Lágrimas le costó a Ubay asumir la noticia y mucho más la boda de Sergo.
No era lógica
su angustia si se tenía en cuenta que su primer amante tenía cuatro esposas y veinte
concubinas y varias esclavas a las que usaba cuando le apetecía acariciar y poseer el
cuerpo de una mujer.
Eso era lo propio entre los nobles señores de la corte de Fez o de Marrakech
, puesto que su posición y riquezas les permitían adquirir doncellas y
mantener harenes bien nutridos de bellas mujeres.
Y ello no quitaba que luego gozasen
con jóvenes efebos y deseasen usarlos para sus más refinados placeres.
Su antiguo
amante se follaba a Ubay con frecuencia, pero era mucho mayor el número de veces que
lo penetraba Sergo; y no solo eso, sino que lo gozaba hasta con verlo y besar al
muchacho mientras éste le contaba cosas de su tierra, o el noble guerrero le relataba
aventuras de sus tiempos más mozos, o siendo ya caballero al servicio del conde.
Y ni
cortejar a Blanca, ni cumplir con ella como un obsequioso marido impidieron que Sergo
bajase las dosis de polla y leche al chico.
Y eso se lo hacía ver Guzmán a Ubay, cuando
lo veía cabizbajo y lloroso, y le repetía sin parar que el matrimonio del conde no le
privaría de su amor ni de gozar cada noche en la cama de su señor.
Solamente debía
esperar preparado y ansioso a su amoroso dueño cada noche o recibirlo a cualquier hora
del día si venía a buscarlo para disfrutar de su cuerpo y amarlo como antes de estar
casado.
Pero siempre es más fácil decir las cosas que acomodarse a situaciones que crees que
limitan la felicidad que ahora disfrutas.
Y por eso a Ubay le costaba entender la vida sin
estar con Sergo ni un solo minuto, porque lo adoraba y lo amaba y deseaba más que al
otro amante que había tenido.
Para él, Sergo lo era todo y nada valía si no venía de la
mano de ese hombre que había sabido enamorar perdidamente a este muchacho.
Y
ahora estaba la esposa.
Y Blanca conocía la relación de Sergo con el rapaz y la aceptaba
porque su marido también supo darle la atención y el amor que ella necesitaba, sin
regatearle ni besos, ni caricias, ni momentos de gozo y de ilusión.
Sergo era el mejor
amante para Ubay y el marido más cariñoso y galante conque la joven mujer pudo soñar.
A ella la amaba derramándose en deliciosas atenciones y acogiendo el cuerpo de la joven
entre sus brazos para arroparla y poseerla con una delicadeza inimaginable en un rudo y
fornido soldado.
Para Blanca, Sergo era el macho perfecto y no le importaba en absoluto
compartirlo con ese bello joven que sabía hacer tan feliz a su marido.
En el castillo del conde volvía a reinar la calma después de tanto ajetreo que supuso la
ceremonia de los esponsales de Sergo y Blanca.
Fue un día grandioso en la vida de todo
ellos, pues los padrinos fueran el conde y la condesa y, además de Iñigo, que era el
cabeza de la familia de la novia, como invitados de honor acudieron a la boda el noble
Ramiro con su amado Ariel, que asistió vestido como un príncipe sin que le faltasen las
más exquisitas ropas y alhajas.
Ubay también se vistió de gala y tan ricamente como la
propia desposada y estuvo al lado de Sergo durante toda la ceremonia en calidad de paje,
aunque todos los asistentes sabían de sobra que él también era otro contrayente en ese
enlace.
Sergo se unía a los dos sin anteponer a ella antes que al otro, ni a su amado por
delante de su esposa.
El único que faltó oficialmente al casorio fue Guzmán, que
solamente pudo ver el casamiento desde una celosía al lado del coro del oratorio del
castillo.
Desde allí vio a Sergo contraer el compromiso más importante de su vida con la
bella hermana de Iñigo, puesto que suponía el paso decisivo para asegurar la sucesión de
dos casa nobles.
La suya y la de su cuñado el hermoso conde de Albar.
El dulce y
hermoso muchacho que tuvo el honor de ser el primero en compartir la esclavitud con el
mancebo para servir al conde feroz.
Mas Iñigo no viniera solo al castillo para asistir a la boda de su hermana.
Al divisar desde
las almenas las enseñas del joven conde, también pudieron distinguir que a su lado
cabalgaba erguido y orgulloso un apuesto guerrero de piel morena y cuerpo fornido.
Se
cubría con un yelmo con adornos dorados y plumas de faisán como cimera.
Y su pecho lo
cubría un peto brillante como un amanecer de verano y recamado en plata para hacerlo
más elegante y vistoso.
La visera levantada deja ver el rostro del joven soldado y el conde
y su alférez mayor pudieron comprobar que ese altivo jinete no era otro que Falé.
Hacía
caracolear un hermoso pura sangre enjaezado con borlas rojas y doradas y por su
aspecto y seguridad junto al noble y joven conde, su señor, se diría que ya era por lo
menos su lugar teniente además de su amante.
Y quien así pensaba no se equivocaba en absoluto, porque Falé terminó rindiéndose al
atractivo de Iñigo y se enamoró del muchacho con tanta fuerza o más que el otro se
prendó de él, una vez que logró dominarlo y hacerle pasar por el aro de su poder.
Y más
que su esclavo ahora era su dueño por el amor y la pasión que los unía a los dos.
Falé
guardaba a Iñigo como el más celoso vigilante al que encomendasen la custodia de la
favorita de un sultán.
El bello mozo de cabellos rubios se convirtiera en la razón de vivir
del viril soldado berberisco y ya no concebía un solo día sin besar sus labios y tener entre
sus brazos el precioso cuerpo de su amado señor, ni mucho menos no entrar en su
cuerpo clavándole la verga hasta el fondo del alma.
Y muchas de las mujeres del castillo
vieron a ese macho con ojos lascivos y el deseo carnal a flor de piel.
Pero la polla y los
cojones de ese mozo ya estaban acaparados por otro agujero que no dejaría que nadie le
quitase ni una sola gota de la leche de ese bello ejemplar.
Iñigo lo amaba y le había
colocado en la más alta posición dentro de su corte de caballeros, pero no por ello dejaba
de ser suyo y nadie más tenía derecho a usarlo ni a disfrutarlo como él lo hacía.
E Iñigo
también aprovechaba la misma ceremonia nupcial de su hermana para contraer su propia
boda con su valiente y adorado Falé.
Y así eran tres los matrimonios, pues para Sergo era
doble al desposar a Blanca y a Ubay; y además Iñigo se unía a Falé para el resto de su
vida.
Y todos echaban de menos al mancebo que miraba todo aquello con los ojos
llorosos por la emoción.
Y Ramiro, al decir los votos los contrayentes, miró a su amado y
éste no pudo contener la emoción y le saltaron las lágrimas, pues comprendió que con
esa mirada tan tierna, su amante lo desposaba también; y serían cuatro las bodas.
Sergo supo como tranquilizar la zozobra de Ubay.
Y tras la noche de bodas con Blanca,
fue en busca del chico y lo desnudó él mismo para acostarlo en la cama.
Se acomodó a
su lado y comenzó a besarlo y tocarlo por todas partes, mientras le decía: “Quiero que
sepas como amé a Blanca la pasada noche... La desnudé, como acabo de hacerlo
contigo y la cogí en brazos, como a ti, para llevarla al lecho. Me recliné de lado también y
la besé largo rato y acaricié su cuerpo, igual que estoy acariciando el tuyo. Ella suspiraba,
como tú suspiras ahora. Y fui bajando con mi boca por su cuello hasta llegar a sus senos
y chupé sus pezones, agudos como punta de flecha, y aprecié con mis manso su tersura
y redondez, como palpo tu pecho y juego con tus pezones tan tiesos y duros al sentir el
contacto de mi lengua o mis dedos... Y seguí mi camino hacia el vientre de mi esposa,
como sigo hasta el tuyo y lo beso y lamo para ponerte muy caliente antes de llegar a tu
sexo. Y si a ella se lo lamí, para hacer más suave la penetración, y se aferró a las
sábanas con las uñas, como haces tú también, a ti te lo mamo para saborear tu jugo y
ponerme cachondo como un burro para que mi verga se ponga muy grande y tiesa y se te
clave por el culo como a ella se le metió por el coño, aunque con más fuerza y de un solo
golpe para que notes bien adentro la punta de mi capullo... Porque tú eres un hombre y
al follarte debes aguantar envites más potentes y rotundos que una mujer al cubrirla con
el fin de satisfacernos ambos y procurar dejarla encinta. Pero antes de sodomizarte con
toda mi energía y ansia de poseerte, he de llenarme más de tu olor y ser dueño de todos
tus sentidos para dejarte a mi merced y notar que gozas tanto o más que cuando llegue a
entrar por tu ano y roce tus entrañas con mi polla para preñarte como la preñé a ella
también”.
Y fue el mejor polvo que le habían metido a Ubay hasta el momento.
Tanto que
el chaval se corrió dos veces seguidas antes de que Sergo acabase dentro de sus tripas.
Y no le importó al chico andar con las patas abiertas al día siguiente soportando las
bromas de Guzmán y las risitas nerviosas y mordaces de los eunucos.
Era dichoso en
grado superlativo y ya tenía claro que el matrimonio de Sergo y Blanca no mermaría en
nada la pasión de su amante, ni la frecuencia para montarlo como a una perra siempre
hambrienta del sexo de su macho.
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