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Autor: Maestro Andreas

domingo, 14 de octubre de 2012

Capítulo II


No estaba seguro, pero creía que no era la hora de comer, ni mucho menos del aseo diario porque no había pasado tanto tiempo desde que se lo había hecho el joven de ojos oscuros.
Y, sin embargo, la gruesa puerta de roble reforzada con franjas de hierro claveteadas, se abrió una vez más y entró en el oscuro cuarto una figura, que Sergo adivinó por su silueta que era ese hermoso muchacho que venía a verlo.


El chico no encendió ninguna antorcha y se sentó en un banco de madera que estaba cerca de la ventana, por la que solamente se filtraba un hilo de luz en el que flotaban miles de diminutos puntos de polvo.
El joven lo saludó con su acostumbrado timbre de voz que le tranquilizaba los nervios y lograba que todos sus músculos se relajasen.
Y, después de unos segundos de silencio, Sergo correspondió al saludo sin mucho convencimiento, pero deseando que el chaval se quedase largo rato con él.
Otras veces se sentaba más cerca, mas sin intentar comprender el motivo por el que ahora se quedaba más apartado de la pared donde él apoyaba la espalda, Sergo sonrió en la oscuridad contento de no estar solo y tener allí a ese otro mozo cuya compañía empezaba a gustarle.

Y el mancebo le habló al cautivo: “El amo no vendrá en varios días porque se fue a buscar a otro esclavo. Ese otro se llama Iñigo y había ido con su hermana a ver al padre. Pero el amo lo echa de menos y decidió ir para traerlo cuanto antes a esta torre... Yo también tengo ganas de que venga, pues hace varias semanas que no lo veo y le quiero mucho... Me gusta estar con los seres que amo y aprecio y él es uno de ellos”.
El otro chico emitió un hondo suspiro y después, como meditando sus palabras, preguntó: “Y a ese al que llamas amo también lo quieres?”
“Lo amo. Para mí es todo lo que más me importa en el mundo y me moriría sin él”, contestó el el otro.
Y Sergo volvió a hablarle: “Nunca me has dicho tu nombre y no sé como llamarte”.
“Guzmán. Así me llamo. Y también algunos me conocen por Yusuf. Ese es mi otro nombre”, respondió el mancebo.
“¿Eres moro?”, exclamó Sergo.
El mancebo se rió y dijo: “Soy medio almohade y medio de muchos sitios. Leonés, castellano, francés, germano, hasta tengo algo de normando. Pero lo que verdaderamente soy es esclavo de mi señor y mi única procedencia es él...Le tienes miedo, verdad?”
“Me asusta ese modo de mirarme... No es miedo, pero creo que puede hacerme daño... Y la verdad es que él es quien me encerró a oscuras y mandó que me atasen con esta cadena”.
El mancebo se levantó y yendo hacia el chico replicó: “Eso no es cierto... Fui yo quien te puso el collar y te enganchó la cadena al cuello... No estaba seguro de tus reacciones y parecías violento cuando despertaste...Y si no le hubieses mordido al amo no seguirías encadenado de ese modo... El no te haría nunca ningún mal. Al contrario. A salvado a muchos de la muerte o de peores desgracias que perder la vida... Sólo quiere someterte a su voluntad y que le sirvas como hacemos todos los que le pertenecemos. Y tú ya eres suyo porque eres un furtivo que intentaba cazar en su bosque. Y todo el que lo hace se convierte en su esclavo hasta que él quiera liberarlo. Yo también lo fui y me cazó. Y dejó que yo comprendiese que le pertenecía y comencé a amarlo y desearlo, tanto como él a mí. Desde entonces conocí la verdadera libertad siendo su esclavo... Y a ti te ocurrirá lo mismo. Tardarás más o menos tiempo en admitirlo y rendirte a su poder, pero lo harás y serás suyo como somos el resto de sus servidores... Sergo, me gustas y creo que al amo también. Y por eso te tiene aquí y no en una mazmorra. Te entregarás a él y más que por dominarte, se esforzará en educarte y sacar de ti lo mejor que haya en tu ser... Y estoy seguro que es mucho porque adivino que estas cargado de virtudes que ni conoces. Además eres muy guapo y tu cuerpo, tan fuerte y desarrollado, es muy atractivo y bonito. Nadie diría que puedas tener menos edad que yo... ¿Sabes cuantos años tienes?”
“No. Pero la gente me ve como un hombre de cuerpo entero”, alegó el chaval.
“En realidad lo eres aunque pueda que no llegues a los veinte años”, añadió el mancebo sentándose en el suelo junto a Sergo.

En aquella oscuridad apenas podían verse, pero saberse tan próximos y el olor del mancebo que se filtró por la nariz del otro, se unieron para empalmarle la polla al cautivo.
Sergo se llevó la diestra al cipote, un poco para taparlo y otro tanto para tocárselo, y Guzmán percibió ese movimiento y alargó la mano hasta posarla en uno de los mulos del chaval.
Lo notó húmedo y caliente y le preguntó: “¿Tienes calor?”
“No”, contestó el chico.
“¿Te molesta que te toque?”, preguntó el mancebo.
“No. Además ya me tocas cuando me limpias”, respondió Sergo.
Y Guzmán insistió: “¿Pero te desagrada que lo haga?”
“No. Al contrario. Me gusta que estés conmigo. No me siento tan solo y eres quien mejor me trató hasta ahora”, afirmó Sergo.
El tacto de la carne del cautivo produjo una reacción involuntaria en la verga del mancebo y se le levantó debajo de la túnica.
Llevaba puesta una especie de camisola hasta la rodilla y su pene podía moverse con libertad creciendo e irguiéndose lo que le apeteciese.
El de Sergo estaba malamente tapado por un lienzo a modo de braguero y la punta asomaba por el borde superior de la tela.
Sin ver bien lo que ocurría en la entrepierna del otro, los dos sabían que sus pollas latían y engordaban por instantes.
Y Sergo se atrevió a acercar una mano a la pierna del mancebo.
Y se detuvo con miedo, pero Guzmán le dijo: “Quiero ser tu amigo y no pasa nada porque nos toquemos el uno al otro. Nada perdemos por eso ni dejamos de ser menos hombres por demostrarnos el afecto con caricias y hasta besándonos. Mi amo me besa y me acaricia y también Iñigo. Y yo les demuestro mi amor del mismo modo. ¿Has besado alguna vez?”
“No”, dijo el otro chico.
“¿Ni has tocado a otra persona de este manera?, inquirió el mancebo.
“No”, volvió a negar Sergo.
“No sabes lo que es la felicidad, entonces”, dijo Guzmán.
Y sin pensar en las consecuencias que podría acarrear su acción, el mancebo buscó la boca de Sergo y la besó.


El chaval no supo como contestar al beso, pero se dejó llevar y pronto entendió cual era el secreto de ese placer que sentía al contacto con la saliva y la lengua del bello muchacho.
Y ahora fue él quien repitió con un largo y profundo beso en los labios de Guzmán.
 “Ese afecto es lo que el amo quiere de ti y además enseñarte a luchar como un guerrero”, le dijo el mancebo.
“¿Sólo quiere que tú y yo nos toquemos y besemos y enseñarme a luchar espada?”, pregunto asombrado el chaval.
 Y Guzmán le aclaró: “Que me beses y me toques a mí y también a Iñigo, pero además desea que lo hagas con él. Quiere acariciarte y besarte también. Y que tu correspondas entregándote a él con la misma pasión que sienta el amo por ti. En principio eso es lo que ansía el amo cuando te mira...Y no temas porque él nunca te hará a la fuerza lo que otros han intentado. Jamás violará tu voluntad ni tu cuerpo. Pero acabarás ofreciéndoselo como hemos hecho todos a los que nos ha distinguido con el honor de su afecto... Y estoy seguro que de ser un furtivo, pronto serás un guerrero y quizás antes de lo que imagines llegues a que te armen caballero. Hará de ti uno de sus donceles y te llenará de dicha cada vez que reclame su derecho de propiedad para poseerte... Sé que aún no lo comprendes, pero yo quiero ayudarte a que entiendas cuanto te digo y deseo que veas la luz y sientas el aire fresco en tu cara para refrescar también tu mente”.

Y el mancebo se levantó de un salto y fue a abrir las contras de la ventana para dejar entrar los últimos rayos del sol y la brisa del atardecer.
Sergo se tapó lo ojos deslumbrado por esos fulgores postreros del astro rey y parpadeando con dificultad fue abriendo los párpados para ver bien al bello muchacho que ahora dejaba caer al suelo la ligera ropa que cubría su cuerpo.
Y el mancebo le dijo: “Ven. Acercarte a la ventana y miremos juntos como cae la tarde”.
Sergo se aproximó todo lo que la cadena le permitía, pero no llegaba al alféizar.
Y Guzmán sin decir nada se acercó a la puerta y de un huevo horadado en la piedra sacó la llave del cerrojo que abría el collar.
Sergo se echó las dos manos al cuello frotándolo y sin poder contener su alegría abrazó al mancebo y volvió a besarlo en la boca.
Los dos, desnudos y abrazados por la cintura, se asomaron a la ventana y Guzmán le mostró todo lo que alcanzaba la vista, diciéndole que todo ese gran bosque era el mundo que su amo había creado para él.
Y le preguntó si quería compartirlo con él y salir a cazar a caballo y correr entre los arboles para terminar jugando en el agua del río, bañándose o pescando algunos peces. Pero para eso tenía que aceptar al conde como su amo y servirle con obediencia ciega y total sumisión, sin pretender escapar ni tampoco agredirlo si se acercaba a él para tocarlo.
Y le volvió a asegurar que el amo solamente quería su bien y poder quererlo y verter en su cabeza todas las enseñanzas que necesitaba para ser un hombre de armas y un noble caballero.
“Ten en cuenta (le dijo) que somos sus mejores soldados, sus siervos, sus esclavos y sus amados muchachos. No permite que nadie nos toque ni un solo pelo y se desvive por hacernos felices. A veces debe castigarnos, si es que lo merecemos. Pero pronto se le pasa el enfado y nos colma de besos y caricias y cuando ya lo aceptamos como nuestro dueño y el macho que ha de dominarnos, nos llena con su savia y la energía de su semen... Pero mientras tú no quieras y le ofrezcas tu cuerpo, él no te tocará con esa intención... Serás su siervo solamente, pero no su esclavo total para que te use como a una hembra... Sin embargo, llegará el momento que ansíes complacerlo hasta ese punto y desearás que te use como a una puta”.
“¡Eso nunca ocurrirá!”, exclamó Sergo.
 Y el mancebo añadió: “Me ha ordenado que yo te enseñe a aceptar tu condición, que es la mía. Y lo hago por obediencia. Pero no puedo negarte que me agrada enormemente enseñarte y andar contigo el camino que te lleve al lecho de nuestro amo. Porque algo me dice que serás muy especial tanto para él como para sus esclavos”.


Sergo apretó contra su cuerpo al mancebo y aunque éste le hablaba, sólo escuchaba los ruidos del bosque y de los pájaros que volaban en libertad, embriagado por el cálido aroma y la sensualidad de ese muchacho que lo embelesaba con su charla.
Y pensó que a este chaval si podría llegar a desearlo y amarlo con todos los recursos de su ser.

2 comentarios:

  1. ¡¡ésto esta cada vez mas alucinante!!
    No puedo creer ,o mejor dicho me encanta,que exista una criatura que por amor a el magico y bello mancebo,acepte someterse a el conde.
    Maestro Andreas,amo todas tus historias ,pero confieso que mi corazón estalla de gozo y me emociono con el insólito viaje en que nos llevas con esta maravillosa historia!!!
    ¡¡¡Me sorprende enormemente darme cuenta de cuanto adoro a éstos personajes!!!...y sin lugar a dudas se debe al impresionante talento con que hechiceramente nos cautivas,
    GRACIAS Y BRAVO POR LA OBRA!!!!

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  2. Un placer leer estas aventuras. Muchas gracias Andrea y Stephan por publicarlas!

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