pusieron como un solo hombre a montar el campamento donde pasarían esa noche antes de embarcar y zarpar rumbo al otro lado del estrecho.
Ya pasaba de la media tarde y por el color del cielo, sin nubes y sin que una brizna de viento corriese en aquel paraje, se adivinaba una estrellada noche serena y poco iluminada por una luna en cuarto creciente.
Se armó una gran jaima para el conde y dispusieron otras de gran capacidad para todo su grupo de jóvenes soldados y esclavos, formando también cercados en los que reposarían los caballos y el resto de animales de carga, a lomos de los que transportaban ropas, enseres, armas y avituallamientos varios.
Habían viajado a marchas forzadas y el cansancio hacía mella en todos ellos, pero, aún así, Nuño deseaba que se terminase el montaje de todas las jaimas cuanto antes y quedase todo dispuesto para pasar la noche con tranquilidad en ese lugar idóneo para descansar con seguridad, sin temer ataques ni otro tipo de sobresalto durante la noche, y les apretó el ritmo a todos para que realizasen el trabajo sin demora y echando el resto hasta verlo finalizado.
Luego estableció los turnos de guardia entre los imesebelen y ordenó a su hueste que se relajasen con un reconfortante baño y cambiasen la vestimenta de viaje por ligeras túnicas, también al gusto y moda árabe, puesto que era más recomendable llevar ese tipo de prendas en lugar de sus armaduras y ropajes habituales de marcado corte cristiano, al menos mientras pisasen tierras inhóspitas.
Desde allí divisaban perfectamente el contorno fortificado de esa plaza, considerada de antiguo como la puerta sur de entrada a la península; y por ella entraran las huestes del general bereber Tarik en tiempos de los visigodos para conquistar ese reino.
Y sobre el resto de los bastiones defensivos destacaba la torre Albarrana que dominaba todo el contorno de la ciudadela.
El conde oteó el horizonte y se aseguró de haber elegido el mejor emplazamiento para no ser molestados hasta embarcar en las panzudas barcazas que a la noche siguiente, protegidos por la oscuridad y ayudados por almohades fieles a la pretendida causa del deseado príncipe Yusuf, los llevarían a tierras africanas, donde desembarcarían contando con la colaboración de tribus nómadas amigas, con las que previamente había negociado Aldalahá.
Pero esa noche debían descansar sus hombres y para ello el conde ordenó que no se desgastasen ni mantuviesen largas vigilias a causa del sexo.
Si follaban, que lo hiciesen con mesura y no se excediesen con más de un polvo o corrida, pues les esperaba otra dura jornada y una travesía azarosa aunque corta.
Y luego tenían que adentrarse en territorios muy peligrosos que les exigiría ir en constante alerta y con los cinco sentidos puestos en los cuatro puntos cardinales.
No obstante, Nuño hizo entrar al mancebo y al nuevo esclavo en el compartimento de la espaciosa tienda, donde estaba su lecho, y mandó que los otros tres esclavos se quedasen en la antesala como fieles lebreles que cuidasen el sueño de su dueño.
No significaba eso que tuviesen que permanecer cachondos y con los cojones hinchados de semen, más oyendo a los otros dos gemir en cuanto los follase, pero les advirtió que solamente echasen un buen polvo y eyaculasen una vez nada más.
Donde y como lo hiciesen lo dejaba a elección de los tres muchachos, porque por esa noche no les diría como tenían que darse placer entre los tres.
El señor corrió los cortinajes que separaban su cámara del resto de la jaima y quedó tras ellos con su amado y el nuevo esclavo todavía por catar y estrenar por su nuevo señor.
Era previsible que los días de sequía sexual a base de polla de macho habían llegado a su fin para Ariel y el chico se quedó en pie y quieto sin pestañear esperando obedecer con prontitud las órdenes y deseos de su amo.
Y el conde le mandó al mancebo que le quitase la túnica al otro esclavo y su cuerpo quedó desnudo ante la mirada lasciva de Nuño.
Le pareció todavía más hermoso que las otras veces que lo viera en pelotas y la verga se le puso como un pilar del veteado mármol que adornaban los patios del palacio de Aldalahá.
Aquel muchacho era un auténtico capricho para los sentidos y aún no entendía como un hombre amante de la belleza podía entregar a otro semejante regalo de la naturaleza.
Pero ahora era suyo y le pertenecía por entero y desde luego él no dejaría que esa fruta se desperdiciase y siguiese viviendo sin ser catada y mordida hasta degustar y sacarle la última gota del jugo que le pudiera dar.
Y volvió a ordenarle al mancebo que le mostrase los encantos más ocultos del chaval y le relatase con detalle las virtudes que le había observado para darle placer sexual.
Y Guzmán fue recorriendo con sus dedos el cuerpo del chico y mostrando a su amo las preciosas partes que lo componían, haciendo especial hincapié en esas cavidades o pliegues no visibles a simple vista por estar protegidas por las nalgas o escondidos entre las piernas.
Y el conde se encendió como un toro bravo y hasta resoplaba para sus adentros viendo cercano el momento de gozar plenamente a esa criatura enseñada por su amado para servirle como la mejor meretriz.
Le hizo una seña al tierno muchacho y éste se acercó al amo, sin miedo y tan tranquilo como si su carne ya hubiese complacido a diario al señor que ahora reclamaba el uso de su propiedad.
Guzmán se quedó en un segundo plano viendo como Ariel se entregaba a su amo.
Iba bien enseñado para satisfacer los gustos de Nuño, pero aún así, el mancebo estaba nervioso por el éxito de su pupilo una vez que el amo le abriese las piernas y le separase las cachas para apreciar mejor su redondo y conciso agujero anal por el que le iba a meter su grueso cipote hasta ensartarlo casi de parte a parte.
Nuño acarició los muslos del chico y le besó el vientre, justo encima del capullo que se estiraba para alzar totalmente la cabeza como intentando llegar al ombligo.
El amo le echó mano a los glúteos y se los apretó con fuerza y el mozo gimió, no de dolor sino de gusto.
Guzmán no perdía detalle de lo que estaba pasando y su polla mostraba con sus latidos el grado de calentura que se iba acumulando en el ambiente.
El conde se chupó dos dedos y volteando al muchacho le acarició el ojete y al ver como aumentaban sus gemidos se los introdujo con cuidado en el culo, profundizando con ellos hasta meterlos del todo.
Ariel cerró los ojos y abrió la boca ansiando un largo beso cargado de lujuria.
Y el amo, recreándose en la húmeda y cálida textura del interior del chico, le dijo al mancebo que lo besase en los labios mientras él le comía el ano a su nueva puta.
Y se lo pringó bien pringado para gozarlo con mayor suavidad aunque pensaba joderlo a saco y sin darle tregua ni descanso hasta que en sus cojones no quedase ni un solo espermatozoide sin salir por el meato a toda velocidad y con suficiente fuerza como para preñar a la hembra más reticente a quedar encinta.
Ese joven vientre plano y concreto, de ese bello zagal, al que no le sobraba ni una brizna de piel ni de tejido alguno, albergaría la mayor cantidad de leche que jamás pensó que pudiese entrar por sus tripas.
Y el conde se regodeó palpando la recia carne por el exterior del cuerpo del muchacho y no dejó de repetir ese disfrute que le dio rozar las mucosas del recto notando la vida de Ariel en la yema de los dedos.
Un ejemplar magnífico para admirarlo por su físico, sin duda, pero también un buen recipiente para verter la libido que abrasaba la mente del conde.
Y cuando más encandilado y ciego de ansiedad y calentura estaba el nuevo esclavo, el amo lo dobló sobre las almohadas y separándole bien las patas con sus muslos se la clavó de una vez y sin para de empujar hasta verla totalmente encarnada en el culo de su nueva perra.
Y la muy zorra chillaba y suspiraba entre gemidos cada vez más escandalosos y movía las caderas como una experimentada prostituta que quiere prendar en sus carnes y con sus artes a un interesante y poderoso cliente.
Todo el chico temblaba y se estremecía con la piel tirante que parecía no poder contener la tensión de su musculatura.
Y sin embargo, los glúteos, que estaban prietos también, se juntaban y aflojaban por tiempos al compás del esfínter que se cerraba comprimiendo la polla del amo o la dejaba más libre para que se moviese poderosa recorriendo el mayor tramo de recto posible.
Y Guzmán, cachondo como un borrico, se dijo para sus adentros: “Qué bien lo está haciendo está zorra. La muy puta aprendió con rapidez cuanto le he enseñado y no sólo le basta con eso sino que pone de su cosecha algo más que no estaba previsto en su adiestramiento. Sin duda este chaval no nació tan hermoso por una casualidad, sino para ser el objeto sexual perfecto para un macho de la categoría de mi amo. Menudo polvo le está atizando para ser primerizo! Mañana va a ser necesario ponerle a remojo el culo hasta que embarquemos hacia el otro lado del estrecho. Pero seguro que la muy puta queda encantada y más contenta que unas pascuas con el coño enrojecido y hecho mierda por los pollazos que está soportando el cabrón! Qué negras las debió pasar esperando y soñando con este momento! Y ahora que probó una verga de verdad, por la que fluye la sangre y brota leche en cantidad, cualquiera le quita ese vicio del cuerpo a este joven. Si le privan de un buen cipote en el culo se sube por la paredes y las araña como una gata enloquecida por falta de rabo”.
Pero el papel del mancebo esa noche parecía ser solamente un mero espectador, ya que su amo no le había requerido ni que fuese el mamporrero que guiase su polla al coño de la joven hembra recién adquirida para su harén.
Y en eso se equivocaba, pues el conde, sin sacarle la verga del culo a Ariel, le ordenó tumbarse a su lado y ofrecerle el culo para alternar la jodienda con los dos, bien abiertos de patas y al rojo vivo de deseo por satisfacer y hacer gozar a su dueño con sus preciosos traseros bien mordidos y azotados por la mano dura de su dueño.
Porque las cachas de Ariel también probaron esa noche las zurras que el amo les dio a ambos en el culo mientras los montaba y jodía sin freno ni limite a su ardiente y desmadrado deseo de poseer a esas dos bellas criaturas de las que era el amo absoluto.
Y con las primeras luces del alba se reanudó el folleteo del conde con sus dos esclavos de piel color de miel y ojos negros como un pozo sin fondo en cuya profundidad se ve el reflejo de la pálida luna que derrocha destellos de plata.
Volvió a poseer al nuevo esclavo que estaba dormido con la cabeza apoyada en el pecho del amo y abrazado a él como un crío se aferra a su madre para no tener miedo a nada durante el sueño.
Y al otro lado del conde estaba tendido Guzmán de espaldas a su amo y con el culo hacia fuera para facilitar que lo jodiese si le entraban ganas mientras dormían.
Y lo cierto es que en mitad de la noche se la metió y lo preñó, haciendo que el mancebo se corriese sin tocarse su polla al sentir como le entraba el semen de Nuño en dirección al intestino.
Y al despertar Ariel, al sentir que el amo lo follaba, Nuño espabiló a Guzmán y le ordenó que le diese de mamar al chico para que se repusiese un poco de tanta leche vertida por el pito.
Luego tuvieron una jornada azarosa desmontando el campamento y preparando el embarque que se llevaría a cabo al anochecer.
Y llegada la hora, el conde y los suyos partieron hacia la otra orilla del mar envueltos en el oscuro manto de un cielo estrellado y todavía escaso de luna.
Al otro lado, en tierras de Africa, les esperaban más aventuras y por supuestos nuevos peligros que se sumarían a los que ya les amenazaban en la península de un tiempo a esta parte.
Pero el conde feroz y sus hombres arrostrarían todos esos avatares con la valentía y bravura de la que hacían gala frente a sus enemigos, tan grande e intensa como el fogoso empeño que derrochaban puestos a follarse y darse placer.
viernes, 14 de junio de 2013
Capítulo LXVII
El viaje hasta Tarifa fue discreto y la despedida de Aldalahá emotiva y con una demostración de cariño hacia el mancebo y de amistad respecto al conde, que no dejaba dudas de los lazos afectivos que unían a estos hombres.
El conde marchaba a la cabeza de sus hombres y a su lado cabalgaban Mustafá y Sadán, pues si algo debían evitar al internarse en el territorio del reino de Algeciras era que pudiesen fácilmente descubrir cual de los chicos era el príncipe Yusuf.
Y por eso también y para mayor seguridad, el conde ordenó que Ariel viajase siempre junto al mancebo, dado que los dos se daban un aire al ser morenos y de piel parecida, e iban bien protegidos ambos por los tres jóvenes caballeros esclavos del conde y arropados todos por el pelotón de imesebelen que se unieran a la comitiva por la generosa decisión del noble almohade.
Siroco parecía hacer buenas migas con Tifón, caracoleando a su lado sin adelantarse el uno al otro aún a costa de desobedecer algún intento de sus jinetes por separarlos un poco.
Al primero lo montaba el mancebo, como siempre, y sobre el lomo del otro iba Ariel, vestido ya como el resto de los muchachos y no luciendo sus carnes al viento como de costumbre, pues sería un elemento perturbador para los machos que lo rodeaban al excitarlos con sus formas y ese aroma sutil y erótico con el que perfumaba su entorno, distinto al del mancebo, pero igualmente sugestivo.
El nuevo esclavo quería agradar como fuese a su compañero de viaje y no desperdiciaba ocasión para entablar una charla con él.
Lo cierto era que los tres últimos días en el palacio de Aldalahá convivieron juntos en una estrecha relación de aprendizaje, en la que Guzmán era el maestro y el otro chico el espabilado y voluntarioso aprendiz, puesto que el conde le encargó al mancebo que educara y adiestrara al joven neófito en el arte del sexo para que le diese a su nuevo amo todo el placer y el gozo que éste exigiese recibir de cualquiera de sus esclavos sexuales.
Y por eso Guzmán estuvo día y noche sin separarse del chico y hasta tuvo que acostumbrarle el ano a ser penetrado por una verga contundentemente rotunda y potente como la del conde.
Para eso utilizó el falo de marfil y todas las noches, además de enseñarle a besar tanto la boca como el resto del cuerpo y a mamar una polla masajeándola con los labios al succionar, también le dilataba el ojete con sus dedos y le introducía por el culo ese pene rígido y frío a fin de que su esfínter se acostumbrase a abrirse y mantenerse relajado mientras su nuevo amo lo montase y lo jodiese con fuerza hasta preñarlo.
Ariel se dejaba llevar por el mancebo y ponía todo su interés en las explicaciones que le daba para aprender rápidamente a dar placer a un macho tan viril y exigente como el conde.
Y Guzmán, que al principio tomó esa obligación de enseñar al nuevo esclavo como una carga más dura que el peor de los castigos, al poco tiempo se dio cuenta del buen fondo del chico y lo inocente que era para todo y mucho más respecto a cuestiones relacionadas con el sexo.
No sólo era virgen su cuerpo sino su mente también.
Y al besarlo en los labios cerraba los ojos y se entregaba a su compañero totalmente rendido por el gusto que sentía al hacerlo.
Y al acariciarle la espalda y el culo, el muchacho se derretía y la piel se le ponía de gallina, erizándosele el poquísimo vello que tenía en algunas partes de su fino cuerpo.
Y una vez hecho a que le trabajasen el trasero, al llegar el momento de tocarle el agujero del culo sus respingos y sus gemidos eran tan intensos como si ya lo estuviesen follando con una polla enorme.
Y Guzmán tenía que lograr que el ano de Ariel se dilatase y se abriese sin que al chaval le doliese demasiado, porque así lo exigía el amo, y ponía la mayor delicadeza al lamerle el tierno agujero y sobárselo con la yema de los dedos antes de empezar a introducirlos en ese redondo ojal que parecía rematado en sus bordes con hilo de seda para apretarse más al cerrarse.
La primera vez que Ariel experimentó la penetración de su esfínter a cargo del falo sin vida propia, notó algo extraño en su interior y le parecía que el vientre se le movía y las tripas le daban vueltas queriendo cagar sin ganas previas para hacerlo.
Y Guzmán se encargó de relajarlo para que no temiese la invasión de su cuerpo.
Primero Guzmán le lamió el ojete y le metió la lengua bien dentro para lubricarlo; y a Ariel se le crispó el cuerpo y clavó los dedos en los almohadones para poder soportar tanto gusto en su ano. Luego el mancebo colocó un gran cojín bajo el vientre del chico y le separó las piernas para dejar libre el precioso ojete que brillaba por la cantidad de saliva conque se lo había pringado.
Después untó de aceite el falo y lo puso en la apretada entrada del chico y presionó suavemente para forzarla y hacer que cediese a su empuje.
Ariel quería distender sus músculos y aflojar el culo, tal y como le aconsejaba su maestro, pero esa sensación no tanto dolorosa como rara le impedía calmarse lo suficiente como para lograrlo.
El mancebo apretó lo bastante para romper la resistencia del ano y entró la punta del pene de marfil, haciendo que el chico contrajese y apretase las nalgas, tensando todos los músculos de su cuerpo. Guzmán no retiró el falo, pero tampoco forzó para que se metiese más adentro, y se acostó junto a Ariel para besarlo en la oreja y decirle con voz muy suave que se relajase y abriese el agujero del culo aflojando las cachas que mantenía prietas como si fueses de pedernal.
El aprendiz buscó la boca del mancebo y la besó con ansia y éste aprovechó el momento para empujar el duro pene hasta el fondo del recto del chaval, que gruñó y se estremeció y tembló al notar ese agudo puntazo en sus tripas, pero sin hacer nada para rechazarlo y expulsarlo de su cuerpo, admitiendo aquel cuerpo extraño como algo necesario para complacer a su nuevo señor.
Y Guzmán le acarició la mejilla con más besos y le dijo: “Tranquilo, que pronto sentirás gusto ahí adentro.
Y cuando sientas latir dentro de ti la verga del amo, viva y ardiente, creerás estar en el cielo y gozarás con él de su orgasmo que llenará tu vientre de alegría.
Abre bien el ojete que voy a mover esta polla inerte en tu recto para enseñarte como debes contraer las caderas y el ano para darle más gusto a nuestro amo cuando te use y te de por el culo... Así, Ariel. Deja que de momento entre y salga suavemente que más tarde comprobarás como te da más gusto al moverla con rapidez y clavándotela con fuerza en el culo”.
Y poco a poco lo fue follando y el chico se entregó con la docilidad de una cierva y gimió como una hembra en celo, pero se corrió pronto como un potro inexperto al que no le da tiempo hacerlo dentro de la yegua.
Y cada mañana Guzmán tenía que soportar las preguntas de los otros esclavos del conde, que querían saber como iba el adiestramiento de la nueva zorrita que complacería al amo, uno por mera curiosidad y los dos machitos porque pensaban que posiblemente también disfrutasen ellos del chico. Y en eso quizás no se equivocaban mucho y al mancebo le repateaba pensar que Sergo y Ramiro babeasen deseando poseer el culo de Ariel, cuando hasta entonces sólo el suyo les levantaba la verga solamente con recordar la tersura de sus nalgas y el rosado y dulce redondel por el que le metían sus lenguas y algunas veces las vergas.
Iñigo los excitaba y ponía muy calientes, pero indudablemente les ponía más cachondos el mancebo. Al menos hasta que no apareciera Ariel en escena, aunque todavía era prematuro aventurar que ese chico lograse encandilar más que Guzmán a esos dos jóvenes sementales permanentemente salidos.
Y, por supuesto, todos los días nada más despertarse rendía cuentas al amo que quería estar al corriente de los avances conseguidos por su nuevo esclavo en su formación para servirle adecuadamente en el lecho.
Menos mal que ese informe matinal que debía darle a su amo, le compensaba al mancebo todo sus esfuerzos con ese joven, pues Nuño, al terminar de escuchar a su amado, lo agarraba con fuerza y lo besaba en los labios y luego lo tumbaba en los almohadones para montarlo y darle por el culo como si no hubiese follado en toda la noche con los otros tres esclavos.
Y, sin embargo, ellos andaban algo escarranchados de patas al salir del aposento del amo en cuanto esclarecía el día.
Lo que claramente denotaba que sus culos habían sido usados con largueza y profusión de pollazos y duras embestidas por parte de la verga de su señor.
Y lo peor que llevaba Guzmán era que tenía que admitir por fuerza que Ariel era un chaval tremendamente atractivo y cariñoso con el que daba gusto estar y mucho más tenderse a su lado y dormir pegado a su cuerpo.
Incluso el tacto de su piel y la dureza y tersura de sus nalgas le ponía la polla tiesa y disimuladamente la restregaba contra el culo del chico cuando entendía que por el ritmo de su respiración ya estaba dormido.
Más de una vez estuvo tentado a meterle la cabeza del pene por el ojete, pero se reprimió a tiempo de faltar al respeto y confianza que su dueño depositaba en él al encomendarle la labor de prepararle a ese esclavo para su deleite sexual.
Y como remedio para evitar tentaciones, el mancebo terminó por hacer que el chico durmiese con el falo de marfil dentro del culo.
Así con un tapón era imposible entrar en ese cuerpo delicado y al mismo tiempo firme y fibroso como correspondía a un buen ejemplar de macho humano, aunque su destino fuese servir de hembra a otro más fuerte y más masculino que él.
Y lo que de manera impepinable ocurría cada amanecer, era el beso de buenos días que Ariel le daba a Guzmán en los labios para despertarlo.
Y el mancebo abría los ojos y se veía reflejado en esa limpia mirada del otro esclavo que silenciosamente le agradecía todos los días la dedicación conque le enseñaba a servir mejor a su nuevo dueño y señor.
Luego Guzmán le sacaba el falo del culo y le tocaba el esfínter para comprobar si le escocía por tenerlo ocupado tantas horas por el duro marfil.
Pero Ariel sólo gemía y se apretaba más contra el mancebo como buscando penetrarse de su calor y que el cuerpo de su compañero entrase en el suyo para sentirse lleno de felicidad y saciado de amor.
Y eran Hassan y Abdul quienes los separaban y los levantaban del lecho para lavarlos y vestirlos con ligeras túnicas que dejaban adivinar la hermosura de sus cuerpos y la calentura que animaba sus penes presionados por la leche que colmaba sus huevos si no se había vertido inconscientemente durante la noche.
Porque Guzmán nunca se pajeaba, dado que normalmente no era necesario eso para aliviar su gónadas al correrse cuando el amo le daba por el culo, y Ariel estaba acostumbrado a pasar la noche con las manos atadas al borde del lecho y no le hacía falta tocarse para eyacular si sentía un gusto suficiente para vaciar sus huevos.
Desde que pertenecía al conde no le habían vuelto a maniatar durante la noche; y, sin embargo, sin rozarse a si mismo, solía correrse mucho más y con mayor abundancia de semen que antes.
Casi a diario amanecía con el semen seco sobre su vientre o manchando el lecho con un lamparón duro que dejaba la tela de los cojines como si fuese pergamino tieso y áspero.
Y a Guzmán le sucedía lo mismo, pero él dejaba su semilla pegada a la piel de su compañero, pues solían dormir muy juntos y el mancebo abrazaba a Ariel por detrás como hacía con él su amo y amante.
Los eunucos sonreían el ver estas señales de lascivia y sin decir palabra borraban tales huellas para que nadie supiese que pasaba durante la somnolienta vigilia o el sueño profundo de los dos jóvenes y bellos esclavos del conde feroz.
lunes, 10 de junio de 2013
Capítulo LXVI
La claridad del día pegó en los ojos de Guzmán obligándole a levantar los párpados, pestañeando, y no sin una desganada pereza.
Se dio cuenta que no estaba en el aposento del amo y sus manos no lo agarraban por detrás para darle su primer saludo de buenos días penetrándolo por el culo y descargando en su vientre una buena dosis de leche elaborada durante la noche en los grandes cojones de su señor.
Oyó la voz de Hassan, que le preguntaba amablemente si había descansado bien, y el eunuco, al ver la nostalgia reflejada en la mirada del joven, le preguntó además: “Yusuf, qué te pasa? Tu tristeza se debe sólo a no haber pasado la noche con el amo o tiene algo que ver con ella el nuevo esclavo del conde?”
Guzmán miró con ternura al castrado y no ocultó los verdaderos sentimientos que le afligían esa mañana.
Daría lo que fuese por saber lo que ocurriera en el lecho de su amo durante esa noche, pero no podía preguntárselo a él ni tampoco al nuevo esclavo.
Podía recurrir a sus otros compañeros, que sin duda le dirían algo al respecto, pero quizás fuese más fiable la información por boca de Iñigo que de los otros dos, ya que seguramente el nuevo también les hubiese servido de juguete a ellos.
Y el eunuco, adivinando lo que pasaba por la cabeza de su príncipe, le dijo: “Yusuf, no debes temer nada de ese joven ni de cualquier otro que esté cerca del amo. Todos son muy bellos, es cierto, pero tú lo eres más, ya que al físico unes algo diferente que está dentro de ti y eso es lo que ha enamorado perdidamente a tu amante y señor. Y en eso nadie puede competir contigo, mi hermoso príncipe. Y pronto sabré lo que le haya ocurrido esta noche en la cama del amo a ese nuevo mozo, tan precioso, que ahora es su nuevo esclavo sexual. En cuanto despierten nos llamarán a Abdul y a mí para atender y ayudar a ese joven con el aseo y veré como le ha quedado el culo y como ha sido perforado su agujero anal. Puedo adivinar incluso las veces que se la haya metido y la intensidad de las embestidas que recibió por detrás contra sus nalgas o de frente abriéndolo bien de piernas. Es posible que a estas horas de su virgo no quede ni el recuerdo, pero, si es así, desde luego se lo hicieron con bastante delicadeza, puesto que no escuché el más mínimo lamento ni quejido en todo el tiempo que debió durar el coito, por más que me esforcé en oírlo. Por tanto, mi amado Príncipe, es mejor que no elucubres ni te hagas cábalas de algo que por el momento sólo son suposiciones y miedos creo que infundados en tu cabeza. Deja que te lave y te acicale para presentarte ante el amo y verás como al verte te abraza y desea poseerte como suele hacer casi a diario nada más despertarse. Por si acaso te voy a preparar bien el culo y dejártelo más limpio que un jaspe”
Y el mancebo se abrazó al esclavo y le contestó: “Quisiera que esta vez acertaras plenamente en tus presagios, querido Hassan. Pero en ese chico hay algo que me turba y sin parecerse realmente a mí, sin embargo, me recuerda a mí mismo cuando mi amo me cazó en sus bosques. No es un furtivo, pero su alma parece la de un cervatillo que busca desesperadamente un refugio y un asidero al que agarrarse para sobrevivir sin ser arrastrado por la tumultuosa corriente de la vida. Por un lado eso hace que me enternezca al verlo y tienda a comprenderlo y a estimarlo, pero de repente veo en sus ojos un fantasma que me advierte de un peligro que no soy capaz de calcular ni de entender cual es su naturaleza y origen. Es complicado de explicar y no puedo remediar que mi mirada se endurezca al ver la de ese muchacho, sobre todo al mirar a mi amo. Se le nota el deseo en los ojos de una forma descarada e impúdica y eso me revuelve contra él”.
"Mi príncipe, es más joven que tú aún y necesita desesperadamente sentir el gozo del amor. No se lo reproches y sería mejor que procurases su afecto y le ayudases a servir al amo como desea, pues nadie mejor que tú conoce los gustos y debilidades sexuales de nuestro señor. Piensa, Yusuf, que seguramente ese mozo estará deseoso de ser tu amigo, o incluso llegue a prendarse de ti tanto como lo están Sergo y Ramiro. Tienes un don especial para atraer a los machos, sin duda, pero también conquistas el corazón de los que no somos hombres enteros y, por supuesto, de aquellos que siéndolo prefieren servir de hembras y darle placer a otro hombre, como es el caso del bellísimo Iñigo o tú mismo".
Así se explicaba el eunuco al acabar de asear a su príncipe, cuando entró en el cuarto el conde semidesnudo y sin decir una palabra agarró al mancebo por la cintura y le besó la boca como si hubiesen estado sin verse todo un año.
Guzmán, quedó anonadado por la demostración de pasión de su dueño sin que terciase al menos un saludo o alguna palabra antes de abrazarlo y comerle literalmente la boca, pero no terminaba ahí la sorpresa esa mañana, que ya despuntaba luminosa y con una temperatura tan agradable que invitaba a disfrutar del aire libre y pasear por los jardines del palacio antes de cabalgar un buen rato por los alrededores de la finca, por el sólo gusto de sentir el aire puro golpeando el rostro.
El conde, sin miramiento ni preámbulo previo le dio la vuelta a su amado y cogiéndolo bien fuerte por detrás se la clavó en el ano, follándolo como si realmente lo violara por la fuerza.
Le dejó el agujero del culo enrojecido como un tomate maduro y caliente como una brasa incandescente, pero el mancebo se corrió de gusto a medio polvo y cuando el amo le colmó el vientre de leche ya estaba empalmado como un burro otra vez y eyaculó al notar el flujo de semen en su interior.
Y, sin más, al acabar el conde de gozar a su amado, le sacó la verga del culo y se fue, dejándolo más confundido que una mula en una cacharrería.
Eso sí que no se lo esperaba el mancebo.
Podía pensar que el amo le regañase todavía más por su aptitud con el nuevo esclavo, o que le zurrase con un látigo o volviese a castigarlo privándole de su compañía, pero un polvo salvaje y sin pronunciar nada más que bestiales jadeos de ansia y pasión desorbitada por la lujuria, no lo hubiera imaginado nunca.
Pero seguramente el amo tenia sus razones para tal comportamiento con su esclavo predilecto y eso no era cuestión de intentar averiguarlo al menos por el momento.
Guzmán había quedado agotado por la tremenda follada, pero sin duda contento y repleto de semen y satisfacción al haber aligerado sus cojones que habían almacenado leche durante toda la noche imaginando lo que estaría sucediendo en el lecho del conde.
Hassan sonrió al ver la cara de circunstancias que le quedara al mancebo al irse el amo y disimuló diciéndole a Abdul que tenían que volver a limpiar a su joven príncipe para dejarlo presentable y adecentarlo antes que su amo reclamase sus servicios de nuevo.
Y al estar en ese fregado, entraron por la puerta los otros tres esclavos compañeros de Guzmán, que venían a ver como estaba y a indagar si el amo le había azotado esa mañana cuando les dijo que iba a ajustarle las cuentas al otro puto perro que no hacia más que salirse de madre últimamente.
Mas la cara de éxtasis del mancebo les aclaró sin palabras que su culo no recibiera precisamente azotes, o al menos solo eso.
El chico estaba transido de alegría, aún sin saber el motivo por el que su amante le metiera semejante paliza sexual, y se limitó a sonreírles y besarlos en las mejillas a los tres.
Y fue Iñigo el que rompió ese instante de efusivo cariño entre esclavos y le dijo al mancebo: "Me parece que el amo te va a encomendar enseñar a Ariel y educarlo para darle placer como se lo damos el resto de sus rameras. Además, por todo equipaje, el chico traía un falo de marfil, muy realista y bonito, por cierto, y creo que eso es para romperle el virgo e ir acostumbrando su coño a tragar vergas del tamaño de la de nuestro señor. Al parecer el amo quiere que ese mozo disfrute al follarlo y que no le duela demasiado perder la virginidad. Lo mantuvieron casto más tiempo del necesario y ahora hay que entrenarlo para usarlo de puta y montarlo como a una joven yegua. Y no entiendo como el amo se contuvo toda la noche teniéndolo a su lado y no violar su pequeño agujerito, porque te aseguro que hasta a mí me daban ganas de subirme encima de su lomo y cabalgar sin freno sobre él. Despide un aroma que excita y te pone la polla como una picota para ajusticiar reos. Y te lo digo yo que si algo me llama la atención es un buen pene y no un precioso culo como el de ese muchacho. O como el de todos vosotros, porque a ninguno de los esclavos de nuestro amo nos faltan dos sabrosas nalgas para sobarlas y catarlas bien catadas como hace él".
El mancebo se quedó de una pieza al escuchar a su compañero y preguntó: "No lo folló?"
"No", respondieron los tres con una sola voz.
Y Ramiro añadió: "A Sergo y a mí también nos mandó fuera de su aposento y nos permitió que nos follásemos el uno al otro.
Y como siempre éste me dio por el culo hasta que se quedó sin una sola gota de leche en los cojones. El que pasó la noche con el amo y el nuevo fue Iñigo e imagino que su culo debe estar ardido por el pollazo que debió echarle el amo. No es verdad, zorra?"
"Sí", respondió el aludido lacónicamente.
"Y qué le hizo al nuevo?", preguntó Guzmán.
E Iñigo contestó: "Acariciarlo, besarlos, lamerlo por todas partes y dejar que se durmiese entre sus brazos como si fuese un indefenso gatito, después de romperme el culo para que viese como un hombre se folla a otro. Se diría que lo mimó como aun crío chico en lugar de tratarlo como a un hombre hecho y derecho que es lo que ya es ese mozo".
"Y no le dio miedo o se asustó un poco al menos al ver en acción la verga del amo y como te la endiñaba por el culo? preguntó Sergo.
"No. Al ver como el amo me daba por el culo se corrió sin necesidad de tocarse el pito antes que el amo y yo acabásemos también", aseguró el otro esclavo.
"Va a ser una buena zorra ese chaval!", afirmó Ramiro.
Y los cuatro se echaron a reír como tontos, dándose palmadas en el trasero unos a otros y llamándose mutuamente putas perras, ansiosas de verga y cachondas al olor acre del prepucio de su macho y dueño, siempre con ganas de montarlas y preñarlas.
jueves, 6 de junio de 2013
Capítulo LXV
Se había creado una atmósfera rara en los aposentos del conde al terminar la fiesta.
Volvió allí con sus esclavos y el regalo de Aldalahá que podía andar en dos patas, pero a los otros muchachos se les notaba inquietos y demasiado excitados para achacarlo sólo al festejo.
El nuevo esclavo se mantenía silencioso y algo desplazado entre sus compañeros, a pesar que su nuevo amo se mostraba con él sin la dureza que imaginaba en el trato de un poderoso señor acostumbrado a ser obedecido y servido por todos sus esclavos.
Notaba que los otros siervos del señor intentaban comprender sus temores y le indicaban con señas que no temiese nada malo de su dueño, pero ese otro joven, que sin duda era un importante príncipe árabe, dado su lujoso atuendo, lo miraba con una frialdad que le helaba la sangre en las venas.
Y tampoco le resultaba fácil entender que hacía tan poderoso señor en las habitaciones de su nuevo amo y junto a sus esclavos.
Lo normal es que se alojase en aposentos distintos y sus propios siervos lo atendiesen en ellos y no en estos.
Pero aquel sin sentido lejos de tranquilizar algo al muchacho le provocaba mayor confusión de la que su cerebro podía asimilar.
El conde se recostó en una poltrona, mientras dos agradables eunucos se ocupaban en desvestir a ese orgulloso y distante joven príncipe y los esclavos del conde, que ahora era su amo, se desnudaban del todo e iban a sentarse a los pies de su dueño como esperando algo de él.
El instinto de Ariel le empujaba a hacer lo mismo que los otros, pero esa mirada de hielo que no dejaba de observarlo lo paralizaba e impedía que sus pies se moviesen en la dirección adecuada.
Y por fin el conde dejó oír su voz y fue para dirigirse a su nuevo siervo: “Ariel, acércate... Más...Ven más cerca de mí... Quiero verte bien y apreciar tus aptitudes para calibrar exactamente cual es el mejor servicio que puedo obtener de ti... Físicamente eres muy hermoso, de eso no cabe duda. Y ciertamente incitas y levantas fuertes pasiones al admirarte. Al menos tanto a mí como a estos dos esclavos sentados a mis pies, que no se cansan de mirarte ni de pensar lo que todavía no deben, nos has empinado la polla nada más verte y ahora todavía nos la mantienes tiesa y dura como esas columnas de mármol que rodean el patio... Me ha dicho el noble Aldalahá que eres totalmente virgen y desconoces todo lo referente al sexo, y, sin embargo, por tu edad y desarrollo ya debiste eyacular muchas veces, por no decir casi todos los días, o mejor sería decir noches, desde hace bastante tiempo. No es así?”
El chico pareció sonrojarse y bajó la vista diciendo: “No entiendo bien lo que me pregunta mi amo. No sé que significa esa palabra, mi señor”.
“Eyacular?”, pregunto el conde.
“Sí, mi señor”, aclaró el esclavo.
Nuño se rió al igual que todos sus muchachos, menos Guzmán, y, agarrándose la polla con una mano, le aclaró al chico: “Quiero decir si tu pene se te puso así de gordo y duro como el mío y haya soltado un líquido lechoso y blanquecino que en nada tiene que ver con la orina. Comprendes?”
“Sí, mi señor. Lo entiendo y casi todas las noches desde hace unos años me mancha el vientre esa leche que se queda seca sobre mi piel. Y, al despertarme, los eunucos que me cuidaban me la limpiaban antes de meterme en el baño”, respondió el esclavo.
“Pues si te bañaban inmediatamente no sé para que diantres te limpiaban la barriga... A no ser que los muy putos te lamiesen la polla y todo lo demás para aprovechar tu sustancia. No era así?”, gritó el conde.
Ariel se sobrecogió ante la fuerte voz del amo, pero levantó la vista del suelo y mirándole a los ojos, respondió: “Sí, mi señor. Me besaban esa parte y lamían mi cuerpo antes de frotármelo después en el agua caliente del aljibe”.
Nuño se acarició el glande, que ya estaba húmedo y brillante de suero, y dijo: “Estos castrados no tiene ni un pelo de tontos y a su modo se solazan a costa con los bellos cuerpos que caen en sus manos. Antes de abandonar esta casa le diré a mi anfitrión que me permita darles su merecido a esos dos truhanes. Qué cabrones! Aunque bien pensado hacían bien, Que carajo! Al fin de cuentas se estaba perdiendo todo ese manantial de energía sin provecho para nadie. Te gustaba que te hiciesen eso”.
“Sí, mi señor... Os suplico que no castiguéis a esos eunucos por mi culpa. Ellos sólo pretendían hacer que mis días fuesen menos solitarios”, contestó el chico.
“Pretendes acaso que se les premie encima de usarte sin permiso y alimentarse con tu leche ya seca como si fueses una vulgar ternera?”, exclamó el conde.
“Tampoco, mi señor”, balbuceó el esclavo bajando la voz.
“Sin embargo ahora no te empalmas como al estar tumbado entre estos dos putos cabrones, que aunque les guste recibir por el culo, no por ello dejan de ser dos pichas bravas del carajo!” volvió a exclamar el conde señalando a Sergo y a Ramiro.
Y le preguntó al esclavo: “Tienes miedo de mí?”.
“Un poco, mi señor”, contestó Ariel.
Pero en realidad quien le daba miedo no era el amo sino aquel otro joven señor que lo miraba con tanta dureza.
El nuevo amo le atraía sin saber exactamente cual era el motivo y algo le decía que siendo suyo sentiría lo que solamente en sueños había gozado.
Las tripas del joven esclavo hicieron ruido con un largo retortijón, que sonaba a estar vacías, y el amo le preguntó: “Tienes hambre?”
“Sí, mi señor”, respondió Ariel.
“No te han dado de comer antes de la fiesta?, insistió el conde.
“No comí nada desde que me desperté esta mañana y me dieron a beber un brebaje que me hizo... bueno, fui varias veces al cagadero, señor, y por eso me suenan las tripas ahora”, respondió el esclavo.
“Y sabes el motivo por el que te dieron eso a beber y luego te han tenido a dieta todo el resto del día? le preguntó el amo.
Y Ariel respondió: “Sólo me dijeron los eunucos que era para complacer mejor a mi nuevo señor. Os gusta que vuestros esclavos pasen hambre y no coman en todo el día, mi amo?”
“No temas que conmigo no pasarás hambres de nada, te lo aseguro. Pero hay algo de cierto en eso de que lo que te han hecho es para que me sirvas y me satisfagas plenamente. Pero una vez que lo hagas comerás si todavía tienes hambre y ganas de meter algo más en la boca... Ahora acuéstate a mi lado que voy a conocer mejor tu cuerpo y apreciar al tacto tus cualidades para darme placer”.
“Sí, mi amo. Deseo complacer y servir a mi señor como el mejor de sus esclavos en todo lo que se me ordene, mi señor”, contestó el esclavo haciendo una graciosa reverencia antes de tumbarse junto a su dueño.
Pero unos ojos tan negros como los del nuevo esclavo seguían fijos en ese muchacho cortándolo en trozos como si fuesen afiladas cuchillas que pretendiesen diseccionarlo para ver mejor sus entrañas y el interior de su alma.
Y el conde volvió a dejar oír su voz otra vez, pero ahora iba dirigida al mancebo: “Ven aquí, príncipe Yusuf, que te voy a bajar de tu peana para volverte a poner a mis pies como el puto y vil esclavo que eres... Arrodíllate ante tu señor, esclavo! Y ahora levanta los ojos y ve a tu nuevo compañero al que deberás educar y ayudar para que aprenda rápidamente a darme placer como tu lo haces... Lo miras con frialdad y no entiendo esa aptitud en ti. Acaso no te parece suficientemente hermoso para que tu amo goce con su cuerpo?”
“Es muy bello, amo. Y sé que te hará gozar tanto como cualquier otro esclavo de los que te servimos, amo”, respondió el mancebo.
“Entonces tu gesto y esa mirada sólo se pueden deber a un sentimiento malsano de celos. No crees?” inquirió el amo.
“Perdóname mi señor si mi aptitud te ha dado esa impresión”, dijo Guzmán excusándose.
Y el amo le ordenó que se acercase más y al tenerlo a mano le arreó una hostia en la cara con toda su fuerza.
Y le advirtió: “Voy a decirte una cosa. Hasta que no cambies de aptitud hacia él no te usaré ni podrás estar con ninguno de estos mozos que ven con agrado que su amo se deleite como mejor le guste. Me tomas por tonto acaso? Y esta noche el nuevo esclavo gozará en mi lecho toda la noche y tú velarás tu estupidez en otro cuarto acompañado de tus dos eunucos. El resto de mis esclavos verán cuanto me va a hacer disfrutar este muchacho, porque voy a poseerlo hasta que me agote y ellos también se darán cuenta de las buenas maneras de este joven para ser objeto de placer. No voy a azotarte porque sería dedicarte más atención y tiempo del que mereces. Vete y no vuelvas a mi lado si no es para rectificar tus modales y tus sentimientos hacia tu nuevo compañero. Pero antes mira como le beso la boca hasta comérsela con la glotonería propia de un menesteroso”.
El amo apretó los labios de Ariel con los suyos y le hizo abrir la boca empujando con la lengua hasta metérsela dentro casi entera.
Y se morreó con el esclavo que de repente se empalmó como un potrillo y vio el techo del aposento cuajado de estrellas y perdió la noción del tiempo hasta que notó que se quedaba sin respiración y le faltaba el aire.
Pero no quería despegarse de aquella boca, pues era la primera vez en su vida que besaba algo tan sugestivo y con tanto gusto, que podría acabarse el mundo y a él le habría dado lo mismo porque estaría ya en ese paraíso del que a veces oyera hablar.
Y mientras Ariel, babeando por la polla, despertaba a una vida nueva en un planeta desconocido, que le parecía maravilloso, el mancebo abandonaba el aposento con sus dos eunucos llorando de rabia por el desprecio y no de dolor por el tortazo que le propinara su amo y amante, porque separarlo de su amo era el peor castigo para Guzmán.
sábado, 1 de junio de 2013
Capítulo LXIV
Cada uno de los diez esclavos senegaleses sujetaba con una mano el extremo de una gruesa cadena de plata, enganchadas cinco de ellas a otra que circundaba el cuello de un hermoso caballo árabe de capa castaña oscura y crines y cola de color negro.
Y las otras cinco, sujetas a un collar del mismo metal, pendían del cuello de un joven desnudo de piel algo tostada y ojos negros y profundos como la noche, que iba montado sobre el noble animal.
Montura y jinete formaban un conjunto de extraordinaria belleza que dejó sin habla al conde y a todos sus esclavos.
Y el mancebo miró el cuerpo sin tacha de aquel muchacho y la armonía de sus formas y sintió que algo se clavaba dolorosamente en su pecho, acompañado de un temor todavía impreciso pero alarmante para él.
Aldalahá se levantó de su poltrona y dirigiéndose al conde dijo: “Amigo mío, he aquí dos presentes con los que quiero agasajarte. El corcel nació y fue criado en esta casa y su raza y sangre son tan puras como la nieve que cae en las cumbres de la sierra de Granada. Al chico lo adquirí hace años, cuando todavía era niño y desconozco su origen exacto. Y aunque me salió caro el negocio y no fue usado para el fin que pretendía, nunca me arrepentí de haberlo comprado. Un día fui a visitar a un tratante de esclavos y allí vi a esa criatura que estaba destinada a ser castrada y servir a un amo para su placer sexual. Y algo en mi interior me dijo que tenía que ser mío. Pagué por él como si ya estuviese capado con éxito y sobrevivido por tanto a la ablación, con lo cual su precio se elevo considerablemente, teniendo en cuenta su hermosura y maneras. Y lo traje a esta finca para cortarle sus atributos masculinos y enseñarlo a mi modo para darme placer, pero dadas sus facciones, así como unos incipientes músculos que apuntaban que se desarrollaría en él un cuerpo perfecto, además de tener una tersura de piel exquisita, fui demorando la decisión y cuando quise hacerlo ya era demasiado tarde para no apreciar que su físico era tan estético que cabría pensar que naciera de algunos dioses a los que rindieron culto los antiguos griegos y no de simples mortales”.
“Es realmente delicioso ese joven, tanto como precioso es el caballo, Noble Aldalahá”, exclamó el conde.
Y el almohade prosiguió: “Cuando mandé venir al capador y estando ya a punto de cumplir su cometido, grité un rotundo no, sin saber bien por qué, y le ordené que se detuviese. Luego me fijé en la cara de susto del chico y me pareció tan guapo e inocente que me di cuenta que no sería justo convertirlo en eunuco. No pude consentir que fuese mutilado y privado de parte de su cuerpo, que como ves, amigo mío, es precioso y dan ganas de no dejar de mirarlo. Ya ves, lo compré para mi placer y, sin embargo, puedo asegurarte que en los años que lleva en esta casa nadie tocó a ese muchacho si no fue para atenderlo y cuidar de su aseo y mejorar la calidad de sus carnes y esa piel que es tan suave como el terciopelo. Se mantiene virgen y nunca ha tenido un contacto sexual con otro hombre. Y tampoco se le ha permitido masturbarse, ya que por la noche duerme con las muñecas atadas a los laterales del lecho y durante el día nunca está solo porque un par de eunucos lo acompañan y vigilan constantemente”.
Y Nuño aseguró deslumbrado por el físico del muchacho: “Pues ya tiene edad de saber lo que es el placer! La castidad no es buena para nadie y menos para un mozo de tales prendas”.
Y Aldalahá añadió: “Lo sé, pero nunca pude tocarlo sino era para besarle la frente; y quizás a fuerza de verlo con ojos vacíos de lujuria y sin deseo carnal, me fui haciendo a la idea que su cuerpo no debía ser tocado con ansia de saciar mi libido y ahora ya no podría fomentar una apetencia de ese tipo hacia ese muchacho. A veces pienso que tanto quise preservar su integridad y perfección que he tenido celos hasta de que el muchacho se tocara con el propósito de darse placer. Pero entiendo que esta situación no puede continuar y es preciso que se relacione con jóvenes como él y no sólo con castrados como hasta ahora. Y sobre todo quiero darle la oportunidad de vivir y gozar plenamente su bella juventud”.
“Y al lado de su amo no podría tener todo eso?”, preguntó el conde.
Aldalahá volvió a sentarse junto al conde y poniendo su mano diestra en su hombro le dijo: “Conmigo solamente sería como una gata de lujo y yo no deseo eso para este mozo. Yo nunca lo usaría sexualmente y terminaría por castrarle el alma en lugar del cuerpo. Y porque lo tengo en gran estima y sé que a mi lado no será plenamente feliz ni se realizará como un hombre de verdad, prefiero dárselo a otro que sepa apreciar su valor. Y qué mejor que regalárselo a quien considero mi mejor amigo, además de saber que lo cuidará tan bien como yo mismo? Tiene buen carácter y sentimientos y espero que aprenda pronto a complacer y endulzar el lecho de su nuevo amo y alegre las largas noches que pasaréis en el desierto, pues sabe leer y escribir tu lengua y la mía y no le falta agilidad y gracia para la música y la danza o realizar ejercicios de equilibrio, además de ser un buen jinete y mostrar una admirable destreza lanzando el cuchillo. No se le adiestró en el manejo de otras armas pero al menos sabe como defenderse con un puñal en la mano. Mi noble amigo, acepta mi regalo y disfruta de ambos ejemplares, pues ya son tuyos; y también los diez imesebelen, pues los necesitarás en ese arriesgado viaje hasta Marrakech”.
El conde no pudo responder con palabras al gesto generoso de su noble amigo y lo abrazó fuertemente sellando aún más una amistad verdadera y ya larga entre los dos.
Los esclavos del conde miraban al chico sin pestañear y ninguno movía un músculo de tensos que estaban.
Y Nuño se levantó y se acercó al caballo y cogiendo las cinco cadenas que ataban por el cuello al muchacho le ordenó que se apease.
El chico obedeció y de un salto se plantó en el suelo.
Y sin volverse hacia su anfitrión le preguntó si el caballo ya tenía nombre.
“Tifón. Así se llama el corcel”, contestó el almohade.
“Y el chico?”, preguntó el conde.
“Ariel”, dijo el noble amigo del conde.
Y Nuño añadió: “Ese nombre no es árabe”.
“El tampoco lo es del todo aunque naciese y viviese siempre entre árabes. Y me gustó ese nombre para él porque es ligero como el espíritu del aire”, aclaró Aldalahá.
Nuño sujetó con fuerza las cadenas que amarraban al muchacho y le dijo: “Desde ahora soy tu amo y te usaré como mejor me plazca. Mis otros esclavos te enseñarán cuanto debas saber para servirme y complacer mis gustos. Ahora siéntate con ellos y más tarde me deleitaré viéndote más despacio y con calma”.
“Sí mi señor”, respondió el chico bajando la cabeza con un elegante gesto que era más de cortesía que de sumisión.
Y el conde lo liberó de esas cadenas de plata para atarlo más fuertemente con el atractivo que emanaba de su cuerpo y de su personalidad de hombre viril y guerrero.
Y como si adivinase a que árbol debía de arrimarse, Ariel se fue a sentar entre Sergo y Ramiro, sonriéndoles al pedirles que le hiciesen un sitio en los almohadones que ocupaban los dos.
Y eso al mancebo tampoco le hizo ninguna gracia pues en cierto modo pensaba que esos dos muchachos también eran suyos, además de pertenecer a su amo, y le costaba trabajo admitir de buen grado que otro ser los tocase o gozase con ellos, a excepción de Iñigo, naturalmente, que era punto y aparte en todo.
Y algo le daba en la nariz que muy pronto ese nuevo esclavo además de gozar de los favores del conde, tendría también las vergas de esos dos machos dándole leche.
Pero los resquemores de Guzmán no parecían ser compartidos por estos dos caballeros esclavos, pues se apresuraron a acoger en sus cojines al nuevo compañero y procuraron no despegarse de él demasiado, rozándole la piel como si fuese por descuido y aparentando no tener la menor intención de catar su turgencia.
Resultaba difícil que aquel joven efebo no resultase tentador para otro macho en plenitud de facultades reproductoras.
Hasta el olor embriaga los sentidos y hacía soñar con placeres sugeridos por las estrellas en una noche de luna llena.
Y las miradas del príncipe y el nuevo esclavo del conde se cruzaron por un instante y Ariel sintió frío al notar la dureza conque el otro joven lo miraba.
Y bajando los párpados el esclavo ocultó la luz de esperanza que había comenzado a brillar en sus ojos negros.
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