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Autor: Maestro Andreas

lunes, 29 de octubre de 2012

Capítulo VII

El conde miró los ojos de su esclavo y al chico le cayeron las lágrimas al ver la dura mirada de su amo.
Guzmán se arrodilló a los pies de Nuño y le imploró perdón con el corazón compungido, por sentir hacia otro ser tanto afecto y dejarse arrastrar por la atracción de otro cuerpo que no fuese el de su señor.
El mancebo hipaba sollozando y le decía al amo que lo azotase con fuerza por su desvarío, pero que no tomase represalias contra Sergo, ya que el chico sólo se había dejado conquistar y se le entregó sin condición ni reserva alguna.
El conde no levantó del suelo al esclavo y lo interrogó con seriedad: “Qué hay entre vosotros?”
 “Me ama, mi señor... Y yo le quiero mucho también... Me desea tanto como yo lo busco y gozo estando con él...Y me entregó su virilidad sin límite alguno y sin pedir que le entregase mi culo, porque le dije que era tuyo, mi amo... Pero quiero confesarte que he deseado que entrase en mi cuerpo también. Ese muchacho logra sacar de mí lo que nunca antes consiguió ningún otro... Hasta me pone caliente follarlo y ansío metérsela bien adentro como tú me la metes a mí... Merezco un castigo ejemplar y que me desprecies por no saber cumplir tus órdenes fríamente sin engancharme al ser que me has ordenado adiestrar y preparar para que tú lo goces... Pero me sentí solo y débil frente a su encanto y por eso te rogué que vinieses en mi ayuda, mi señor. Ahora ya está desflorado y será tuyo por complacerme a mí también y que no lo apartes de mi lado... Pero te amo más que nunca, mi amo. Y si crees que te he fallado mátame antes de apartarme de ti”

Nuño se arrodilló delante de Guzmán y le dijo. “Qué pasa! Que al estar solo con ese chico te has vuelto tonto? Por qué dices tantas bobadas? Mírame y seca esas lágrimas... De la única forma que te voy a apartar de mi lado es de un bofetón en los morros si no callas la boca... Así que el cachorro está encandilado contigo... Sabía que lo conseguirías en menos tiempo que nadie. Tus artes para atraer a otros seres son formidables! Cómo voy a despreciarte o dejar de amarte con locura si yo te puse en ese disparadero! quería que llegases a intimar de ese modo con ese muchacho y no descartaba la posibilidad que él se enamorase de ti... Y el broche de oro a todo ello es que te haya hecho sentir como un macho dominante para desear montarlo. Y cumpliste mis objetivos sobradamente... Guzmán, yo he de ausentarme con frecuencia y me llevaré a Iñigo conmigo y tú quedarías solo. Y eso no me gusta. Sé que me vas a decir que están Sol y Blanca, pero a ellas les ocupa mucho tiempo la educación y el cuidado de mis hijos. Por eso la presencia de ese cachorro me dio la idea de hacer de él un compañero ideal para ti. Para que nunca vuelvas a quedarte solo y en él sigas notando mi amor y el calor de mi compañía... Guzmán conozco tu corazón y no hace falta que me digas a quien ama más. Como tampoco yo tengo que decirte quien es el amor de mi vida... Y ya sabes que no me importa que beses y quieras a mis esclavos, ni que disfrutes del sexo con ellos... Lo único que me he reservado hasta ahora es este agujerito que me lo voy a comer en cuanto te sorbas los mocos y dejes de lloriquear como una niña”.

"No me vas a pegar, amo?”, preguntó el mancebo casi rogando la paliza.
“Sí. Pero solamente para notar mejor el calor de tu cuerpo al apretar mi vientre contra tu culo... Te azotaré para remover tu sangre y calmar el ardor que tienes en ese agujero, que parece el coño cachondo de una gata enloquecida por falta de macho que la cubra”, afirmó el amo.

Y el esclavo suspiró y se entregó a su señor diciendo: “Mi amo, añoro esa polla más que nada en este mundo. Y necesito tu amor más que nunca. Y aunque no estés conmigo tu presencia me acompaña en todo momento...
 Incluso cuando me follaba a Sergo veía en mi mente tu imagen y sólo hacía repetir lo que te he visto hacer tantas veces conmigo y con otros. Pero sigo siendo la puta que no se cansa de tener la verga de su macho dentro”.
“Ni yo de joderla!”, exclamó el amo.
Y Nuño cogió a su esclavo y le atizó con fuerza unas tremendas palmadas en las nalgas y, poniéndolo con el culo hacia arriba, lo trepanó por el ojete como si buscase algo que se le había quedado dentro al meterle los dedos para abrírselo bien antes de follarlo.
Y qué ganas se tenían ambos!
 El conde se deshizo en sudor y semen en su esclavo y el mancebo vertía leche por el capullo como si le saliese la que su amo le metía en las tripas.


Bernardo seguía con su visita por la torre, llevando detrás a los dos chavales rubios que no salían de su asombro al ver las mazmorras con los oscuros calabozos y la siniestra sala de tortura.
Casi todas las jaulas de hierro colgadas del techo estaban vacías, pero en dos todavía quedaban dentro un par de muchachos, sucios y despeinados, que esperaban el turno para ser sometidos y comenzar a aprender a ser unos buenos perros para el servicio del amo.
Habían sido capturados en el bosque negro por la jauría de sabuesos del conde y, al no estar ahora el señor en la torre, todavía no había dado su pláceme para comenzar el adiestramiento.
El resto de los cazados mientras duró el viaje del señor, ya estaban domados y bien enseñados por Bernardo, que se ayudaba para hacerlo de unos machacantes muy cachas que le servían de acólitos al conde en esos menesteres.
Ellos solían ser los que les abrían el culo y amansaban a la mayoría de los capturados, dado que Nuño se reservaba sólo para los más guapos y que le parecían aprovechables para un uso mejor que incrementar su perrera simplemente.
Y al llegar a la parte donde estaban los ya adiestrados, todos se acercaban a los dos chicos para lamerles las manos, ya que por sus atuendos deducían que eran algo más que simples perros de caza.
Veían en ellos unos esclavos distinguidos por el señor para su uso personal y eso constituía una categoría superior en el estamento establecido dentro de la torre.

A Sergo le parecía algo extraño todo aquello, pero le hizo comprender que, después de todo, él había tenido mucha suerte al ser encontrado por el mancebo y caerle tan bien como para dedicarle sus cuidados y mantenerlo fuera de ese submundo creado en los sótanos de aquella fortaleza.
Miró a Iñigo y los dos se dijeron con los ojos que deseaban salir de allí cuanto antes.
Y Bernardo los llevó a la armería y los chicos se entusiasmaron viendo tantas armas, algunas preciosamente decoradas en plata y hasta en oro.


Y Sergo le echó el ojo a un hacha de guerra que llamó poderosamente su atención.
Bernardo se dio cuenta del interés del chaval y le dijo: “Es un hacha vikinga... Es una de la armas preferidas por esos guerreros salvajes... Sabes usarla?”
“Sí... Pero nunca había visto una parecida a esta”, respondió el mozo.
E Iñigo añadió: “Hay cosas que se llevan en la sangre... Y al menos la mitad de la tuya tiene que ser de esa raza de hombres fieros... A mí se me da mejor la espada porque mi padre y mis antepasados siempre la usaron y es el arma propia de un caballero... Esa de ahí es preciosa... Y esa daga es parecida a la que lleva al cinto Guzmán”, decía Iñigo.
Entonces Bernardo les explicó: “Ese puñal, que se parece a la daga del príncipe, fue un regalo que le hizo un gran señor almohade al padre del conde. Y también le obsequió esa cimitarra con empuñadura de oro y piedras preciosas... Fijaros en la hoja y veréis rubíes engarzados, cuyo color rojo anuncia el de la sangre que derramaran los enemigos de quien la empuñe. Es una joya y nunca más fue usada para matar”.

Los dos muchachos no se cansaban de admirar y tocar las armas que se guardaban en las panoplias y anaqueles de aquella sala y también se quedaron boquiabiertos cuando Bernardo les mostró el escudo tachonado de oro y plata con las armas del conde.
Hacía juego con un yelmo de cimera en forma de cabeza de lobo, emplumada en rojo y azul, y el correspondiente peto que había lucido el señor en su boda con la condesa.
Pero tuvieron que dejar los armeros porque un criado les comunicó que el señor quería verlos en su aposento de inmediato.
Bernardo azuzó a los chicos para que se diesen prisa y los condujo con la máxima diligencia ante el amo.
Y allí estaba el conde sentado en su sillón de respaldo alto y a sus pies, sentado en el suelo y reclinando la cabeza en una pierna de su dueño, los miraba Guzmán con unos ojos llenos de calma y satisfacción.
A Iñigo no le hacía falta que le dijesen cual era la causa de ese estado idílico del mancebo, pero Sergo no sabía que le esperaba a partir de ese momento, ni mucho menos si volvería a estar con Guzmán y besarlo como hasta ese mismo día por la mañana.
Y pensó: “Ahora todo depende del amo”.
Y por primera vez se refería al conde aceptando la condición de esclavo.

viernes, 26 de octubre de 2012

Capítulo VI


Una hermosa mañana invitaba a salir de la torre y andar por el bosque tan sólo por llenar los pulmones de aire y colmar los sentidos de olores y sensaciones que únicamente la naturaleza puede brindar. El mancebo bajó con Sergo a las caballerizas y eligió para ese mozo un caballo que no fuese brioso en demasía, ya que no sabía lo experto que era como jinete. Por el momento no lo había visto montar nada, ni siquiera a él, e ignoraba si en su vida de furtivo cabalgaba sobre potros medio salvajes como hacía él entonces. Pero el otro chaval se fijó en Siroco y se acercó al caballo para acariciarle la testuz y el cuello.
El animal no se asustó al tocarlo el mozo y bajó la cabeza como saludándolo, igual que hacía al acercarse el mancebo.
Y Guzmán comprendió al instante que ese chaval se daba la misma maña con su caballo que con él.

Sergo tenía buena mano para seducir a otras criaturas y él y Siroco estaban en el mismo caso y ya los había prendado aquel muchacho.
Y el mancebo pensó rápidamente que tenía que decirle al amo que le regalase un buen pura sangre al nuevo esclavo.
Sergo tampoco quiso ensillar al corcel que le mostró el mancebo y salieron por el puente levadizo como saetas disparadas por un potente arco bien tensado.
Su nuevo amigo estaba contento y se le veía feliz cabalgando a su lado y eso para Guzmán era el mejor regalo que ese chico podría hacerle.
Iban ligeros de ropa y sus pechos, casi al aire, se agitaban con la emoción de la rápida cabalgada y el desenfrenado júbilo que les invadía el espíritu.
Acaso podía ser más maravillosa la vida para esos dos muchachos?
Al ser dichosos, lo poseían todo y no necesitaban nada para alegrarles más la existencia, porque a pesar de saber que no eran más que esclavos de un poderoso señor feudal, ellos se consideraban libres como cualquier otro animal del bosque negro.
Al fin y al cabo, toda criatura que habitase en esos parajes era propiedad del conde feroz.


No pararon hasta llegar al río y saltaron sobre la hierba como dos corzos para desnudarse a la carrera y tirarse al agua sin temer su frialdad ni preocuparse de otra cosa que no fuese gozar juntos de un baño vivificador para sus músculos.
Con el chapuzón, levantaron las aguas, convertidas en miles de gotas, y múltiples chispas de sol los rodearon compitiendo con el brillo de su piel mojada.
Hay pocas estampas tan hermosas como ver a dos criaturas, jóvenes y satisfechas, remojándose juguetonas en las cristalinas aguas de un remanso nutrido por el agitado arrollo que va con prisa para terminar su largo viaje hacia el mar.
Y esa mañana sólo disfrutaban de ese espectáculo los pájaros que revoloteaban a las orillas del río y algún que otro pequeño animal agazapado entre las matas.
Se cansaron de chapotear y darse aguadillas y al salir del agua gatearon por la hierba como cachorros que eran y seguían empujándose y agarrándose de los pies o saltando uno sobre el otro intentando trabarse las piernas y sujetar los brazos para retener al contrario en el suelo y a su merced.
Y eso tan sólo para besarse en los labios o lamerse el cuello o frotar el hocico como perrillos.
La alegría estaba en sus ojos y cualquier gesto reflejaba el entendimiento que se había ido generando entre ellos.
Cuando pararon de retozar, Sergo estaba sobre Guzmán y se miraron con la mayor intensidad que es capaz de mostrar un ser tan puro que nada tiene que ocultar.
Y al mancebo se le humedecieron los ojos y Sergo sorbió sus lágrimas a besos. Y le dijo a su bella presa: “Si fueses un venado te comería aquí mismo sin molestarme en quitarte la piel. Porque es tan bonita y suave que hasta eso aprovecharía para alimentarme. Hazme otra vez lo que tanto te gusta. Pero no te muevas, porque yo mismo me clavaré en tu verga”.


Y el mozo se sentó sobre la polla del mancebo y se la metió toda por el culo.
Desde que lo desvirgara, el mancebo se follaba a Sergo cada vez que se enredaban en esa madeja de instintos, mezclada con deseos y ansiedades, y ambos se devoraban en un afán incontrolado de darse placer mutuamente.
Y Guzmán le hubiese dado su culo al otro si no fuese de su amo.
Y Sergo lo comprendía y no forzaba la situación por conseguir esa deliciosa fruta que sólo había comido el hombre al que el otro llamaba amo.
Si algún día la alcanzaba, su dicha sería inmensa.
Pero si no podía tenerla, ya no le importaba porque casi habría logrado el amor del bello muchacho.
Y eso era su mayor premio y el máximo deleite que conocía el mozo.
Aunque a veces su frente se arrugaba al recordar que tendría que llegar el día en que volviese el conde.
Y su vuelta podría terminar con los momentos de felicidad que compartían los dos muchachos, puesto que reclamaría lo que nunca dejó de ser suyo, y además lo que ya le pertenecía por entrar en su propiedad y Sergo convertirse en su esclavo por ello.
Los dos estarían a disposición del señor y éste los usaría a su antojo sin tener en cuenta los sentimientos ni deseos de ninguno de los dos.

Pero esa mañana nada estaba más lejos de la mente de Sergo que el regreso del conde.
Por eso se quedó de una pieza al ver la agitación que reinaba en la torre al volver del río.
Todos andaban de un lado a otro, llevando y trayendo cosas, y salió corriendo al patio de armas un muchacho más rubio que él, que se lanzó al cuello de Guzmán besándolo hasta en los oídos.
El mancebo reía y demostraba un contento enorme al ver a ese otro chaval, que también era muy guapo y atractivo, y Sergo se quedó algo relegado como creyendo que ya sobraba en la vida de su amado joven de ojos negros.
Y Guzmán lo cogió de la mano y lo atrajo hacia ellos diciéndole a Iñigo: “Este es nuestro nuevo compañero. Se llama Sergo y como ves es muy guapo y tiene un cuerpo estupendo. Por no hablar de la polla o el culo, que son de lujo... Sergo, como ya supondrás, éste es Iñigo de quien tanto te hablé estos días. Ya ves que no exageraba al alabar su cara ni sus prendas. Creo que es uno de los muchachos más hermosos que he visto en mi vida. Y más cariñosos también.  Nos queremos a morir y casi parecemos uno en muchas ocasiones. Pero ahora también estás tú y él te va a querer tanto como yo... Daros el primer beso y verás como os envicia el sabor de vuestros labios... Iñigo, no lo huelas demasiado por el cuello porque te empalmas. Ese aroma que desprende es un vicio. Ya lo verás cuando estemos desnudos los tres”.


Y a su espalda se oyó la voz del conde que los llamaba.
Y al acercarse les dijo: “Vaya!. Habéis vuelto... Dónde fuisteis los dos solos?”
“Al bosque y al río, amo”, respondió el mancebo.
“Y tu amo esperando a que te dignes volver y el colmo es que no estés aquí para recibirme... Me parece que voy a tener que arreglarte las cuentas antes de nada... Entra conmigo, Guzmán... Y vosotros dos id con Bernardo que os va a enseñar la torre en toda su extensión y aspectos... No sé si tendré que usar más a menudo los calabozos... Seguro que las mazmorras están polvorientas por falta de reos que deban ser sometidos a castigos apropiados a graves faltas cometidas contra su señor. Es mejor cortar de raíz toda desconsideración y desobediencia, a tener luego que cortar cabezas. Ve delante mía, Guzmán, que tenemos que hablar largo y tendido los dos”.

Sergo quedó perplejo al ver entrar al mancebo seguido del amo y Bernardo les indicó a los dos chavales que le acompañasen para mostrarles cuanto había en la torre.
Al iniciar el recorrido por los patios y establos, Iñigo agarró de la mano a Sergo y con mucha dulzura le dijo: “No tengas miedo. Ni a él ni a nosotros nos pasará nada malo estando con el amo. Quizás le de una zurra, pero creo que lo que desea el amo es estar solo con Guzmán. Y cuando es así, es mejor que nadie los moleste. Veo que mi compañero te aprecia mucho. Y eso quiere decir que si él te quiere, tanto el amo como yo te querremos también. Nunca te han dicho que eres muy fuerte y muy guapo? Además tienes una pinta de macho que debe hacer temblar a quien ose enfrentarse a ti. Y pareces uno de eso guerreros del norte de los que me habló mi padre y que asolan las costas del noroeste”.
El mozo sintió curiosidad por saber lo que le contaran a Iñigo sobre los diablos rojos y le preguntó quienes eran esos feroces y sanguinarios hombres del norte.
E Iñigo le contó lo que él sabía: “Mi padre dice que son buenos marinos, pero muy fieros luchando contra quien pretendan impedir que cojan lo que ellos quieran llevarse de donde arriban con sus barcos. Primero violan a las mujeres jóvenes y secuestran a los niños para esclavizarlos. Y antes de hacerse a la mar de nuevo, arrasan los poblados y las cosechas y queman y matan todo lo que no les interesa. Las gentes del litoral les tienen un pánico tremendo y hasta han fortificado un río para impedir que lleguen a la ciudad del sepulcro donde vive el gran arzobispo de Santiago. En zonas costeras, hay conventos en la ribera del mar con torres y murallas y los aldeanos se refugian allí al ver las grandes velas de sus naves. Dicen que son como barcas largas y estrechas, con escudos pintados con signos de sus dioses a lo largo del casco, y los mismos guerreros manejan los remos para ayudar al viento a mover el barco, que sólo lleva una gran vela y la proa tiene forma de cabeza de dragón”.
Sergo casi con vergüenza le dijo: “Donde nací y viví siendo más pequeño, me decían que era hijo de un diablo rojo y también tenía cuernos en la cabeza como ellos. Y por eso me tuve que ir de allí”.
Iñigo lo miró y añadió: “No son diablos ni tampoco de color rojo y los cuernos los llevan en el casco. Les llaman vikingos y en la tierra de donde proceden hay nieblas y luce poco el sol. Debe hacer frío por esas latitudes y las tierras no deben ser fértiles. Y por eso van a otros lugares para obtener lo que necesitan. Pero tú sólo te pareces en el físico y no eres tan cruel como esos hombres”.
Bernardo, que los escuchaba en silencio, se dirigía con ellos a las mazmorras de la fortaleza.

martes, 23 de octubre de 2012

Capítulo V


Se habían chupado, comido, acariciado y besado por todas partes y a los dos les dio mucho gusto sentir la lengua del otro lamiendo el esfínter y penetrándole con la punta en el culo.
A Sergo lo puso como una parrilla de caliente y no hacía más que abrir y cerrar el ano para notar mejor las cosquillas que el mancebo le hacía en la entrada del recto.
Y con las mamadas, el muchacho se volvía loco y le temblaban hasta las pestañas tanto al correrse él en la boca de Guzmán, como al notar el semen de éste golpeándole las paredes de la suya y la garganta.
Se hicieron casi de todo menos follarse el culo, porque el del mancebo estaba vedado para su amo y él no se atrevía a dar rienda suelta a su lujuria y montarse sobre el otro para clavársela entera por el ojete.
Ni se planteara todavía esa posibilidad y recuperaban el resuello tumbados boca arriba y mirando al techo los dos.
Estaban mojados y todavía las gotas de sudor corrían hacía los costados del cuerpo de Sergo, que sudara como un toro al afanarse en darle placer al mancebo, y Guzmán tenía la frente perlada de gotitas brillantes y también le caían algunas por el cuello humedeciendo las almohadas.
Estaban felizmente cansados y Sergo agarró la mano del otro apretándola con fuerza como queriendo evitar que llegase el momento en que tuviese que irse de su lado.

El joven y rubicundo chaval ya estaba encelado con su salvador, porque así lo consideraba aunque lo hubiese tenido encerrado por algún tiempo.
Y con voz muy sosegada le dijo a Guzmán: “Antes me tocaste el culo muchas veces y me acariciaste el agujero con los dedos otras tantas. Pero no pasaste del borde y no metiste dentro ninguno... Y si he de ser sincero, llegué a desear que lo hicieses”.
“No me tientes, porque quisiera meter algo más que un dedo por ese pequeño agujero que tienes entre esas apretadas cachas!” exclamó el mancebo.
Sergo se puso de lado, ofreciendo su espalda y sus nalgas y dijo: “Coge lo que quieras, porque a ti ni puedo ni quiero negarte nada. Ya no soy el que encontraste en el bosque. Ahora soy tuyo para lo que desees hacer conmigo... Nunca sentí por alguien lo que tú me haces sentir...Y creo que sólo puede ser ese amor que cantan los juglares en sus coplas, aunque no seas una mujer y yo también sea un hombre... No sé si es posible amar así, pero es lo que tengo en mi corazón desde que me hablaste con cariño y amabilidad por primera vez en mi vida. Luego me fui dando cuenta de tu hermosura y de que tu cuerpo me gustaba y me excitaba pensar en tocarlo... Y ahora sólo deseo darte el mismo placer que tú me das a mí... Dime como he de ponerme para que entres mejor y toma lo que ya es tuyo... Y no tengas miedo en hacerme daño, porque lo aguantaré con gusto sólo por tenerte más pegado a mi cuerpo”.

El mancebo se arrimó a Sergo con la polla dura como el tronco de un castaño y puso la punta en el ano del otro.
Le hubiera hecho daño si se la metiese sin lubricarle antes el ojete y comenzó a besarlo por la nuca y el cuello mientras restregaba el glande por la raja del culo del chaval.
Sergo apretaba hacia atrás para notar mejor el miembro del mancebo y Guzmán bajó hasta ese redondo orifico sin profanar para lamerlo y pringarlo de saliva, metiendo dentro la lengua y dilatarlo después con los dedos.
Y volvió a subir, lamiendo la espalda del otro mozo, y al alcanzar la nuca llevó el capullo al ano del chico y comenzó a presionar para meter la punta.


Entró un poco y Sergo se quejó y apretó el culo cerrando el orificio.
Y el mancebo le preguntó: “Te duele?”
 “Sí... Pero sigue”, contestó el mozo con el ojo del culo dolorido.
Y Guzmán dijo: “Te la saco. No quiero que te duela”.
Y la sacó entera. Pero Sergo echó más hacía atrás el culo y dijo casi con un grito: “No...No la saques... Métela otra vez aunque me moleste o me duela, porque eso no importa... Quiero tenerte físicamente dentro, porque ya estás en mi corazón”.
Y Guzmán volvió a la carga y esta vez no paró hasta meterla casi entera.
Sergo cerraba los ojos y apretaba los dientes y los puños, pero abría el ojete para que le entrase mejor la polla del mancebo.
Y Guzmán volvió a preguntarle: “Te duele? O ya sólo te molesta”.
Sergo respondió aguantando la respiración por momentos: “Me escuece y me molesta... Pero sigue apretando y metiéndola dentro... No pares y deja tu leche en mi barriga”.
“Quiero que goces y no que sufras... Deseo que sientas lo mismo que yo cuando me la mete el amo... Y que me digas que quieres sentirla toda y que te de más fuerte como yo le digo a él”, dijo el mancebo.
Y el otro contestó: “Si él ha de metérmela, quiero que tú seas el primero en estar dentro de mi culo. Así que clávala y no te preocupes por si me duele o me agrada... Apriétate contra mí y hazme sentir tu verga para que nunca olvide que te tuve en mis entrañas”.

El mancebo se pudo muy cachondo al oír a Sergo decirle tales cosas y empujó con todas sus ganas para darle por el culo a conciencia.
Y tras varios bombeos le preguntó otra vez jadeando como un potro en su primera monta de una hembra: “Aún... te... duele?  O ya notas otra sensación ahí dentro?”
Y Sergo contestó gimiendo y respirando hondo: “Ya... no siento... el mismo dolor... pero es una sensación... extraña... que me produce... una mezcla de incomodidad... y deseo... de seguir sintiendo... como te mueves en mis tripas... Ahora... mi polla está... pringada de babas... y la tengo muy dura y gorda... Y creo... creo que pronto me voy a correr... Sigue... Dame más y no pares... Te lo suplico”.
“Sí... Sí... Goza conmigo... Sergo... Dame tu leche en mi mano y yo te doy la mía en tus tripas”, decía Guzmán ciego de lujuria.

Los jadeos y rugidos dieron paso al silencio, pero el mancebo lo interrumpió para decir: “Me gustas y aunque no sea el mismo amor que siento por mi amo, te quiero y soy feliz contigo... Nunca deseé hacer esto con otro hombre y has sido el primero que me incitó a desear montarlo... Y no sé por que motivo, pero me excitas de un modo nuevo y muy fuerte... Tu piel y tus músculos de macho me ponen muy cachondo y tanto deseo poseerte como ser poseído. Lo malo es que sólo mi amo manda sobre mi cuerpo y no me autoriza a dejarte que me cubras como a una hembra. Pero te aseguro que al olerte y verte desnudo me pongo en celo como una perra”.


Y Sergo giró la cabeza hacia el mancebo y lo besó en la boca sin dejarle que le sacara la verga del culo, como si todavía tuviese miedo de perderlo.
Los dos se habían desnatado en una sola corrida, soltando más de un chorro de semen cada uno, pero sus pollas aún se mantenía tiesas como si tuviesen necesidad de vaciar más esperma todavía.
Y ese beso mantenido fue el detonante para estrecharse con ansia y deshidratarse sobre la cama de tanto frotarse y sobarse el uno al otro de nuevo.

Qué había hecho el conde al lanzar a Guzmán a los brazos de ese otro mozo tan sugestivamente erótico para el mancebo.
Tan seguro estaba de su esclavo que no temía las consecuencias de exponerlo a la atracción por otro joven?
 O es que tener otro esclavo para usarlo como hembra hacía que arriesgase al que era su amado?
 Lo cierto es que nadie conocía al mancebo mejor que su amo y sabía que el corazón del esclavo no latía con más fuerza por otro hombre.
Y en realidad aunque uno de sus esclavo montase a otro, eso no suponía algo distinto a que lo cubriese el amo, puesto que los cuerpos y las mentes de sus esclavos eran parte de su propio cuerpo y el reflejo de su voluntad.
Así que la polla de Guzmán dentro del culo de Sergo, no era más que la del conde follándose a ese mozo a través de la verga de su más amado esclavo.
Y aunque dejase que Sergo se la metiese al mancebo, también sería la del conde la que entrase por el ano de ese muchacho.
Puesto que ellos únicamente eran su carne y su espíritu repartido entre esos chavales.
Y aunque amase más a uno, podía quererlos y desearlos a todos.
Y, por otra parte, Nuño, al ver el interés del mancebo por ese mozo que le recordaba su pasado de furtivo, sin decírselo a su esclavo, quiso regalárselo por lo mucho que Guzmán había renunciado por amor hacia él.

Un esclavo no tenía propiedades, pero el mancebo, aunque no se dijese en voz alta ni se considerase dueño de nadie, poseía esclavos.
Porque los dos eunucos y los guerreros negros eran suyos y no del conde.
Y ahora sólo el amo sabría que tenía uno más para su placer y disponer de él a su antojo.
Bueno. Eso no era exacto, ya que dependía del amo para poder usarlo y el modo de hacerlo.
Sin embargo, Sergo era de Guzmán, aunque ellos no lo sospechasen, porque ese era el deseo de su señor y desde el primer momento estuvo en su voluntad aparearlos.

sábado, 20 de octubre de 2012

Capítulo IV

Guzmán necesitaba salir al bosque y galopar sin rumbo a lomos de Siroco hasta alejar de su mente la persistente imagen del cuerpo desnudo de Sergo.
En realidad nunca le había atraído tanto otro cuerpo que no fuese el de su amo, ya que por muy bello que fuese Iñigo, al que además quería mucho, o cualquiera de los otros esclavos que pasaran por el lecho del conde, ninguno le había llegado a perturbar como lo hacía ahora ese otro muchacho, que a fuerza de viril sencillez y sincera inocencia en cuanto al sexo, lo estaba atrapando de una manera irreprimible.
Ansiaba tocarlo y besarle todo el cuerpo y hasta lo que nunca le hubiese atraído de otro hombre lo deseaba con este hermoso muchacho.
Al verlo desnudo y apreciar la estupenda forma de sus muslos y glúteos, deseaba montarlo como le hacía a él su amo y se excitaba imaginando que le metía la polla por el culo y lo gozaba hasta llenarle las tripas con su semen.
Y no entendía por qué de repente tenía esa necesidad de poseer a ese otro chaval y sentirse como un macho dominante, cuando el otro era mucho más fuerte y fornido que él, aunque fuese algo más joven.

Le superaba en altura y músculos e incluso su aspecto era más masculino que el suyo.
Pero, sin embargo, había algo en la personalidad de Sergo que le incitaba a acariciarlo y tratarlo y protegerlo como si fuese una criatura más débil y vulnerable que él.
Y eso desconcertaba al mancebo, dado que hasta ahora se veía a sí mismo como una criatura que necesitaba vivir al amparo de su amo y bajo su tutela.
Y no era porque no fuese valiente y atrevido, sino porque se consideraba muy poco en comparación con su señor y por eso tenía que ser su más humilde esclavo.
Pero su desconcierto llegaba más lejos, puesto que al mismo tiempo que podía querer metérsela a ese chico por el culo, también le hacía cosquillas en el ojete esperar el roce del glande del chaval y no le repugnaría demasiado que el amo quisiese aparearlo con él.

El mancebo estaba hecho un lío y sólo el aire fresco de la mañana en la cara le aliviaba y despejaba todo ese cúmulo de sensaciones y sentimientos que despertaba en él ese muchacho que encontrara tirado en el bosque.
Y, al verse acorralado, lo primero que se le ocurrió fue enviar una misiva a su amo diciéndole que lo necesitaba y que volviese pronto a su lado.
Nunca le había pedido auxilio a su señor de una forma tan evidente, ya que normalmente procuraba sacarse las castañas del fuego el mismo.
Pero esto suponía una situación de emergencia para él y no se encontraba con fuerzas para salir airoso del trance por si solo.
Por primera vez en su vida sabía que podría claudicar ante otro hombre y no tener la fuerza suficiente para mantenerse firme en sus convicciones y apetencias, a pesar que el amor y adoración por su amo seguía tan inalterable como antes.

Galopando por el bosque negro, el mancebo se refugió por unos instantes de sus temores, pero la solución no era huir, sino afrontar el problema y aguantar el tipo ante Sergo.
Y regresó a la torre dispuesto a ir directamente a ver al cautivo.
Bernardo salió a su encuentro y le dijo que venía del castillo y traía una carta enviada por el conde con un mensajero.
Guzmán rompió el lacre que cerraba el rollo de pergamino y leyó con avidez las noticias de su señor.
Y se quedó perplejo al terminar de releer por dos veces la misiva.
En síntesis le decía que asuntos de importancia, acaecidos repentinamente, retrasarían más de lo previsto su vuelta a la torre.
Pero que le ordenaba preparar al cachorro capturado en sus tierras para encontrarlo listo y dispuesto a ser usado en cuanto regresase.
Y para ello le daba libertad absoluta para proceder en consecuencia, con la sola limitación de poner el culo y dejarse follar.
Por tanto, debía enseñar al otro chico a darle placer, tanto con la boca como con el culo.
Y esperaba, por el bien del adiestrador y del cautivo, que no lo defraudasen y encontrase un perro dócil y complaciente en lugar de el animal asilvestrado que recogiera herido en el bosque.
Añadía que dejaba a su criterio sacarlo del encierro y hacer cuanto estimase adecuado para conseguir que ese gañán fuese digno de ser admitido en su presencia y que le resultase atractivo y deseable para considerarlo uno de sus esclavos personales, al igual que Iñigo y él.

Y a ahora sí que se le ponía peliaguda la situación. Su propio amo, en lugar de venir en su auxilio, lo lanzaba en brazos de ese mozo que le estaba quitando el sosiego.
Pero el mayor problema estaba en que aunque le daba más días para educar al chaval, no eran suficientes para convertirlo en lo que deseaba su amo.
Y de pronto todos sus quebraderos de cabeza se volvieron nimiedades para ser uno solo el que ocupaba su mente.
Ahora la cuestión era educar a Sergo y asombrar a su amo cuando viniese a verlo.
Y para eso tenía que dejar a un lado todo perjuicio afectivo o sexual.
Incitaría a ese muchacho a desearlo y a ansiar el cuerpo de otro hombre sin limitación de ninguna clase.
Y si era necesario le abriría todas las puertas, menos la de su culo.
Esa cavidad viril sería la única que Sergo no exploraría de momento.
Pero sí probaría el semen chupando una verga y también el gusto de que otro macho se la mamase a él.
Y si el amo le ordenaba adiestrarlo para ser una más de sus putas, eso quería decir que sería él quien lo desvirgase y le rompiese el ano para recibir más tarde la polla de su señor y darle al amo el gozo deseado.
Y si el conde no sabía aún que al mancebo le estaba tirando eso de darle por culo al cautivo, no sería un pretendido castigo imponerle a su esclavo la obligación de hacerlo, sabiendo que eso no le gustaba ni le ponía cachondo? Quizás fuese esa la intención del amo, pero la realidad ya era muy distinta respecto a ese detalle y le ponía en bandeja al mancebo regodearse con el ano del otro chaval.

Guzmán entró en el reducto de Sergo como una tromba y le dijo muy excitado: “Ven. Salgamos al patio porque necesitas ejercicio... Se acabó el encierro entre estas cuatro paredes... Además del cuchillo, manejas el arco?”
 “Nunca lo uso. Cazo lanzando cañas de junco muy afiladas o con piedras tiradas con la honda... Que por cierto la perdí”, respondió el chico.
“No la perdiste... La tengo guardada lo mismo que el cuchillo que llevabas al cinto”, añadió el mancebo.
Y continuó preguntando: “Que armas manejas, además de esas?”
“El hacha”, contestó Sergo.
“Y pelea cuerpo a cuerpo?”, inquirió Guzmán.
“Eso desde muy chico... Ningún otro chaval consiguió vencerme aún siendo más grande que yo... Y no pensarás pelear conmigo, porque te venceré y podría lastimarte. Y no quiero eso”, respondió Sergo.
“Eso ya lo veremos... De momento vamos a ejercitar el arco”, afirmó el mancebo con mucha seguridad y aplomo.

Sergo quedó impresionado con las ropas que trajeron los eunucos para vestirlo y una vez ataviado del todo, Guzmán lo miró de la cabeza a los pies y exclamó: “Realmente estás guapo! Vas a causar estragos en quienes te vean a partir de ahora... Dame un beso antes de irnos. Y mira por última vez tu celda, pues no volverá a ser una jaula para ti”.

Salieron al exterior de la torre y ya tenían preparados los arcos y las dianas para practicar el tiro. Sergo tenía unos conocimientos muy rudimentarios sobre como tensar la cuerda y lograr disparar derecha la flecha, pero Guzmán, armado de paciencia y comprensión hacía el chico, fue consiguiendo que el ojo apuntase con bastante acierto, ya que fuerza en los brazos no le falta. Dejaron esa práctica cuando Bernardo les avisó que era el momento de comer y pasado un tiempo prudencial para digerir los alimentos, que aprovecharon para leer y escribir, ya que esa parte de la educación de Sergo era muy importante para el mancebo, reanudaron el ejercicio, pero esta vez fue lanzando la jabalina, cosa que se le daba muy bien a los dos, y no digamos disparar piedras con honda. En eso ambos eran expertos dada su condición de furtivos.
Terminaron con una pelea al estilo golfos callejeros, que no tenía nada que ver con la lucha greco romana, y como ya había anunciado Sergo, le ganó al mancebo y lo lastimó en la mejilla y en un labio.
No era mucho el daño, pero eso le dio motivo a Sergo para acariciar al otro muchacho y darle un beso en cada una de las heridas.

Guzmán estaba rendido y sugirió tomar un baño juntos y descansar hasta el final de la tarde.
Y agarrando de la mano a Sergo, se lo llevó al aposento del amo donde ya esperaban los eunucos con agua caliente, paños limpios y aceites y bálsamos para suavizar la piel de los dos muchachos.
Y ellos se dejaron hacer y lavar por todas partes sin restringirle a los castrados que metiesen agua y limpiasen bien cuanto pliegue y orificio tenían aquellos dos efebos.
Luego los secaron y los untaron con afeites de delicado aroma y sin nada que tapase su belleza, se acostaron juntos en el lecho del amo.
Y Guzmán puso una mano sobre las nalgas de Sergo, arrimándose mucho a él para besarle la boca.

El clímax entre los dos chavales estaba creado y su respiración agitada demostraba la atracción que surgía entre ellos.
Sergo notó una gota de sudor que bajaba por el centro de su espalda y se perdía entre las nalgas, escurriéndose por la raja del culo hasta el agujero.
Y las dos pollas se frotaban entre si pringándose mutuamente de babas.
Y el sabor de un beso les cerró los párpados para no despertar y que el otro se esfumase en el aire.
Pero no era sueño sino realidad y las manos se encargaban de cerciorarlos que todo aquello les estaba sucediendo.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Capítulo III

Guzmán pasaba mucho tiempo con Sergo en su prisión, ya que al no estar el amo no tenía ninguna obligación que cumplir, ni tampoco podía gozar sirviéndole como habitualmente lo hacía si estaba con su dueño.
A parte de ir al panteón para ver a Sol y jugar con ella y Blanca a las cartas, Sergo era ahora su mayor preocupación y empleaba casi todo el día y parte de la noche charlando con el cautivo para conocerlo mejor.
Y además, al saber que el chico no sabía leer ni escribir tan siquiera su nombre, el mancebo se había propuesto enseñarle.
Les contaba a las dos jóvenes damas los progresos que lograba con ese muchacho y Sol estaba cada día más interesada en conocerlo.
Por Guzmán se lo hubiese llevado encantado, pero sin autorización del amo ese mozo no podía salir de su jaula y mucho menos de la torre.
Sergo tomaba lo de aprender cosas como si fuese un juego y le divertía hacerlo.
Y, a mayores, le permitía estar arrimado al bello joven y como por descuido rozarle una pierna o agarrarlo de un brazo para decirle que le repitiese algo aunque lo hubiese entendido a la primera.
Porque Sergo era listo y tenía una gran retentiva para quedarse con cuanto le oía al mancebo.
Y para él era un aliciente sentir el tacto del otro joven y respirar su aliento cuando acercaban las caras para leer juntos algún párrafo o repetir la escritura de las letras que más se le resistiesen al chaval.

Entre ellos estaba naciendo algo más que una amistad y si Guzmán no estuviese seguro de sus sentimientos hacía su amo, podría llegar a temer que corría el peligro de enamorarse de aquel otro muchacho.
Sergo era demasiado hombre para ser tan joven y sus reflexiones sobre las cuestiones que el mancebo le explicaba, dejaban al joven maestro con la boca abierta.
Y le resultaba tan agradable su compañía y la atractiva atmósfera que creaba en su entorno, que para Guzmán las horas eran segundos estando con Sergo.
Al cautivo ya no le importaba no abandonar nunca su celda, porque en ella se sentía libre al ver a Guzmán y como ya no estaba encadenado se movía por todo el recinto y veía el bosque y como se sucedían los días y las noches cada vez más animado por aprender y saber todo lo que quisiera enseñarle su protector.
Lo que menos le gustaba es que desde que el mancebo lo liberara de las cadenas, tenía que asearse el mismo y no como antes que lo hacía el otro.
Y echaba de menos esa delicadeza que Guzmán ponía al lavarlo.
Sobre todo cuando llegaba a sus partes pudorosas.
Sin embargo, el mancebo seguía trayéndole la jofaina y la palangana con agua caliente y se quedaba viendo como el chico se limpiaba todo el cuerpo minuciosamente.
Y a Guzmán le gustaba que fuese tan limpio y que al acercarse a él le oliese a juventud exultante de vida.
Hasta el cabello, sin llegar a ser rubio como el de Iñigo, ahora parecía más claro a fuerza de estar tan lavado y bien peinado.
Y como el mancebo quería verlo desnudo, se quitaban cuanto llevaban encima para dar las clases o simplemente para estar quietos mirándose o hablando de ellos y lo que la vida les había deparado hasta ese día.

Y llegó el momento que el mancebo quiso comer con Sergo en ese cuarto y enseñarle también unas rudimentarias normas de etiqueta en la mesa. Guzmán ya veía a Sergo sentado a su lado en la mesa del amo o invitado a degustar alguna vianda exquisita en compañía de Sol y Blanca. Y para eso, el chico tenía que saber comportarse ante las damas y no quedar como un palurdo o peor que un gañán. El mancebo también deseaba verlo vestido con ropas elegantes y enorgullecerse de la galanura del chico como si él fuese el artífice de esa criatura. Y si no lo era del todo, si sería el responsable de su transformación. Y si en su día le había traído un paleto a su amo, ahora le entregaría un doncel del que estaría complacido.

Pero había un tema que el mancebo procuraba no tocar.
Y era lo relativo al sexo.
Desde que le quitara el collar no volvió a mencionar nada que trajese a colación la atracción física entre dos hombres ni tampoco el asunto de las caricias ni los besos.
Su comportamiento era como el de unos buenos camaradas o íntimos amigos, pero no pasaban de alguna broma o palmada en la espalda o tocarse un brazo. Evitaban que sus dedos se rozasen y que las manos buscasen las del otro, igual que procuraban no volver a posarlas sobre los muslos del compañero.
Y, sin embargo, los ojos de Sergo cada vez miraban con más intensidad los de Guzmán y éste bajaba la vista al darse cuenta que lo penetraba hasta el fondo del alma.
Ese muchacho, tan arisco con otros, trasmitía una terrible fuerza interior con la mirada y el mancebo notaba que lo desarmaba por completo y le faltaban recursos para defenderse de su insistencia.
Pero no era capaz de evitar ver sus ojos también y toda la luz encerrada en el alma del mancebo hacía estragos en la del otro chaval.
Sergo se estaba prendando de aquel otro chico tan hermoso y empezaba a darse cuenta de ello.
Y una tarde Sergo le pareció al mancebo más bello que nunca.
El chico estaba delante de la ventana, al contraluz del crepúsculo, y el ligero lino que tapaba su cuerpo dejaba traslucir unas formas exuberantes en dureza y fuerza.
Al entrar Guzmán, Sergo se giró hacia él y su perfil destacó bajo la tela un redondo trasero, firme y levantado, que al prolongarse en aquellos muslos tan anchos y prietos, obligaban a fijar la vista en el conjunto y desear tocarlo.
Y el mancebo se acercó dudando de su cordura y al estar al lado de Sergo lo abrazó y le dio un sincero beso en la boca.

El otro muchacho ni pestañeó y sujetando a Guzmán por la cintura lo levanto en vilo y lo apretó tanto que el mancebo se quejó diciendo que le faltaba el aire.
Pero Sergo no lo soltó ni lo posó de nuevo en el suelo, sino que lo llevó hasta el catre donde dormía y lo tumbó boca arriba aplastándolo con todo su peso. Guzmán quería decirle que le dejase levantarse, mas sólo pudo pronunciar como un reproche: “Cómo pesas! Me vas aplastar”.
“Soy más grande que tú y por eso peso más.... Pero si quieres me levanto”, dijo Sergo.
“Aunque tenga menos cuerpo que tú, puedo soportarte... Mi amo aún pesa mucho más y también me aplasta cuando se tira encima mío”, alegó el mancebo.


Pero al mencionar al amo, Sergo se incorporó de un salto como si esa palabra fuese la voz de alarma ante la presencia de un peligro inminente.
Y el mancebo preguntó: “Por qué te levantas? Qué te pasa?”.
Y Sergo respondió: “Nada... Ya olvidaba que tienes un amo y sólo serás para él”.
“Qué quieres decir?”, insistió Guzmán.
“Que nunca me querrás ni me desearás como a él”, dijo el otro chaval muy apenado.
Y Guzmán, sonrió diciendo: “No seas tonto y échate a mi lado... Amo a mi señor el conde y mi ser es suyo. Pero eso no impide que te quiera y esté contigo y hasta que nos besemos y acariciemos... Ven y déjame tocarte ese pecho tan marcado y fornido. El amo también lo tiene muy musculoso. Pero él es mayor que tú y tiene mucha fuerza de tanto luchar”.
Sergo se tumbó junto a Guzmán y éste le preguntó: “Te gusta mi pecho'”.
Y Sergo le confesó: “Sí... Me gustas entero... Y cuando me dejas solo por la noche y me quedó pensando en este camastro, te veo a mi lado y me entran deseos de montarme sobre ti y hacerte lo que otros quisieron hacerme a mí. Pero no a la fuerza ni con violencia... Sólo sabiendo que tú lo deseas y me lo pides... Y yo sólo hago lo que tú quieres de mí, porque creo que lo que me haces sentir es eso que llamas amor”

Una nube ensombreció la frente de Guzmán y agarrando con fuerza al muchacho le dijo: “No me pidas lo que no puedo dar, porque no es mío... Deja que te quiera y te sienta pegado a mí y disfrutemos de nuestra amistad y el cariño que sin duda ya nos tenemos. Pero eso que dices sólo el amo puede abrirlo, pues él tiene la llave. Hazme lo que desees menos eso, porque ahí no puede entrar nadie sin que el amo lo quiera. Hasta ahora nunca se lo ha permitido a nadie. Incluso dejó que otro esclavo se lo hiciese a Iñigo, pero a mí no”.
El muchacho volvió a besar al mancebo en la frente y se aventuró a preguntar: “Y si tu amo me dejase?”
Guzmán lo miró con una sonrisa enigmática y respondió: “Si eso llega a ocurrir, querrá decir que eres suyo también y disfruta de ti tanto como lo hace conmigo. Y entonces sería él quien dijese que me poseas y yo le obedeceré con gusto y mi cuerpo será tuyo mientras el amo así lo desee”.
Sergo también sonrió y señalando el ano del mancebo dijo: “Si para conseguir entrar ahí he de entregarme a tu amo, lo haré... Que me haga lo que quiera si con eso puedo llegar a disfrutar contigo. Y que sea mi amo si es el único camino para vivir a tu lado y tener tu amor. Tú eres lo único que puede hacer que renuncie a la libertad y a seguir mi camino como hasta ahora... No habrá para mí mejores cadenas que tus brazos, ni calabozo más seguro para retenerme que el sabor de tus besos... Eres tan bello que no pareces un ser de este mundo”.

Y aunque no follaron, se corrieron juntos por primera vez tan sólo con estar abrazados y besarse la boca.
Y los dos se quedaron dormidos con los vientres pegajosos de semen.
Porque a esa edad, ya estaban necesitados de descargar los huevos después de tanto toqueteo.

domingo, 14 de octubre de 2012

Capítulo II


No estaba seguro, pero creía que no era la hora de comer, ni mucho menos del aseo diario porque no había pasado tanto tiempo desde que se lo había hecho el joven de ojos oscuros.
Y, sin embargo, la gruesa puerta de roble reforzada con franjas de hierro claveteadas, se abrió una vez más y entró en el oscuro cuarto una figura, que Sergo adivinó por su silueta que era ese hermoso muchacho que venía a verlo.


El chico no encendió ninguna antorcha y se sentó en un banco de madera que estaba cerca de la ventana, por la que solamente se filtraba un hilo de luz en el que flotaban miles de diminutos puntos de polvo.
El joven lo saludó con su acostumbrado timbre de voz que le tranquilizaba los nervios y lograba que todos sus músculos se relajasen.
Y, después de unos segundos de silencio, Sergo correspondió al saludo sin mucho convencimiento, pero deseando que el chaval se quedase largo rato con él.
Otras veces se sentaba más cerca, mas sin intentar comprender el motivo por el que ahora se quedaba más apartado de la pared donde él apoyaba la espalda, Sergo sonrió en la oscuridad contento de no estar solo y tener allí a ese otro mozo cuya compañía empezaba a gustarle.

Y el mancebo le habló al cautivo: “El amo no vendrá en varios días porque se fue a buscar a otro esclavo. Ese otro se llama Iñigo y había ido con su hermana a ver al padre. Pero el amo lo echa de menos y decidió ir para traerlo cuanto antes a esta torre... Yo también tengo ganas de que venga, pues hace varias semanas que no lo veo y le quiero mucho... Me gusta estar con los seres que amo y aprecio y él es uno de ellos”.
El otro chico emitió un hondo suspiro y después, como meditando sus palabras, preguntó: “Y a ese al que llamas amo también lo quieres?”
“Lo amo. Para mí es todo lo que más me importa en el mundo y me moriría sin él”, contestó el el otro.
Y Sergo volvió a hablarle: “Nunca me has dicho tu nombre y no sé como llamarte”.
“Guzmán. Así me llamo. Y también algunos me conocen por Yusuf. Ese es mi otro nombre”, respondió el mancebo.
“¿Eres moro?”, exclamó Sergo.
El mancebo se rió y dijo: “Soy medio almohade y medio de muchos sitios. Leonés, castellano, francés, germano, hasta tengo algo de normando. Pero lo que verdaderamente soy es esclavo de mi señor y mi única procedencia es él...Le tienes miedo, verdad?”
“Me asusta ese modo de mirarme... No es miedo, pero creo que puede hacerme daño... Y la verdad es que él es quien me encerró a oscuras y mandó que me atasen con esta cadena”.
El mancebo se levantó y yendo hacia el chico replicó: “Eso no es cierto... Fui yo quien te puso el collar y te enganchó la cadena al cuello... No estaba seguro de tus reacciones y parecías violento cuando despertaste...Y si no le hubieses mordido al amo no seguirías encadenado de ese modo... El no te haría nunca ningún mal. Al contrario. A salvado a muchos de la muerte o de peores desgracias que perder la vida... Sólo quiere someterte a su voluntad y que le sirvas como hacemos todos los que le pertenecemos. Y tú ya eres suyo porque eres un furtivo que intentaba cazar en su bosque. Y todo el que lo hace se convierte en su esclavo hasta que él quiera liberarlo. Yo también lo fui y me cazó. Y dejó que yo comprendiese que le pertenecía y comencé a amarlo y desearlo, tanto como él a mí. Desde entonces conocí la verdadera libertad siendo su esclavo... Y a ti te ocurrirá lo mismo. Tardarás más o menos tiempo en admitirlo y rendirte a su poder, pero lo harás y serás suyo como somos el resto de sus servidores... Sergo, me gustas y creo que al amo también. Y por eso te tiene aquí y no en una mazmorra. Te entregarás a él y más que por dominarte, se esforzará en educarte y sacar de ti lo mejor que haya en tu ser... Y estoy seguro que es mucho porque adivino que estas cargado de virtudes que ni conoces. Además eres muy guapo y tu cuerpo, tan fuerte y desarrollado, es muy atractivo y bonito. Nadie diría que puedas tener menos edad que yo... ¿Sabes cuantos años tienes?”
“No. Pero la gente me ve como un hombre de cuerpo entero”, alegó el chaval.
“En realidad lo eres aunque pueda que no llegues a los veinte años”, añadió el mancebo sentándose en el suelo junto a Sergo.

En aquella oscuridad apenas podían verse, pero saberse tan próximos y el olor del mancebo que se filtró por la nariz del otro, se unieron para empalmarle la polla al cautivo.
Sergo se llevó la diestra al cipote, un poco para taparlo y otro tanto para tocárselo, y Guzmán percibió ese movimiento y alargó la mano hasta posarla en uno de los mulos del chaval.
Lo notó húmedo y caliente y le preguntó: “¿Tienes calor?”
“No”, contestó el chico.
“¿Te molesta que te toque?”, preguntó el mancebo.
“No. Además ya me tocas cuando me limpias”, respondió Sergo.
Y Guzmán insistió: “¿Pero te desagrada que lo haga?”
“No. Al contrario. Me gusta que estés conmigo. No me siento tan solo y eres quien mejor me trató hasta ahora”, afirmó Sergo.
El tacto de la carne del cautivo produjo una reacción involuntaria en la verga del mancebo y se le levantó debajo de la túnica.
Llevaba puesta una especie de camisola hasta la rodilla y su pene podía moverse con libertad creciendo e irguiéndose lo que le apeteciese.
El de Sergo estaba malamente tapado por un lienzo a modo de braguero y la punta asomaba por el borde superior de la tela.
Sin ver bien lo que ocurría en la entrepierna del otro, los dos sabían que sus pollas latían y engordaban por instantes.
Y Sergo se atrevió a acercar una mano a la pierna del mancebo.
Y se detuvo con miedo, pero Guzmán le dijo: “Quiero ser tu amigo y no pasa nada porque nos toquemos el uno al otro. Nada perdemos por eso ni dejamos de ser menos hombres por demostrarnos el afecto con caricias y hasta besándonos. Mi amo me besa y me acaricia y también Iñigo. Y yo les demuestro mi amor del mismo modo. ¿Has besado alguna vez?”
“No”, dijo el otro chico.
“¿Ni has tocado a otra persona de este manera?, inquirió el mancebo.
“No”, volvió a negar Sergo.
“No sabes lo que es la felicidad, entonces”, dijo Guzmán.
Y sin pensar en las consecuencias que podría acarrear su acción, el mancebo buscó la boca de Sergo y la besó.


El chaval no supo como contestar al beso, pero se dejó llevar y pronto entendió cual era el secreto de ese placer que sentía al contacto con la saliva y la lengua del bello muchacho.
Y ahora fue él quien repitió con un largo y profundo beso en los labios de Guzmán.
 “Ese afecto es lo que el amo quiere de ti y además enseñarte a luchar como un guerrero”, le dijo el mancebo.
“¿Sólo quiere que tú y yo nos toquemos y besemos y enseñarme a luchar espada?”, pregunto asombrado el chaval.
 Y Guzmán le aclaró: “Que me beses y me toques a mí y también a Iñigo, pero además desea que lo hagas con él. Quiere acariciarte y besarte también. Y que tu correspondas entregándote a él con la misma pasión que sienta el amo por ti. En principio eso es lo que ansía el amo cuando te mira...Y no temas porque él nunca te hará a la fuerza lo que otros han intentado. Jamás violará tu voluntad ni tu cuerpo. Pero acabarás ofreciéndoselo como hemos hecho todos a los que nos ha distinguido con el honor de su afecto... Y estoy seguro que de ser un furtivo, pronto serás un guerrero y quizás antes de lo que imagines llegues a que te armen caballero. Hará de ti uno de sus donceles y te llenará de dicha cada vez que reclame su derecho de propiedad para poseerte... Sé que aún no lo comprendes, pero yo quiero ayudarte a que entiendas cuanto te digo y deseo que veas la luz y sientas el aire fresco en tu cara para refrescar también tu mente”.

Y el mancebo se levantó de un salto y fue a abrir las contras de la ventana para dejar entrar los últimos rayos del sol y la brisa del atardecer.
Sergo se tapó lo ojos deslumbrado por esos fulgores postreros del astro rey y parpadeando con dificultad fue abriendo los párpados para ver bien al bello muchacho que ahora dejaba caer al suelo la ligera ropa que cubría su cuerpo.
Y el mancebo le dijo: “Ven. Acercarte a la ventana y miremos juntos como cae la tarde”.
Sergo se aproximó todo lo que la cadena le permitía, pero no llegaba al alféizar.
Y Guzmán sin decir nada se acercó a la puerta y de un huevo horadado en la piedra sacó la llave del cerrojo que abría el collar.
Sergo se echó las dos manos al cuello frotándolo y sin poder contener su alegría abrazó al mancebo y volvió a besarlo en la boca.
Los dos, desnudos y abrazados por la cintura, se asomaron a la ventana y Guzmán le mostró todo lo que alcanzaba la vista, diciéndole que todo ese gran bosque era el mundo que su amo había creado para él.
Y le preguntó si quería compartirlo con él y salir a cazar a caballo y correr entre los arboles para terminar jugando en el agua del río, bañándose o pescando algunos peces. Pero para eso tenía que aceptar al conde como su amo y servirle con obediencia ciega y total sumisión, sin pretender escapar ni tampoco agredirlo si se acercaba a él para tocarlo.
Y le volvió a asegurar que el amo solamente quería su bien y poder quererlo y verter en su cabeza todas las enseñanzas que necesitaba para ser un hombre de armas y un noble caballero.
“Ten en cuenta (le dijo) que somos sus mejores soldados, sus siervos, sus esclavos y sus amados muchachos. No permite que nadie nos toque ni un solo pelo y se desvive por hacernos felices. A veces debe castigarnos, si es que lo merecemos. Pero pronto se le pasa el enfado y nos colma de besos y caricias y cuando ya lo aceptamos como nuestro dueño y el macho que ha de dominarnos, nos llena con su savia y la energía de su semen... Pero mientras tú no quieras y le ofrezcas tu cuerpo, él no te tocará con esa intención... Serás su siervo solamente, pero no su esclavo total para que te use como a una hembra... Sin embargo, llegará el momento que ansíes complacerlo hasta ese punto y desearás que te use como a una puta”.
“¡Eso nunca ocurrirá!”, exclamó Sergo.
 Y el mancebo añadió: “Me ha ordenado que yo te enseñe a aceptar tu condición, que es la mía. Y lo hago por obediencia. Pero no puedo negarte que me agrada enormemente enseñarte y andar contigo el camino que te lleve al lecho de nuestro amo. Porque algo me dice que serás muy especial tanto para él como para sus esclavos”.


Sergo apretó contra su cuerpo al mancebo y aunque éste le hablaba, sólo escuchaba los ruidos del bosque y de los pájaros que volaban en libertad, embriagado por el cálido aroma y la sensualidad de ese muchacho que lo embelesaba con su charla.
Y pensó que a este chaval si podría llegar a desearlo y amarlo con todos los recursos de su ser.

martes, 9 de octubre de 2012

Capítulo I



Seguía sin saber que pretendían de él y por las veces que viera la luz a través de una rendija en los postigos de la ventana, calculaba que debía llevar unos cinco días encerrado en aquel recinto oscuro.
Sólo se iluminaba cuando venían a verlo y encendían una o más antorchas de las que estaban adosadas a los muros de piedra. Y eso era si quien lo hacía era el bello joven que le hablaba amablemente y lo trataba como a un ser humano.
Además era quien le traía la comida y lo limpiaba con cuidado usando lo que llamaba una esponja y le aplicaba aceites sobre la piel después de secarlo con paños muy limpios y suaves.
Pero no ocurría así si el que aparecía era ese hombre al que el otro llamaba amo.
La voz de ése no era cariñosa, sino autoritaria y le daba miedo cuando se acerca mucho a él.
Y más aún al desnudarlo del todo y observarlo largo rato sin pronunciar palabra ni tocarle un solo pelo.
Entonces lo asustaba de veras, porque los ojos de ese tío lo miraban de un modo extraño y le daba la impresión de ser un trozo de carne al que le quieren hincar el diente.
Desde el día en que apareció ese hombre, lo sacaron de la estancia en que lo había metido el otro joven y nunca más volvió a ver la luz del sol.
Lo que no cambiara era el collar que le pusieron al cuello ni la cadena que lo ataba a la pared.
Pero lo que más le molestaba y hasta le dolía era que le encadenasen las muñecas son esos grilletes de hierro tan pesados.
Unicamente se los ponían si el que llamaban amo quería tocarlo y examinarle el cuerpo más de cerca.
Y en esos casos, antes entraban los otros dos muchachos de voz atiplada y que vestían de una manera no usual, acompañados de otros dos negros grandes y muy fuertes que iban con atuendos parecidos a ellos.
O al menos él nunca viera a nadie con esas ropas en las tierras donde había crecido.
Allí le habían hablado de otras gentes a las que llamaban moros, pero no había visto ninguno de cerca, ya que por aquellos lugares no había nadie de esa raza ni acostumbraban a ir por esa parte en el extremo del mundo.
Una vez le contaron que desde otra ciudad llamada Córdoba y hasta esa que tiene el nombre del santo que dicen que allí está enterrado, un rey hizo llevar las campanas de esa gran catedral, a la que muchos peregrinan, a hombros de esos infieles que vestían de la misma guisa que esos chavales tan morenos y los negros.
Recordaba que fue esa otra tierra, donde el mar entra en la tierra y se vuelve río, la que vio desde muy pequeño, hasta que tuvo que irse perseguido por haberse peleado con otro chaval más grande que él y herirle en la cabeza.
Le gritaban y le llamaban hijo de los diablos rojos y que aunque no se le viesen todavía, también tenía cuernos en el cráneo como ellos.
Otros, nada más verlo, el llamaban hijo del demonio vikingo y también le tiraban piedras si se acercaba demasiado.

Allí su vida no fue muy agradable ni fácil y por eso decidiera irse y conocer otros lugares.
Trasteó por varios y se fue alejando cada vez más del mar y de las verdes costas donde naciera.
Y tuvo la desgracia de meterse en ese bosque del infierno y tropezar con una raíz que sobresalía de la tierra.
Y al caerse, rodó por el suelo y se debió dar con algún canto que lo dejó sin conocimiento.
Y ya no recordaba nada más hasta que despertó en una cama y al entreabrir los párpados vio a ese hermoso joven, que le sonreía, y a otros dos más morenos que lo miraban como a un bicho raro.
Cómo le gustaría ahora estar de nuevo al borde del mar y sentir la brisa en la cara o mojar los pies en la playa recogiendo conchas o lanzando piedras para hacerlas saltar varias veces sobre la superficie del agua.
O subir río arriba contra corriente y pescar un gran pez clavándolo en un junco bien afilado en la punta.


Un hombre anciano le dijo que el agua del río no venía del mar como creía.
Sino que era al contrario, ya que el río, que era dulce, nacía en la montaña e iba corriendo para morir en la mar salada.
A él eso le daba igual, porque el río era río y el mar era mar.
Y ni uno se salaba ni la otra se volvía dulce al unirse.
Y a veces le daban ganas de decirle a ese joven que era dulce como el río, mientras que ese amo que tenía le parecía salado y turbulento como el mar cuando se encrespa y las olas se elevaban como queriendo tocar el cielo.
Por eso le hablaba a este muchacho tan guapo y agradable y no abría la boca para nadie más.
Y menos ante el hombre duro y fuerte que lo acojonaba con sólo verlo.
El primer día que aquel hombre fue a verlo acompañado del joven, no le pareció tan terrible.
Pero al quedarse desnudo y ver sus ojos que lo quemaban donde los posaba, se amilanó y recordó otra ocasión en que un cabrón quiso meterle el carajo por el culo.
Aquel desgraciado no salió bien parado del intento, porque, por mucho que quiso amarrarlo con las manos, él se zafó y se revolvió contra el fulano clavándole un cuchillo de monte casi en los huevos.
El puto tío berreaba como un marrano a punto de morir a manos del matarife y él se echó a correr dejándolo que se desangrase y muriese lentamente en el monte si antes no daban cuenta de él una jauría de lobos.
Y pensar que ese bosque le pareció un lugar propicio para conseguir algo de carne para comer.
Y lo que encontró fue la causa del encierro en que se encontraba desde entonces.
La culpa de eso la tuvo querer atacar al dichoso amo del amable joven.
Cuando le agarró el culo y quiso sopesarle las pelotas, no soportó que lo tocase, recordando la otra experiencia sufrida, y le largó un mordisco en un brazo.
Aquel hombre le arreó un guantazo fenomenal y lo tiró por el suelo con un solo golpe. Y mandó que lo amarrasen y lo dejasen a oscuras en ese lugar donde ahora estaba. Menos mal que le daban buena comida aunque no viese el sol y estuviese cargado de cadenas.
Y aunque al principio la rechazaba como rebeldía por no dejarlo en libertad, terminó claudicando y el olor de las viandas que le llevaba el bello muchacho le hizo rendirse a la evidencia de estar preso y mordió el alimento, aunque le costó tragarlo la primera vez.
Sin embargo, al ver como se la ofrecía ese joven tan agradable y cariñoso, que se quedaba a su lado animándole a comer, le fue ganando la voluntad y hasta se alegraba al verlo entrar en su calabozo.

El chico le decía que no estaba en una mazmorra, sino en una habitación del castillo, cerca de la del amo, que era donde él dormía también.
Mas para Sergo aquello era una jaula sin rejas de hierro pero con gruesos muros de piedra, de la que no podía salir.
Aunque lo tratasen bien, estaba cautivo y encadenado.
Y encima ese chaval le repetía una y otra vez que si se portaba dócilmente y acataba la autoridad y voluntad del amo sin revelarse ni pretender huir, saldría de allí y volvería a ver la luz del sol y a notar el aire en la piel.
No entendía que intentaba decirle ese chico con eso de acatar la voluntad del amo.
El no tenía amo ni perteneciera a nadie en su vida.
Por no tener no tenía ni madre ni familia alguna, ni conoció jamás a alguien que le quisiese un poco.
Nunca obedeció a ningún otro hombre y siempre hizo lo que le salía del pijo y cuando le daba la gana.
Era como esa leche que le manaba por la punta de la polla al frotársela con la mano. hacía que le saliese porque sentía la necesidad de sacarla para que el carajo se bajara otra vez y no estuviese duro y apuntando hacia arriba.
Porque además si pasaba un tiempo sin ordeñarse, le dolían mucho los cojones y la parte de abajo del vientre, justo donde ya hacía años le había nacido un pelo rizado y algo más oscuro que el de la cabeza.


Además le gustaba sobarse y acariciarse por esa zona del cuerpo e incluso entre las dos piernas casi llegando a tocarse el agujero del culo.
 Alguna vez se fijara en otros hombres y muchachos ya crecidos como él, al verlos desnudos, y ahí también tenían pelo del mismo color que el de arriba o el de las piernas y el pecho.
Sin embargo el de sus piernas era más claro y si le daba el sol se notaba menos.
Y el de los brazos casi no se veían al llevarlos al aire en el verano.
Pero ya hacía tanto tiempo que le había salido todo ese vello que ya no se acordaba de como tenía la piel antes de eso.
Bueno, suponía que sería algo más clara y suave que ahora, puesto que tampoco estaría tan curtida.
Ni tan tirante, porque también le habían crecido mucho los músculos por todo el cuerpo y le estiraban el pellejo, sobre todo al hacer fuerza.
Los de los brazos parecían que se inflaban al cargar con algo pesado.
Debía ser por eso que le solían decir que era un tío muy fuerte y corpulento.
Ahora no se ponía mucho en pie, pero si estaba a solas con el otro chaval, le ayudaba a levantarse y desde luego le sacaba una cabeza a ese chico, a parte que sus hombros eran más anchos y el pecho se le notaba mucho más que a ese otro.
Pero desde luego y por poco que recordaba su propia cara, no podía ser tan guapo.
El muchacho dulce era tan hermoso que no se cansaba de mirarlo y de tenerlo a su lado aunque no le hablase o sonriese.
Porque algunas veces ese chico se quedaba serio y miraba al vacío como ausente.
Pero le duraba poco tiempo ese lapsus y volvía a dedicarle la mejor de las sonrisas con sus ojos tan oscuros y brillantes como el fondo de un pozo al darle el reflejo de la luna.

No se atrevía, pero le gustaría tocar la piel de ese muchacho, porque olía muy bien y le daba la impresión que debía ser muy agradable al tacto.
Casi como rozar con los dedos una rosa nada más abrirse.
Pero seguramente ese chico lo tomaría a mal y rechazaría su caricia con un mal gesto, o algo peor incluso.
Podría decírselo a su amo y éste, que era mucho más corpulento y fuerte que él, lo azotaría con un látigo por osado y atrevido.
Y, sin embargo, hasta le parecía que en algún momento fue el chaval quién se acercó demasiado a él como queriendo tocarle en alguna parte del cuerpo.
O hasta besarlo.
Pero eso solamente eran fantasías, pensaba Sergo.
Dos chicos no se besan ni se soban.
A un tío tan hermoso no le faltarán mujeres para que lo besuqueen por todas partes. Pero la prueba de que él no era bello, estaba en que jamás había besado a otro ser ni follado con ninguna hembra.
Eso sólo se lo había visto hacer a otros en algún bosque o corral.
O, por supuesto, al ganado y a los perros.
Y pensar en eso se la ponía mucho más empinada y, sin tocarla, le babeaba el pito como si se lo frotase para aligerar la leche.
En esos momentos, recordando todo eso y al bello chaval, le urgía aliviar el dolor de sus bolas, porque su pene latía reclamando que lo hiciese.